Manuelle Moretti acaba de mudarse a Milán para comenzar la universidad, creyendo que por fin tendrá algo de paz. Pero entre un compañero de cuarto demasiado relajado, una arquitecta activista que lo saca de quicio, fiestas inesperadas, besos robados y un pasado que nunca descansa… su vida está a punto de volverse mucho más complicada.
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Esa chica
*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:
Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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El sol me golpeaba en la cara como si me odiara personalmente. Abrí un ojo. No sabía dónde estaba.
Bueno, sí lo sabía. Solo que durante un segundo lo había olvidado.
El edredón olía a vainilla, y una pierna suave reposaba sobre mi muslo.
Clarissa.
Giré apenas la cabeza y la vi dormida, desparramada sobre la cama como si no existieran las preocupaciones del mundo. Me incorporé con cuidado para no despertarla, buscando a tientas mi teléfono en el suelo.
Cuando lo encontré, se encendió la pantalla y me cegó. Tuve que entornar los ojos para ver cuántas notificaciones tenía.
Eran muchas.
Una que otra notificación de redes sociales, etiquetas, mensajes de Camila y mi adorada madre. Finalmente, cómo diez llamadas perdidas de Elio. Veinte mensajes de Aina.
Veinte.
Deslicé para abrirlos y empecé a leer como si me estuviera enfrentando a una novela de crimen real. Primero pasaban por el enojo:
La amenaza final fue la que me sacó una carcajada silenciosa.
Qué ternura.
Me froté los ojos y miré la hora. 11:04 AM. La primera clase estaba a punto de terminar. Me estiré y sentí cada hueso crujir. Mi cuerpo estaba adolorido, pero en el buen sentido.
Un mensaje más arriba, vi uno de Elio:
Clarissa se movió a mi lado y murmuró algo incomprensible. Tomé una foto mental del caos que era mi vida y suspiré.
Apoyé la espalda en el cabecero de la cama, aún desnudo bajo las sábanas, y respondí con los dedos pesados de sueño:
Pensé si debía decirle algo más, como “estoy con tu mejor amiga medio desnudo en su cama y tu parte del trabajo es lo último que tengo en la cabeza”, pero opté por mantener la dignidad (y la supervivencia).
Luego contesté a Elio con algo más acorde al nivel de idiotez que manejábamos:
Guardé el teléfono, me volví hacia Clarissa que se había cubierto la cabeza con la almohada y le di un beso en la espalda desnuda.
—Buenos días, CEO de las malas decisiones —murmuré.
Ella soltó un suspiro risueño sin quitarse la almohada de encima.
—¿Te vas a portar romántico?
— Tal vez. Eres muy hermosa como para evitarlo.
Se ríe sonrojándose un poco y acomoda su cabello hacia un lado.
— ¿Tienes que irte?
—Estoy intentando que Aina no me mate antes del almuerzo.
—Salúdamela —murmuró burlona—. Dile que me desbloquee, creo que se enojó porque la dejé sola en la fiesta. Pero igual le mando besitos.
Me reí bajo.
Me levanté para buscar mi ropa tirada en el suelo y dirigirme hacia el dormitorio.
Ya era hora de enfrentar el mundo otra vez.
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Cuando entré al café, el olor a espresso y croissants intentó abrazarme como una madre indulgente, pero yo ya venía con la mirada baja, el paso medio arrastrado y esa sensación en la piel de que me estaban por crucificar.
Aina estaba sentada en la mesa más alejada de la puerta, como si lo hubiese hecho a propósito para que tuviera que caminar bajo su mirada hasta llegar a ella. Luca ya estaba ahí, revisando algo en su portátil, mientras se bebía un té verde con la solemnidad de un monje budista.
Me acerqué sin decir nada, puse mi mochila sobre la silla vacía y me senté. La atmósfera era bien pesada y no entendía por qué realmente.
—¿Qué? —pregunté mientras sacaba mi IPad con mis planos.
Ambos me miraron al mismo tiempo, pero no dijeron nada.
—¿Por qué me miran como si acabara de matar a alguien?
Fue Luca el primero en hablar, con su típica voz relajada.
—No mataste a nadie, pero veo que pasaste bien la noche.
Parpadeé, confundido, hasta que lo vi. Aina había bajado lentamente la mirada hacia mi cuello.
Mierda.
Me llevé la mano instintivamente a la zona y sentí uno, dos… ¿tres?
—¿En serio? —pregunté, sin poder evitar una sonrisa incómoda.
—Parecen mordidas de piraña —comentó Luca, volviendo a su pantalla con total normalidad.
Aina no dijo nada al principio, solo cruzó los brazos y me lanzó una de esas miradas que harían temblar a cualquier profesor de arquitectura.
—¿En vez de hacer tu parte del trabajo estuviste… teniendo actividades extracurriculares?
—No fueron actividades, fueron prácticas físicas intensas con elementos sensoriales —bromeé.
Luca se rió, Aina no. Al contrario, resopló con fuerza, agarró su carpeta y la abrió como si estuviera a punto de destriparme con gráficos.
—Solo dime que al menos hiciste tu parte.
—Claro —le mostré la tablet con los planos y las referencias—. Todo aquí. Está organizado por secciones. Me inspiré.
—No quiero saber de qué te inspiraste, gracias —gruñó.
Luca volvió a reír, y yo solo asentí, evitando mirarla directamente.
En realidad, mi parte del trabajo la terminé esta misma mañana… justo después de salir del apartamento de Clarissa.
Todavía con el cuello lleno de evidencias y la ropa arrugada, tomé un café doble y me obligué a delinear cada maldita línea del plano antes de que me cayera una bomba nuclear por parte de Aina.
Lo logré… o eso creía.
Porque bastó que abriera el archivo en la IPad para que Aina encontrara, en menos de veinte segundos, todos los errores posibles: medidas que no coincidían, anotaciones a medio escribir, una sección en la que había escrito “ventana sexy” en vez de “ventana vertical”.
—¿Esto es una broma? —dijo con la ceja arqueada y el tono de alguien que planea tu asesinato.
Yo solo me encogí de hombros.
—¿De verdad hiciste esto tú o lo garabateó un niño con sobredosis de azúcar? Vas a tener que repetirlo todo, Moretti. Y eso va a retrasar todo el cronograma. ¡Bravo!”
Cada palabra era como una piedra lanzada directo a mi autoestima.
Intenté desconectarme, bajar la cabeza y disociar, pero entonces mi teléfono vibró. Lo saqué con disimulo y vi su nombre: Clarissa.
No pude evitar sonreír. En ese momento, justo cuando estaba por responder, llegó una nueva imagen. Ella, frente al espejo, con una bata entreabierta que dejaba muy poco a la imaginación. En el texto escribió:
Me atraganté con mi propia saliva.
Luca me miró con curiosidad, luego volvió a desviar la mirada hacia su IPad
Oh
Por
Dios…
Hazme fuerte para no caer ante las tentaciones como hombre.
¿De todos los genes que pude heredar… por qué tenía que sacar justo el más coqueto de mi padre?
Se me escapó una risita involuntaria. Pequeña. Apenas un suspiro.
Pero fue suficiente.
Aina me clavó la mirada.
—¿De qué te ríes? —preguntó como quien interroga a un criminal.
—Nada, solo… recordé un meme —mentí con una torpeza criminal.
—Ah, ¿sí? Porque tras no hacer bien tu parte, ahora te pones a holgazanear. Me tocó el compañero más responsable del mundo —dijo con una sonrisa tan sarcástica que si hubiera sido más afilada me habría cortado el cuello—. Ojalá no termine con un mal promedio por tu culpa.
—Aina, de verdad voy a corregirlo, lo juro.
—Eso espero —murmuró, volviendo a su pantalla como si me estuviera concediendo una última oportunidad antes del apocalipsis.
Yo solo miré de nuevo la foto de Clarissa, como un náufrago aferrado a una tabla de salvación.
Sí, me iba a matar haciendo planos toda la tarde.
Pero por esa noche…
Valía totalmente la pena.