Vol 2: La Tristeza de una Flor

El animo en la ciudad portuaria estaban por los suelos.

Los habitantes estaban escondidos en el único lugar que para ellos era seguro, sus propios hogares, para ellos una cosa era segura, si salían, no volverían, y si lo hacían, era muertos.

Al igual que la mayoría de las ciudades del Imperio, la decadencia del mismo se reflejaba en su infraestructura.

Las casas y calles eran de todo menos algo de lo que una persona se enorgullecería, pero eso a quienes las estaban transitando y mirando atentamente no les importaba en lo más mínimo.

Para los soldados, a diferencia del resto de población, ellos sentían que eran los que en verdad estaban en peligro.

Sin importar que camino tomaran, todos iban para la misma dirección, el puerto.

Un puerto en el que incluso a lo lejos, se podía ver lo que para ese momento podría definirse como una, sino es qué la mayor, flota de barcos que se haya construido.

Nadie entre la población y los soldados sabía porque el Imperio había reunido una flota que podría destruir un país completo, pero si sabían que muchos de ellos se irían en un viaje del cual puede que no vuelvan.

Entre ellos, los espías de los otros Reinos ya se hacían una idea de a donde se dirigían, pero lo que más les llamaba la atención era un barco totalmente diferente del resto.

Los largos cañones que sobresalían de su cubierta y su construcción enteramente de metal dejaban dudosos de su utilidad no solo a los espías, sino también a los propios marineros que navegarían junto a aquel barco.

Todos estaban esperando ver, como se movería un barco de metal, algo que ni siquiera el anterior imperio Humano pudo lograr.

“¡Pongan atención, pedazos de mierda!”

Todos pudieron escuchar el grito de un hombre en la cubierta de aquel barco de metal, vestido con uniforme blanco. A su lado, una mujer de cabello rojo y ojos azules, con una camisa café que le llegaba hasta el ombligo, unos shorts del mismo color y unos zapatos que combinaban con el resto de su ropa.

“¡Ahora mismo, va a hablar Altair Lefevre, hija de la gobernante de la cuarta ciudad, Carmilla Lefevre!”

Todos voltearon a mirar a Altair que encima de su hombro sostenía algo que nadie había visto antes, una barra de metal con dos huecos cubiertos por madera.

Pero el asombro estaba dirigido al hecho de que quien parecía iba a comandar tan enorme flota, era nada más y nada menos, que la hija de la persona más fuerte del Imperio, pero a la vez preocupante, ya que la gran mayoría sabía que la familia de Carmilla nunca tuvieron experiencia comandando navíos y menos en una flota tan gigante.

Las mejillas de Altair se ruborizaron y sus ojos brillaban al ver el número de personas que escucharían sus palabras.

“¿Qué sucede? Comandante”

“Capitán, ¿En serio tengo que dar unas palabras?”

La vergüenza se filtraba en su expresión.

“Lastimosamente sí, o sino las tropas comenzaran a dudar de su liderazgo y de la capacidad de su madre como gobernante”

Las palabras del capitán le cayeron como un balde con agua fría.

“Es que... no se que decir”

“Diga cualquier cosa, solo evite hablar del barco”

“Bien”

Al entender que no solo su honor, sino que el nombre de su madre sería manchado por lo que hiciera o dejara de hacer, aún con las mejillas ruborizadas, dio un paso al frente.

“Como... saben...”

Guardo el silencio por un momento para pensar en que iba a decir.

Aunque para Altair y el capitán pareciera que su autoridad estaba en juego, para los soldados era algo diferente.

Si bien les preocupaba que la hija de Carmilla, que no tenía experiencia marítima los comandara, era al mismo tiempo algo que de cierta forma les aumentaba la moral. Que alguien cercano al rey fuese a comandarlos y además de eso, que sea la hija de la mujer más fuerte del Imperio, era algo que inevitablemente les aumentaba la moral.

Altair dio un pequeño suspiro para tranquilizar sus nervios.

“¡Como muchos de ustedes saben, no cuento con experiencia comandando unidades marítimas y menos aún a una flota tan gigante! ¡Estamos hablando de que estamos ante la que podría ser la flota más grande jamás vista! ¡Por eso, espero contar con la ayuda del famoso capitán Oscar, para que este viaje sea un gran orgullo para nuestro Imperio!”

Con las mejillas ruborizadas, dio media vuelta y comenzó a caminar lentamente al interior del barco bajo los aplausos de quienes escucharon su discurso.

“¡Escuchen, nuestro objetivo es el continente Demoníaco, hace pocos días el Imperio y el Gremio entraron en guerra, por lo que nuestra misión, es conquistar el Continente Demoníaco! ¡En nuestro camino, nos aprovisionaremos en los territorios de la Reina de Hielo!”

Se detuvo momentáneamente al escuchar el plan de acción que llevarían, para cuando el capitán terminara, continuar caminando.

“Si ya escucharon vayan a sus lugares...”

Al fondo pudo escuchar las ordenes del capitán.

La alegría que había mostrado anteriormente se desvanecía lentamente. La prisa en sus pisadas era notable, el sonido de sus pasos retumbaba por toda la estructura.

Su mirada solo mostraba seriedad.

Empujó con ira una puerta de hierro frente a ella.

Puso su arma sobre una cama de hierro que estaba en la habitación y se sentó frente a un escritorio que daba a una pequeña ventana circular.

(¿Por qué tengo que hacer esto yo?)

Recostó su cabeza contra el escritorio y se perdió en sus pensamientos.

(¿Por qué el rey me dio esta tarea? Si mi padre estuviera aquí todo sería diferente)

“Yo no quería esto”

“Ninguno de nosotros lo quería, pero aquí estamos”

No pudo terminar de divagar cuando tras ella el capitán le había respondido.

No estaba impresionada, pero, tampoco mostraba animo alguno.

“Se que es difícil Comandante. Esta es una guerra que inicio la heroína y es a nosotros quien nos toca arriesgar el pellejo, pero también tiene que ser consciente de que estamos hablando del Rey y de su propia madre.”

“¿Cual es tu punto?”

“Comandante, no importa que tanto nos neguemos, es imposible que ganemos contra el rey, y menos aún si su madre le juró lealtad. Más bien dígame, ¿que es eso?”

El capitán señalo con sus dedos el arma sobre la cama de Altair con total incredulidad por su diseño.

“Es un regalo que me dio el rey, dijo que es un arma que usan en el otro mundo en el que estuvo, es una escopeta de doble cañón”

Sin preguntar, la cogió de la cama y desde el mango, comenzó a mirar detalladamente el arma, incluso por los orificios del cañón.

“¿Y como funciona?”

Presiono el gatillo mientras aún estaba mirando los orificios de los cañones, pero del arma no salio nada.

“Eso prefiero guardármelo”

“Entiendo”

El capitán volvió a colocar el arma en la cama de Altair.

(Que bueno que estaba descargada)

Por dentro, se sintió aliviada de que nada malo pasó.

“Por cierto, venía a decirle Comandante, que en pocas horas vamos a partir del puerto... Ah, y que si le gustaría comer, puede ir al comedor o ¿preferiría que se la trajeran aquí?”

“Gracias por informarme, y no gracias, yo misma voy al comedor”

“Entiendo, si me permite me retiro”

“...”

Bajo un profundo silencio, Altair vio como el capitán salía de su habitación para comenzar a caminar por el extenso pasillo del barco.

Carmilla...

El día era soleado en la capital del Imperio de Reyjavik. La única ciudad que todavía no perdía su nombre, Moreau.

Pero aunque el sol transmitiera alegría a los ciudadanos de la capital, las cosas eran diferentes a las otras ciudades, no solo porque sabían las condiciones del resto del Imperio, sino que también la población dejo de llamar a la ciudad por su nombre.

Por miedo  a ser sometidos a las condiciones del resto del Imperio, prefirieron hacerse los ciegos.

Incluso con uno de los sucesos más importantes que está ocurriendo en la única catedral funcional del Imperio y que esta ubicada en la capital, todos prefirieron hacerse los ciegos.

Todos en la capital lo saben, pero pocos fuera de ella lo hacen. Sobre la muerte del segundo hombre más fuerte del Imperio, Viktor, y que Carmilla estaba realizando su velorio.

En las afueras, la catedral lucia imponente, como si se tratara del palacio de los antiguos reyes.

Sus torres que apuntaban al cielo con un estilo victoriano atemorizaban a aquellos que incluso sabían las condiciones reales de la estructura.

Pero si alguien se acercara a detallar la catedral, notaría las carencias de la misma, una imagen imponente que por falta de mantenimiento, le quedaban pocos años de vida.

Quienes estaban dentro de ella eran los que difícilmente aún podían ser catalogados como nobles de la capital. Nobles que no perdieron sus títulos por simple capricho del rey.

Sin contar a Carmilla, solo habían 4 o 5 sillas largas ocupadas.

Siendo muy pocos los que en verdad conocían la personalidad tranquila, pero extremadamente diligente de Viktor.

Frente a todos, se extendía un ataúd medio abierto, donde solo podía verse el rostro de Viktor.

Las lagrimas de Carmilla caían sobre la frente de Viktor como si fuera lluvia.

No le importaba que los demás la vieran con su maquillaje destruido y en una condición que se catalogaría vergonzosa para aquellos que ostentan el cargo de generales del Imperio.

No había nada ni nadie en ese momento que pareciera comprender el dolor que estaba sintiendo Carmilla.

Su llanto desgarrador y lagrimas como la lluvia parecían no tener fin.

Pero por más dolor que sintiera, en algún momento todo debía acabar. Su llanto y lagrimas desaparecieron como si nunca hubiera estado allí en un comienzo.

Las pocas personas que asistieron al funeral se levantaron de sus sillas e hicieron una reverencia.

Aquel hombre ostentaba uno de los rangos más altos, su cabello negro corto puntiagudo, sus ojos azules acompañados de una expresión llena de ira, con unas prendas sencillas pero que al detallar el material se sabría que es de la más alta calidad, estaba acompañado de dos soldados.

“¿Que pasó Leonid?”

Sin haberse volteado siquiera, y aún con el llanto entre sus palabras, Carmillo habló con tan poco respeto que hizo llenar de inseguridades a los asistentes.

Pero esas inseguridades desaparecieron en el instante en que vieron lo que Leonid, el consejo del rey, traía entre sus manos.

“Su Majestad me envió a entregarte esto”

Leonid se detuvo pocos metros tras Carmilla, que se volteó para ver que era.

La sorpresa que invadió sus ojos fue doble.

Leonid, entre sus manos, cargaba lo que parecía un palo envuelto por una tela roja.

Los pocos nobles que quedaban en la ciudad comprendían el valor del trozo de tela color rojo, pero no sabían que era o que significaba lo que había dentro de ella.

“Eso...”

Carmilla del asombro se acercó lentamente a Leonid, e incapaz de mantenerse de pie, se arrodillo frente a él.

“Levantate Carmilla, tú solo debes arrodillarte ante el hombre que amas y que te gobierna, no ante mí”

“Pero... Aunque no sea su majestad, posees un rango mayor que yo”

“Carmilla, tu solo debes arrodillarte ante el hombre que le juraste lealtad, no a mí, yo no soy El Rey”

Todos ignoraban el hecho de que el maquillaje de Carmilla se había destrozado y que su rostro estaba lleno de diferentes colores.

Siguiendo la orden de Leonid, Carmilla se levanto del suelo y limpio sus lagrimas.

“Date la vuelta”

Le dio la espalda a Leonid.

De sus ojos las lágrimas volvieron a escapar.

“El Rey ha ido acabando con estas tradiciones, pero, yo, Leonid, consejero del Rey, bajo su orden, doy inicio a esta corta pero importante ceremonia”

De un momento a otro, el lugar quedó en un absoluto silencio.

Leonid sacó el objeto desconocido y les paso el trozo de tela a los soldados que se repartieron punta y punta para abrirlo y mostrar lo que en el estaba dibujado, dos grandes alas, una de color blanco y otra negra, y entre ellas, dos espadas atravesándola.

“Por reconocimiento del rey, como legítima heredera del legado de Viktor Lefevre, y como voluntad de este mismo, Carmilla Lefevre, actual gobernante de la Cuarta Ciudad, es ascendida al rango de Comandante Suprema del Imperio De Reyjavik”

En el momento en que Leonid terminó su discurso, ambos soldados colocaron la bandera del escudo de armas del Imperio sobre los hombros de Carmilla con pequeños broches de oro para que no se cayera al suelo.

“Eso significa, que como Comandante Suprema, tendrás control total, sobre los soldados del Imperio de Reyjavik y también de sus generales, exceptuando a la Heroína y su unidad, y solo podrás recibir ordenes de mi y del Rey”

Mientras el Consejo del Rey continuaba con su discurso, las lagrimas de Carmilla volvían a caer como si fuera lluvia.

Poco a poco se filtraba su llanto, y aunque su vestido lo disimulara, para todos era notable que quería tirarse al suelo y llorar.

“Cuando regrese al Castillo, avisare a los demás generales sobre tu ascenso. Ahora, además, como Comandante Suprema, deberás proteger el símbolo en tu espalda, no por honor al rey, sino por honor a Viktor”

El silencio que reinaba en el aire fue opacado por el llanto incesante de Carmilla.

Sus piernas estaban temblando como si estuviera ocurriendo un terremoto.

“Date la vuelta”

Se giro siguiendo la orden de Leonid y con su rostro vuelto nada por las lágrimas que no se detenían, lo miró fijamente.

“Esto es un regalo del Rey, él quería entregártelo cuando Viktor estuviera presente pero...”

Carmilla volvió a limpiarse las lagrimas y se tragó las ganas de continuar llorando.

“Eso es...”

Miró fijamente la forma del objeto que sostenía Leonid.

“Es como el arma que me mostró el Rey que usaba en el otro mundo”

“Exactamente, es una Derya MK10, es parecida al arma que usaba el Rey. Cuando te sientas mejor, ve al Castillo para aprender a manejarla”

“Bien”

Leonid extendió los brazos y cuidadosamente Carmilla cogió el arma.

Como si se tratara de un tesoro, lo apretó contra su cuerpo.

Sin una palabras, Leonid se dio media vuelta junto a los soldados que los acompañaron, y comenzó a irse del lugar.

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🐼Nella🐼

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2021-07-01

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