¿Qué pasa cuando la vida te roba todo, incluso el amor que creías eterno? ¿Y si el destino te obliga a reescribir una historia con el único hombre que te ha roto el corazón?
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CAPITULO 13
El desmayo en el apartamento y las náuseas en el almuerzo no podían ser estrés. Ana, la Jefa de Acero, era una mujer de control absoluto sobre su cuerpo y su vida. El cáncer la había enseñado a escuchar cada señal. Una noche, tras el enésimo ataque de náuseas, su mente ató los cabos: la ruptura del pacto en la noche de celebración, la ausencia de su ciclo...
A la mañana siguiente, Ana no fue a la oficina. Fue a una farmacia alejada de la zona ejecutiva y compró una prueba de embarazo.
En la soledad del pequeño apartamento, Ana esperó el resultado. Cuando la línea azul apareció, confirmando la vida en su interior, no sintió alegría. Sintió un terror paralizante que superó el miedo al cáncer.
El Miedo Físico: El carcinoma era un monstruo dormido. Un embarazo era una bomba hormonal que podía despertarlo. La quimioterapia había devastado su cuerpo; ¿podría su útero sostener una vida? ¿Podría la gestación sabotear su remisión?
El Miedo Emocional: El bebé era la prueba viviente de su vulnerabilidad, del momento en que se había roto frente a Daniel. Si le contaba, Daniel usaría el embarazo como una excusa para exigir la reconciliación, para anular su independencia y para tomar el control total de su vida.
Ana se negó a decírselo a nadie. Ni a Daniel, ni a Martín, ni siquiera a Francisco. Durante una semana, se convirtió en una experta en ocultar el malestar. Iba a la empresa, trabajaba sin descanso, pero cada hora era una agonía de náuseas y temor.
En las noches, su corazón era un campo de batalla. Aún amaba a Daniel. El hombre que había arriesgado su vida para encontrarla y que ahora se sometía a ser solo un "cuidador" en la distancia, era el hombre que ella siempre quiso. Ese amor latente era la razón principal por la que no podía contárselo.
Si le digo, él volverá. Me exigirá que vuelva a la mansión. Y yo me rendiré. Me rendiré a su protección, me rendiré a la comodidad, y no sabré si lo amo por el hombre que es, o por el hombre que me salva.
Su decisión se inclinaba hacia la terminación del embarazo. No por desamor, sino para proteger su vida, su libertad y la sanación de su corazón. El dolor de perder un hijo era preferible a perder su batalla final por la independencia.
Un día, Daniel llegó al apartamento más temprano. Él ya había notado la palidez de Ana y la forma en que evitaba ciertas comidas.
"Ana, ya basta," dijo Daniel, con la preocupación grabada en su rostro. "No has comido bien en días. Tuve que cancelar la reunión de la junta directiva. Estamos volviendo al patrón de hace un año, y me estoy asustando. ¿Qué está pasando? ¿Es el cáncer?"
La mención del cáncer hizo que Ana se derrumbara. El pánico era demasiado grande.
"No lo sé, Daniel," mintió Ana, su voz temblando. Ella no podía mirarlo a los ojos. "Es... es el estrés. El estrés de la mudanza, de la empresa, de saber que eres mi exesposo, pero vives mi vida. Dame espacio."
Daniel la miró, herido por el rechazo, pero su amor superó su ego.
"No te dejaré sola, Ana. Si es el estrés, vamos al doctor. Si es la soledad, llámame. Pero no vas a pasar por esto sola," dijo Daniel, firme.
Daniel, al ver que Ana seguía negándose, tomó la decisión por ella. Sin consultarle, llamó a la Dra. Herrera, exagerando la gravedad de los síntomas.
"Necesito que revise a Ana ahora mismo. Está teniendo náuseas constantes y está muy pálida. Estoy aquí, y no me iré hasta que ella esté a salvo," dijo Daniel, con la voz de mando que solo él poseía.
Daniel arrastró a Ana al coche, sin darle tiempo a protestar. El plan de Ana de ocultar su secreto y desaparecer, si fuera necesario, acababa de chocar con la determinación de su exesposo.
Daniel llevó a Ana al hospital con la misma determinación con la que la había sacado de "El Faro Perdido". En la sala de espera, Ana estaba furiosa.
"¡No tenías derecho a hacer esto, Daniel! Estoy bien, solo necesitaba descansar. Estás invadiendo mi espacio," siseó ella, manteniendo la voz baja para no llamar la atención.
"Mi derecho es proteger a la madre de mi hijo," replicó Daniel, mirándola directamente a los ojos. "Y tú estás mintiendo. Si estuvieras bien, no estarías a punto de desmayarte. Si quieres independencia, demuéstrala siendo honesta sobre tu salud."
La Dra. Herrera los recibió con una expresión inusual, una mezcla de seriedad y una emoción contenida. Ella ya había revisado el historial de llamadas y los síntomas que Daniel había descrito; el embarazo era la explicación más probable.
"Ana, por favor, pasa. Daniel, te agradecería que esperaras afuera. Necesito hablar con Ana a solas primero."
Ana y Daniel se miraron. Ella sintió un pánico gélido; sabía que la Doctora la confrontaría con la verdad. Él, preocupado, asintió y se quedó en la sala de espera.