Sombras De Pasión
Sofía Valente caminaba por la terraza de su apartamento, el viento cálido de la tarde acariciaba su rostro, despeinando sus cabellos oscuros. Desde allí, la vista de la ciudad se extendía hasta el horizonte, un océano de edificios que parecían haberse elevado para abrazar el cielo. Sus dedos, cubiertos por finos anillos de oro, trazaban líneas imaginarias en el cristal de la barandilla mientras sus pensamientos volaban.
Había llegado a un punto crucial de su vida. Su marca de ropa, *Valente*, había crecido de manera incontrolable en los últimos dos años. Aquel que alguna vez la consideró solo una joven con sueños de moda ahora la veía como una fuerza en la industria. Pero el éxito tenía un precio.
Las inversiones se hacían más necesarias. Los talleres, las tiendas y los materiales requerían capital adicional para seguir creciendo. Sabía que debía ampliar su alcance, llevar su marca a nivel internacional, pero para eso necesitaba algo más que creatividad. Necesitaba dinero.
Su móvil vibró en la mesa de cristal. Un mensaje. Lo recogió con una rapidez casi instintiva.
**Victoria Estrada ha confirmado la reunión de mañana. Horario: 10:00 AM.**
La expresión de Sofía se endureció. Victoria, su archienemiga, había sido durante mucho tiempo la sombra que se deslizaba en la oscuridad, esperando su momento para hacerle daño. Exnovia de Gabriel Ríos, empresario de renombre, y uno de los hombres más poderosos del país, era conocida por su ambición desmedida. Pero también había sido la amiga de Sofía en su juventud, antes de que la codicia y la traición arruinaran todo.
"Una reunión con Victoria…", murmuró Sofía, con una mezcla de desdén y resignación. El interés de Victoria por Valente era tan claro como el agua, pero no era solo la marca lo que quería: lo que realmente deseaba era eliminar a Sofía del mapa. Y si eso significaba involucrar a Gabriel Ríos, lo haría sin pensarlo.
Gabriel. El nombre le causaba una punzada en el pecho, una mezcla de emociones que no lograba entender del todo. Frío. Despiadado. Caculado. Así era Gabriel. Su encuentro había sido meramente casual en una de las galas de la industria, pero desde entonces, él había estado presente en los rincones más oscuros de su mente.
Era un hombre que no creía en el amor, que no necesitaba a nadie, salvo a sí mismo y a sus negocios. El dinero era su única brújula, el éxito su único motor. Y en un mundo donde el poder se medía en cifras y contratos, Sofía lo entendía a la perfección: Gabriel Ríos era un imperio.
Su teléfono volvió a vibrar, esta vez con una llamada entrante. La pantalla mostró el nombre de Lucas Montoya, el socio más cercano. Aunque siempre había sido amigos, no podía evitar sospechar de su lealtad. Nadie en el mundo empresarial era realmente confiable.
Contestó la llamada.
—Hola, Lucas —saludó con tono serio.
—Sofía, ¿cómo estás? Espero no interrumpir, pero quería saber si estarás lista para la reunión de mañana —su voz sonaba profesional, pero había algo en su tono que la hizo sentir incómoda.
—Claro. Victoria se presentará a las 10, así que estaré lista para hablar —respondió con una tranquilidad que no sentía.
—Perfecto. Gabriel te ha estado esperando, y ya sabes cómo es. La última vez mencionó que hay… un par de detalles que debemos afinar.
Sofía frunció el ceño. Sabía que Gabriel no haría nada sin asegurarse de que estuviera perfectamente bajo control. El control era su mayor herramienta, su mayor debilidad.
—Gracias, Lucas. Nos vemos mañana.
Colgó la llamada con una mezcla de incertidumbre. *¿Qué quería decir Gabriel con “detalles”?* Sabía que las cosas nunca eran tan fáciles con él.
Al día siguiente, a las 9:30 a.m., Sofía llegó puntual al despacho de Gabriel, ubicado en el rascacielos que marcaba el centro de la ciudad. El lobby era imponente, una mezcla de mármol y acero que reflejaba la luz de los enormes ventanales. La seguridad era estricta, como siempre lo era en los lugares donde se movían las élites de los negocios.
Subió al piso 45 en uno de los ascensores más rápidos que había experimentado, su reflejo en el cristal del cubículo, vestida con una elegante blusa de seda blanca, pantalones de tiro alto y tacones que le daban confianza.
Gabriel Ríos no estaba en su oficina. En cambio, ella se encontró con Lucas, quien la saludó con un gesto cordial.
—Sofía, Gabriel está en una reunión importante, no falta mucho. Tengamos un poco de paciencia.
Sofía asintió, pero no pudo evitar la creciente sensación de incomodidad. Se sentó en el amplio sillón de cuero negro, rodeada de muebles de diseño que reflejaban el poder de Gabriel. No era la primera vez que entraba en ese espacio, pero cada vez le parecía más frío, más calculado.
Sabía que la reunión de hoy determinaría el futuro de su marca. Y también el suyo.
A los pocos minutos, la puerta de la oficina se abrió con un suave susurro. Sofía alzó la vista y allí estaba él.
Gabriel Ríos. Alto, de mirada fría, con el rostro esculpido por la tensión de años de batallas empresariales. Su traje oscuro, perfectamente ajustado, no dejaba lugar a dudas sobre su poder. Y aunque su cara permanecía impasible, Sofía no pudo evitar notar la chispa de reconocimiento en sus ojos al verla.
—Sofía —su voz sonó como un eco en el aire.
La tensión creció en el instante en que cruzaron miradas. Algo invisible pero palpable se activó entre ellos, una energía que no necesitaba palabras para ser entendida.
—Gabriel —respondió ella, con una firmeza que luchaba por mantener.
No se dijeron más palabras, pero algo estaba a punto de cambiar en esa habitación. El precio del éxito, para ambos, parecía mucho más alto de lo que habían imaginado.
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