Estuve diez años casada con el amor de mí vida, aún sabiendo que el amor de mí vida, amaba a mí hermana.
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Capítulo 9
...Aspen....
—¡Mami! Te juro que yo no robé el collar de la abuela. ¡No fui yo, no lo hice! –Solté en un sollozo ahogado–.
Nunca entendí porque me acusaron de tal crímen.
Lo peor fue que nadie creyó en mí.
Ni mis padres, tampoco mis hermanos, ni mis abuelos.
—¡Eres una mentirosa, Aspen! –Gritó Luke–.
—¡Todos sabíamos cuánto te fascinaba el collar de la abuela, por eso lo robaste! –Intervino Ethan–.
Negué rápidamente, mientras mis lágrimas caían a borbotones.
—E-Es cierto que me gustaba mucho el collar de la abuela. –Intenté detener mis lágrimas, pero me fue imposible–. ¡Pero jamás lo robaría! ¡No soy una ladrona! –Grité–.
—¡No mientas! –Habló Kyle–. Dakota vió como te escabulliste al cuarto de los abuelos.
—Señor Voinescu. –Uno de los sirvientes regresó luego de revisar mí habitación–. Encontramos éste collar en la habitación de la señorita Aspen. –Informó, mientras en sus manos mostraba un collar de diamantes, era el collar robado–.
Estaba en shock.
Rápidamente observé a mí padre, tomando su camisa, tratando de hacer que me escuche.
—P-Padre, te juro que no es... –Sentí un fuerte ardor en mí mejilla, papá me había abofeteado–.
—Le robaste el collar a tu propia abuela, eres una vergüenza para el apellido Voinescu. –Sentenció, observándome con odio y decepción–.
Mí mente quedó en blanco ante aquéllas palabras.
Mis ojos rápidamente buscaron a alguien, quien sea, sólo quería que alguien me defendiera. Pero, igual que siempre, todos me miraban juzgandome.
Fue entonces cuando la vi, Dakota estaba detrás de nuestra madre, sonriendo como una maldita cínica.
Ella lo había hecho, me incriminó.
Recuerdo que me hirvió la sangre y me abalancé sobre ella, comenzado a jalarle el cabello.
—¡FUISTE TÚ, MALDITA PERRA! –Grité, jalándole el cabello, mientras Dakota gritaba en busca de ayuda–.
Fue cuando mí padre tomó mí muñeca, arrojándome fuera de Dakota.
Caí al piso, observándola con odio.
Ví como mí madre y hermanos corrieron hacia ella, abrazándola y consolándola mientras Dakota lloraba.
Mis ojos fueron a mí padre.
—¡Fue ella, papá! ¡Te juro que lo hizo ella! –Señalé en dirección a Dakota, quien se ocultó a llorar en el pecho de nuestra madre–.
—¡SUFICIENTE! –Gritó papá–. No sólo eres una ladrona, sino que también eres una mentirosa. –Sentenció con desdén–.
—¡ESCÚCHAME, PAPÁ! –Insistí, pero me interrumpió–.
—Que los sirvientes la encierren en el cuarto oscuro hasta que aprenda a no mentir. –Ordenó, y fue cuando los sirvientes comenzaron a arrastrarme a la habitación oscura–.
Grité, me retorcí, pero no pude hacer nada para evitar que me lleven a ese horrible lugar.
Pude ver el odio en los ojos de todos y, la maldita sonrisa en la cara de Dakota.
Cuándo me encerraron en el cuarto oscuro, supe porque tenía ese nombre.
Era un lugar abandonado, con apenas una luz tenue, había ratas, arañas, cucarachas y otros bichos.
Recuerdo haber llorado por tres semanas enteras. Ese fue el tiempo en el que estuve encerrada ahí.
Escuché una bocina detrás de mi auto, regresándome a la actualidad.
Solté una risita ante aquéllos recuerdos que inundaron mí mente.
Negué y arranqué el coche.
—Malditos traumas de la infancia. –Murmuré, dirigiéndome hacia el local que alquilé–.
Al llegar, bajé de mí coche, dirigiéndome a mí local.
Estaba sucio, con grietas por todas partes pero, aún así era hermoso.
—Ah, señorita D'Oggioni, finalmente ha llegado. –El dueño de una tienda de flores junto a mí local, habló–.
—Señor Lalo, es bueno volver a verlo. –Sonreí, estrechando su mano–.
—Veo que tiene mucho trabajo por delante. –Comentó, señalando el lugar–.
Era cierto, tenía mucho trabajo que hacer.
Limpiar, pintar, comprar muebles y electrodomésticos.
No sería fácil.
—Eso es seguro. –Solté en un suspiro–. Pero valdrá la pena cuando obtenga resultados. –Sonreí–.
—Eso mismo pensaba yo cuando abrí mí primer floristería. Fue difícil, sobretodo siendo un hombre. –Comentó–. Afortunadamente no me rendí y, con el apoyo de mí esposa, lo logré. –Asintió y sonreí–.
—Es bueno tener el apoyo de los seres queridos. –Verbalicé–.
—Eso es cierto. –Asiente–. También es buena la ayuda de la comunidad. –Me observó–. Así que, si necesita mí ayuda para cualquier cosa, no dude en venir a buscarme. Los colegas debemos apoyarnos. –Declaró con amabilidad–.
Debo admitir que tener a personas amables a mí alrededor se siente como una brisa fresca en una tarde de verano.
—Lo tendré en cuenta, señor Lalo. –Le regalé una sonrisa amistosa–.