La ciudad despierta alarmada y aterrada con un horrendo triple crimen y Fiorella descubre, con espanto, que es una mujer lobo, pensándose, entonces en un ser cruel y sanguinario, lo que la sume en desesperación y pavor. Empieza, por ende, su agonía, imaginándose una alimaña maligna y quizás la única de su especie en el mundo. Fiorella es acosada por la policía y cazadores de lobos que intentan dar con ella, iniciándose toda de suerte de peripecias, con muchas dosis de acción y suspenso. Ella se enamora, perdidamente, de un humano, un periodista que tiene la misión de su canal de noticias en dar con la mujer lobo, sin imaginar que es la muchacha a quien ama, también, con locura y vehemencia. Fiorella ya había tenido anteriores decepciones con otros hombres, debido a que es una fiera y no puede controlar la furia que lleva adentro, provocándoles graves heridas. Con la aparición de otras mujeres lobo, Fiorella intentará salvar su vida caótica llena de peligros y no solo evadir a los cazadores sino evitar ser asesinada. Romance, acción, peligros, suspenso y mucha intriga se suceden en esta apasionante novela, "Mujer lobo" que acaparará la atención de los lectores. Una novela audaz, intrépida, muy real, donde se conjuga, amor, mucho romance, decepción, miedo, asesinatos, crímenes y mafias para que el lector se mantenga en vilo de principio a fin, sin perder detalle alguno.
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Capítulo 10
La vez que hice el amor con Rudolph, fue un jueves muy de noche. Él me esperó en la puerta de la facultad, bien abrigado, aunque entumecido por el frío intenso que había ese día. -Ven, vamos a tomar un café a mi casa porque estás congelado-, le dije luego de besarle la mejilla. En realidad yo quería pasarla bien con Rudolph, me gustaba mucho, lo veía atractivo y estaba rendida a su encanto. Me hacía sentir súper bien y encendía las llamas en mis entrañas, deseándolo. Pensaba en sus besos, sus caricias, sus manos yendo y viniendo por mis curvas y ansiaba que se mostrara impetuoso conmigo.
Él me habló de sus clases, de sus padres, de sus sueños, de sus metas y que ansiaba tener su propia clínica, mientras sorbía apurado el café humeante porque en realidad hacía mucho frío en la ciudad. Yo quería desafiarme a mí misma, demostrarme que no era una lobo ni nada por el estilo. Pero lo debía hacerlo sin exaltarme pues ya había tenido una fea experiencia con mi anterior enamorado al que prácticamente destrocé a mordiscos.
Entonces lo besé, porque no pude resistirme más a mis propios impulsos, y ésta vez no porque estaba ansiosa o deseaba hacer el amor, sino que, como les cuento, quería sentirme muy mujer y no la hembra lobo que temía era realmente. Luego de mirarlo detenidamente a los ojos, me convencí que Rudolph era un buen tipo, tranquilo, soñador, romántico y dulce. Le tomé las mejillas y lo besé con encono y vehemencia, chupando su boca, disfrutando de sus labios y embriagándome con su aliento tan viril y masculino.
El fuego se prendió como grandes llamaradas dentro de mis entrañas. Eso me encantó. Me hizo sentir súper sexy y sensual. Empecé a golpear mis rodillas con muchas ansias y deseos y se desataron mis deíficas cascadas. Igualmente mis pechos se empinaron y se hicieron de inmediato imponentes cordilleras. De eso se dio cuenta Rudolph, que luego de la sorpresa inicial, reaccionó y sus manos estrujaron mi busto con mucho desenfreno, disfrutando de su textura y firmeza estremeciéndome por completo.
Eso me gustó más. Empecé a gemir con desesperación, a sollozar constantemente y me subí, incluso a los muslos de él, porque yo ardía en deseos de ser poseída. No podía contenerme. Mi cuerpo era una gran antorcha ardiendo en fuego y mi feminidad explotaba como un barril de pólvora.
Sin embargo, yo trataba de no estar eufórica ni efusiva, sino consciente de mis actos, para no tratar de volverme una fiera y morderlo, y así evitar herirlo o dejarlo sangrante. Y pese a las llamas que chisporroteaban por todos mis poros, mi corazón acelerado, tamborileando con furia en mi pecho y la sangre que estaba en plena ebullición en mis venas, logré estar calmada y paciente, disfrutando de la velada.
Rudolph aprovechó de eso y pasó al ataque . Sus manos fueron por mis carreteras afanoso, deleitándose con mis curvas, mis apetitosas redondeces, mis cientos de quebradas y la lozanía de mi piel. La virilidad de él, también explotaba igual a un petardo, rindiéndome y excitándome a la vez.
Me sacó la blusa y el jean y disfrutó de mis encantos que apenas podían contener mi ropa interior. Él estaba maravillado, embelesado, prendado de mis curvas, mis pechos flotando como globos, mis muslos suaves y mis posaderas tan grandes y apetitosas que lo volvían loco.
De pronto empezó a avanzar febril hacia mis vacíos íntimos, provocándome fortísimas descargas eléctricas que me estremecían y me sumían en el delirio. Obnubilada, empero, reaccionaba de a pocos y clavaba mis uñas en el colchón de mi cama, para evitar que se tornaran en garras y atacar a Rudolph.
La furia se apoderaba de mi cuerpo como rayos, relámpagos que reventaban por todos los rincones de mi cuerpo. La ira me era incontrolable. Lo besaba con desesperación, para evitar que mis dientes se conviertan en colmillos, pero la excitación me desbordaba, me ganaba y me hacía muy furiosa pese a mis denodados intentos de mantenerme calmada.
Él no sabía e ignoraba por completo todo lo que yo estaba pasando y padeciendo en esos momentos, en la disyuntiva de disfrutar a plenitud a Rudolph que seguía explorando mis profundidades convertido en un volcán en erupción, provocando una y otra vez constantemente estremecimientos, o volverme una fiera queriendo destrozar a dentelladas a ese pobre hombre ignorante de lo que, ciertamente, era yo: una fiera enjaulada.
Cuando alcanzó mi máximas fronteras, los parajes más distintas de mi feminidad, no podía, ya, contenerme. No pude resistir más. Lo intenté pero fallé. De repente me volví un animal rabioso. Y así, hecha una furia me arranché los pelos, grité desenfrenada.... y le clavé mis colmillos en su cuello, haciéndolo sangrar.
Rudolph trató de zafarse aterrado, pero yo estaba iracunda, desenfrenada, y mis garras se aferraron en su espalda, también provocándole graves heridas.
-¿Qué te ocurre?-, se espantó Rudolph viéndome fuera de sí, ansiosa de destrozarlo a mordiscos.
No le hice caso, porque estaba obnubilada totalmente, y lo seguí mordiendo, en los brazos, en las manos, convertida en un animal furioso y sin control.
Ashton huyó despavorido, tirando la puerta de mi casa, sangrando, destrozado, con la piel arranchada por mis iracundos mordiscos.
Quedé en la cama soplando mi furia, exhalando fuego en mi aliento, mi corazón acelerado y la ira inyectando mis ojos. La sangre no dejaba de burbujear en mis venas. El humo me salía hasta las orejas y estaba estremecida, obnubilada, completamente excitada. Me sentía muy sexy, sensual y extremadamente femenina. Como la hembra de un lobo.