Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 1
16 AÑOS ANTES...
El cuerpo de una joven mujer, atado al tronco de un árbol, bajo la luz de una luna roja, poco a poco estaba siendo absorbido por el árbol, provocando que sus hojas comenzaran a caer marchitas. Sus ojos negros, y venas oscuras, hacían juego con su sonrisa macabra.
—Doce hijas tendrán—le comentó a las dos personas frente a ellas—cuatro hijas en cada embarazo, cada dos años. Cuando cumplan la mayoría de edad, al inicio de cada invierno, poderosos demonios vendrán a reclamarlas como suyas... y, en la última campanada de media noche, del último día de invierno, morirán sin que ni el más santo de la iglesia pueda ayudarlas.
La duquesa, quien palideció ante la maldición de la que una vez fue su prima, se desmayaría al ver como el cuerpo de la bruja empezaría a quemarse con ti árbol, provocando una risa tan grande que hasta terminaría por asustar a los cuervos y búhos en las cercanías.
El esposo de la duquesa, temiendo por la vida del amor de su alma y de su embarazo, que se suponía ahora eran sus futuras cuatro hijas, la tomó en brazos y la llevó hasta el carruaje que los esperaba a unos minutos de distancia.
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Macabro es el destino contra aquellas personas cuyo corazón bondadoso no deberían sufrir cosas malvadas en este mundo. Aquel era el pensamiento de muchos pueblerinos que, al escuchar los rumores de la maldición que se le fue puesta a las futuras princesas, tenían con mucho pesar.
No solo estimaban al duque de Rosaria, por ser el padre de la ahora reina, sino también por su caridad en el hospital de la capital. Así mismo, admiraban a la duquesa, por ser la primera mujer en heredar un título nobiliario y su corazón presto a muchos actos de caridad para los pobres.
Cada nacimiento de sus hijas, era una dicha amarga para los duques, quienes pese a ser bendecidos con tres embarazos múltiples, sabían que sus hijas morirían en el futuro. Incluso, en su desesperación, la duquesa Serena ofreció dar su título nobiliario al hombre que pudiera salvar a sus retoños, pero ni siquiera el más valiente y ambiciosos de los candidatos logró el cometido de encontrar una forma de romper la maldición.
—¿Y si las perdemos?—preguntó la duquesa.
La mujer se encontraba en el cuarto de sus primeras cuatro bebés, las cuales habían nombrado en orden. La mayor de ellas, Anastasia, era la viva imagen de su media hermana mayor. La reina, quien adoraba a su padre, también estaba ayudando a sus hermanas, pero tampoco había encontrado una solución para su problema.
—Primero se llevan mi alma antes que alguna de nuestras hijas—la consoló el duque.
A través de la puerta entre abierta, un pequeño niño pelinegro observaba a los dos desconsolados padres. Veía con tristeza como hasta su salvador, el hombre por el cual él también llevaba su mismo nombre, solo podía abrazar a su esposa llena de lágrimas, mientras sus pequeñas hijas dormían en sus cunas.
Escondidos tras una esquina, en aquel pasillo oscuro, una anciana y un hombre observaban al protegido de los duques. El hombre no estaba de acuerdo con lo que la abuela Baba planeaba; sin embargo, no podía negar que varias veces había acertado con sus decisiones.
—Aún es muy niño—le dijo el hombre en un susurro—puede que aparezca alguien que sea capaz de luchar contra la maldición, no quiero que el pequeño quede envuelto con demonios.
—No sigas negando lo obvio, Scott—regañó la anciana—ese niño será el único capaz de conducir a las princesas a su verdadero destino y sellar los demonios. Así que si no quieres que él muera en el intento, ¡te vas a convertir en su maestro!
Scott suspiró con pesadez, antes de irse directo a sus aposentos. Como colega de la academia de medicina del duque, así como su amigo, había intentado ayudarlo, por eso hizo uso de todas sus influencias como sacerdote y negó a seguir en viajes misionales; sin embargo, para lo que estaban planeando, al parecer el pequeño Jeremy era la pieza que faltaba en el rompecabezas.
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Así como los nueve meses que duró el primer embarazo de la duquesa, Serena intentaba por todos los medios no dar más mente a la cruel realidad de sus hijas, a medida que se cumplía los dos primeros años, justo en el primer día de invierno, dio a la luz al segundo cuarteto de hijas.
Cada maldita palabra de la bruja de su prima se estaba cumpliendo, no solo acertando en sus tres embarazos, sino también en los cumpleaños casi iguales de estas. Lo único que les dio un poco de paz, fue una visión que la abuela Baba había tenido.
Si era cierto lo que aquella mujer dijo, solo el amor verdadero sería capaz de romper el hechizo; sin embargo, para que aquello funcionara, primero debían declararle la guerra a los demonios que encantarían a sus hijas. Serena, ante tal posibilidad, así fuera pequeña, rezó al cielo que hubiera alguna forma de que los hombres no se asustaran al estar en contacto con sus hijas.
—¿Por qué le das falsas ilusiones a la duquesa, abuela Baba?—preguntó en forma de regaño.
Para su investigación, la duquesa permitió que él tuviera su propio despacho, en el cual se encerraba casi todo el tiempo con la anciana. La mujer, al sentirse regañada por Scott, lo golpeó con el libro que estaba leyendo en la cabeza.
—No son falsas ilusiones, solo le dije una posibilidad—le respondió la abuela—por cierto, ¿el pequeño Jeremy está por cumplir ocho años?
—¡Te dije que lo dejes quieto hasta que el momento llegue!—se defendió tomando el libro—si ese niño tiene que involucrarse, será cuando sea mayor de edad, ¿Entendido?
Scott se levantó para servirse un poco de whisky, la investigación estaba siendo menos fructifica de lo que él pensaba. Si bien tenía gran ayuda gracias al libro del rey Salomón que la abuela Baba le prestó, en el cual estaba diversos conocimientos de demonología, estaban sin poder avanzar gran cosa, ya que aún no sabían cuáles eran los demonios que reclamarían a las princesas.