Llámame Muñeca

Matteo Vannecelli

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Después de una hora y media, salimos y la vi terminando de comer. Me encantaría probar la comida que estaba preparando, ya que la gastronomía colombiana es exquisita. Mi abuela Isabel a menudo cocinaba para mis primos y para mí, y sus platillos eran realmente deliciosos. Espero que mi muñeca también sepa cocinar, porque si lo hace tan bien, no dudaré en casarme con ella. Sonrío al pensarlo, aunque, claro, es solo una broma.

Al llegar a su apartamento, mis hermanos se quedaron en la sala mientras yo entré en su habitación. Abrí la puerta y me quedé en el umbral, admirando su belleza. Debo confesar que me fascinan sus curvas y sus nalgas, ya que son completamente naturales; a diferencia de muchas italianas, que suelen tener un físico más plano o recurren a cirugías. Las mujeres de mi familia, en cambio, se benefician de la buena genética heredada de mi abuela Isabel.

Decidí darle nalgadas para recordarle los límites que a veces parece olvidar. Sin embargo, ella reaccionó de forma inesperada, golpeándome en el rostro y en el abdomen antes de correr hacia la sala. Al revisarme, sentí algo metálico en mis labios: era sangre. Me toqué la nariz y sonreí, reconociendo que mi muñeca me había roto la nariz con un solo movimiento. Me recoloco y salgo de la habitación, observando cómo mi colombiana está en el suelo. Mis hermanos se acercan a ella; yo, por otro lado, me siento molesto de que hayan visto su ropa interior.

Al levantarse y darse la vuelta, choca conmigo. Rápidamente le coloco un pañuelo en la nariz que contiene un sedante para que se duerma. La llevaré a mi hacienda, que se encuentra fuera de la ciudad. Una vez inconsciente, la cargo y miro hacia mis hermanos, quienes me observan antes de desviar la mirada.

—Espérame afuera —les digo con firmeza mientras camino hacia la habitación. Recuesto a la muñeca en la cama, busco algo de ropa y la cambio antes de salir de su apartamento junto con mis hermanos. El celador nos despide y mi hermano le entrega un dinero por su colaboración. Al llegar a los autos, mis hermanos se despiden y yo me subo a otro vehículo con dirección a la hacienda.

Tras una hora, llegamos. Subo al segundo piso y entro en la habitación, recostándola sobre la cama y cubriéndola con las sábanas. Mis dedos recorren sus labios, que son rosados y carnosos. Le doy un beso suave en los labios y me retiro de la habitación, dirigiéndome a la mía, donde me doy una ducha y me limpio la nariz. Más tarde, me acuesto y me duermo.

Al día siguiente, me levanto temprano, tomo una ducha y me cambio. Al salir de mi habitación, escucho unos gritos: es mi muñeca. Me apresuro hacia la puerta y, al abrirla, me doy cuenta de que lleva una silla en las manos, con la cual intenta golpearme. Reacciono rápidamente y, al cruzar mis brazos, la silla se parte. Ella me empuja, dejándome a un lado de la puerta, y corre escaleras abajo.sonreí, Mi colombiana amaneció con mucha energía, pero es fundamental enseñarle quién tiene el mando en esta casa, y que empiece a comportarse como una dama.

Salí de la habitación y bajé rápidamente las escaleras, observando cómo ella se dirigía hacia la puerta. Al salir, caminé con prisa mientras mis hombres la apuntaban, ella levantó las manos en señal de rendición. Hice un gesto para que bajaran sus armas y se retirasen, lo cual hicieron. Me acerqué a ella, la agarré del brazo y comenzamos a caminar de regreso a la casa, aunque ella trataba de liberarse de mi agarre.

—¡Suéltame, bestia! Lo que estás haciendo es un delito —me gritó.

Una vez dentro de la sala, con un movimiento la coloqué sobre mi hombro mientras ella pataleaba y golpeaba mi espalda con sus manos. La sujetaba por el muslo y con la otra mano le daba nalgadas.

—¡Comporta'te, muñeca! ¡Tu castigo será más severo!

—¡Déjame de darme nalgadas, hijueputa! Te voy a dar una muñequera, te lo juro —respondió con furia, golpeándome en la espalda.

Con la palma de mi mano, le golpeé los glúteos con firmeza, lo que provocó que ella gritara y me llamara triplehijueputa. ¿Qué significaba eso? Caminé al despacho, tomé una cuerda y, tras sentarla con fuerza, logré amarrarla. Al finalizar, me alejé y tomé una silla para sentarme frente a ella.

—Oye, Matteo, podemos llegar a un acuerdo. Puedo devolverte la cadena y el dinero. Te juro que no te denunciaré y haremos que esto quede en el olvido; solo déjame ir —me dijo, angustiada.

—¿Hablas de esta cadena? —le mostré, sacándola de debajo de mi camisa—. Grei Villalobos, no me importa el dinero, tengo mucho.

—Entonces, ¿por qué hacer todo esto solo por robarme 700 euros? —respondió, irritada.

—No es la cantidad que robaste, sino a quién robaste, muñeca. —Pasé mi mano por su mejilla, pero ella apartó el rostro, intentando evitar que la acariciara.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué piensas hacer conmigo?

—¿Qué quiero hacerte? Oh, colombiana, tengo muchas cosas en mente.

Deslicé mi mano por su cuello, subiendo hacia su rostro. Sus ojos reflejaban enojo; luego, se humedecieron.

—Matteo, por favor, déjame ir. Si te robé, fue por necesidad; mis padres están enfermos y no tenía dinero. Por eso recurrí a esto. No soy ladrona, te prometo que no volveré a hacerlo. Déjame ir y reuniré el dinero, te lo pagaré.

Esa chica es una mentirosa, una descarada. Llorando, realmente piensa que me va a conmover y que la dejaré ir. Comencé a reír a carcajadas mientras ella me miraba sin comprender.

—Qué mentirosa eres, muñeca. Tu padre, Manuel Villalobos, y tu madre, Mariana Mendoza, son parte de una de las familias millonarias más reconocidas en tu país. Tu hermano mayor se llama Kevin y tu otra hermana, Rosario. Viven en la costa, en la ciudad de Santa Marta. Sé todo sobre ti, así que no intentes engañarme.

Ella abrió los ojos con sorpresa, se quedó en silencio y finalmente la escuché susurrar en español.

—Joda, que sale cita la mia haberme topado con este italiano demente. Ahora sabe todo sobre mí y mi familia. No sirve de nada decirle embuste, estoy metida entremendo chicharrón.

Arqueé una ceja, sin entender. ¿Qué significaba “embuste” y “chicharrón”?

—Colombiana, ¿qué significa “embuste” y “chicharrón”? —le pregunté en español.

Ella me miró sorprendida, frunciendo el ceño.

—Así que eres un embustero, dijiste que no hablabas español, y mira que lo hablas. ¡Hombres,tenías que ser! —me dijo molesta.

—Entonces, si embustero significa mentiroso, también eres embustera porque me dijiste que te llamabas Victoria, así que estamos en igualdad de condiciones —sonreí.

Ella puso los ojos en blanco y luego me miró de nuevo.

—Cantala claro, italiano, ¿qué es lo que quieres para que me pueda ir? —preguntó desanimada.

—Quiero tener sexo contigo, quiero hacerte mía tantas veces como quiera y quiero que me Atienda y me cocines.

Ella arqueó una ceja y luego comenzó a reír, llenando el despacho con su carcajada.

—Soy ladrona, no prostituta ni empleada doméstica. Prefiero morir antes que entregarme a ti, loco de mierda —me dijo, enojada.

Me levanté de la silla, la tomé del mentón para que me mirara y luego la besé con brusquedad mientras ella intentaba apartar su rostro.

—Cuanto más te resistas, más deseo tenerte, Grei. No tienes muchas opciones. Estás en mis manos y en mi país. Puedo hacer contigo lo que quiera, nadie puede salvarte. Si prefieres morir antes que acostarte conmigo, bien, cumpliré tu deseo.

Solté su mentón, rodeé la mesa y saqué un arma de la última gaveta, quitándole todas las balas sin que ella se diera cuenta. Me acerqué a ella, notando el miedo en su expresión.

—¿Últimas palabras, muñeca? —le dije en tono burlón, apuntando su frente.

—Sí, que eres un hijo de puta—me gritó.

Sonreí al ver su valentía, le quité el seguro al arma justo cuando ella gritó:

—¡Tú ganas! Lo haré, pero baja el arma —me dijo, asustada.

—¿Qué harás?

—Seré tu empleada doméstica.

—¿Solo eso? —le pregunté.

Ella suspiró y miró hacia otro lado.

—También me acostaré contigo. Dime, ¿por cuánto tiempo me tendrás secuestrada? Debo regresar a mis clases.

—Eso es lo que menos debería importarte.