Melisa Thompson, una joven enfermera de buen corazón, encuentra a un hombre herido en el camino y decide cuidarlo. Al despertar, él no recuerda nada, ni siquiera su propio nombre, por lo que Melisa lo llama Alexander Thompson. Con el tiempo, ambos desarrollan un amor profundo, pero justo cuando ella está lista para contarle que espera un hijo suyo, Alexander desaparece sin dejar rastro. ¿Quién es realmente aquel hombre? ¿Volverá por ella y su bebé? Entre recuerdos perdidos y sentimientos encontrados, Melisa deberá enfrentarse al misterio de su amado y a la verdad que cambiará sus vida.
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Sin Nombre
El sonido de la lluvia retumbaba en mis oídos mientras me abría paso entre la tormenta, con las manos temblorosas sobre el volante. Miraba de reojo al hombre inconsciente en el asiento del copiloto, sintiéndome extraña y con mucha preocupación. Su respiración era pausada, pero estaba ahí, presente, aferrándose a la vida.
—Aguanta, por favor no te vayas a ir con San Pedro… susurré, como si pudiera escucharme.
Apenas crucé las puertas del hospital, todo ocurrió en un instante. Bajé de un salto y corrí hacia la recepción, muy agitada.
—Grité ¡Necesito ayuda! Hay un hombre herido en mi auto.
Los camilleros no perdieron tiempo. Con movimientos rápidos y precisos, sacaron su cuerpo casi inerte del asiento y lo colocaron sobre la camilla. Desde lo mas profundo de mi corazón pedía que estuviera bien aquel hombre mientras lo llevaban a toda prisa hacia la sala de emergencias.
—¿Qué pasó? preguntó la doctora Alicia Cervantes, caminando a mi lado mientras observaba al paciente.
—Lo encontré en la carretera. Estaba inconsciente y tenía una herida en la cabeza expliqué, secándome la cara con la manga de mi uniforme empapado.
Alicia asintió con el ceño fruncido y se dispuso a examinarlo. Me quedé al margen mientras ella y su equipo trabajaban. Lo limpiaron, revisaron sus signos vitales y suturaron la herida en su frente. Luego le hicieron exámenes de imagen para descartar fracturas o lesiones internas.
Esperé en el pasillo, abrazándome los brazos a sí misma, en un intento de entrar en calor. El agua seguía escurriendo de mi cabello, pegándose a mi piel, pero ni siquiera lo notaba. Mi mente estaba fija en el hombre que acababa de ayudar.
Poco después, la doctora salió de la sala con su expresión profesional intacta.
—No parece haber daño cerebral ni fracturas graves. Solo nos queda esperar a que despierte.
Solté un suspiro de alivio, pero no duró mucho. La mirada inquisitiva de Alicia me hizo enderezarme.
—¿En qué te has metido ahora, Melisa? preguntó con los brazos cruzados. ¿Quién es ese hombre?
—No lo sé admití. Lo encontré tirado en la carretera cuando volvía a casa. No podía dejarlo ahí, sabes que siempre ayudo a quien lo necesita.
Alicia resopló, negando con la cabeza.
—Sí, claro. No puedes evitarlo. Pero esta vez puede que te hayas metido en algo complicado.
—Tal vez… pero no podía ignorarlo. Además… es muy guapo solté, con una sonrisa cansada.
Alicia alzó una ceja y suspiró.
—Ay, Melisa… Toca esperar a que despierte para saber quién es y qué pasó.
—Sí, doctora. Mientras tanto, yo me haré responsable de él.
Mi amiga me miró con ternura. Sabía cómo era yo. Desde que nos conocíamos, siempre había sido impulsiva cuando se trataba de ayudar a alguien. Y sí, muchas veces eso me metía en problemas, pero no podía evitarlo esa era yo.
—De acuerdo dijo finalmente. Pero si hay novedades, me avisas enseguida.
—Lo haré.
Alicia se fue, dejándome a solas.
Pasé la noche en la sala de observación, sentada junto a su cama. El sonido de la máquina que monitoreaba sus signos vitales era lo único que rompía el silencio. Me quedé observándolo, preguntándome quién era y qué hacía solo en medio de la carretera en una noche como aquella.
Las horas pasaron lentamente, y cuando los primeros rayos de sol comenzaron a filtrarse por la ventana, un leve movimiento captó mi atención.
El hombre frunció el ceño, su respiración se aceleró y sus párpados temblaron antes de abrirse de golpe. Sus ojos, de un azul profundo e intenso, se encontraron con los míos. El hombre pareció en su mirada perdido y confundido, como si no entendiera dónde estaba.
Entonces se incorporó de golpe, respirando con agitación. Sus manos fueron directo al suero en su brazo, tirando de él como si quisiera arrancárselo.
—¡Eh, tranquilo! dije, poniéndome de pie rápidamente. No te muevas, estás en un hospital.
La puerta se abrió de inmediato y Alicia entró, seguida de una enfermera.
—¿Cómo te sientes? preguntó la doctora mientras revisaba su pulso y su mirada. ¿Recuerdas qué te pasó?
El hombre se quedó en silencio por un momento. Parpadeó varias veces, como si intentara encontrar las respuestas en su mente. Luego, su rostro se contrajo con desesperación.
—No lo sé murmuró con voz áspera. No… no recuerdo nada.
Alicia y yo intercambiamos miradas.
—¿Cuál es tu nombre? insistió ella, con paciencia.
Él apretó la mandíbula y negó con la cabeza, cada vez más inquieto.
—No lo sé.
Su respiración se volvió más errática, y su mano temblorosa volvió a intentar quitarse el suero.
—Es normal que te sientas confundido dijo Alicia. Puede que tu memoria regrese con el tiempo. Pero por ahora, necesitas descansar.
El hombre cerró los ojos y dejó caer la cabeza contra la almohada, como si su confusión fuera demasiado para soportarlo.
Yo no había dicho nada hasta ese momento. Finalmente, di un paso adelante y hablé con voz tranquila.
—Hola, me llamo Melisa. Yo fui quien te encontró en la carretera y te trajo aquí.
Sus ojos se fijaron en mí, observándome con intensidad, como si intentara encontrar algo familiar en mi rostro.
—Mientras recuperas tu memoria, yo cuidaré de ti añadí con una pequeña sonrisa. No estás solo hombre de Dios.
Él vaciló por un instante, como si no supiera si confiar en mí o no. Pero al final, asintió lentamente.
No tenía nombre, no tenía recuerdos, y en ese momento, lo único que tenía era a mí.