En el lujoso mundo de los negocios, donde el poder y la codicia son la regla, surge una historia de amor llena de traiciones, celos y secretos ocultos. "Sombras de Pasión" narra la vida de Sofía Valente, una joven mujer independiente y decidida, que lucha por cumplir sus sueños en un mundo controlado por hombres de hierro. A lo largo de la novela, su vida se entrelazará con la de Gabriel Ríos, un empresario frío, calculador y exitoso, cuya única pasión parece ser el dinero y el control.
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Capítulo 9: El Juego de las Máscaras
El sonido de los pasos de Sofía resonaba en el eco de las calles vacías mientras se dirigía a su auto. Las luces de la ciudad iluminaban tenuemente su rostro, pero su mente estaba nublada por una tormenta de emociones. El peso de las pruebas que había recibido de Gabriel la sofocaba. Cada página de ese documento, cada correo electrónico, cada número bancario, demostraba algo innegable: Lucas, su amigo más leal, la había traicionado.
Sofía condujo hasta su apartamento, el silencio en el auto era abrumador. El viento nocturno entraba por la ventanilla entreabierta, pero no lograba calmar su corazón acelerado. Todo lo que había construido parecía pender de un hilo delgado, y lo más aterrador era que no sabía en quién confiar. Cuando finalmente llegó, dejó las llaves del auto sobre la mesa y se desplomó en el sofá. La traición de Lucas seguía latiendo en su pecho como una herida abierta.
**"¿Cómo pudo hacerme esto?"**, pensó mientras miraba la ciudad desde la ventana. Se frotó las sienes, tratando de pensar con claridad. **Lucas**, quien había estado a su lado en cada paso, en cada crisis, en cada victoria. ¿Por qué había decidido traicionarla? ¿Era por dinero? ¿Ambición? ¿O había algo más?
Una pequeña notificación en su teléfono interrumpió sus pensamientos. Era otro mensaje de Gabriel.
**"Mañana haré una movida pública. Ten cuidado. Todo está a punto de explotar."**
El corazón de Sofía se aceleró aún más. No podía seguir esperando. Tenía que enfrentarse a Lucas, y lo haría esa misma noche. Se levantó con determinación, recogió las pruebas y salió del apartamento. No había lugar para el miedo. La rabia y el dolor eran lo único que la mantenían en pie.
Lucas vivía en un lujoso departamento en el centro de la ciudad. El tipo de lugar que Sofía siempre había pensado que era innecesario para alguien que decía ser humilde. El tipo de lugar que, ahora sabía, había pagado con los fondos que había obtenido vendiendo su información.
Cuando llegó a la entrada del edificio, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No sabía cómo se iba a desarrollar la confrontación, pero tenía que obtener respuestas. El conserje la reconoció de inmediato y le permitió el acceso sin preguntas. Había estado allí muchas veces antes, en momentos donde la traición ni siquiera era una posibilidad.
Cuando llegó a la puerta del departamento, tocó con fuerza. No había vuelta atrás. Se escucharon pasos del otro lado, y luego, la puerta se abrió lentamente. Lucas la miró con sorpresa, y por un momento, su sonrisa habitual intentó aparecer en su rostro.
—Sofía, ¿qué haces aquí a esta hora? —preguntó, como si nada estuviera fuera de lugar.
Ella no dijo nada. Solo entró, empujándolo ligeramente hacia atrás. Su mirada era fría, distante. Lucas notó de inmediato que algo estaba mal, pero no tenía idea de lo que estaba por venir.
—¿Qué pasa? —preguntó, cerrando la puerta detrás de ella—. ¿Por qué tienes esa cara?
Sofía lanzó los papeles sobre la mesa de café con fuerza, haciendo que algunos se desparramaran por la superficie de vidrio. Los ojos de Lucas se clavaron en los documentos, y por un instante, su rostro cambió. Pero fue solo un parpadeo. Recuperó la compostura de inmediato.
—¿Qué es esto? —preguntó, pero su tono ya no era tan casual como antes. Sabía exactamente lo que eran esos papeles.
Sofía se acercó a él, la furia ardía en sus ojos.
—Esto —dijo, señalando los papeles—, es la prueba de que me has estado traicionando. Has estado vendiendo nuestra información, mis ideas, todo lo que hemos construido. Todo lo que te confié.
Lucas se quedó en silencio por un momento, su mandíbula apretada. No intentó negar nada, lo que sorprendió a Sofía.
—No es tan simple, Sofía —respondió finalmente, su voz baja y cautelosa—. Las cosas no son blancas o negras. Yo... yo hice lo que tenía que hacer.
Sofía lo miró con incredulidad. ¿Eso era lo mejor que podía decir?
—¿Hiciste lo que tenías que hacer? —su voz temblaba de rabia—. ¡Me robaste! ¡Robaste Valente! ¡Robaste mi confianza! ¿Cómo puedes justificar algo así? ¿Dinero? ¿Poder? ¡Lucas, eras mi amigo!
Lucas dio un paso hacia atrás, como si intentara ganar algo de espacio para respirar. La tensión entre ambos era palpable.
—Sofía, no entiendes. No podía seguir como estaba. Todo lo que hicimos, todo lo que construimos... estaba en peligro. Necesitaba asegurarme de que no íbamos a hundirnos. Valente estaba tambaleándose, y cuando los inversionistas se acercaron a mí, vi una oportunidad. No era solo por mí, era por la empresa.
—¿Y no pensaste en decirme? —le interrumpió Sofía, incrédula—. ¡Tenías opciones, Lucas! ¡Podrías haber hablado conmigo, podrías haber buscado soluciones juntos! Pero en lugar de eso, te vendiste.
Lucas la miró, y por primera vez, vio un destello de desesperación en sus ojos.
—No había tiempo. No sabes lo que es tener que tomar decisiones bajo tanta presión. Valente iba a caer, Sofía. No teníamos respaldo, no teníamos inversiones fuertes. Todo dependía de ti, y no estabas viendo lo que realmente estaba pasando.
Sofía lo escuchaba, pero no podía aceptar sus excusas. Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, pero no iba a dejarlas salir. No frente a él.
—No tenías derecho a tomar esa decisión por mí —dijo, su voz más calmada pero aún llena de dolor—. No tenías derecho a destruir nuestra relación, nuestra confianza. Te di todo, Lucas. Y me lo arrebataste por la espalda.
Lucas bajó la mirada. No había excusa, y lo sabía. No había justificación para lo que había hecho. La traición ya estaba consumada.
—Lo siento, Sofía. —Fue todo lo que dijo.
Sofía lo miró por un largo momento. No esperaba esas palabras, pero no importaban. El daño estaba hecho. Nada volvería a ser como antes.
—Lo siento no va a arreglar esto —respondió, tomando las pruebas de la mesa—. Voy a destruir lo que intentas hacer. Y te aseguro que cuando todo esto termine, Valente seguirá en pie, pero tú no.
Con esa última frase, Sofía salió del apartamento, dejando a Lucas solo en medio de su lujosa traición.
Esa misma noche, Sofía se dirigió directamente a la oficina de Gabriel. No podía esperar más. No después de todo lo que había descubierto. Si bien no confiaba completamente en él, sabía que tenían un enemigo común, y que Gabriel era su única opción para proteger a Valente y exponer a Lucas.
Cuando llegó a la oficina, Gabriel ya la estaba esperando. No hubo necesidad de palabras innecesarias. Ambos sabían lo que estaba en juego. Gabriel le ofreció un vaso de whisky mientras ella se sentaba frente a su escritorio.
—¿Lo enfrentaste? —preguntó Gabriel, rompiendo el silencio.
Sofía asintió, agotada pero determinada.
—Lo enfrenté. Y me dio sus excusas. Pero nada va a cambiar lo que hizo. —Sofía bebió un sorbo de whisky, sintiendo cómo el calor del alcohol la relajaba por un momento—. Ahora, necesito asegurarme de que no pueda dañarme más. ¿Tienes un plan?
Gabriel sonrió, esa sonrisa que siempre parecía contener más de lo que revelaba.
—Por supuesto. Ya tomé medidas para neutralizar sus movimientos. Pero tú tendrás que ser el rostro de esto, Sofía. Tienes que exponerlo públicamente. Demostrarle al mundo que Valente es tuyo, y que no te vas a dejar vencer.
Sofía lo miró, con renovada fuerza en sus ojos. Sabía que tenía que hacerlo. Sabía que la batalla estaba lejos de terminar, pero ahora, más que nunca, estaba lista para pelear.
Valente era suyo. Y no permitiría que nadie, ni siquiera alguien que una vez llamó amigo, lo destruyera.