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Seraph, Un Amor Imposible.

Seraph, Un Amor Imposible.

Status: En proceso
Genre:Amor eterno
Popularitas:746
Nilai: 5
nombre de autor: Tintared

En un mundo donde los ángeles guían a la humanidad sin ser vistos, Seraph cumple su misión desde el Cielo: proteger, orientar y sostener la esperanza de los humanos. Pero todo cambia cuando sus pasos lo cruzan con Cameron, una joven que, sin comprender por qué, siente su presencia y su luz.

Juntos, emprenderán un viaje que desafiará las leyes celestiales: construyendo una Red de Esperanza, enseñando a los humanos a sostener su propia luz y enfrentando fuerzas ancestrales de oscuridad que amenazan con destruirla.

Entre milagros, pérdidas y decisiones imposibles, Cameron y Seraph descubrirán que la verdadera fuerza no está solo en el Cielo, sino en la capacidad humana de amar, resistir y transformar la oscuridad en luz.

Una historia épica de amor, sacrificio y esperanza, donde el destino de los ángeles y los humanos se entrelaza de manera inesperada.

NovelToon tiene autorización de Tintared para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

El Juicio de la Luz

En los confines etéreos donde el tiempo no existe y la eternidad respira, se alzaba el Trono del Silencio. No era un mueble, sino una arquitectura de luz pura tan inmensa que incluso la claridad parecía contener el aliento para no perturbar su majestad. Allí se reunían los más antiguos: los Siete Altos Arcángeles, custodios del equilibrio, pilares del mandato divino que regía tanto al cielo perfecto como al caótico corazón humano.

Seraph no estaba presente. No podía estarlo. Su esencia aún erraba, incompleta, entre los dos mundos, atada a la gravedad de la carne por sus acciones y a la nostalgia de la gracia por su origen.

Pero su nombre resonaba en las bóvedas celestiales, amplificado por el silencio, como un eco de duda, desorden y traición inaceptable.

Gabriel, el Heraldo, fue el primero en romper la quietud. Su voz era clara, incisiva, pero tensa, como una espada forjada en la ley que se niega a blandirse contra un hermano.

—Seraph ha quebrantado las leyes fundamentales de la ascensión y la inobservancia —declaró, y cada palabra era un cargo—. Desobedeció el decreto de retorno. Interfirió directamente en el destino de una mortal y se dejó dominar por sentimientos prohibidos. Ya no es apto para ser contado entre nosotros. Debe ser disuelto y su luz reciclada.

Rafael, el sanador de almas y cuerpos, guardó silencio unos segundos, permitiendo que la severidad de Gabriel se disipara en el aire celestial, antes de responder.

—Y sin embargo, no actuó por egoísmo o sed de poder. Su falta fue motivada por el amor, no por la ambición. ¿Acaso no hemos sido instruidos en que el amor es la chispa elemental que sostiene toda la Creación?

Gabriel lo miró con severidad fría.

—El amor divino, sí. La caridad pura. Pero lo suyo fue humano. Fue deseo, duda, apego. Todo lo que genera entropía y caos entre los hombres. Él contaminó su luz con la miseria.

Desde el otro extremo del salón, Uriel, el ángel del juicio y las visiones proféticas, se inclinó apenas hacia adelante. Sus ojos, pozos de fuego sereno, observaban un patrón que el resto aún no veía.

—Tal vez —dijo Uriel, su voz rasposa como la arena del tiempo— el caos también forma parte del plan. Sin el error, la pureza carece de sentido. Seraph cayó, sí. Pero su caída, su riesgo, ha encendido una fe obstinada en los corazones mortales que habían olvidado su luz. Él fue el catalizador, no el destructor.

Un profundo murmullo recorrió la asamblea. Las alas de los arcángeles se movieron al unísono con un sonido como de viento distante, un debate silencioso.

—¿Insinúas —preguntó Gabriel, con la voz cargada de cautela— que su desobediencia fue, en última instancia, voluntad divina disfrazada?

Uriel sonrió, enigmático, una expresión rara en un ser de ley.

—¿No es todo lo que existe, desde el grano de arena hasta la estrella más distante, la manifestación de una voluntad inescrutable?

El silencio que siguió fue denso, espeso, como el aire antes de una tormenta cósmica inminente.

En medio del círculo, una fuente de luz líquida comenzó a girar lentamente. Era el Registro de las Almas, la Matriz Eterna donde cada pensamiento, cada acto, cada respiro de los seres celestiales quedaba grabado en fuego y memoria.

Las imágenes de Seraph aparecieron una tras otra, proyectadas en el éter: guiando las manos del cirujano en la penumbra; velando el sueño vulnerable de la niña Celeste; el audaz y prohibido momento en que detuvo el tránsito de Linda; mirando a Cameron con una ternura que ningún ángel debía conocer.

Y luego… su caída. Su rostro marcado por el cansancio, sus manos torpes sirviendo café a Jhon, sus ojos mirando el mundo con el hambre y el asombro de un recién nacido.

La fuente vibró con una fuerza inusual. El fuego de la memoria cambió de tono. Ya no era dorado y puro. Era azul. El color del arrepentimiento, del sufrimiento y de la esperanza humana.

Mikael, el primero entre ellos, el general de las huestes, se levantó lentamente. Su presencia bastó para llenar el cosmos. Donde miraba, el universo se inclinaba en reverencia.

—Seraph no pidió poder. No quiso gloria, ni una comprensión superior de los misterios. Pidió sentir. Y sintiendo, comprendió lo que nosotros, en nuestra perfección, olvidamos hace eras: que el amor exige riesgo.

Sus alas se extendieron con majestad, bañando el lugar con un resplandor casi intolerable.

—Si lo borramos, extinguiremos una lección que solo él ha comprendido: que el amor humano, en su efímera y frágil existencia, puede reflejar la divinidad misma con una intensidad que nuestra pureza no alcanza.

Gabriel apretó los puños, la disciplina luchando contra la convicción.

—¿Y si ese amor se convierte en una condena ineludible? ¿Y si arrastra su alma al abismo de la melancolía y lo corrompe?

—Entonces —replicó Mikael con una calma que resonó con la Ley Primordial—, el abismo también aprenderá lo que significa amar. Su existencia es ahora un experimento, un puente entre la Ley y la Gracia.

Una voz resonó en el vacío, una que no provenía de ningún ser visible o tangible. Era un sonido tan profundo que el universo entero se detuvo para escucharlo. No era un sonido, sino una Vibración de la Esencia que habitaba el núcleo de todo lo creado.

“No busquen juzgar lo que aún no ha terminado, ni comprender lo que la Ley ha puesto en movimiento.”

“Dejen que el hijo del cielo camine entre sombras y entre el neón de las ciudades. Dejen que su elección defina su existencia. Pues solo el libre albedrío, ejercido con amor, puede probar la verdadera naturaleza de la fe.”

Una luz descendió sobre el círculo, atravesando a cada arcángel como una ola de comprensión innegable. La decisión final había sido dictada.

El juicio había terminado. No habría condena de disolución. Tampoco absolución total.

Seraph seguiría entre los mortales, no del todo ángel ni del todo hombre, sino como una prueba viviente de lo que el amor puede hacer con la eternidad.

Cuando la luz del dictamen se apagó, Gabriel bajó la mirada, su expresión derrotada pero con un atisbo de respeto por la complejidad del Plan.

—Entonces que camine —murmuró, su voz apenas audible—. Que ame, si la criatura puede. Y que descubra, por sí mismo, si ese sentimiento es su salvación… o su ruina definitiva.

Rafael asintió con una tristeza cargada de presciencia.

—A veces, hermano —susurró el sanador—, ambas cosas son, tristemente, lo mismo.

En la tierra, miles de años luz por debajo del Trono del Silencio, la luna se alzaba sobre el tejado de un pequeño cuarto de alquiler. Seraph se despertó sobresaltado, con la sensación de haber pasado por un fuego purificador, sin saber que acababa de ser juzgado y sentenciado por los más altos poderes del cielo.

Miró sus manos, aún torpes al tocar una taza, y sintió el peso invisible de una decisión que lo superaba en magnitud.

Fuera, la ciudad dormía, ignorante de las batallas celestiales. Dentro, su alma, marcada por el azul del arrepentimiento y la esperanza, comenzaba a arder nuevamente con el fuego de una misión renovada.

1
Andre
Bella forma de narrar, atrapante
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