Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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Una Audiencia con la Corona
La mañana siguiente, Irina se despertó sintiéndose más fuerte. El descanso y los cuidados de su madre habían surtido efecto. Pero hoy no era un día para entrenar o escaparse al pueblo. Hoy era un día de palacio.
Su madre, la duquesa, personalmente la vistió con un elegante vestido azul celeste, el color de su casa, adornado con delicados bordados plateados que recordaban a los copos de nieve. Le recogió su característico cabello blanco como la nieve en un elaborado peinado que la hacía ver mayor y más formal, dejando solo unos cuantos rizos sueltos que enmarcaban su rostro.
"Recuerda, cariño", le susurró su madre, arreglándole el vestido por última vez, "inclínate bien. Habla solo cuando el Rey te dirija la palabra. Y por todo lo sagrado, no... no menciones nada de masmorras, magia prohibida o perseguir criminales."
Irina sonrió con una dulzura que no era del todo fingida. "No te preocupes, mamá. Solo seré una niña dulce y modesta que tuvo un poco de suerte."
Su madre la miró con escepticismo, pero un brillo de orgullo asomaba en sus ojos. Sabía que su hija era cualquier cosa menos "solo" eso.
El gran salón del trono estaba lleno. La noticia del heroísmo de la pequeña duquesa había corrido como la pólvora, y todos los nobles importantes estaban presentes, curiosos por ver a la niña de la que tanto se hablaba.
Cuando las grandes puertas se abrieron e Irina entró, caminando con una gracia y una postura perfectas junto a su padre, un susurro de asombro recorrió la sala. No parecía la fiera guerrera de los rumores. Parecía una muñeca de porcelana, serena e impecable.
Al frente, en su trono, estaba el Rey, con su rostro severo pero con una curiosidad apenas disimulada. A su derecha, la Emperatriz Viuda lo observaba todo con sus ojos de halcón. Y a su izquierda, de pie y más rígido que nunca, estaba el príncipe Alexander. Al verla entrar, tan diferente a la niña desaliñada del patio de entrenamiento, sus mejillas se sonrojaron ligeramente.
Irina se detuvo a la distancia debida e hizo una reverencia perfecta, profunda y elegante.
"Su Majestad."Su voz, clara y melodiosa, se escuchó en el silencio expectante de la sala.
"Levántate, Lady Irina Sokolov", dijo el Rey, su voz resonando en la estancia. "El reino entero ha oído hablar de tu valentía. Un acto de tal lealtad y coraje, especialmente a tu... tierna edad, no puede quedar sin recompensa. Cuéntame, ¿qué te impulsó a arriesgar tu vida de esa manera?"
Todas las miradas estaban puestas en ella. Irina alzó la vista, manteniendo una expresión serena, pero permitiendo que un asomo de emoción genuina brillara en sus ojos.
"Su Majestad", comenzó, con voz respetuosa pero firme. "No fue valentía, sino amor. El amor por mi padre y la lealtad a nuestra familia y, por extensión, a la Corona que juramos servir." Sus palabras eran medidas, dignas de un diplomático, no de una niña. "No pude... no quise imaginar un mundo en el que mi padre no regresara a casa. Así que hice lo único que se me ocurrió: seguir mi corazón y asegurarme de que la justicia prevaleciera."
Era la respuesta perfecta. Humilde, emocional y profundamente política. No se jactaba, no mencionaba detalles sangrientos. Se presentaba como una hija leal y una súbdita devota.
El Rey asintió, lentamente, una expresión de genuino respeto en su rostro.
"Un corazón noble,sin duda. Has demostrado una fuerza de espíritu que envidiarían muchos de mis caballeros." Hizo una pausa, dejando caer sus siguientes palabras con peso. "Por tus acciones, que han fortalecido el reino y asegurado una alianza crucial, te concedo el Título de Protectora del Reino, el más joven en recibirlo en la historia. Además, se reservará para ti un lugar de honor en la Academia Real de Magia y Caballería cuando llegue el momento."
Un murmullo de asombro recorrió la sala. Era un honor inmenso.
Irina hizo otra reverencia, ocultando una sonrisa de triunfo. "Su Majestad me honra enormemente. Solo desee servir al reino con la misma fuerza con la que amo a mi familia."
Al levantar la vista, su mirada se encontró con la de Alexander. Él la observaba con una expresión que ella no había visto antes: no era solo curiosidad o diversión. Era un respeto profundo, casi sobrecogedor. La niña caprichosa había desaparecido. Ante él estaba una joven duquesa, una heroína, y su futura esposa. Y por primera vez, la idea no le pareció un mero deber, sino un destino fascinante.
Las grandes puertas del salón del trono se cerraron a sus espaldas. El eco de los elogios y las miradas de los nobles quedó atrás. Irina, una vez que estuvo segura de que nadie de importancia las veía, se desplomó exageradamente contra una columna.
"¡Por todos los dioses! ¡No podía comportarme como una noble aburrida ni un segundo más!", exclamó, soltando la risa que había contenido con tanto esfuerzo. Su postura perfecta se relajó y su rostro recuperó la vivacidad habitual.
Alexander, que había salido detrás de ella, no pudo evitar una sonrisa. Verla volver a ser la Irina caótica y genuina era un alivio. Era como si el sol hubiera salido de detrás de una nube muy formal.
"Lo hiciste... bien", concedió, con su habitual torpeza para los cumplidos.
"¿Bien? ¡Fue una actuación magistral! Merezco un premio", dijo Irina, estirándose como un gato. "O al menos, salir de este vestido antes de que me estrangule."
Fue entonces cuando Alexander, impulsado por un raro atrevimiento, señaló con la cabeza hacia el jardín real que se veía al fondo del pasillo.
"Una carrera.Hasta el roble viejo."
Irina lo miró, una sonrisa pícara dibujándose en sus labios. "¿Una carrera? ¿El serio Príncipe Heredero, corriendo como un niño común? ¿Qué apostamos?"
Alexander pensó un momento, un destello de diversión en sus ojos grises. "El que pierda... tiene que bailar. Aquí mismo. La danza de la... patata caliente."
Irina soltó una carcajada. Era la apuesta más ridícula y perfecta que había escuchado. "¡Trato!"
Sin más, echaron a correr. Irina, ágil y rápida a pesar del vestido, y Alexander, sorprendentemente veloz y decidido. Fue una carrera reñida, pero la largas piernas del príncipe y su determinación por ganar esta vez le dieron la victoria. Llegó al roble viejo un segundo antes, apoyándose en el tronco para recuperar el aliento.
"¡No puede ser! ¡Este vestido me ralentizó!", protestó Irina, riendo mientras se acercaba.
"Una excusa es una excusa", dijo Alexander, tratando de mantener su tono formal pero fallando miserablemente. "Cumple tu parte del trato."
Irina suspiró con dramatismo y, allí mismo, en el jardín real, comenzó a bailar una versión exagerada y cómica de la "danza de la patata caliente", moviendo los brazos como si sostuviera una papa ardiente y saltando de un pie a otro. Alexander se rió, una risa genuina y abierta que hacía que se le arrugaran los ojos. Era un sonido que Irina empezaba a apreciar mucho.
Cuando terminó, jadeando y sonriendo, se sentaron juntos en la hierba, bajo la sombra del roble.
Fue entonces cuando la atmósfera cambió. Alexander, mirando al frente, dijo con voz más suave:
"En serio,Irina. ¿Qué pasó realmente en el bosque? No fueron solo 'libros'." La miró de reojo. "He entrenado. Sé lo que se siente al blandir una espada contra un oponente de verdad. Y lo que hiciste... no se aprende en un libro."
La sonrisa de Irina se desvaneció un poco. Lo miró. Él no estaba acusando, solo... preguntando. Con genuina curiosidad y un deje de preocupación.
Eligió sus palabras con cuidado, jugando con una brizna de hierba.
"Los libros te dan el conocimiento,Alexander. Te muestran los puntos débiles, las estrategias. Te enseñan que la fuerza bruta no lo es todo." Alzó la vista hacia él, con una seriedad que no era común en ella. "El resto... es instinto. Es no querer que te quiten lo que amas. Es... miedo convertido en furia."
Era otra verdad a medias. Los libros sí le habían dado conocimiento, pero no los de la biblioteca principal. Y el "instinto" era la memoria muscular de una vida pasada y la desesperación de quien conoce su propio final.
Alexander la observó en silencio durante un largo momento. Sabía que no le estaba contando toda la historia, pero lo que le había dicho resonaba con una verdad profunda. No presionó más. En cambio, asintió lentamente.
"Tu 'instinto' es aterrador", dijo al final, y luego añadió, con un tono casi de admiración, "y increíble."
Se levantó y le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. El momento de confidencia había pasado, pero algo se había fortalecido entre ellos. Una comprensión más profunda. Alexander sabía que su prometida guardaba secretos oscuros, y en lugar de asustarlo, eso solo hacía que quisiera entenderla más. E Irina supo que, a pesar de sus evasivas, había ganado un nivel de respeto de Alexander que la "niña caprichosa" nunca hubiera conseguido.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭