Fer

Termino de guardar mis cosas en las cajas que conseguí en el negocio de la esquina y suspiro. Ya está todo listo. Fue una suerte que mis papás se quedarán con Pelusón, para no traerlo de vuelta a Chillán, sólo para volver una vez más a Santiago.

Miro el celular y hago una mueca. No fue fácil decirle a mi ex jefe que renunciaba, me dijo de todo, fue tan agresivo verbalmente que agradecí no haber tenido esta conversación cara a cara. Nunca conocí al tipo.

Obviamente tengo que devolverle hasta el último peso, por suerte aun me quedaba dinero de la venta de mi auto, y vendí algunas cosas que no necesito en Santiago, sin embargo, sólo pude devolverle un treinta por ciento del total, pero le prometí que tendría el resto a fin de mes.

Y lo haré, así tenga que vender mi alma al diablo.

Miro todo empacado y tomo mi celular, debo llamar a un Uber, para que me deje en el terminal. No he comprado pasaje aún, pero descubrí que salen cada media hora a Santiago.

Escucho el timbre, y mi corazón salta. La única persona que vendría a verme a aquí es Woody. Y como la estúpida que soy, corro a la puerta, pero al ver quien está al otro lado, mi sonrisa cae.

–¿Qué demonios haces aquí? –pregunto sin abrir la puerta del todo. No quiero a este tipo aquí.

–¿Cómo que qué hago aquí? Vine por ti, mi amor.

Resoplo. –¿Estás chiflado o algo?, ¿cómo demonios averiguaste mi dirección?

Jaime sonríe, y pone esa cara de suficiencia que odio. –Te seguí, muñeca. Me enteré que estabas dónde tus padres, así que te seguí al terminal, y luego seguí el bus. No fue difícil en verdad.

Elevo mi mirada al techo, buscando ayuda divina o algo. –Así que es cierto. ¡Estás completamente loco! ¿A qué clase de persona se le ocurre hacer eso?

Abre la puerta de un empujón y me abraza. –A un hombre enamorado, muñeca. Te he extrañado lo indecible, cariño. Lo siento, ¿sí?

–Así que lo sientes, vaya, es todo lo que necesitaba escuchar de ti.

–¿De verdad?

Resoplo y lo empujo. –¡Claro que no! Nosotros terminamos, Jaime, se acabó. Entre antes lo entiendas mejor. No seas uno de esos idiotas obsesivos porque sabes que irá mal –digo levantando mi puño.

–Muñeca…

–No soy nada tuyo, ¿sí? Ya no te quiero. –Jadea con mis palabras–. Y sé que tú tampoco me quieres, quizá nunca lo hiciste, o por lo menos no me quisiste como yo lo necesitaba.

Me toma con fuerza de mis brazos y me mira, sus ojos celestes rogándome por otra oportunidad.

–Te amo, Fer –susurra, mirando mis labios y luego a mis ojos–. Te mentiría si te dijera que siempre lo he hecho, pero ahora lo hago. Cuando te fuiste sin decirme dónde, me di cuenta de lo mucho que te necesito, pero sobre todo, de lo mucho que te amo. Créeme, mi amor, por favor.

–Lo siento, pero no te creo.

Me toma más fuerte. –¡Créeme! –levanta la voz, sobresaltándome.

–Creo que la dama ya dijo que no.

Levanto la mirada y veo a Cristóbal en mi puerta, mirando a Jaime de una forma que hace que mi estómago duela.

–Cristóbal.

Sus ojos verdes me miran y todo mi cuerpo canta y se agita.

Traidor.

–¿Quién es este imbécil, Fer? –pregunta Jaime, sacudiéndome–. Dímelo.

Guerrero se acerca a Jaime y toma su brazo. Por el quejido de éste, sé que lo debe estar presionando con fuerza. –Suéltala ahora mismo si no quieres perder el brazo –le sisea de forma amenazante.

Jaime me suelta y yo acaricio mis brazos. –Vete, Jaime.

Niega con la cabeza. –¿Te revolcaste con este idiota? –Su rostro cambia, como si estuviera dolido de verdad–. ¡Dímelo! –grita–. ¿Te acostaste con él?

Empiezo a negar con mi cabeza, pero Cristóbal me detiene. –Lo que haya pasado entre Fer y yo, es nuestro problema. Ahora desaparece –masculla y lo mira intensamente.

Lo que Jaime ve en los ojos de Guerrero lo hace salir corriendo de la casa.

–Vas a tener que enseñarme como hacer eso –bromeo, tratando de calmar mi corazón que no deja de tronar en mi pecho.

Se acerca a mi lado y toma mis brazos con delicadeza. –¿Te lastimó?

Niego con la cabeza. –No, además, peores apretones me han dado –respondo bromeando, pero su cara cae.

–Lo siento, Fer. Ese día me sacaste de mis casillas.

–Lo sé –susurro y acaricio su mejilla–. Gracias por lo de Jaime.

Asiente y luego repara en las cajas que tengo en el suelo. ¬–¿Te vas? –pregunta incrédulo.

–Sí, me rindo, amigo, eres más rápido que yo. Renuncié ayer, así que ya no debes preocuparte porque te siga a todos lados.

Acuna mi rostro. –No puedes irte, Fer. No lo hagas –pide y de nuevo puedo ver esa vulnerabilidad en sus ojos que me hace querer acercarme y combatir sus demonios, pero no. Ya lo decidí, es mejor dejar todo de este tamaño.

–Lo siento, Woody, pero tengo trabajo que hacer –devuelvo tratando de sonar ligera, pero hasta yo puedo escuchar la tristeza y el dolor en mi voz.

Enreda su mano en mi cabello y me besa. Suspiro en su boca y le doy todo lo que tengo en el beso. Quiero que me recuerde, y aunque sólo me recuerde como la chica loca que lo vigilaba, espero que también recuerde mi sabor. Que recuerde mi amor por él.

Ambos jadeamos y nos miramos a los ojos. Sus ojos están oscuros, prometiéndome un océano de placer si me sumerjo en ellos, pero no.

–Podría hacerte cambiar de opinión si me lo propusiera –susurra en mis labios. Su aliento acaricia mi boca magullada por sus intensos besos.

–Lo sé, pero no quiero que lo hagas. –Acaricio su mejilla y lo beso despacio una vez más antes de separarme–. Es lo mejor, lo sabes.

–Pero…

–Por favor –lo corto–. Por favor.

Me suelta y maldice. –Esto es una estupidez, nos deseamos. Sabes que estaríamos bien en la cama, tenemos una buena química. ¿Por qué negarnos esto?

Fuerzo una sonrisa para que no vea el daño que me provocan sus palabras, para que no vea lo mucho que lo quiero.

–Porque no es suficiente, Woody. Ya déjalo así. –Le tiendo mi mano y se la sacudo–. Fue un gusto conocerte.

Sus ojos verdes me lanzan dagas. –Eso lo veremos –dice antes de salir, dejándome aturdida y con el corazón roto.

Me obligo a llamar a un Uber, luego podré llorar en el camino. Son cinco horas a Santiago, tendré tiempo para botar esto que siento.

Y luego tendré todo el tiempo del mundo para olvidarlo. Estaré bien sin él. Lo olvidaré. Tengo que.

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