Imagina tener la oportunidad de reiniciar tu vida, de borrar el pasado y empezar de cero. ¿Qué harías? ¿Cómo te reinventarías?
Me encuentro en ese punto, con la posibilidad de comenzar de nuevo. Me pregunto qué camino tomaría, qué decisiones cambiaría y qué oportunidades aprovecharía.
¿Me esforzaría por reconstruir mis relaciones, o me enfocaría en construir nuevas? ¿Seguiría los mismos pasos o tomaría un nuevo rumbo?
La posibilidad de empezar de nuevo es emocionante y aterradora al mismo tiempo. Pero estoy listo para enfrentar el desafío y ver hacia dónde me lleva este nuevo comienzo.
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Un día normal
El sol se asomaba por mi ventana, sus rayos cálidos tocando mi cara, obligándome a abrir los ojos. Pero yo, con una pereza que parecía haber nacido conmigo, me resistía a levantarme. Me sentía como si estuviera anclado a la cama, incapaz de moverme.
La luz del sol se filtraba por mis párpados, iluminando mi mente adormecida. Pero incluso su calor y su brillo no eran suficientes para despertar mi cuerpo de su letargo. Me estiré un poco, intentando sacudir la pereza, pero fue en vano. Mi cuerpo parecía pesar toneladas, y mi mente estaba llena de excusas para no levantarme.
Sin embargo, sabía que no podía quedarme en la cama para siempre. Tenía que levantarme, enfrentar el día y hacer algo con mi vida. Así que, con un esfuerzo supremo, logré sentarme en la cama y, finalmente, poner los pies en el suelo. El sol me sonreía, como si me dijera: "¡Vamos, puedes hacerlo!". Y, con su ayuda, comencé a caminar hacia un nuevo día.
Me miré en el espejo del baño y vi reflejado a un hombre de 30 años, con ojeras pronunciadas que me daban un aire de panda, aunque intenté convencerme de que era un panda guapo. Me sonreí levemente, burlándome de mi aspecto despejado.
Luego, me metí bajo la ducha y giré la llave, dejando que el agua fría cayera sobre mi cuerpo. El choque inicial me hizo tomar aire, pero pronto me relajé y dejé que el agua me refrescara. Cuando terminé, agarré mi toalla y me sequé con cuidado, intentando no frotar demasiado para no irritar mi piel.
Me sentí un poco más despierto y alerta después de la ducha, aunque mi rutina matutina fue bastante minimalista. Simplemente me duché y listo, sin preocuparme por arreglarme demasiado. Me gustaba mantener las cosas simples, al menos por el momento.
Bajé las escaleras, esperando encontrar el delicioso aroma del café recién hecho y el pan fresco, pero en su lugar, me encontré con una sorpresa. En la mesa del comedor, en lugar de mi desayuno, había un periódico abierto en la sección de clasificados, con anuncios de trabajos circulados en rojo. Mi padre había dejado claro su mensaje: era hora de encontrar un empleo.
Justo cuando me estaba sintiendo un poco decepcionado, mi madre entró en la habitación con una sonrisa cálida y me dijo: "Espera, hijo, ahora te sirvo el desayuno". Mi corazón se calentó al escuchar sus palabras. Esa es mi madre, siempre cuidándome y preocupándose por mí.
Me senté a la mesa, y mi madre me sirvió un delicioso desayuno, mientras mi padre me lanzaba miradas de "ya es hora de encontrar un trabajo". Pero yo sabía que mi madre estaría allí para apoyarme, sin importar lo que pasara.
Así que, con una mezcla de determinación y nerviosismo, me despedí de mis padres y salí de la casa, prometiendo que iba a encontrar un trabajo. La mirada de mi padre todavía me perseguía, pero sabía que tenía razón. Ya era hora de tomar responsabilidad y hacer algo con mi vida.
Mientras caminaba hacia la salida, mi madre me llamó y me dijo: "Recuerda, hijo, que te queremos y estamos aquí para apoyarte, no importa lo que pase". Me sentí un poco mejor al escuchar sus palabras, pero sabía que era hora de demostrar que podía hacerlo por mí mismo.
Tomé una respiración profunda, me ajusté la mochila y empecé mi búsqueda de empleo. No sabía qué me depararía el día, pero estaba listo para enfrentar el desafío. ¡Vamos a ver qué oportunidades me esperaban!
Sali de casa con una mezcla de emociones, sintiéndome un poco molesto conmigo mismo. Mientras caminaba, mi mente comenzó a divagar hacia el pasado, recordando cuando era más joven, lleno de sueños y metas. Me acordé de la energía y los ánimos que tenía, de las ganas de conquistar el mundo.
Pero entonces, mi mente me llevó a recordar el momento en que esa energía y esos ánimos comenzaron a desvanecerse. Me di cuenta de que había perdido de vista mis objetivos y sueños, y que había dejado que la rutina y la comodidad tomaran el control de mi vida.
Me sentí un poco triste y desilusionado conmigo mismo, preguntándome qué había pasado con ese joven lleno de ambición y pasión. Pero entonces, recordé que todavía estaba a tiempo de hacer algo al respecto. Aún podía encontrar mi camino y trabajar hacia mis metas.
Con una nueva determinación, seguí caminando, listo para enfrentar el día y empezar a reconstruir mis sueños.
El sol del mediodía me golpeaba la cara, y mi estómago gruñía por el hambre. Me sentía cansado, frustrado y derrotado. Había pasado horas caminando, dejando solicitudes y haciendo llamadas, pero nada parecía funcionar. No había conseguido ni una sola entrevista, ni una respuesta positiva.
En ese momento, en medio de la calle, sentí que las lágrimas comenzaban a brotar. Quería llorar, dejar salir toda la frustración y la desesperación que había acumulado. Pero no podía permitirme ese lujo. No podía dejar que la gente que caminaba a mi alrededor me viera en ese estado.
Así que me mordí el labio, respiré hondo y seguí caminando. Busqué un lugar tranquilo donde pudiera sentarme y recoger mis pensamientos. Finalmente, encontré un pequeño parque y me senté en un banco. Allí, rodeado de árboles y flores, pude permitirme un momento de debilidad. Pero solo un momento. Luego, me levanté, me sacudí el polvo y seguí adelante. Todavía había mucho por hacer.
El estómago me gruñía con fuerza, y la desilusión me invadía por completo. Miré mi celular y vi que ya eran cerca de las 7 pm. La noche comenzaba a caer, y yo seguía sin tener nada. Ni un trabajo, ni una perspectiva, ni siquiera una comida decente.
Me senté en un banco, en un rincón de la ciudad, y miré alrededor. La gente pasaba a mi lado, algunos con prisa, otros con sonrisas. Todos parecían tener un destino, un propósito. Excepto yo.
Me sentí como un barco a la deriva, sin rumbo ni dirección. La oscuridad de la noche parecía reflejar mi estado de ánimo. Me pregunté si esto era todo lo que había para mí. Si esta era la vida que me esperaba.