Luego de la muerte de su amada esposa, Aziel Rinaldi tiene el corazón echo pedazos. Sumido en la desesperación y la tristeza lo único que le queda es convertirse en el hombre respetado y admirable que su padre esperaba de él. Hasta que un día su mejor amigo, al borde de la muerte le confiesa un secreto que cambiaría todo el rumbo de su vida.
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Capítulo 1
Meses después de su estancia en el hospital, el retorno de Aziel Rinaldi a su vida no era más que un eco de su existencia pasada. Las heridas físicas que llevaba eran un constante recordatorio de la traición de Steve, pero eran las heridas emocionales las que verdaderamente lo atormentaban. La mansión Rinaldi a kilómetros de distancia de él que una vez estuvo llena de risas y amor, ahora resonaba con el silencio de las pérdidas sufridas.
Una tarde, mientras Aziel se encontraba sumido en sus pensamientos, mirando a través de las ventanas de su departamento, Marco llegó. Su presencia era una de las pocas conexiones con el mundo exterior que Aziel permitía, y su amistad, una ancla en los tiempos más oscuros.
—¿Realmente la amaste, Aziel? —Marco rompió el silencio con una pregunta cargada de sinceridad y preocupación. Aziel le devolvió la mirada, sus ojos reflejando un torbellino de dolor.
—Si pudiera regresar el tiempo —comenzó, su voz apenas un susurro—, haría todo para que ella no se encontrara conmigo. Haría todo para que fuera feliz, lejos de la mafia, los negocios ilícitos... lejos de mí —sus palabras se colgaban en el aire, pesadas con el peso de su arrepentimiento.
—Aziel…
—Soy un hombre repugnante, Marco. Un hombre que nunca supo amarla como se lo merecía. Ella era luz y yo... yo solo traje oscuridad a su vida —La confesión de Aziel era tanto una admisión de su amor por Emily como una condena a sí mismo.
Marco se acercó, colocando una mano sobre el hombro de su amigo.
—Aziel, amar también es reconocer el dolor que podemos causar. Y tú... tú la amas más de lo que crees…
—¡Ella está muerta! Por mi culpa… No fui lo suficientemente poderoso para protegerla.
La conversación entre los dos hombres se desplegó en la penumbra de la habitación, con el atardecer tiñendo el cielo de tonos púrpuras y naranjas. Hablaron de amor, pérdida y la posibilidad de redención. Para Aziel, enfrentar sus sentimientos hacia Emily en voz alta era tanto una tortura como una liberación. Aunque sabía que el camino hacia la redención estaba sembrado de espinas. La idea de un futuro sin ella era insoportable, pero su deseo de que hubiera tenido una vida mejor sin él era genuino. En ese momento, en la soledad, con las heridas aún frescas y el corazón hecho trizas, Aziel comenzó a comprender la profundidad de su amor por Emily. Un amor tan grande que estaba dispuesto a desear su felicidad, incluso si eso significaba borrar su propia existencia de su vida. El hubiera la atormentaba y por varias noches no lo dejaba conciliar el sueño.
***
Años después…
Aziel Rinaldi se encontraba en un rincón exclusivo de uno de los restaurantes más prestigiosos de la ciudad, acompañado por tres mujeres cuya belleza era innegable. Tenían ojos cafés grandes y expresivos, cabellos castaños que fluían como cascadas sobre sus hombros, y figuras delgadas que la alta sociedad consideraría perfectas. Sin embargo, para Aziel, su presencia no era más que un pálido reflejo de la mujer que perdió. A pesar de sus similitudes físicas con su difunta esposa, estas mujeres no podían llenar el abismo de su corazón, no como en un principio que le bastaban un par de tragos y una mujer hermosa de cabello chocolate para tratar de olvidar el dolor.
Frente a él las mesas, vestidas con manteles de lino blanco impoluto, estaban dispuestas de manera que cada conjunto de comensales disfrutaban de un halo de privacidad. Luces tenues colgaban del techo alto, proyectando un brillo suave que realzaba la atmósfera íntima del lugar. Las paredes adornadas con arte contemporáneo y los suelos de mármol pulido reflejaban el murmullo constante de conversaciones y el delicado sonido de cubiertos contra platos de porcelana fina.
Aziel, con una expresión de aburrimiento apenas disimulada, observaba a sus acompañantes. Las mujeres, vestidas con sus mejores galas en un intento por impresionar, parecían no darse cuenta del desinterés de su anfitrión. Una de ellas, llevando un vestido que presumía más de lo que sugería, intentó atraer su atención con un comentario sobre la exclusividad del vino que estaban bebiendo.
—Este vino es exquisito, señor Aziel. Solo aquí podría probarse algo tan... sofisticado —dijo, con una sonrisa forzada en busca de aprobación.
Aziel, cuya paciencia se desvanecía como humo, respondió sin miramientos:
—La sofisticación no se compra, querida, se tiene. Y desafortunadamente, no todo lo que brilla en este lugar es oro —su comentario, cargado de desdén, dejaba claro su juicio no solo sobre el vino, sino sobre la compañía que escogió esa noche.
Otra, en un esfuerzo por cambiar de tema, comentó sobre la decoración del lugar:
—La elegancia de este restaurante realmente complementa a personas con gusto tan exquisito como el suyo, señor.
Sin siquiera un atisbo de la sonrisa que ella esperaba,
—Es decepcionante que lo único elegante frente a mí sea este restaurante. —Su mirada se deslizó por las mujeres, un claro reflejo de que sus palabras tenían un doble sentido.
La cena continuó en un vaivén de comentarios similares, donde cada intento de las mujeres por establecer una conexión era hábilmente desviado o rechazado por él con una frialdad que iba más allá de la mera indiferencia. La tensión era tan evidente que incluso el personal del restaurante evitaba acercarse a su mesa más de lo necesario.
A pesar de la belleza del entorno y la exquisitez de la comida, la atmósfera en la mesa de Aziel se volvió insostenible.
Al concluir la noche, les entregó el dinero acordado, un acto que realizó sin el menor atisbo de calidez. Las mujeres, confundidas pero satisfechas con el pago, lo miraron partir con una mezcla de alivio y desconcierto.
"El dinero puede comprar la presencia, pero no el afecto. Y ustedes, aunque comparten rasgos con ella, no son ella.", pensó con melancolía.
Al volver a su mansión, se sumió en un mar de recuerdos. Cada rincón de la casa le recordaba a Emily, a los empleados fieles que habían perecido en el siniestro y al hijo que nunca conocería. Aitana, la mujer que lo consoló después de la muerte de su madre, figuraba también entre sus pérdidas. La magnitud de su dolor era casi insoportable, sumergiéndolo en recuerdos y remordimientos.
Encerrado en su estudio, donde la oscuridad de la noche se fundía con sus pensamientos más sombríos, Aziel se permitió un momento de vulnerabilidad. El último día que vio a Emily, no alcanzó a disculparse, no le dijo "te amo", lo dio todo por sentado. La culpa y el remordimiento eran sus únicos compañeros.
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