(Vol. 1) Capítulo 9: Ciudad Decadente.

“¿Acaso todas las ciudades en este lugar son así de asquerosas?”

Bajo la mirada de cierto enojo, no le importó que todos los que pasaban por allí la escucharan, le daba completamente igual.

Tampoco las miradas de enojo ante ese comentario de aquellos que escondían sus espadas que acababan de robar en el combate en la mazmorra.

“Es solo que has visto las ciudades decadentes”

“Eso no cambia en nada que esta ciudad se vea peor que pisar mierda descalzo”

No le importaban las miradas que le dirigían, ni a ella, ni a Amelia o a Elena, que mantenían un silencio incomodo ante las palabras de Laure.

“Elena, vamos, abre ya los ojos. Ya todo acabó”

Aún tenía los ojos cerrados intentando escapar de su realidad, incluso, se negó aun cuando Amelia intentaba reconfortarla.

“Elena, ya acabó todo, no tienes por qué mantenerlos cerrados”

“...”

Lentamente, temblando, con el nerviosismo de saber si era verdad o una vaga mentira para simplemente darles falsas ilusiones, abrió los ojos. Frente a ella, solo encontró la imagen de una ciudad en iguales o tal vez, peores condiciones que de donde vino.

A Laure, con su camisa bañada en sangre y, tras ella, una estatua de una mujer sin cabeza.

Sus ojos bañados en lágrimas se encontraron con los inertes ojos de Laure que, la miraban y a la vez la ignoraban; unos fríos ojos que la ignoraban y a la vez se compadecían; que rechazaban, pero irónicamente aceptaban; unos ojos que la negaban pero que al mismo tiempo la compadecían; unos ojos que no la miraban como persona, sino como una inversión a largo plazo.

Pero, no podía dejar de perderse en sus ojos, los mismos que la hipnotizaban. Aún con su actitud, con su forma de ser tan radical, algo por dentro le decía: ´No debo separarme de ella, no aún´. Como si su cuerpo y mente le dijera que para eso había nacido, para estar a su lado de alguna manera.

Como si la mujer sin cabeza de aquella estatua, como si la misma Diosa le hubiera encomendado una tarea y para cumplirla, Laure era el objetivo.

“No sé qué clase de conversación estén teniendo ustedes, pero, debemos irnos de aquí”

Dudando de la salud mental de las dos, Amelia les habló de cierta forma nerviosa o, por lo menos, muy preocupada, tanto que, comenzó a caminar adelantándose a las dos que la seguían mirando a los alrededores.

Caminando por medio de la calle, bajo la vista de todos los transeúntes, hombres y mujeres, incluso los niños, todos tapados con telas intentando evitar exponer sus rostros, pero, de cerca, sus expresiones revelaban un desconcierto que tiraba a un nerviosismo, para luego, degenerar en enojo.

Algo que no debería de estar allí o, por lo menos, no así de libre.

“¿Por qué... nos miran así?”

“...”

Con cierta ansiedad, la pequeña preguntó a Laure que simplemente la ignoró mientras seguía caminando.

Su mirada y atención no estaba centrada en Elena, ni en Amelia. Su interés era única y puramente lo que la rodeaba, no las personas, sino las casas o los edificios.

(Las miradas... tenemos a algunos mirones. Desde que llegué aquí, mis sentidos, mi fuerza... todo ha sido reforzado, como si me hubiese hecho otra mejora médica...)

Miraba a los edificios de madera y piedra con sus ventanas y algunas puertas tapadas con tablas de madera para impedir la salida y la visibilidad, podía notar con alta claridad algunas miradas llenas de temor, otras, de duda, e incluso de apetito, como sí se creyeran unos cazadores viendo a sus débiles presas.

El peligro no estaba en las miradas de las personas cercanas, sino de los que estaban escondidos en sus casas, desconocidos de los que se desconocía sus intenciones.

“Tengo miedo...”

Como si los oídos de Amelia hubieran escuchado las palabras de Elena, se detuvo y comenzó a mirar a sus alrededores.

Buscando algo entre el montón de personas que se dispersaban de la que era una transcurrida carretera.

“¿Estás buscando dónde escondernos?”

Sin dejarse afectar por las palabras de Laure, continuó mirando a sus alrededores, lugares en los que fuese fácil esconderse sin tener que pasar por muchos problemas.

“...”

En medio de todo ello, el sonido de las pisadas y, al mismo tiempo, el sol desapareciendo del firmamento para dar paso a la brillante noche iluminada por su astro, el enorme planeta que robaba el cielo en las noches.

(¿Será que estoy en realidad en una luna? Es imposible que un planeta de ese tamaño no se haya engullido hace mucho a un planeta como este)

Mientras divagaba en sus pensamientos, ignoró a su alrededor lo que estaba pasando, dando rienda suelta a Amelia.

Entre los nervios, se acercó a uno de los edificios y comenzó con todas sus fuerzas a arrancar una por una las tablas de madera que tapaban la ventana.

“Amelia. ¿Qué estás haciendo...?”

“¡Necesitamos entrar rápido a algún edificio o casa! ¡No podemos quedarnos aquí afuera!”

Sus nervios habían aumentado, tanto que no tuvo reparos en gritarle a Elena que se asustó, no por su grito, sino por el significado de esas palabras.

Como si sus ojos fueran conscientes de su entorno, lo miró a detalle, todo. La noche era brillante, imposible el perderse en la oscuridad de la noche naciente, pero, ya no había un alma en todo el lugar.

Era el escenario de una ciudad fantasma, pero, los pelos de su cola y cabello se erizaron al sentirlos. Las profundas miradas que venían de todos los lados posibles, que las detallaban no solo a ella, sino a Amelia y Laure, lo que hacían y lo que no, el cómo actuaban y la respuesta.

“¿Qué pasa en esta ciudad? Ya creo que es hora de que nos digas porque tenemos a un montón de ratas viéndonos como si nosotras fuésemos las victimas”

Con cierto enojo, la pregunta de Laure tenía nerviosa a Amelia que seguía intentando sacar las tablas que estaban fuertemente incrustadas en la casa.

“Esta ciudad tiene un problema...”

“...”

Respondiéndole mientras sacaba uno de los trozos de madera, fueron conscientes de las pisadas que se detuvieron frente a ellas. No eran una o dos, ni diez, eran tantas como podían contar todos los dedos de las tres juntas.

“¿Un problema? Tal vez lo malentiendes, es simplemente la orden de nuestro señor”

Frente a ellas, tantos caballeros que parecería injusto a primera vista. Y comandándolos, un hombre con las ropas que podrían ser las más caras no del país y tampoco de la provincia, pero, sí de la ciudad.

“¿Y qué clase de orden es esa?”

“Ya veo, desconoces la orden, pero, es una lástima, es igual para todos, seas o no de aquí”

“¡Cállate! Y dime de una vez de que se trata pedazo de mierda”

Irritada, interrumpió al hombre que mostró cierto enojo ante el insulto, pero que, se contuvo al saber que tenía los números de su lado. Claramente altivo, miró con desprecio a las tres.

No había nervios en la mirada de Laure, más sí en la de Amelia y Elena. Pero, por parte de ella, era un intento de imponerse ante el hombre que comandaba a los caballeros.

“Tenemos que huir, hemos dormido muy mal estos días y casi no he podido reponer mi maná”

Sin importarle que la estuvieran escuchando, la sugerencia de Amelia llegó a los oídos sordos de Laure que la ignoró, al igual que aquel hombre que estaba relajado.

“Vámonos, Valerya”

Por más que intentara conversar o convencerla, sus palabras no parecía que fueran a ser tomadas en cuenta, aún si Elena no podía luchar, poco interés demostraba por ello.

“...”

En pocos segundos y, sin siquiera una palabra u orden de aquel hombre, varios hombres comenzaron a acercarse a las tres para apresarlas.

Para Amelia, la situación lejos de ser manejable era preocupante, con su agotamiento, de combatir con tantos caballeros, sería fácilmente derrotada. Elena no sabía combatir y Laure, desconocía lo que quería realizar en dicha situación.

“Llama primigenia que trajo la luz y combatió a la oscuridad, ¡Llamarada!” “Dador de vida, remolino imparable, ¡Inundación!” “Creador de maravillas, enorme son tus vastos terrenos e infinitas tus bendiciones, ¡Avalancha!”

Fuertes gritos llamando la fuerza de combate de la magia, hicieron aparecer grandes llamas de fuego naranja brillante que se tragaron a los caballeros junto con aquel hombre que los comandaba.

De la parte de atrás, grandes cantidades de agua que arrastraban la suciedad del suelo, su presión hizo que los descuidados caballeros cayeran al suelo incapaces de aguantar la embestida.

(En serio, que vergüenza da esa gente)

Entre sus pensamientos, pudo ver como el agua llegaba a sus pies y mojaba su ropa.

Con los caballeros en el suelo, desde el cielo, enormes pedazos de piedra de diferente forma aplastaban a todos los que se atravesaran por su camino.

“Nos vamos de aquí”

Tomando con fuerza las manos de Laure y Elena, las guio con prisa fuera del lugar, nerviosa.

Sin resistencia de Laure o Elena que se dejaban guiar por la nerviosa demonio, en medio de las vacías calles o, eso era lo que parecían a simple vista.

En medio de su trote, en los callejones, podían ver con dificultad, como las sombras se tragaban los cuerpos vivos o muertos de los caballeros y, de los habitantes que no alcanzaron a esconderse entre cuatro paredes.

Mirando a las casas, buscó la primera en la que pudiera entrar sin mucho problema. Para su buena o mala suerte, una de todas ellas, tenía su puerta abierta y, sin pensarlo, ingresó en ella junto con Laure y Elena.

Un lugar en descomposición, en el que se podía ver apenas entrar que no hace poco los habitantes del lugar se acababan de ir. Con platos de madera aun con la comida sin acabar y, mesas y sillas, aunque en descomposición, estaban ordenadas.

Con nervios, Amelia cerró la puerta de la casa y se sentó con su espalda contra la madera. Solo pudo ser consciente de la mirada de preocupación de la pequeña con orejas de gato.

“Entonces, ¿Cuál era esa famosa orden?”

Para su desconcierto, el nerviosismo que Elena pudo sentir nunca fue transmitido a Laure, o por lo menos esta nunca se interesó en comprenderlo.

Acercando su mirada a la ventana tapada con tablas que solo dejaban pequeños huecos por los que mirar, pudo ver la enorme cantidad de caballeros corriendo de un lado a otro con las espadas en mano.

Algunos de ellos, desaparecían entre la oscuridad de los pequeños callejones.

“En esta ciudad hay una orden por parte del hijo del gobernador, toda persona que sea vista al caer la noche fuera de sus casas, serán apresadas y enviadas a las minas. Bueno, esa es una parte de la orden”

Con la respiración profunda, miró con cierto nerviosismo a Elena que no dejaba de mirarla con preocupación.

“...”

Manteniendo el silencio, Laure podía ver como la cantidad de caballeros que se movían de un lado a otro aumentaba, como si estuvieran preparados para luchar contra un levantamiento.

“Los híbridos que sean vistos en la ciudad, sin importar la hora del día, serían enviados a las minas. A Elena no la pueden ver y mucho menos a mí que soy un demonio”

“Ese no es todo el problema o, ¿Sí?”

Sentándose lentamente al lado de Amelia, la pequeña acostó su cabeza en su brazo y mantuvo el silencio, mientras escuchaba atentamente, como sí no fuese ella misma.

“No, el hijo del gobernador tiene todo el poder en esta ciudad, tanto, que el Emperador le quitó el poder sobre el resto de la provincia”

Con la respiración volviendo a su punto normal, el nerviosismo desapareció de su mirada, y con su mano, lentamente acariciaba la cabeza de la pequeña.

“¿Qué es una provincia?”

Con cierta energía, Elena le preguntó a Amelia robándose su atención.

“No sé, supuestamente así es como el Emperador designó que los antiguos territorios gobernados por ciertas familias pasarían a llamarse, de la uno a la 12”

Como si el tema se hubiera robado todo su interés, la mirada de Elena se perdió en el techo de la casa, pensando en lo que acababa de escuchar.

“...” “...” “...” “...” “...”

A los ojos de Laure entraba la imagen de la batalla, hombres sin equipamiento, con apenas una que otra arma u objeto que pudiera usarse para infligir un trauma, salían a luchar contra los caballeros que estaban protegidos de pies a cabeza.

Entre el desorden, personas salían de las casas y edificios, algunos comenzaban a correr lejos de la batalla en dirección contraria a los caballeros que se suponía, debían de proteger a las personas y, en cambio, corrían en dirección a los que se estaban oponiendo.

“¿Ya estuviste aquí antes?”

“Sí, me recorrí todo lo que se podía recorrer de este Imperio”

Sin separarse de la ventana, continuaba conversando con una Amelia que a su lado tenía a Elena que lentamente se estaba quedando dormida.

“¿Cuál es tu meta? No creo que te hayas metido en este lugar solo por turismo”

“...”

Silencio, Amelia claramente no sabía que responderle a Laure, tampoco sabía si estaba realmente interesada en su historia o solo se estaba haciendo la interesada.

Por más que mirara a los lados buscando una respuesta, por más que mirara a Laure intentando encontrar una palabra que la satisficiera, no las había.

No porque no supiera que decirle realmente, simplemente, porque no podía hacerlo.

“Quiero respuestas...”

Con la mirada cabizbaja, simplemente, comenzó a contar lo que ella creía era una mentira, algo que no significaba nada.

“¿Respuestas?”

Pero, sus palabras habían hecho lo contrario, en vez de satisfacer la curiosidad de Laure, aumentaron su intriga.

“Sí, quiero saber, ¿Por qué el Emperador mandó a asesinar a mis padres?”

Una verdad no deseada de revelar, escondida en una mentira.

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Palacio de la Moneda, Estado de Chile.                    Noviembre, 2024.

Por fin lo conseguí, en esta enorme sala, a pocos pasos de mí esta lo que todo soldado quiere saber, ¿Quién fue la primera?

Quién fue la primera en ser una rata de laboratorio, quién fue la primera en ser “La Soldado Perfecta”.  Soy el único con permiso para ver sus documentos, para saber sus acciones, soy el único fuera de su círculo que podrá conocer la verdad.

Y frente a mí, tengo a ese anciano vestido con un traje elegante, que es quién me responderá lo que los documentos no me pueden decir. ¿Quién fue la primera? ¿Qué era ella?

No me importa esta sala elegante con sus cuadros de figuras históricas y elegantes candelabros, no me importan estas sillas. Solo me interesa la bandera tras de mí y de las respuestas que quiero.

— ¿Qué pasa? N°5, ¿No vas a preguntar nada? Si es así, debería de irme, tengo mucho trabajo.

Este anciano, por más que no lo parecía, es alguien demasiado importante, su presencia es la de un ayudante, de un ministro de finanzas o un tipo de ministro de educación, pero, eso solo era lo que él quería transmitir.

— Discúlpeme, señor. Por favor, dígame, para usted, ¿Quién y qué era Laure di Reyjavik? ¿Qué significaba para este país la primera? Dígame la verdad.

No sería una mentira si mis compañeros te dijeran que soy un extremo fanático de esta mujer, no, ese no es la mejor forma de llamarla, ella era claramente un monstruo.

Físicamente y, mentalmente, es un monstruo. Los documentos pueden decir todo lo que sea, pero, quienes en verdad la conocen, es este anciano frente a mí que no muestra signo alguno de perturbación y, la presidenta de la República.

— Desde que te conozco siempre has sido muy fanático de ella, es preocupante que quieras conocer sobre un monstruo – Sus palabras eran tranquilas, pero, se le podía notar muy nostálgico.

Por unos segundos, hizo una pausa, mirando al suelo, dando la impresión de no querer recordar, pero obligándose a ello.

— Laure di Reyjavik, de ella no se conoce mucho, no se sabe realmente donde nació y tampoco es confiable si esos eran sus verdaderos padres — Desvió su mirada al techo, intentando esconder sus ojos — Ella, yo la conocí cuando estaba recién llegada a la base militar, podrías decir que fue por mí que ella y su amiga o novia, Nicole, lograron emanciparse tan jóvenes, créeme, tuve que hacer muchos favores para eso.

Eso ya lo sabía, Nicole llegó cercana a cumplir sus dieces a la base, mientras que, Laure llegó con unos meses de haber cumplido los 9 años, al igual que nosotros.

El anciano, pude verlo, sentirlo, era imposible no notarlo, él quería llorar, se estaba conteniendo.

— Nicole no quería los apellidos de sus padres por lo que no tuvimos más opción que darle los de Laure, ellas eran, muy, muy... Muy buenas amigas. — Claramente, estaba por llorar, podía sentirse el dolor en su garganta.

— ¿Cómo era ella? ¿Era alegre, triste, miedosa? Quiero saber, así sea por palabras.

No sé realmente si describir que sí él la quería, la adoraba o la odiaba, sus ojos no dejaban de botar aquello por lo que nosotros nos alegramos de haber perdido.

— Ella... Ella no era un monstruo, ella era una niña miedosa, tímida, demasiado tierna, cuando iba a la base, ella siempre, junto con Nicole, iban a saludarme, ellas eran unos ángeles.

Realmente, no sé cómo sentirme, nosotros pasamos por un proceso tan doloroso que mató nuestro sentido del dolor, que nos quitó las lágrimas, más no nuestros sentimientos.

— El general siempre me llamaba a decirme como le estaba yendo a esas niñas en el entrenamiento. Él me decía con orgullo que ambas daban su mayor esfuerzo, incluso los demás cadetes y miembros del personal las adoraban como sus hermanitas.

— Entonces, ¿Qué cambió? ¿Qué hiso que ambas y en especial Laure cambiara tanto?

— Todo cambió por culpa de ese puto gil. ¡Fue toda su puta culpa! — Su silencioso llanto se convirtió en un frenético impulso de ira.

Yo sé a lo que él se refiere, lo vi en los documentos, la muerte de sus compañeros intentando salvarla a ella y a Nicole.

No quise interrumpirlo, por lo que preferí mantener el silencio.

— ¡Fue ese hijo de puta! ¡De haberlo sabido en su tiempo, lo mandaba a matar! ¡Fue su culpa que mis niñas, que las adoraciones de mi amigo se convirtiesen en monstruos! — Y había algo que desconocía de él, aquel que normalmente es una persona tranquila, estaba llorando e insultando a un muerto.

Sobre eso también pude leer en los documentos, la decena de soldados y generales que estaban infiltrados y algunos sobornados para dar información y matarla. Entre ellos, el ministro de defensa del Estado de Chile, el más importante.

— Él las mandó a una misión de supuesto reconocimiento con varios miembros más que iban a apoyarlas, y cuando llegaron a su objetivo, fueron emboscados y solo ellas dos se salvaron gracias a los sacrificios de ellos. Lo leí.

Creí que era una parte dolorosa que él no quisiera recordar, por lo que preferí decirlo yo. Tras eso, pude verlo, como su dolor pasaba y se transformaba en algo más, en algo que parecía torturarlo hasta el día de hoy.

— Luego de eso, es difícil... Dame un momento — Por unos segundos, hizo un silencio incomodo — Después de eso, ambas quedaron muy afectadas, tanto que Laure se estancó a comparación de Nicole. No es que no riera, claramente ella ya no era la misma, a diferencia de Nicole.

— ¿Diferente en qué sentido? ¿Se había vuelto agresiva, grosera...?

— No, nada de eso, lo contrario, ya no sonreía con la misma intensidad, ya no parecía divertirse de igual manera cuando estaba con Nicole, ya no pensaba como una niña.

— ¿Es ahí que da inicio el “proceso”?

Claramente estaba reacio a hablar de ello, pero su mirada lo delataba más de lo que él hubiera querido.

Con cierta tranquilidad, intentó coger un pocillo que estaba en una mesa frente él, sin embargo, el temblor en sus manos se lo imposibilitaba, el líquido se movía de un lado a otro como si estuviera en un océano.

— Un día, ella llegó y me insistió en que quería mejorar, cuando me dijo de que constaba esa mejora, te lo juro, me hubiera gustado haber sido más firme en mi negativa, hoy claramente me arrepiento.

— Y ¿Por qué no la detuvo? ¿Qué se lo impedía? — No podía negar mi curiosidad, incluso, diría que mi cara me delataba.

— No podía, ella tenía razón, necesitábamos un arma que pudiera ganar y, aun así, diría que perdimos.

— Exactamente, ¿Qué se perdió? ¿Qué perdió ella? ¿Qué perdieron ustedes?

— Todo, ella, Verónica, el país e incluso yo, lo perdimos todo.

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