Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
NovelToon tiene autorización de thailyng nazaret bernal rangel para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
10. El reencuentro
...SEBASTIAN:...
Los socios hablaban sin parar en el club, bebiendo y lanzando cartas en la mesa, a pesar de ser un sitio tranquilo no tenía ganas de esa reunión, ni siquiera estaba prestando atención a los comentarios idiotas sobre las cortesanas que se paseaban en las mesas y buscaban algunos caballeros atentos.
— Allá va la cuarta mujer — Silbó uno de ellos, fumando de su pipa — Tan temprano y ya anda entre faldas.
— ¿Quién es ese?
— Un tal Javier, un tipo común, ni siquiera se porque lo dejaron entrar — Gruñó otro, el mayor con el que comercializaba más.
— ¿Javier? Ese nombre ni me suena ¿Cómo es qué lo dejaron entrar a un club tan prestigioso de aristócratas?
Observé como el hombre se levantaba del asiento para ir a atender a la quinta mujer, su rostro me parecía familiar, tenía cierto parecido con algún duque por su cabello negro, su piel bronceada me parecía de alguna zona cálida de Floris, de la estirpe de Slindar, aunque sus ropas no eran finas ni tampoco su comportamiento, la mayoría de los nobles perdían el pudor en los clubes, pero ninguno estaba tan urgido como él.
Me estaba preocupando demasiado Emiliana, no quería que pensara mal de mí. Es que me moría por decirle que yo no necesitaba ni quería ninguna amante, que ella era suficiente para mí.
Me picaban los pies por salir de allí a media reunión para volver con Emiliana y demostrarle que yo no era ese tipo de hombre.
— Debe ser de la nobleza.
— ¿Nobleza? se nota a leguas que no tiene ni una pisca de buena estirpe en la sangre, mira esas mañas, a menos nosotros no nos mostramos en público de tal forma — Señaló hacia el hombre que besaba a la cortesana casi encima de una de las mesas.
Ninguno era mejor que ese sujeto.
— Me retiro — Me levanté.
— ¿Por qué te retiras?
— Mis asuntos aquí ya acabaron — Dije y los tres socios me observaron.
— ¿No vas a divertirte un poco?
— No, otro día con gusto.
Tomé mi sombrero de la mesa y me marché del club.
No quería llegar con las manos vacías, necesitaba comprarle algo a mi esposa, por lo menos para compensar el malentendido, todo aquello era mi culpa, por decirle que los hombres casados buscaban amantes, creía que yo también fui al club a buscar otras mujeres.
El mercado del puerto estaba ajetreado de personas, pero era algo muy habitual, productos de todas partes se vendían a turistas y mercaderes, había muy buenos precios y tiendas de todo tipo.
El calor era insoportable, el verano estaba en pleno apogeo y me marché a una plaza para tomar una bebida refrescante antes de pensar en un regalo adecuado.
No sabía que le gustaba a Emiliana, a parte de tocar piano, no sabía mucho de mi inocente esposa.
Recordé su olor y observé la perfumería.
Un perfume podría ser, el perfume que ella usaba debía de estar disponible en ese lugar.
Después de beber el jugo, entré en la perfumería.
— ¿Qué se le ofrece? — Preguntó el perfumista al otro lado del mostrado.
— Muéstrame los perfumes de mujer.
Se alejó y buscó una bandeja repleta, la colocó sobre el mostrado.
— Aquí están los más solicitados.
— Quisiera oler las muestras.
— Por supuesto.
Colocó varias gotas en un pañuelo, fui oliendo cada una hasta que una de ellas me hizo tensar, transportando hacia la cercanía de Emiliana, a su rostro, su cuerpo.
Tuve una erección de inmediato.
El olor de Emiliana, dulce.
— Quiero esa — Le pedí al perfumista.
Empacó uno de los frascos pequeños.
— Lord Sebastian — Dijo alguien, detrás de mí y me giré.
La señorita Eleana estaba en la tienda.
Sonreí con sorpresa — Señorita Eleana.
Recordé que ahora era una duquesa.
La saludé con un beso en la mejilla, un poco informal.
— Tanto tiempo sin verlo.
Estaba radiante, no parecía triste, ni estar sufriendo.
— Lo mismo digo, no la veía desde la boda... Oí que se casó con el Duque Dorian — Dije, un poco tenso por pronunciarlo, noté como el perfumista pegaba un respingo.
Ella ocultó su expresión.
— Sí, me casé hace poco y ahora estoy viviendo cerca de la playa.
— Oh, me alegra mucho — Aún así sentía pena por ella de terminar casada con el duque.
— ¿Vino con mi hermana?
Mi sonrisa se borró, ahora que excusa inventaba para que no supiera que mi matrimonio iba mal. Ella me observó detenidamente, como si me estuviera leyendo la mente.
— No, ella se quedó en la mansión, no se sentía bien.
— ¿Qué le sucede? — Se alarmó.
No debí decir eso, ahora iba a preocuparse.
— No es nada grave, es solo un resfriado.
¿Resfriado? ¿En pleno verano? Era un mal mentiroso.
— Espero que se mejore, me gustaría visitarla cuando pueda.
Sabía que Eleana no tuvo ninguna mala intención con su hermana, ella era igual de dulce y parecía quererla mucho.
— Por supuesto, no hay ningún problema — Metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta — ¿Usted vino acompañada del duque?
Escuché los frascos estremecerse, el perfumista casi los suelta del susto. El duque tenía tan mala reputación que solo su nombre ocasionaba miedo.
— No, él está de viaje. Vine con mi sirvienta.
Entendí las palabras no dichas, estaba de viaje, haciendo su trabajo de carnicero.
Decidí pagar mi perfume antes de que el hombre se le ocurriera soltarlo de los nervios que cargaba.
Lo guardé dentro del bolsillo interno de mi saco.
— Debo partir, un gusto volver a verla, señorita Eleana — Incliné mi cabeza en gesto de despedida y ella me lo devolvió.
— Es un placer, salude a mi hermana de mi parte y dígale que me gustaría conversar con ella algún día.
— Por supuesto, hasta pronto.
Salí de la tienda para buscar mi caballo.
...EMILIANA:...
Dependía de Sebastian darme una oportunidad, pero tampoco podía andar suplicándole que me tratara como lo que era, una esposa, una mujer y aunque yo era ingenua, inocente y hasta ignorante, no era estúpida y si él iba a buscar una amante, entonces ya no me vería rogando por atención.
Odiaba que fuese tan normal que los hombres buscaran otras mujeres y no se conformaran con sus esposas, pero como iba a conformarse conmigo si ni siquiera quería tocarme.
No quiso besarme en el vivero y tampoco darme la oportunidad.
Sebastian era demasiado severo, no aceptaba errores.
Por mi mal comportamiento, quedé condenada a que desconfiara de mí.
Caminé por el jardín, decaída, pensando en que más podía hacer para que mi esposo me tratase como una esposa, que dejara de lado los desprecios y al duque.
Debía pensar en otra forma.
— ¡Cuidado, señorita! — Gritó alguien y me aparté a milésimas de que me cayera una manzana en la cabeza.
Elevé mi mirada.
— Oiga ¿Qué le pasa?
Había un sirviente trepado en una rama y saltó, aterrizando en el suelo.
— Lo siento, mi lady, pero el árbol está cargado y voy a recoger una cesta para que las cocineros hagan unas tartas, las manzanas no deben perderse — Recogió la que cayó cerca de mí y la colocó en la cesta, era un hombre joven, con ropas sencillas y un sombrero, tenía los brazos bronceados y el rostro rociado por el sol.
— Entiendo, pero tenga más precaución.
— Lo siento, mi lady, así lo haré.
— ¿De qué trabaja? — Pregunté, curiosa.
— Soy jardinero, aunque también ayudo con algunos quehaceres en la cocina y los establos.
— Oh.
— Estoy para servir — Inclinó su cabeza, tomando las cestas repletas — ¿Quiere una?
— Sí, gracias.
Me tendió una manzana y la tomé.
— Son muy ricas, les gustará.
— Espero probar las tartas.
— No se preocupe, tendrá unas para la cena — Dijo, su acento era extraño, como de otro lugar — Lord Sebastian le encantan.
No tenía idea, no sabía casi nada de él.
— ¿Le gusta trabajar para él?
— Claro, es un buen patrón, lo conocí en Hilaria y le serví de guía, luego le pedí trabajo y acepté venir hasta este reino. Soy Miguelo para servirle.
Eso explicaba su acento.
— Mucho gusto Miguelo, yo soy lady Emiliana.
— Sí, la patrona. Espero que no sea toda una tirana.
Me reí — No se preocupe, no soy de esas.
Ni siquiera me sentía dueña de nada, ni siquiera me sentía como una esposa.
— Me alegra, mire que el patrón es bueno con nosotros.
— Yo seré igual de buena.
Siguió su camino.
Me marché a los establos y encontré a Sebastian saliendo de allí con rostro serio, me evaluó detenidamente.
— Llegó tan pronto.
Pensé que no volvería hasta el amanecer, algunos caballeros solían pasar toda la noche en los clubes.
— Solo fui a tratar asuntos de negocios — Gruñó, parecía de muy mal humor, yo no estaba para tolerarlo.
— Claro.
Caminé hacia la mansión, pero me tomó del brazo.
— ¿Qué hace tan tarde por los jardines?
— Soy su esposa, puedo andar por aquí si me place.
Observó la manzana en mi mano.
— ¿Y eso?
— Es una manzana — Dije y puso los ojos en blanco.
— No sea chistosa ¿Por qué acepta los regalos de Miguelo?
Me tensé ¿Me vió conversando con el sirviente? Le importaba si yo hablaba con otro hombre, me dió una pizca de alegría ver que si se ponía celoso.
Tal vez si había una forma de hacer que me buscara él.
— Me la ofreció y quise comer — Dije, elevándola.
— No tiene porque tomar cosas que un sirviente le ofrece, para eso están las cocineras...
— Pensé que era buen patrón y que no andaba denigrando a los sirvientes — Lo interrumpí y apretó su mandíbula.
La mordí ante él y sus ojos recorrieron mi boca, detalló la mordida con hambre, tal vez también le apetecía.
— Señorita Emiliana, quiero aclarar algo, yo no estuve buscando amantes... — Se quedó como tarado cuando di otra mordida, le ofrecí la manzana — ¿Quiere? Al parecer llegó con hambre, me ve como cachorro hambriento. Debió comer algo antes de volver.
Parpadeó varias veces.
— No, yo... Señorita Emiliana...
— No me gusta que me llame así, dígame Emiliana o esposa, ya no soy una señorita.
— Sigue siendo señorita...
— No antes los ojos de la sociedad — Dí otro mordisco y se tensó, observé hacia abajo, su cosa se marcaba por encima de la tela.
Se cubrió con el saco — Entremos a la casa, esposa.
Me giré, sin dejar de comer mi manzana.
— ¿Está seguro qué no quiere? Está jugosa.
— No — Su voz salió muy gruesa y mi centro volvió a despertar, como cuando estuve en sus brazos cálidos y firmes, se sentía tan masculino, tan poderoso.
Pude sentir esa cosa grande contra mi abdomen, era dura. Eso me asustaba, pero también me llenaba de más curiosidad.
No iba a preguntar más, no hasta que me tomara en serio como su esposa.
— Mi lord, la cena está lista ¿Irá a acercarse o prefiere ir al comedor directamente? — Preguntó el mayordomo.
— Iré al comedor.
Lord Sebastian me tomó de la mano y me tensé cuando me guió hacia el comedor.
Su mano era grande, rasposa, estaba un poco fría, parecía habérselas lavado en las caballerizas.
Mi corazón se aceleró.
— Siéntese, por favor — Me apartó mi silla y me coloqué, la recogió y tomé asiento.
Se colocó en su lugar.
— ¿Por qué me toma la mano?
— Porque es mi esposa.
— ¿Desde cuándo lo soy?
— Desde que nos casamos — Me observó, con una ceja elevada.
— Dijo que no seríamos un matrimonio completo. Tomar las manos no me parece necesario.
— Quiero hacerlo.
Las sirvientas entraron y no pude hablar, sirvieron la comida y me quedé callada.
Él empezó a comer.
— Me encontré con su hermana.
Me tensé — ¿Qué?
¿A eso fué?
— Estaba en el puerto — Me quedé callada — ¿No va a decir nada?
— ¿Qué voy a decir?
— ¿No le interesa saber cómo está?
— ¿A ella le interesa?
Su expresión se aligeró — Preguntó por usted y se vió un poco preocupada.
— ¿Y qué le dijo usted?
— Que estaba bien, pero que tenía un poco de resfriado.
Fruncí el ceño — Yo no tengo resfriado.
— Lo siento, pero no supe que decirle para que no se preocupara.
— Decirle que estoy resfriada es para preocuparse — Jugué con la cuchara en mi sopa.
Se quedó observando, no iba preguntar por Dorian, no quería que volviera un malentendido, pero a aquellas alturas no me interesaba saber de él.
— Quiere verla y hablar con usted.
— No, no quiero.
— ¿Por qué?
— Porque no, aún estoy dolida y enojada con ella, no quiero verla. Ni se le ocurra invitarla.
— No se ve mala hermana.
Solté la cuchara, pero no quería decir nada al respecto.
— Por favor, no insista, yo decidiré cuando verla y hablar con ella.
...****************...
Subí a mi habitación.
Sebastian me acompañó hasta la puerta, su habitación estaba al lado de la mía, así que no podíamos tomar otra ruta.
— Olvidé esto — Dijo, cuando tome la perilla.
Me tendió un frasco y lo tomé con cautela — Es perfume.
— Así es, lo compré para usted.
— ¿Por qué me compró perfume?
— Porque se que es el que usa.
— ¿Cómo sabe... — Olí el frasco.
Era mi fragancia favorita.
— Lo huelo siempre en usted.
— ¿Por qué está haciendo esto? — No comprendí su cambio.
Me impresionaba que fuese tan atento, adivinó mi perfume con solo su olor.
— No quiero que piense que soy un patán. No tengo amantes, tampoco estuve con ninguna mujer en el club, no puedo hacerlo.
¿No puede hacerlo?
Entró en su habitación.
Me quedé desconcertada.