Lazos En Peligro
–Es un chiste, ¿no?
Los ojos dorados de mi tío y mentor, me miran serios.
Mierda. No está bromeando.
–Sé que estoy pidiendo mucho, colega, pero ya conoces a Campanilla. Si me ve vigilando una de sus entregas –silba y sonríe a su pesar–. No quiero dormir en el sofá de mi propia casa.
Rio al pensar en mi tía. Es una chica ruda sin lugar a dudas.
Niego con la cabeza divertido. Si allá afuera supieran que el señor Reyes le teme a su esposa, no le tendrían el miedo y respeto que le tienen.
–No los entiendo, ni a ti, ni a papá y mucho menos al abuelo. Ustedes son unos hombres respetados, su sólo nombre basta para paralizar de miedo a alguien –Me rio, sin poder evitarlo–, pero basta la mención de sus mujeres y los que se paralizan de miedo son ustedes.
Mi tío golpea mi hombro. –Colega, cuando estés en nuestro lugar sabrás lo que es tener miedo –se ríe–. Además, conoces a Sam. Dame una mano, por favor. –Su rostro pierde su sonrisa–. No me gusta su nuevo trabajador. Cada día le da más confianza. –Niega con la cabeza, molesto–. Incluso ahora lo tiene a cargo de las entregas.
Tomo mi cerveza para ocultar mi sonrisa. –¿Son celos los que escucho?
Mi tío se tensa. –¿De ese pelafustán? Ja, ya quisiera –bromea, pero sé que tengo razón. Está celoso.
Algo llama mi atención de pronto. Por el rabillo de mi ojo veo a una mujer con una cascada de pelo negro con reflejos color vino tinto.
Me giro y la veo sentada, mirando su celular. Ese pelo. Ese inconfundible pelo.
La he visto ya tres veces en menos de un mes. Sé que esta ciudad es pequeña, pero no me gusta encontrármela dónde quiera que vaya.
Alza su rostro como si sintiera mi mirada en ella. Su piel morena brilla bajo la luz del sol, al igual que su cabello largo y oscuro. Sus ojos negros me miran también, y es como si estuviera tomando nota mental de mis características al igual que yo.
La observo más intensamente hasta que agacha su mirada nuevamente, y mira su celular, como si hubiese perdido el interés de pronto.
–¿Y bien? –pregunta mi tío volviéndome al ahora. Sigue mi mirada y sonríe, revelando unos hoyuelos iguales a los de mi tata–. Pobre chica, no sabe lo que le espera.
Me rio y golpeo su hombro. –No molestes, tío, mira que te conozco, si no estuvieras casado, la chica debería cuidarse de ti.
Mi tío me regala una sonrisa y se encoge de hombros. –Eso fue divertido, pero no cambiaría a mi Campanilla por ninguna mujer.
Pongo los ojos en blanco. –Lo sé, lo sé, el amor y bla bla bla.
Se ríe más fuerte esta vez. –Eres igual a mí, colega.
Doy un respingo. –Sí, pero no lo digas delante de mi mamá, se molesta.
–Ya sabes cómo es Jess, Cristóbal.
Respiro, cansado. –Y me lo dices a mí. –Niego con la cabeza entre divertido y ofuscado–. Lo haré, tío. –Levanto mi mano antes que me agradezca–. Pero si mi tía me pilla –silbo–. Por favor que mi muerte sea rápida.
Ambos reímos tan fuerte que llamamos la atención de todos a nuestro alrededor, incluida Rapunzel.
–Te debo una, colega.
Resoplo. –Una muy grande.
El celular de mi tío suena, avisándonos que Lily ya está por salir del colegio. Mi tío se termina su café en un tiempo record al igual que yo mi cerveza.
Dejo unos billetes sobre la mesa y salimos. Antes de doblar veo el rostro del mesero y sonrío. Me encanta ver esa expresión de sorpresa y alegría en las personas. Sí, a veces el dinero puede producir felicidad. Quizá no duradera, pero es felicidad al fin y al cabo.
Me siento en el asiento del copiloto, por ahora, ya que sé que la enana reclamará el sitio al lado de su papá.
Mi tío rápidamente se incorpora al tráfico y en menos de cinco minutos ya estamos afuera del colegio de mi prima.
–Ahí está mi hadita –señala mi tío antes de salir del auto a su encuentro.
Sonrío al ver a Lily correr hacia los brazos de su padre con la mochila a cuestas. Mi tío la toma en sus brazos y la hace girar como acostumbra. El pelo rojo de mi prima se mueve con ellos.
Alejo mi mirada y decido hacerme el loco, y molestar a la enana.
La puerta se abre y tengo a Lily a mi lado. –Primo, muévete –exige golpeando el piso con su pie, como todas las mujeres lo hacen.
Me giro para que vea que estoy con mis audífonos. Observo de reojo su expresión y sonrío. Pone los ojos en blanco antes de lanzar su mochila sobre mi cabeza hacia el asiento de atrás y gatear sobre mis piernas.
Cuando su rostro está en frente del mío, no puedo seguir ignorándola. Toma mi cara con sus pequeñas manos.
–Ahora –gruñe. Para ser una niña de nueve años y verse como una princesa, a veces da miedo.
Mi tío ríe. –Es igual a su madre.
Beso su naricita pecosa. –Está bien, enana. Ganaste.
La niña sonríe con suficiencia mientras yo me salgo.
Apenas estoy afuera se sienta, y le guiña un ojo a su padre.
–No tienes remedio, mi amor.
Lily ríe. –Lo sé, papi, pero me amas así.
–Sí, mi hadita, te amo así.
Sonrío al ver a mi tío con su hija. Luego pienso en mis padres y vuelvo a sonreír. Fui muy afortunado de tenerlos en mi vida. Después de haber perdido a mi papá César, sufrí mucho. Pensé que nunca más volvería a sentir ese amor que existe entre los padres y su hijo, por suerte, me equivoqué.
Mis papás llegaron a mi vida y a la de mi hermano, y aunque sé que no somos en realidad sus hijos, más bien somos los primos de mi papá, ellos nos hicieron sentir sus niños desde el primer día, sobre todo con mi mamá, fue amor a primera vista. Luego llegaron los mellizos, y debo admitir que tuve miedo un tiempo, llegué a pensar que cuando tuvieran sus propios hijos notaríamos una diferencia de ellos y del resto de la familia, pero no fue así. Ya llevamos más de dieciocho años como una familia y nunca me he sentido menos o más amado que mis hermanos.
Soy muy afortunado de tener la familia que tengo.
Doy un respingo al recordar a los niños del albergue de mi tata, que todos ayudamos, ellos no tuvieron la misma suerte que mi hermano y yo tuvimos.
Cierro los ojos y recuerdo el dolor del día que mi papá César murió. Nunca podré olvidarlo, aunque quisiera. Primero sufrimos con Claudio el abandono de nuestra madre, y luego papá murió, y a pesar de que todo salió bien para nosotros, ese dolor me cambió para siempre. Mató algo dentro de mí, algo que nunca podré recuperar.
Es una suerte que Claudio no recuerde nada de eso.
Veo a Lily conversando con su papá, contándole de su día y cantándole la última canción que aprendió en clases y también veo a mi tío escuchando atentamente a su hija y observándola, cada vez que se detiene en un semáforo, con amor, y entiendo que lo peor que puedes hacer en tu vida es lastimar a un niño.
Yo no cometeré ese error. No lastimaré a alguien como lo hicieron conmigo.
El auto se detiene frente a mi departamento, que era antes de mi tío. Se lo compré hace unos años.
–Adiós, tío. Adiós, enana.
Lily sonríe. –Adiós, perdedor –molesta.
Revuelvo su pelo rojo antes de salir. –Veremos quién gana a la próxima, enana.
–Mañana organizamos todo –dice mi tío y yo le guiño un ojo.
Entro al edificio, saludo al conserje y subo las escaleras, perdido en mis pensamientos.
Mis sombríos pensamientos.
–Cristóbal. –Me giro para ver a Lucía–. Estaba esperando por ti.
Sonrío y recorro su cuerpo envuelto en una corta bata que apenas la cubre.
–¿Así que me estabas esperando?
Hace un mohín, mira hacia todos lados y deja caer la bata al suelo, enseñando su cuerpo perfecto.
Me acerco a ella con paso pausado, vagando mis ojos por la perfección de su cuerpo.
–No soy de repetirme, lo sabes.
Enreda sus dedos en mi pelo y tira. –Una vez más, ¿qué daño puede hacer?
Enredo mis dedos en sus rizos castaños, mientras que salta y enreda sus largas piernas en mi cadera. –Ya que será la última vez –bajo mi voz y le hablo en su oído–. Lo haremos en todas las superficies de tu apartamento.
Su respiración se entrecorta y gime despacio.
Entro con ella y cierro la puerta. La apoyo en la pared adyacente, bajo mi pantalón y me enfundo rápidamente en un condón.
Me entierro en ella en un movimiento.
Lucía grita y echa su cabeza atrás, a la vez que tira de mi cabello, exigiendo.
–Superficie número uno –declaro antes de perderme en ella.
*****
Abro la puerta de mi departamento, cansado, debido a la actividad de las horas recientes.
Escucho un pie sonar golpeando el piso, y ahogo un gruñido.
–Esa llave se las di para emergencias, Mila.
Resopla viéndose molesta y no puedo evitar sonreír, se ve igual a mamá.
–Esto es una emergencia, ¿dónde demonios estabas? Mi tío me dijo que se separaron hace casi tres horas.
Saco mi chaqueta y la dejo colgada detrás de la puerta de la bodega a mi derecha. –Estaba trabajando.
Se ríe y apunta a mi cuello. –¿Tú crees que soy idiota, o qué? A menos que ahora se dediquen a asistir a traficantes de lápiz labial, pero sinceramente lo dudo.
Paciencia.
Me siento en mi sofá, saco mis zapatos, y afirmo mis pies en la mesa de centro.
–En serio, los amo, pero me mudé para tener privacidad. Le di a cada uno de ustedes una copia para emergencias, pero la usan para todo menos eso –resoplo al pensar en mis hermanos–. Si hasta vienen con sus…
–¡¿Vienen con quién?! –pregunta furiosa Mila.
Levanto mis manos, en señal de rendición. –¿Compañeros?
Resopla enojada y se deja caer a mi lado. –Esto es tan injusto. Mis hermanos se dan la gran vida con sus chicas, y yo tengo a papá sobre mis hombros.
–Mila, eres una niña.
Se gira y me apunta. –No lo soy, tengo dieciocho años. Soy una adulta y ustedes tienen que entenderlo.
Paso mi brazo sobre sus hombros y la acerco a mi pecho. –Ya sabes cómo es papá, nana.
–Es un dolor en mi trasero. –Me abraza y suspira. Me tenso. La conozco sé que me pedirá algo que provocará la furia de papá–. Necesito un favor.
–Aquí vamos de nuevo… Dispara.
Me mira con sus ojos verdes y ya estoy perdido. Sé que le daré lo que me pida, sin importar qué.
–Necesito que me ayudes a convencer a papá de que me deje acompañar a Migue a recibir la certificación de su título.
Sé que su petición suena demasiado fácil para ser cierto. Mila siempre está asociada a grandes dramas.
–Hay más. Dispara.
Retuerce sus dedos, nerviosa. –Es en Santiago.
Respiro profundamente. –No creo que papá te deje hacer un viaje tan lejos en un día.
Se sonroja y mira hacia sus manos. –Ese es el punto… Supone quedarme el fin de semana en Santiago… con Migue.
–¡¿Qué?! –pregunto poniéndome de pie de inmediato–. ¿Estás loca? Papá nunca accederá a semejante cosa, y yo tampoco –advierto.
–Nano lo hace. Sale de viaje con Mónica.
–Te recuerdo que Claudio tiene veinticuatro años y ya terminó su carrera. Además, está trabajando hace seis meses.
Pone ese gesto terco, tan característico de la familia. –Guillermo también.
–No lo hace –empiezo, pero me corta levantando su mano.
–No mientas por él. Además, mi hermano me cuenta todo. Sus últimos viajes con sus amigos –dice levantando sus manos y haciendo unas comillas en el aire–, en realidad fueron con Sofía, y lo sabes.
Mierda.
–Mila –empiezo con cuidado–. Es diferente.
Me vuelve a apuntar con su dedo. –No me vengas con esas mierdas sexistas, Cristóbal, por favor. Suficiente tengo con papá.
Paso mi mano por mi cabello, nervioso. Cada vez que converso con Mila, siento que voy caminando por un lugar lleno de minas antipersonales ocultas, y que pueden estallar en cualquier momento.
–Cariño, Migue es un buen chico, pero es un hombre, y los hombres…
–Te detengo ahora mismo, hermano. Si tu miedo es que tenga sexo con Migue, te informo que ya lo hicimos.
Siento un pitido en mis oídos. Fuerte. Es parecido a cuando estás cerca de una explosión y queda ese molesto pitido, y luego, un vacío ensordecedor.
–¿Hermano?
Siento su mano en mi cara y salto.
La tomo por sus hombros y la obligo a mirarme. –¿Migue te presionó?, ¿te forzó?
Resopla. –¿Estás chiflado?
–Mila. –Uso su nombre como una advertencia–. ¿Te lastimó?
Una sonrisa y una expresión soñadora rompen su cara y me relajo un poco.
Niega con su cabeza y se sonroja. –No –susurra, perdiendo su fuerza habitual–. Nunca he sido más feliz antes, debes creerme.
La suelto y paso mis manos por mi cabello. –¿Te presionó?
Resopla. –Yo lo presioné. Lo tuve que amenazar, ¿lo puedes creer? Migue no me lo dijo, pero estoy casi segura que papá lo amenazó.
Sonrío. –Sí, puede que yo también haya hablado con él –me disculpo.
Mi hermanita resopla y golpea mi frente con sus dedos, entre divertida y molesta.
–Ayúdame, por favor.
Me siento nuevamente y Mila lo hace también. –¿Lo sabe papá?
Mi hermana se ríe. –Migue está vivo, es obvio que papá no lo sabe.
–¿Mamá?
Asiente. –Es un secreto. Hablé con ella… ya sabes, necesitaba ayuda y consejos. Es la única que me entiende.
Silbo. Si papá se entera de esto, se va armar una grande. –¿Hace cuánto pasó?
–Fue mi regalo de cumpleaños. –Se sonroja nuevamente.
Acaricio su cabello. –¿Estás feliz?
Asiente. –Mucho.
La abrazo, sin querer soltarla, sin querer creer que mi hermanita ya es una mujer hecha y derecha. Para mí siempre será la bebé y la luz de la casa.
Me alejo, luego de un buen rato. –Respecto a papá, lo siento, Mila, pero, aunque hable con él, creo que ya sabes la respuesta que te dará.
–Puedo ser muy convincente con papá.
Sonrío al recordar todas las veces que mi hermanita ha manipulado a papá a su antojo. –Lo sé, pero nunca has podido ganar en lo referente a Migue.
Pone ese gesto terco. –Entonces, no le diré. Le pediré ayuda a mamá. –Me apunta–. Por favor, no arruines esto.
La miro atentamente. –Estás siendo sincera, ¿verdad? ¿Hablarás con mamá?
Levanta su mano, pareciendo un soldado. –Lo juro, nano.
Acaricio su cabello y luego su mejilla. –Mi pequeña revoltosa. –Desordeno su cabello–. Ahora, vete de aquí. Quiero descansar.
Se ríe. Toma su bolso y camina a la puerta. –Sí, se ve que trabajaste mucho –dice guiñándome un ojo antes de salir.
¡Cría entrometida!
Cuando por fin me acuesto, pienso en esa extraña chica.
–¿Quién eres, Rapunzel?, ¿quién demonios eres?
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Comments
Tere Roque 🇨🇺
WAOOOOOOO jajajaja 🤣 sííííííííííí, te cogió """éso k anda""" y del amor 💘 😏 😉 😅 😂 💘 ya no saldrás nunca más ➕️ 😉 😜 😁 😅 😌 ➕️
2024-08-07
1
Tere Roque 🇨🇺
🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🥰🤣🤣😁😁😁😁😁😁😅😅😅😅😅🤷🏼♀️🤦🏼♀️🤦🏼♀️🤷🏼♀️ jajajaja 🤣 lo dejaste loco y mudo jajajaja 🤣 😂 🙈 🙊 😜 😅 🤣 😂 hayyyyyyyyyy Mila, empieza tú odisea jajajaja 🤣 ♥️ 💕 ❤️ 💜 💖 🤣
2024-08-07
1
Marinochka
Pensé lo mismo. Usaron las mismas palabras.
2024-05-08
1