— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
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Sin refugio en la mente
A pesar de los esfuerzos de esa niña por negar que mi presencia le resultaba agradable, era evidente que la tensión hacia mí había disminuído considerablemente, solo a veces, cuando se involucraban temas delicados para su comprensión, era que sus emociones volvían a inquietarse.
Uno de los tantos sábados en los que Makeline había terminado su turno por la noche en la heladería, se disponía a cerrar el local por fuera cuando su teléfono vibró en el bolsillo. Empezó a andar, resonando el eco de sus pasos, mientras fruncía el ceño al ver el móvil.
La hermana de su madre al parecer se había enfermado, y el mensaje había sido enviado desde el teléfono de su madre. Pero eso ella ya lo sabía –al igual que yo–, habían estado mandándole mensajes por email desde hace días. Apagó el teléfono y siguió su camino, pero yo sentí curiosidad, si evadía sus emociones, no serían claras para mí tampoco.
—¿Todo bien? —cuestioné.
Normalmente, no solía ser visible cuando la seguía en la calle, ella siempre me ignoraba, pero su reacción de molestia me había hecho querer husmear más profundamente. Volteó a verme mientras se cubría con el abrigo y se acomodaba el cabello que se le agitaba con el viento.
—Sí, ¿por qué preguntas?
—Tu expresión cambió después de ver el mensaje.
—Ah, eso. Yo supongo que no, pero me da igual —respondió con indiferencia, aunque su tono demostraba lo contrario y yo no era ningún idiota para no darme cuenta—. Tampoco es como si me fuese a involucrar en eso.
Yo me sentía totalmente intrigado, su comportamiento no era lo usual. Casi todos los mortales mostraban más empatía en situaciones así, al menos superficialmente. Incluso si la persona que padecía era despreciable, mostraban un lado hipócrita. Y es que me esté quejando de ello, me gustaba ver cómo se envenenaban solos sin una tentación de por medio.
Pero percibía sentimientos mezclados en ella.
—¿En serio? ¿Ni siquiera te importa lo más mínimo que tu tía está enferma?
—¿Y tú cómo sabes que mi tía está enferma? ¿Estabas leyendo mis mensajes desde ahí?
La noté molesta. Me quedé en silencio, si le molestaba pensar que podía leer sus mensajes sin consultar, estaba seguro de que no le iba a encantar lo siguiente. Tras unos segundos de analizarlo, decidí ser directo.
—Yo ya lo sabía —tenía el tono más grave y suave—. Lo sabía antes de que recibieras ese mensaje.
—¿Qué?
No quise continuar respondiendo inmediatamente. Seguí caminando sin mirarla, dejé que el sonido de sus pasos fuera la única respuesta. Esperaba que ella sacara sus propias conclusiones.
—Azazel. Dime de qué diablos estás hablando ahora. Necesito saber.
—Digo que yo ya estaba al tanto de la situación de tu tía incluso antes de que recibieras el mensaje. Lo supe desde hace un par de días, para ser más específicos.
Me observó con desconfianza, y la entiendo. Iba a ser peor cuando armara todas las piezas.
—¿Lo supiste cómo? ¿Sabes todo lo que le pasa a las otras personas sin conocerlas?, ¿como un conocimiento absoluto?
Igual era un poco lenta.
—Uhm no. No es precisamente eso —miré en su dirección con rapidez y luego disolví la mirada en la oscuridad de la calle— Te recuerdo que soy un demonio, Makeline. Pero tampoco soy omnisciente.
—¿Entonces cómo lo sabes?
Iba a ser muy incómodo si dejaba caer la verdad, pero ya había entrado en esa conversación.
—No necesito leer tus mensajes para saber tus pensamientos. Lo escucho directamente.
Makeline detuvo el paso. Se volteó con desconfianza.
—¿Lees... mis pensamientos? —de pronto sentí en ella cierto horror recorrerla, y el estómago se le empezó a revolver.
—Sí. Si es lo que deseas llamar a eso entonces sí. Leo tus pensamientos, al menos cuando estás a menos de un metro de distancia de mí.
La rabia la golpeó de repente. Estaba enojada. Los pensamientos llegaron en avalancha a su mente sin que ella lo quisiera o pudiera impedirlo. Todo eso que había evitado admitir, todo lo que había pensado sobre mí cuando estaba frustrada y todo lo que había estado deseando, se dio cuenta de que yo podía leerlo todo en cuanto viniera a su cabeza. Pensaba en cómo yo había quebrantado su intimidad e invadido su cabeza. La confesión le traía una mezcla de emociones negativas que ni siquiera ella sabía interpretar. Pensaba en cómo su privacidad había sido violada en formas que no imaginaba posibles.
—Sí. Ya sé que ahora mismo quieres meterme en un frasco y lanzarme lejos —confesé al ver pasar esa idea por su mente.
Su cuerpo se puso más rígido y su rostro cambió nuevamente al escuchar eso. Sentía un calor a pesar del frío de la noche, y eso le estaba provocando una leve jaqueca que se le formaba en la sien, y que también yo podía sentir si lo activaba. Lo que no sabía distinguir es si era por vergüenza o por la ira.
Pero por favor, era un poco obvio, ¿no? Por supuesto que yo podía saber lo que pensaba, soy el hijo del diablo.
—Tampoco es para que te pongas así, no tienes por qué enojarte tanto —dije—. No los puedo escuchar todo el tiempo, ya te dije, es solo cuando estás cerca. Y por favor cálmate. Me estás estresando con tu revoltosa cabeza.
—¿Yo —recalcó— te estoy estresando?
—Tu cabeza y tus emociones se volvieron como una turbulencia de un momento a otro, y no estoy acostumbrado a aprehender ese tipo de agitación mental.
Y con ella alterada, lo que yo escuchaba era semejante a un anfiteatro lleno de personas, donde no puedes elegir a qué foco del campo de atención dirigirte.
—¿Y me estás culpando de eso? Yo no puedo evitar pensar, Azazel.