En "Lazos de Fuego y Hielo", el príncipe Patrick, marcado por una trágica invalidez, y la sirvienta Amber, recién llegada al reino de Helvard junto a sus hermanos para escapar de un pasado tormentoso, se ven atrapados en una relación prohibida.
En un inicio, Patrick, frío y arrogante, le hace la vida imposible a Amber, pero conforme pasa el tiempo, entre los muros del castillo, surge una conexión inesperada.
Mientras Patrick lucha con su creciente obsesión y los celos hacia Amber, ella se debate entre su deber hacia su familia y los peligros que acarrea su amor por el príncipe.
Con un reino al borde del conflicto y un enemigo poderoso como Ethan acechando, la pareja de su hermana Jessica, enfrenta los desafíos de un amor que podría destruirlos a ambos o salvarlos.
(Historia basada en la época medieval)
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Capitulo 19
Al día siguiente, me encontraba en casa, envuelta en abrigos y siempre cerca de la chimenea, intentando mantenerme caliente mientras el frío invernal hacía que mi aliento saliera en pequeñas nubes de vapor.
El fuego chisporroteaba de vez en cuando, pero aún así parecía que el frío se filtraba por cada rendija de la casa. A pesar de la tranquilidad que el fuego proporcionaba, mi mente estaba inquieta.
Pensaba en mi hermana, en David, en lo que había sucedido la noche anterior, pero sobre todo, en lo que el futuro nos depararía.
Mientras tanto, en el castillo, el príncipe Patrick no podía sacarme de su cabeza. A pesar de que yo no estaba allí para verlo, sabía que sus pensamientos, de alguna manera, seguían conectados conmigo.
Sin embargo, ese día él había decidido enfocarse en sí mismo. Después de tanto tiempo sumido en sus frustraciones, sus deseos y obsesiones, hoy parecía decidido a demostrar algo, no solo a los demás, sino también a sí mismo.
Patrick había decidido entrenar con el arco y la flecha, una habilidad que, a pesar de sus limitaciones, siempre había dominado con destreza.
Cada disparo era preciso, cada flecha que lanzaba impactaba en su objetivo con una puntería impecable.
Sus hermanos, quienes lo observaban mientras también practicaban, lo elogiaban con admiración.
Era imposible no notar lo orgullosos que se sentían de él. Incluso su madre y su padre lo miraban desde la distancia, sus rostros iluminados con sonrisas satisfechas. Para ellos, Patrick no era solo un príncipe inválido, sino un guerrero capaz, inteligente y fuerte.
A pesar de los elogios y las sonrisas a su alrededor, Patrick seguía luchando con los pensamientos que lo atormentaban.
La obsesión que sentía por mí no lo dejaba en paz, pero ese día había decidido centrarse en sí mismo.
No quería parecer débil ante sus hermanos ni mucho menos ante sus padres. Así que, con un corazón lleno de determinación, comenzó su entrenamiento físico, trabajando con los maestres y otros sirvientes para fortalecer sus piernas.
Aunque no podía caminar por sí solo, la esperanza aún vivía en su interior. Los maestres le daban señales de progreso, flexionándole las piernas y alentándolo con cada pequeño avance.
Patrick sabía que ya era un excelente jinete gracias a su silla especial, lo que le permitía montar a caballo sin problema. También era un arquero formidable, y su inteligencia lo hacía sobresalir entre los demás nobles.
Todo esto no pasaba desapercibido para las mujeres del reino, quienes lo observaban desde la distancia, admirando no solo su habilidad, sino también su porte.
A pesar de su discapacidad, Patrick se había forjado una reputación como alguien imponente, fuerte y cada vez más atractivo.
Pero mientras las mujeres lo miraban con admiración, y sus hermanos lo aplaudían, su mente seguía regresando a mí. Había algo en nuestra relación, en los momentos que habíamos compartido, que lo mantenía inquieto.
Aun así, ese día, Patrick decidió dejar de lado esos pensamientos, aunque solo fuera por un momento, y concentrarse en mejorar, en volverse más fuerte.
Al día siguiente, me sorprendió que el príncipe Patrick no me llamara con la insistencia de siempre. Algo dentro de mí sintió una mezcla de alivio y desconcierto, pero decidí ir al castillo como cada día, cumpliendo con mis deberes.
Cuando entré en su habitación, lo vi recostado en la cama, con esa mirada orgullosa y un leve toque de arrogancia. Nuestros ojos se encontraron por un breve instante, y pude notar cómo me observaba, aunque trataba de mantener la compostura.
Yo, como siempre, me puse mi mejor sonrisa, aunque en mi interior sentía una pesada tristeza que luchaba por no dejar escapar.
Comencé a realizar mis tareas, moviéndome por la habitación en silencio, tratando de concentrarme en lo que debía hacer.
A cada paso que daba, sentía su mirada sobre mí, evaluando cada gesto, cada movimiento. Sin embargo, fingí no darme cuenta. Cuando terminé de limpiar el área alrededor de la chimenea, me dispuse a salir, pero él no me lo permitió.
—No he dicho que puedas irte, Amber —dijo, su voz firme y controlada.
Resistí el impulso de suspirar con frustración y, en su lugar, asentí en silencio, volviendo a mi lugar cerca del fuego. Patrick retomó su lectura, pero sus ojos seguían viajando hacia mí de vez en cuando, como si algo en mí lo distrajera.
Con el frío intensificándose afuera, saqué el tejido que mi hermana Jessica que me había enseñado a hacer. A pesar de la tensión que se respiraba en la habitación, me centré en el suave ritmo de mis manos, hilando la tela cerca de la fogata, el calor del lobo del príncipe brindándome algo de consuelo.
Sin darme cuenta, comencé a tararear en voz baja, una melodía que me recordaba a mis tiempos en casa, cuando el mundo parecía menos complicado. No era más que un sonido suave, casi imperceptible, pero noté que a Patrick no le pasó desapercibido.
Mientras él leía, pude ver cómo sus ojos, que antes me seguían con rigidez, ahora se llenaban de algo diferente. Había una dulzura en su mirada, algo que él probablemente no quería que yo notara.
Seguí tarareando mientras tejía, intentando distraerme del peso que sentía en mi pecho. A mi lado, el lobo reposaba en silencio, el crepitar de la madera y el sonido de mis manos hilando siendo lo único que llenaba la habitación.
A veces me atrevía a levantar la vista hacia él, y aunque trataba de disimular, podía sentir que me miraba con una atención distinta, más suave de lo que jamás había mostrado.
El tarareo, esa pequeña y simple melodía, parecía calmarlo de alguna manera, y aunque no dijo nada, su postura se relajó ligeramente. Era como si por un momento ambos hubiéramos dejado a un lado las barreras que nos separaban, aunque fuera solo un instante.
El príncipe seguía inmerso en su lectura, pero esa quietud en su rostro me hizo darme cuenta de que había algo cambiando entre nosotros.
Una conexión que ninguno de los dos terminaba de comprender, pero que comenzaba a tejerse, como el hilo en mis manos.
Después de una tarde gélida, yo me mantenía cerca de la fogata, tratando de calentarme con el escaso calor que esta proporcionaba.
El frío había penetrado en mis huesos, y a pesar de estar abrigada, parecía imposible entrar en calor por completo. Estaba concentrada en mi tejido cuando la voz del príncipe Patrick rompió el silencio.
—Amber, tráeme un té —ordenó con ese tono que no admitía discusión, aunque noté algo diferente en su voz, una ligera aspereza.
Asentí sin decir nada y me levanté rápidamente. Al salir de la habitación, me dirigí a las cocinas para preparar el té. Mientras esperaba, otro sirviente, uno de los encargados de la limpieza, pasó a mi lado y me hizo un comentario en broma.
Sin pensarlo, me reí suavemente. Fue una risa breve, sin importancia, pero al parecer suficiente para llamar la atención de Patrick, que observaba desde su cama.
Cuando regresé a la habitación con la bandeja en las manos, sentí la tensión en el aire antes de cruzar la puerta. Patrick me observaba con una mirada cargada de frustración. No tardó en mostrar su descontento.
—Parece que disfrutas mucho conversando con los demás, ¿no es así? —dijo con un tono frío, casi sarcástico, mientras me clavaba los ojos.
Me quedé inmóvil un momento, sin entender a qué se refería.
—Mi Lord, solo estaba… —intenté explicarme, pero él no me dejó terminar.
—¿Solo qué? —me interrumpió con dureza—. ¿Reírte con los sirvientes? ¿Eso es lo que te divierte tanto? —su tono era venenoso, lleno de algo que yo ya reconocía como celos.
—No era nada importante, mi Lord. Solo un comentario sin importancia —contesté, tratando de mantener la calma, pero ya sabía que no importaba lo que dijera, él estaba decidido a desquitarse.
—Sin importancia… —murmuró, mirándome con los ojos entrecerrados—. Si es tan insignificante, entonces ¿por qué te vi riéndote como una niña tonta? Pareces más interesada en tonterías que en cumplir con tu deber.
Sus palabras me golpearon como una bofetada. Sentí cómo la vergüenza y la humillación me cubrían como una manta helada. No había hecho nada malo, pero sus celos lo cegaban por completo.
—Lo siento, mi Lord —respondí, bajando la mirada. No valía la pena discutir con él cuando estaba en ese estado. Sabía que lo único que haría sería empeorar la situación.
—Claro que lo sientes. Pero eso no cambia que hayas estado distrayéndote. Tu lugar es aquí, a mi lado, no riéndote con cualquiera que pase. ¿Entendido? —sus palabras eran crueles, su tono lleno de desdén.
Asentí en silencio, mi corazón latiendo con fuerza en el pecho. El príncipe Patrick desquitaba su frustración conmigo, y aunque sabía que el origen de su enojo no era el sirviente, sino esos celos que lo carcomían, no me atreví a enfrentarle. Sabía que, en ese momento, lo mejor era dejar que se desahogara.