Un Nuevo Amor

La noche caía con suavidad sobre la ciudad, envolviendo al Hotel Imperial en un ambiente de calma aparente. Ángela llegaba para su turno nocturno, con el cabello aún húmedo por la ducha apresurada y esa expresión serena que siempre la acompañaba, aunque dentro de sí el cansancio comenzaba a pesar. Apenas cruzó la puerta principal, el gerente los reunió a todos en recepción.

—Bueno, equipo —dijo con voz entusiasta—. Como saben, el Fuerza Azul pasó a la final. Y, en agradecimiento por el excelente servicio que hemos prestado, la directiva del club nos ha obsequiado una boleta a cada uno para el partido del domingo.

Los murmullos no se hicieron esperar: risas, comentarios y emoción llenaron el lugar. Ángela sonrió levemente; aunque no lo demostrara, por dentro sentía una verdadera alegría. Era una hincha fiel del Fuerza Azul desde hacía años, y poder verlos jugar la final era un pequeño regalo que el destino le ofrecía.

—¡Vamos, Ángela! Seguro te vas a emocionar con ese partido —dijo una compañera entre risas.

—Claro —respondió ella con sencillez—. No me lo perdería por nada.

El grupo se dispersó, y cada uno volvió a sus labores. El hotel, aunque tranquilo, se preparaba para una nueva jornada de huéspedes, muchos de ellos relacionados con el equipo. Ángela, por costumbre, tomó su carro de limpieza y se dirigió a los pisos altos. Mientras organizaba el carrito, escuchó los murmullos de sus compañeras cerca del área de lavandería.

—Dicen que Daniela y otras estuvieron coqueteando con el capitán y con varios jugadores anoche —comentó una de ellas con tono curioso.

—Sí, y que al parecer ellos respondieron al juego —añadió otra, casi divertida.

Ángela detuvo su movimiento por un segundo. No quería darle importancia, pero algo en su pecho se tensó. “Claro… lo de siempre”, pensó. Y con una mezcla de decepción y orgullo herido recordó por qué prefería mantener distancia. No quería ser una más entre tantas.

Horas antes, David había aprovechado su mañana libre. Después de haber dormido en el hotel la noche anterior, se levantó temprano, se duchó y se dirigió a su apartamento. Allí, ordenó algunos papeles, preparó un desayuno ligero y revisó mensajes pendientes. Aunque intentaba enfocarse, su mente vagaba una y otra vez hacia ella.

Aquella mujer de mirada firme y voz tranquila lo tenía desconcertado. No entendía por qué, pero su presencia lo perturbaba en el mejor de los sentidos.

Mientras la tarde caía, David regresó al hotel. Esa noche debía concentrarse antes del viaje del día siguiente a otra ciudad. Se reportó con el técnico y, con paso tranquilo, se dirigió a su habitación. En el trayecto, sus ojos buscaron de forma casi instintiva aquella figura familiar. No la vio, y una ligera frustración se dibujó en su rostro.

Ya en su habitación, abrió la puerta y se encontró con una escena inesperada. Ángela estaba allí, organizando unas toallas sobre la cama, su cabello suelto cayendo por los hombros, y esa serenidad que parecía envolverlo todo.

David no pudo evitar sonreír para sí. “Qué afortunado soy”, pensó.

—Buenas noches —dijo con voz suave, tratando de no asustarla.

Ángela se sobresaltó un poco, pero enseguida recobró la compostura.

—Buenas noches —respondió, sin alzar la mirada—. Disculpe, ya casi termino, no me demoro.

David dio un par de pasos hacia adentro, cerrando la puerta tras él.

—No te preocupes por mí, tómate tu tiempo —contestó con tono cálido.

Ángela intentó mantener la calma. Sabía que no debía sentirse nerviosa, pero algo en la forma en que él la miraba la desarmaba poco a poco.

—Solo estoy reponiendo algunos productos —dijo con una voz más baja de lo habitual.

—Lo sé —respondió él—. Pero… ¿me podrías pasar una toalla, por favor?

Ella tomó una y, al extenderla, David rozó su mano suavemente, dejando que sus dedos se detuvieran un instante más de lo necesario.

—David —dijo él con voz queda—. Prefiero que me llames David, no señor.

Ángela apartó la mirada de inmediato, con el corazón acelerado.

—Claro, David, como desees —susurró.

Guardó silencio por unos segundos antes de agregar—: Ya terminé, si no es más, me retiro.

David la observó fijamente. No quería que se fuera, pero tampoco quería forzar nada.

—Antes de que te vayas, ¿puedo pedirte algo? —preguntó.

Ella levantó apenas la vista, nerviosa.

—Sí, claro, dime.

David dio un pequeño paso hacia ella, sin dejar de mirarla.

—¿Me regalarías tu número de celular?

El aire pareció detenerse entre ambos. Ángela lo miró, confundida, intentando leer en su rostro si se trataba de una broma o de algo real. Pero en los ojos de David había sinceridad… y algo más.

Un brillo distinto, una mezcla de interés y vulnerabilidad.

Ella respiró hondo, bajó la mirada y sonrió apenas.

—Lo pensaré —respondió, saliendo con paso firme hacia la puerta.

Cuando la puerta se cerró tras ella, David quedó en silencio, con una sonrisa en los labios.

Por primera vez en mucho tiempo, una mujer había logrado algo que nadie más: dejarlo sin palabras.