Al morir y regresar, después de saber su destino; decide dejar todo por lo que siempre se esforzó y tratar de sobrevivir, sin importar lo que el resto de la gente a su alrededor, diga.
En su camino encuentra a la persona que la ayudará y será su apoyo en un futuro, al menos eso cree.
Para ello tendrá que casarse con aquel desconocido.
¿Será verdad?
¿Un contrato puede ser cumplido o se tendrá que romper?
¿El amor puede surgir a pesar de no conocerse?
Historia de Johana y Donatello, el principio de su vida...
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Llegada. (Maratón 3)
Le regresó los documentos a Donatello y este sonrió al ver la firma, pero aquella sonrisa se desvaneció cuando vio el tiempo por el que sería su esposa.
—¿Solo un año?— se veía decepcionado.
—Esto es para que me perdone, creo que es tiempo más que suficiente para hacerlo feliz, ser feliz y lograr su perdón, ¿me equivoco?— por segunda vez, al parecer, hablaba muy enserio.
—Perfecto, espero que no cambie de opinión, porque en un año, pueden pasar muchas cosas, señorita Chian— aunque todavía no tenía la manera de enamorarla, sonreía aparentando haber ganado una batalla más.
—La primera situación que se me viene a la mente, es que usted se enamore primero. Incluso si es así, no querrá separarse de mi, pero nuestro tiempo juntos habrá terminado— ahora ella se reía.
—Eso no va a pasar— estaba más que seguro, su único problema era tratar de aumentar el tiempo de aquel contrato.
—¿Ahora qué sigue?— quería y necesitaba saber cuál era el siguiente paso.
Alguien tocó la puerta, interrumpiendo.
—¿Qué ocurre?— salió molesto.
—Es hora de partir general— Stephan daba el aviso.
Terminaron los últimos ajustes y todos bajaron para comenzar de nuevo su camino, dejando al aire aquella conversación.
—Iré con Stor— corrió para acariciar a su mejor amigo.
—Ni pienses que puedes montarlo, no estás vestida para algo así— le advirtió.
—Entonces, ¿deberías comprarme ropa adecuada?, prometido— le susurró, cuando estaba lo suficientemente cerca.
Nuevamente, el general quedó estático, aquella cercanía le gustaba, pero no sabía cómo actuar.
—Señorita, suba al carruaje por favor, ya fue adaptado para que su viaje sea más placentero— intentaba ayudar a su primo, lo veía en aprietos.
Johana solo asintió y subió sin chistar, pues tenía con ella a su caballo y también pudo conseguir un buen trato para su bienestar emocional, aunque dependería de su futuro esposo, lo agradecía, ya que si lo veía bien, era mil veces mejor que su antiguo prometido.
Un hombre alto de al menos un metro ochenta, cuerpo musculoso y muy bien trabajado, se podía ver incluso sobre la propia ropa, sus ojos eran color miel y tanto cejas como pestañas tupidas, pero lo mejor de todo, eran esos labios que invitaban a cualquiera a pecar, el cabello largo y lacio del general, era solo un plus más.
—Estás feliz, veo que lograste tu cometido— en el fondo quería saber sobre la situación.
—Exacto, la señorita del carruaje, es tu nueva prima, así que cuídala— sonrió ladino.
Ciertamente, jamás había visto al general de esa forma, su mirada irradiaba un brillo increíble, el semblante en su rostro era único, daba envidia de solo verlo, aunque al recordar que no es correspondido, su lástima volvió para con su familiar.
—Me alegro general, pero ¿se ha puesto a pensar en los corazones que romperá cuando sus conquistas se enteren?—
Stephan era el que mejor conocía a Donatello, por ello sabía que era un don Juan sin compromiso. En ningún momento pensó en formar una familia y mucho menos con alguien de bajo estatus, tomando en cuenta que él no solo era un general, sino también tenía el título de duque.
—Para ser honesto, ella firmó por solo un año, si logra soportar todo lo que se viene, podrá cumplir su palabra, pero si no lo hace, el que habrá ganado seré yo, así que haré valer las letras pequeñas del contrato— era evidente que no todo sería color de rosa para Johana, aunque de cierta manera, fue engañada.
—Dejarías de ser tu si todo fuera tan simple, compadezco a esa pobre joven, o quién sabe, tal vez termine logrando su libertad en un año— se burló, realmente tenía esa esperanza.
Solo sintió un dolor en la espalda, pues había recibido un golpe por parte del general, lo que más odiaba era perder y no sería la primera vez.
Siguieron su camino, Johana por su parte, solo se dedicó a recordar todas y cada una de las clases que había recibido, cuando su padre aún creía que era servible como moneda de cambio. Para su fortuna, en ese aspecto nunca hicieron diferencias con el resto de las hijas, pues creyeron que de esa manera tendrían mejores compromisos pactados.
Aprendió sobre moda, maquillaje, bordado, matemáticas, algo de política, etiqueta, pero la clase que siempre le gustó más, era aquella donde trataban los asuntos maritales. Estás clases se las dieron hacia no mucho tiempo, porque estaba próxima a casarse y lo único que deseaba, era complacer a su esposo en lo que necesitara, si bien no lo amaba, buscaría la manera de sobrellevar ese matrimonio. Justamente al aceptar el contrato con el general, no hubo ninguna diferencia para ella, solo eran tratos, no obstante, en este caso ganó ella, pues sería libre después de un determinado tiempo.
Sonreía de felicidad, pareciera que se había ganado la recompensa más grande que jamás pudo imaginar, aunque todavía faltaba ver cómo era la vida a lado del duque. Sin embargo, la preocupación no la inundó, pues había visto las perores caras tanto de mujeres como de hombres, así que nada la haría dar marcha atrás o simplemente dejarse vencer.
Para cuando comenzaba a caer la noche, dieron aviso de que habían llegado a su destino, la entrada del ducado estaba frente a ellos. Les abrieron paso al ver la insignia del ducado y del ejército real, dando así, la bienvenida a su señor.
La mansión era como cien veces más grande, de dónde Johana había vivido toda su vida, se sorprendió y supo que no se había equivocado al seguir a aquel hombre.
—Bienvenida nueva vida, adiós mediocridad y humillación— se dijo a si misma en voz baja.
gracias por escribir