Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta, decidida, libre para expresarse.
Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Tensiones ocultas
Después de que Isabella salió de la oficina, Alejandro intentó volver a concentrarse en su trabajo, pero su mente seguía atrapada en la imagen de la joven sentada frente a él. Bufó con frustración y se restregó el rostro con ambas manos, intentando sacarse de la cabeza esos pensamientos que no dejaban de rondarle. Cerró los ojos por un momento, buscando algo de claridad, pero lo único que logró fue que la imagen de la muchacha se volviera más vívida en su mente. Recordó el sueño que había tenido la noche anterior, un sueño que lo había dejado perturbado, y no pudo evitar maldecir en silencio.
-Esto es ridículo- murmuró para sí mismo- ¿Qué me pasa con esa mujer?
Se recostó en su silla, intentando hacer a un lado también el hecho de haber seguido a Isabella y a Carlos hasta el restaurante. Alejandro no solía comportarse de manera impulsiva, y mucho menos permitir que sus emociones lo dominaran, pero esa joven parecía tener un efecto sobre él que no podía controlar.
Justo en ese momento, escuchó un leve golpe en la puerta. Se enderezó rápidamente, recomponiendo su postura.
-Adelante- dijo con voz firme.
La puerta se abrió y María entró con la bandeja del almuerzo que Alejandro le había pedido. Al verla, el empresario sintió un leve destello de irritación. Tenía pensado regañarla por no haber estado en su sitio cuando Isabella fue a buscarla, ya que si ella hubiera estado en su sitio él no habria tenido que interactuar con la. muchacha, pero en cuanto se dio cuenta de que él mismo había pedido que le trajera el almuerzo, se mordió la lengua.
-Señor Martínez, aquí está su almuerzo- dijo María con una sonrisa amable mientras dejaba la bandeja sobre el escritorio.
-Gracias, María- respondió Alejandro, tratando de mantener un tono neutral- Pero la próxima vez que tengas que ausentarte de tu puesto, quiero que informes a mi padre para que no mande a su asistente por ningún motivo. No es aceptable que tenga que lidiar con... interrupciones innecesarias.
María, aunque sorprendida por la petición, asintió rápidamente.
-Por supuesto, señor Martínez. Lo tendré en cuenta- le respondió la mujer.
Alejandro la observó por un instante, evaluando si debía decir algo más, pero decidió que ya había hablado suficiente.
-Eso es todo, puedes retirarte- le dijo luego de tomar la bandeja de sus manos.
-Entendido, señor- respondió María antes de salir de la oficina, cerrando la puerta suavemente detrás de ella.
Una vez fuera, María no pudo evitar sentir un nudo de preocupación en el estómago. La manera en que Alejandro había mencionado a Isabella le parecía... extraña. No era solo una preocupación profesional; había algo más en su tono, algo que no pudo identificar del todo. Preocupada, sacó su móvil y decidió marcarle a la muchacha. No podía dejar de preguntarse qué había ocurrido exactamente en la oficina de Alejandro.
El teléfono sonó un par de veces antes de que Isabella respondiera.
-Hola, María- contestó con su habitual tono cálido. -¿Todo bien?
-Hola, Isabella. Sí, todo bien. Bueno, en realidad... quería preguntarte algo- comenzó María, intentando no sonar alarmada- Acabo de salir de la oficina del señor Martínez y... me mencionó que habías estado allí. ¿Qué ocurrió? Parecía algo molesto.
Isabella suspiró al otro lado de la línea.
-Sí, tuve que ir porque don Rafael necesitaba que firmara unos documentos con urgencia. Fui a buscarte, pero no estabas en tu puesto y no podía esperar, así que tuve que llevarlos directamente a él.
-Entiendo- dijo María, mordiéndose el labio- ¿Y cómo reaccionó? Parecía... ¿raro?
Isabella soltó una risa leve, pero no había humor en ella.
-Bueno, no estaba muy feliz de verme, eso es seguro- respondió la muchacha- Me increpó por estar allí, como si hubiera invadido su espacio personal o algo así. Pero bueno, solo hice lo que tenía que hacer.
María asintió, aunque sabía que Isabella no podía verla.
-Lo siento si te hizo sentir incómoda, Isabella. A veces es... complicado- le dijo la mujer con un dejo de pena- Pero haré todo lo posible para que no tengas que volver a enfrentarlo. No es justo que tengas que lidiar con eso.
-Gracias, María- respondió Isabella con sinceridad. -Pero no te preocupes. Puedo manejarlo. No voy a dejar que me intimide.
María sonrió al escuchar la determinación en la voz de Isabella.
-Eso me alegra, Isabella. Eres fuerte, y no deberías dejar que nada ni nadie te haga sentir menos.
Después de despedirse, María se quedó pensativa. Sabía que Alejandro podía ser difícil, pero su reacción hacia Isabella le había parecido extraña, como si estuviera luchando contra algo más allá de lo profesional. Sin embargo, era algo que no podía compartir con Isabella ni con nadie más. Tendría que estar atenta y ver cómo evolucionaban las cosas. Si Alejandro seguía actuando de esa manera, tendría que intervenir de alguna forma.
Mientras tanto, en su oficina, Alejandro apenas tocó la comida que María había traído. Su mente seguía dando vueltas alrededor de Isabella, y en su interior la frustración no dejaba de crecer. Cerró los ojos por un momento, intentando despejar su cabeza, pero la imagen de ella, sentada en su oficina con una actitud desafiante, no se iba.
-Esto tiene que parar- se dijo a sí mismo- No puedo dejar que me afecte de esta manera. Es solo una empleada más. Nada más.
Pero en el fondo, sabía que no era tan simple. Algo en ella lo inquietaba, lo desestabilizaba, y no estaba seguro de cómo manejarlo. Apretó los puños, decidido a no dejar que esa situación se le fuera de las manos. Tendría que ser más firme, más distante. No podía permitirse más errores.
Con esa resolución, volvió a centrarse en los documentos que tenía sobre su escritorio, aunque su mente seguía atrapada en el mismo punto de conflicto: Isabella.
Cuando su día de trabajo al fin terminó, se dirigió al estacionamiento, allí una vez más su mirada se desvió hacia el lugar en donde Isabella solía estacionar su automóvil, y al ver que el vehículo no se encontraba allí supuso que la muchacha ya se habría marchado. Así que sin detenerse a pensar más, puso en marcha su automóvil y fijó el rumbo hacia su departamento.