En el reino de Sardônica, Taya, una princesa de espíritu libre y llena de sueños, ve su libertad amenazada cuando su padre, el rey, organiza su matrimonio con el príncipe Cuskun del reino vecino de Alexandrita. Desesperada por escapar de este destino impuesto, Taya hace un ferviente deseo, pidiendo que algo cambie su futuro. Su súplica es escuchada de una manera inesperada y mágica, transportándola a un mundo completamente diferente.
Mientras tanto, en un rincón distante de la Tierra, vive Osman, un soltero codiciado de Turquía, que lleva una vida tranquila y solitaria, lejos de las complicaciones amorosas. Su rutina se ve completamente alterada cuando, en un extraño suceso mágico, Taya aparece de repente en su mundo moderno. Confusa y asustada por su nueva realidad, Taya debe aprender a adaptarse a la vida contemporánea, mientras Osman se encuentra inmerso en una serie de situaciones improbables.
Juntos, deberán enfrentar no solo los desafíos de sus diferentes realidades, sino también las diversas diferencias que los separan.
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Capítulo 19
Ella estaba recogiendo sus cosas en la habitación de invitados, y yo apenas podía esperar a que se fuera. Su presencia me causaba un malestar palpable. Cuando estaba a punto de entrar en mi habitación, ella me llamó.
—Fuiste tú, ¿verdad? —preguntó, lanzándome una mirada fría.
—No estoy entendiendo a qué te refieres —respondí, intentando parecer confusa.
—No te hagas la tonta. Sabes exactamente de lo que estoy hablando. Sabes que fuiste tú quien convenció a Osman para que me echara. Pero lo entiendo, no debe ser fácil para ti lidiar con la idea de Osman recordando los buenos momentos que tuvimos en mi habitación durante la madrugada —dijo ella, destilando veneno en cada palabra.
—Eres ridícula. Tu comportamiento solo revela lo frustrada que estás al darte cuenta de que no significas nada para Osman. Lo único que siente por ti es dolor. Y pronto me aseguraré de que ni siquiera ese dolor permanezca. Las traidoras como tú merecen ser olvidadas, como una comida en mal estado que se come y se intenta no recordar —respondí, encarándola con firmeza y hablando con toda la autoridad que me habían enseñado.
—Has elegido un mal camino. Descubrirás lo difícil que es tenerme como enemiga —me dice, lanzándome una mirada maligna. Pero no me intimido; ya he enfrentado a serpientes más grandes.
—Ya veremos. Creo que será difícil para ti. ¿De verdad quieres luchar en una guerra que ya he ganado? —pregunto, llena de autoridad.
Ella comienza a reír con desdén y, de repente, empieza a abofetearse.
—¡Para con eso! ¡No me pegues, ya me voy! —comienza a gritar, como si yo le estuviera haciendo algo. Me quedo allí sin reaccionar, sin poder creer lo que esa loca estaba haciéndose a sí misma.
—No tengo la culpa de seguir amando a Osman. Al corazón no se le manda —dice, llorando y golpeándose fuerte en la cara. Luego, se detiene y comienza a masajearse el rostro.
—¿Qué está pasando aquí? —la grave voz de Osman resuena detrás de mí. Ella pasa a mi lado y se aferra a Osman.
—¡Tu novia está loca! Me preguntó si te amaba y, cuando le dije que sí, ¡empezó a agredirme! Yo no mando en mi corazón, Osman —dice ella, abrazando a Osman. Soy presa de la furia, la agarro del brazo y tiro de ella con fuerza, golpeándole la nariz.
—Ahora sí puedes decir que te he pegado, ¡loca! —digo, jadeando de rabia.
Osman me mira, su expresión es difícil de leer.
—¡Me has roto la nariz! —dice ella, intentando detener la sangre que le sale de la nariz.
—¿Por qué haces esto, Taya? Las cosas no se resuelven así. No necesitas tanta violencia —dice Osman, ayudando a la maldita a levantarse. Ella se aferra a él, llorando y dedicándome una sonrisa maligna.
—¿Le crees? —pregunto, molesta al ver que él está de su lado.
—No se trata de creerla a ella, sino de lo que estoy viendo. No me gustan las peleas, y no es bonito ver a dos mujeres pelearse —dice, soltándose de los brazos de Berna.
—¡Ella me ha pegado, Osman! No he hecho nada más que responder a sus preguntas —la víbora sigue destilando su veneno, y vuelvo a abalanzarme sobre ella, que corre a esconderse detrás de Osman.
—¡Ya basta! —grita Osman irritado—. Berna, coge tus cosas y vete ahora mismo de mi casa. El chófer te está esperando —dice con frialdad.
—Pero Osman, no puedes dejarme ir así —dice ella, intentando sujetarle del brazo. Él la aparta bruscamente y dice:
—Mi casa no es un hotel y yo no soy médico. Ya he hecho por ti más de lo que merecías. Por favor, vete de mi casa —dice, señalando la escalera.
Ella recoge sus cosas y se va, lanzándome una última mirada tan fea como la de un demonio.
Ella baja las escaleras y, antes de que él pueda hablar conmigo, entro en mi habitación y cierro la puerta con llave. Siento toda la tensión del momento acumulándose en un nudo en mi garganta, y un fuerte llanto sale como un desahogo.
—¿Taya? —Le oigo llamarme desde el otro lado de la puerta. Estoy molesta y no quiero hablar ahora.
—Taya, abre la puerta, por favor —pide.
—Taya, mi amor, abre la puerta, no podré dormir si no hablamos —insiste, su voz tranquila y serena. Escuchar "mi amor" me recuerda a mi difunta madre, la única persona que me llamaba así con tanto cariño. Eso me conmueve y ablanda mi corazón.
—Cariño, abre la puerta, no te enfades conmigo, por favor —su voz ahora es suplicante. Entonces, abro la puerta lentamente.
—Taya, te quiero y me mata saber que estás enfadada conmigo —dice. Cuando abro la puerta de golpe, él, que estaba apoyado en la puerta, pierde el equilibrio y se cae. Todavía en el suelo, levanta la mirada hacia mí. No puedo evitar reírme.
—Ha valido la pena caerse, te has reído y he podido ver las bonitas pantorrillas que tienes, señorita —dice, bromeando, mientras se levanta y se arregla el pelo. Para no ponérselo fácil, vuelvo a poner cara seria y me dirijo a la ventana de la habitación, cruzando los brazos.
Me abraza por detrás, besa mi cuello suavemente, y mi cuerpo traidor se eriza ante su caricia.
—Perdóname. Quiero que sepas que no le he creído y que no me he puesto de su lado. Aquello fue una reacción normal, estaba sangrando y fui a ayudarla. Pero eso no significa que estuviera de su lado. Es Berna, no es de fiar ni durmiendo —dice, oliendo mi pelo.
—Pero has hecho que parezca que ella tenía razón. Has hablado conmigo con brusquedad, y eso me ha dolido —digo, intentando soltarme de sus brazos, pero él me sujeta con fuerza.
—Suéltame, Osman —pido.
—No, hasta que me digas que me perdonas —dice, mordiendo suavemente mi oreja. Esto es jugar sucio; ¿cómo voy a resistirme a sus caricias?
—Te quiero, mi extraterrestre —dice, usando el apodo que me puso Burak, y una fuerte carcajada se me escapa.
—Me encanta verte sonreír, así es como debe ser, siempre sonriendo —dice, girándome hacia él, metiendo la mano entre mi pelo y tomando mi boca. Sin ninguna posibilidad ante esa acometida, me entrego al beso.
Me besa de forma calmada, luego va intensificando el beso, como si estuviera hambriento y nada pudiera saciarlo. Cuando se detiene, casi protesto, porque estaba siendo maravilloso.
—Me vuelves loco —dice, apoyándome contra la pared, oliendo y mordiendo suavemente mi cuello. Siento una reacción diferente en mi cuerpo, como si mi intimidad se tensara con cada mordisco y beso que me da en el cuello. Mi respiración se acelera y mi corazón late rápido y fuerte. Automáticamente, mi cuerpo se mueve debajo de él, como si necesitara liberarse de algo.