Beatriz

La luz en la ventana me invita a jugar con ella, tentándome y prometiéndome un día de diversión. Me siento como puedo en mi cama, ignorando lo mal que me hace sentir el esfuerzo por incorporarme.

¡El día está muy hermoso para quedarme aquí!

Con todas mis fuerzas retiro la colcha que tejió mi mami y saco mis piernas de la cama.

–Ah –suspiro al sentir la madera en mis pies.

Tantos días desde la última vez que me baje de la cama.

Disfruto unos minutos la vista que me ofrece la ventana hacia la ciudad de Concepción. Veo los edificios y más allá las gaviotas sobrevuelan un cerro. Aunque no lo vea, sé que después del cerro está el mar.

Extraño ver el mar, sentir su salinidad, la humedad, el agua fría en mis pies y el calor de la arena en mi espalda.

Es una de las tantas cosas que extraño.

Pero sin duda lo que más extraño es a mi papá. Sé que han pasado dos años desde que murió, pero cada día es peor que el anterior, sobre todo el último año, que he necesitado su fuerza y su vitalidad.

Con una sonrisa de mi papi tenía asegurado un buen día.

Escucho a mi mami conversando con alguien en la sala. La curiosidad me hace ignorar el dolor y me pongo de pie. Tambaleándome, y afirmándome de la cama, camino hacia la puerta.

Es un camino largo, nuestro departamento es muy lindo y amplio. Papi y mami formaron hace años, dos años después de que naciera, una empresa que repara equipos médicos. A la empresa le va muy bien, pero hay cosas que el dinero no puede comprar.

Eso lo sé bien.

Mamá, cuando conoció a papá, volvió a estudiar y se graduó como tecnóloga médica, al igual que él. Mi mami no habla mucho de su vida antes de papá, pero por lo que escuché estuvo con un hombre muy malo que la hizo sufrir mucho y le prohibía de todo, hasta estudiar.

Por suerte conoció a papá y volvió a ser feliz. Ella se merece eso y más.

Con una sonrisa abro la puerta sintiéndome invencible por haber caminado todo el tramo sin caerme, sin embargo, al mirar hacia la sala, mi sonrisa desaparece.

Mi mamá se encuentra sentada en la silla del comedor, viendo lo que parece ser una carta sin abrir, llorando desconsoladamente. El dolor en mi corazón me quita todo el malestar corporal y camino a su lado.

–Tranquila, mamita. No llores.

–¡Betty! –El rostro de sorpresa de mi mamá es desconcertante. Se pone de pie y me abraza, sosteniéndome contra su cuerpo como si temiera que me desplomara en cualquier segundo–. Cielo, no debes salir de la cama.

La abrazo más fuerte. –Quería estirar las piernas, mami. No me gusta estar todo el día en cama.

Mi mama me sienta en la silla que ella estaba ocupando y acaricia mi mejilla con cariño. Uno tan grande que no puedo hacer otra cosa que sonreír.

–Lo sé, mi niña hermosa, pero debes hacerle caso al médico.

–¿Qué sentido tiene? –pregunto en un susurro.

Mi mamá acuna mi rostro en sus cálidas manos y me mira con un brillo de ferocidad en su mirada. –¡Tiene todo el sentido del mundo! No dejaré que te rindas, cariño. Tú eres mi mundo entero, no voy a perderte como perdí a tu papá.

–Oh, mami, no llores…

–Lloro porque te amo y no quiero que pierdas la esperanza, cielo, ¿sí?

Asiento. –Te lo prometo, mami.

Sonríe. –Esa es mi niña valiente. Eres igual a tu papá, cielo. Hermosa y valiente.

Sonrío. –Mamá, ¿por qué llorabas?

Mi mami hace una mueca y puedo ver, por un segundo, un mundo de dolor y culpa en sus ojos, pero luego pestañea y esos sentimientos se van.

–No te preocupes por nada, mi amor. Ven, vamos a la cama, luego te llevaré el desayuno.

Asiento y me levanto. Al hacerlo, leo un nombre en el sobre cerrado.

Cristóbal Guerrero Henríquez.

Quisiera preguntarle a mamá más, pero al llegar a mi dormitorio estoy tan cansada que luego de desayunar duermo por el resto del día.

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