En un giro del destino, Susan se reencuentra con Alan, el amor de su juventud que la dejó con el corazón roto. Pero esta vez, Alan regresa con un secreto que podría cambiar todo: una confesión de amor que nunca murió.
A medida que Susan se sumerge en el pasado y enfrenta los errores del presente, se encuentra atrapada en una red de mentiras, secretos y pasiones que amenazan con destruir todo lo que ha construido.
Con la ayuda de su amigo Héctor, Susan debe navegar por un laberinto de emociones y tomar una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre: perdonar a Alan y darle una segunda oportunidad, o rechazarlo y seguir adelante sin él.
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El día en que lo perdí todo
Capítulo 7.
Susan miró a Alan con el corazón destrozado pero con una dignidad que aún resistía. Su voz, aunque temblorosa, no perdió firmeza.
—Dime, Alan, ¿de verdad planeas quedarte con ella?
Alan desvió la mirada por un momento antes de responder.
—Creo que sí. Susan, tú más que nadie sabes cuánto hice por Helen. Del 100% de mis logros, el 90% fueron para ella, incluso después de su muerte.
Susan soltó una risa amarga.
—¿Todo lo hiciste por ella? ¿Es en serio? ¡Ella te abandonó! Fingió su muerte y yo fui quien reparó tu corazón. Estuve ahí para ti. ¿Y ahora, con un chasquido, vuelves a sus pies?
Alan la miró con tristeza, pero sin arrepentimiento.
—Susan, no lo entenderías. Tú eres mi alma gemela, pero Helen... ella es el amor de mi vida. A ti puedo verte como amiga, esposa y amante, pero Helen siempre será mi amante, sin importar qué pase.
Susan sintió como si la última pieza de su corazón se quebrara en mil pedazos. Respiró hondo, tratando de mantener la compostura.
—Está bien... Mañana nos vemos en el registro para terminar este matrimonio de dos años. Dos años en los que me hiciste creer que éramos perfectos. Pero supongo que la tonta soy yo por pensar que, viva o muerta, preferirías estar conmigo.
Alan asintió, con una expresión que intentaba ser comprensiva, pero no alcanzaba a ocultar su falta de remordimiento.
—Lo siento, bella. Nunca fue mi intención hacerte perder tres años de tu vida conmigo. Pero lo sabes, lo nuestro comenzó más como un compromiso que por amor. Te tomé cariño, pero Helen siempre será mi todo.
Susan levantó la barbilla, su mirada fría y distante.
—Espero que no te arrepientas, Alan. Y por cierto, creo que merezco quedarme con la casa. Yo di el enganche y pagué más del 70% de ella.
Alan no discutió.
—Claro, definitivamente es tuya. Solo déjame sacar mis cosas.
Susan asintió con determinación.
—Será hasta mañana. Hoy no quiero verte. Saca tus cosas después de que firmemos el divorcio, y espero no volver a cruzarme contigo nunca más.
Al día siguiente
La sala del registro civil estaba fría, tanto por el clima como por la tensión. A las 17:00 horas, el matrimonio entre Alan y Susan quedó disuelto oficialmente. Con una mezcla de alivio y dolor, Susan le permitió a Alan recoger sus cosas, mientras ella se preparaba para enfrentar su nueva realidad.
Al salir del registro, su teléfono sonó.
—¿Cariño, cómo estás? —preguntó la voz cálida de su madre.
Susan no pudo evitar romper en llanto.
—Mamá, me siento mal... Me rompió el corazón. Volvió con su ex y... no sé qué hacer. Estoy cansada. Acabo de terminar mi ruta de vuelo y, para colmo, no trabajo los próximos cuatro días. ¿Cómo se supone que no piense en todo esto durante ese tiempo? Al menos le agradezco al bastardo la vasectomía y no haberme dado hijos.
La voz de su madre era tranquilizadora, como un bálsamo.
—Cariño, todo sucede por algo. Además, tus suegros me avisaron esta mañana. Traté de encontrar un vuelo para verte, pero no había ninguno. Tuve que tomar un autobús. Llegaré en una hora, y entonces nos olvidaremos de ese insecto.
Susan sonrió débilmente.
—Te amo, mamá. Creo que ahora es momento de aceptar el ascenso... pero tendría que mudarme a Francia. No quiero dejarte. Eres lo único que me queda.
—Hija, siempre te lo dije: pon tu carrera primero. Es tu momento. No te preocupes por mí; esta vieja madre puede ir a visitarte hasta el fin del mundo.
De repente, un ruido ensordecedor rompió la conversación. Crash. El sonido de un choque seguido de claxonazos invadió la línea.
—¿Mamá? ¿Mamá, estás ahí? ¡Mamá, por favor, contesta! —Susan gritaba, pero solo escuchaba un vacío aterrador.
Con el corazón en un puño, Susan tomó las llaves de su auto y condujo hacia la carretera. Media hora después, llegó al lugar del accidente. Un autobús estaba volcado, rodeado de coches destrozados y un camión incrustado contra una pared. Todo parecía un caos.
Y entonces la vio. Entre el humo y las luces intermitentes, un cuerpo inmóvil era colocado en una bolsa negra. Susan cayó de rodillas, incapaz de respirar, mientras las lágrimas corrían sin control por su rostro.
—No... mamá... —susurró.
La escena fue borrosa. Entre gritos y sirenas, el mundo parecía haber perdido todo color. En un solo día, Susan había perdido su matrimonio y a su madre.
Pocos días después, Susan llevó las cenizas de su madre a la playa. De pie frente al mar, sostuvo la urna con delicadeza, dejando que las olas besaran sus pies.
—Adiós, mamá... —susurró mientras esparcía las cenizas en el agua.
El cielo, que había estado despejado, comenzó a nublarse. Una lluvia ligera cayó mientras Susan se sentaba en la arena, dejando que las gotas se mezclaran con sus lágrimas. La marea subía, pero ella permanecía inmóvil, ignorando el mundo.
Las olas llevaban las cenizas de su madre hacia el horizonte, mientras Susan, con el corazón roto, dejó que el dolor se perdiera en el vasto y profundo mar.