La primera regla de la amistad era clara: no tocar al hermano. Y mucho menos si ese hermano era Ethan, el heredero silencioso, la figura sombría que se movía como una sombra en la mansión de mi mejor amiga, Clara.
Yo estaba allí como refugio, huyendo de mi propia vida, buscando en Clara la certeza que había perdido. Pero cada visita a su casa me acercaba más a él.
Ethan no hablaba, pero su presencia era un lenguaje. Podías sentir la frustración acumulada bajo su piel, el resentimiento hacia el mundo que su familia le obligaba a soportar. Y, de alguna forma, ese silencio me llamó.
Sucedió una noche, con Clara durmiendo en el piso de arriba. Me encontró en el pasillo. Su mirada, siempre distante, se clavó en la mía, y supe que la línea entre la lealtad y el deseo se había borrado. Me tomó la cara con brusquedad. Fue un beso robado, cargado de una rabia helada y una necesidad desesperada.
No fue un acto de amor. Fue un acto de traición.
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Capitulo XXIII Un heredero
El regreso a la mansión Hawthorne fue diferente. Ya no era un escondite o un campo de batalla, sino nuestro hogar, aunque con todo el peso y la formalidad del apellido. Ethan y yo nos establecimos en la suite principal, la misma que antes había pertenecido a sus padres. El señor Hawthorne, en un gesto de aceptación silenciosa, se había mudado a una suite más pequeña, cediéndole el trono a la nueva generación.
Los primeros meses fueron un torbellino de trabajo y planificación. Ethan asumió la dirección de la empresa con una mano de hierro, aplicando la misma estrategia fría y calculada que había usado en nuestra conspiración. Yo, como su esposa y socia no oficial, me concentré en la Fundación Hawthorne, redirigiendo los fondos hacia causas de ética empresarial y transparencia, un guiño directo a mi padre y un intento de limpiar, sutilmente, el nombre de la familia.
La vida de Alexander Sterling, mientras tanto, se desmoronó. El rastro de la transferencia a mi cuenta bancaria fue suficiente para que las autoridades fiscales se interesaran en sus movimientos offshore. No fue arrestado por el fraude a los Hawthorne, sino por evasión de impuestos, un destino más silencioso y humillante para un hombre de negocios.
Una tarde, mientras revisábamos los planos de nuestra "boda de verdad" (una ceremonia íntima en el jardín de la mansión), el señor Hawthorne entró en nuestra oficina compartida.
—Ethan, necesito que hablemos de la sucesión. No del puesto de CEO, sino del futuro.
—Estoy escuchando, Padre —dijo Ethan, sin dejar de tomar mi mano.
El señor Hawthorne ignoró el gesto. —El apellido Hawthorne necesita una línea de sucesión clara y respetable. La prensa sigue hambrienta de noticias. Una boda por todo lo alto ayudará, pero lo que realmente consolida la posición es un heredero.
Me quedé helada. La presión por tener hijos era algo que Ethan y yo aún no habíamos abordado.
—Padre, eso es un asunto entre Liv y yo —respondió Ethan, su voz cortante.
—No en esta familia, Ethan. Es un asunto de la empresa y del legado. Necesitan un bebé Hawthorne. Y pronto.
El señor Hawthorne se fue, dejando un silencio denso tras de sí.
—Lo siento, Liv —dijo Ethan, tomándome en sus brazos—. Es lo que siempre ha hecho. Poner el apellido y el negocio por encima de todo.
—Lo sé. Pero me hace sentir como una incubadora de herederos, Ethan. Nuestro matrimonio fue un acuerdo para salvarte, no para perpetuar el statu quo.
—Nuestro matrimonio se convirtió en algo más. Pero te prometo que nunca te presionaré.
Sin embargo, las palabras del señor Hawthorne habían plantado una semilla de tensión. Las siguientes semanas, la sombra del "heredero" planeó sobre nosotros. Nuestras noches, aunque llenas de amor y pasión, estaban teñidas por la conciencia de que cada beso, cada caricia, podía ser un paso hacia una obligación.
Una noche, en la terraza, nuestro antiguo santuario, me armé de valor.
—Ethan, quiero que sepas que estoy enamorada de ti, y nuestro matrimonio es lo más real que he tenido. Pero no quiero que nuestro próximo paso sea dictado por tu padre.
—No lo será.
—Entonces, ¿qué quieres tú?
Ethan me miró, y la luz de la luna iluminó la vulnerabilidad en su rostro.
—Quiero un hijo contigo, Liv. No por mi padre, sino porque quiero darle a ese niño la vida que yo no tuve: una familia donde la lealtad y el amor son más importantes que el dinero. Y no quiero que crezca con un padre silencioso. Quiero ser un padre presente, que no le tenga miedo a la verdad.
Mi corazón se derritió. No era una obligación, sino un deseo nacido de su propia herida.
—Yo también quiero eso —susurré—. Quiero construir una vida contigo, una que sea real, que no necesite excusas ni conspiraciones.
Ethan me abrazó con fuerza. —Entonces, ya no hay farsa. Solo futuro.
Nuestra conversación marcó un nuevo capítulo, un paso hacia la construcción de una familia sobre los cimientos de nuestra alianza.
Un mes después, la "boda de verdad" se celebró en los jardines de la mansión. Fue una ceremonia pequeña, íntima y llena de emoción. Mis padres estaban allí, sonriendo abiertamente. Clara fue mi dama de honor, radiante y feliz. Cuando Ethan me puso el segundo anillo en el dedo, el de mi verdadero compromiso, sentí que la historia finalmente se cerraba.
Pero el destino, o la historia, tenía un último giro.
Durante la recepción, mientras bailábamos, me sentí mareada y tuve que sentarme. Clara, atenta, vino corriendo.
—¿Estás bien, Liv? Estás pálida.
—Sí, solo... creo que estoy un poco agotada.
Clara, la mujer que había estado obsesionada con la logística de una boda, sonrió de repente, una sonrisa de puro conocimiento.
—No estás agotada, Liv. Estás embarazada.
Me quedé sin aliento. Miré a Ethan. Él me tomó de la mano, y su mirada fue la misma que tuvo en la bodega, feroz y protectora, pero ahora, llena de absoluta felicidad.
—¿Es cierto? —preguntó.
—No lo sé.
—Seremos padres —anunció Ethan a Clara, con una risa que resonó en el jardín.
La noticia se extendió como la pólvora. El señor Hawthorne, que había estado observando desde la distancia, se acercó, su rostro iluminado por una satisfacción que no pude odiar.
—Felicidades, hijo. Hiciste lo correcto.
Pero esta vez, su aprobación no importaba. Ethan me tomó en sus brazos.
—No lo hice por ti, Padre. Lo hice por amor.
Mientras el sol se ponía sobre la mansión Hawthorne, el heredero silencioso y su cómplice se abrazaron, listos para escribir el capítulo más importante de su vida, con un nuevo miembro en su alianza, uno que nacería del amor y no del chantaje.