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Maneras de Reconquistarte

Maneras de Reconquistarte

Status: Terminada
Genre:CEO / Aventura de una noche / Embarazo no planeado / Embarazada fugitiva / Reencuentro / Romance de oficina / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:55
Nilai: 5
nombre de autor: Melissa Ortiz

Alexandre Monteiro es un empresario brillante e influyente en el mundo de la tecnología, conocido tanto por su mente afilada como por mantener el corazón blindado contra cualquier tipo de afecto. Pero todo cambia con la llegada de Clara Amorim, la nueva directora de creación, quien despierta en él emociones que jamás creyó ser capaz de sentir.

Lo que comenzó como una sola noche de entrega se transforma en algo imposible de contener. Cada encuentro entre ellos parece un reencuentro, como si sus cuerpos y almas se pertenecieran desde mucho antes de conocerse. Sin oficializar nunca nada más allá del deseo, se pierden el uno en el otro, noche tras noche, hasta que el destino decide entrelazar sus caminos de forma definitiva.

Clara queda embarazada.
Pero Alexandre es estéril.

Consumido por la desconfianza, él cree que ella pudo haber planeado el llamado “golpe del embarazo”. Pero pronto se da cuenta de que sus acusaciones no solo hirieron a Clara, sino también todo lo verdadero que existía entre ellos.

NovelToon tiene autorización de Melissa Ortiz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 8

...Clara Amorim...

El viernes siempre fue mi día favorito de la semana, porque parecía anunciar que el descanso estaba a la vuelta de la esquina, tocando a la puerta del sábado y abrazando el domingo. Pero, hoy, nada de eso importaba. Todo lo que quería era un consejo de mi madre, oír su voz diciendo que todo iba a estar bien. Lástima que ella vive en Itapema, a casi una hora de carretera desde aquí.

No fui a trabajar. De hecho, ni siquiera pretendía volver. Ya envié mi currículum a otras empresas, no iba a aceptar que Alexandre pensara que podía tratarme como basura solo porque tiene dinero y estatus. Tampoco iba a renunciar a mi hijo por orgullo, pero necesitaba distancia de él. Solo de pensarlo, sentía el estómago revuelto.

Mañana probablemente viajará a Estados Unidos, como estaba combinado antes de que todo se desmoronara. Voy a aprovechar ese tiempo para resolver lo que necesito: pasar por Recursos Humanos, formalizar mi renuncia, y después seguir directo a la casa de mis padres. Tal vez allí consiga respirar de nuevo.

—Tía Clara, ¿tu bebé es niño o niña? —preguntó Felipo, el mayor de los hijos de Sarah y Erick.

—Aún no lo sé, mi amor. Es muy pequeñito, va a demorar un poco en descubrirlo.

—¿Y cómo vas a llamarlo? —Breno quiso saber, todo curioso. Él era el del medio, con sus cuatro añitos y aquella carita traviesa.

—Hm... aún no tengo ninguna idea, pero prometo que voy a pensar con cariño. —mordí mi tostada, intentando sonreír. —¿Qué sugieren ustedes?

—¡Yo elegí el nombre de Mariáh! —Breno dijo orgulloso, apuntando a la hermanita que balbuceaba en la sillita. —Porque Felipo eligió el mío.

—Yo creo que es bonito Zara. —Felipo habló serio, sosteniendo el potecito de gelatina. —A mamá también le gusta, ¿verdad, mamá?

—Vio el nombre en mis bolsas de compras. —Sarah rió mientras limpiaba la carita de Mariah.

Reí junto con ella. Era imposible no contagiarme por el modo simple y feliz de aquella familia. Mi amiga había triunfado en la vida, tres hijos lindos, un marido que la trataba con respeto, una casa llena de amor. Me puse feliz por ella, de verdad.

Después del desayuno, Erick pasó a buscar a los niños para llevarlos a la escuela. Quedamos solo nosotras dos y Mariáh, que Sarah acomodó en el corralito, rodeada de juguetes coloridos.

—¿Estás mejor? —me preguntó, con aquella mirada atenta que siempre tuvo.

—Mejor. Ya tomé mi decisión. Mañana paso por Recursos Humanos de la empresa. El personal trabaja los sábados, entonces va a ser más fácil resolver todo. —respiré hondo. —Después... voy directo a Itapema, a quedarme un tiempo con mis padres. Necesito eso.

—Estás en lo cierto al hacer lo que te va a traer paz. —Ella sujetó mis manos con fuerza. —Y que sepas que, pase lo que pase, yo estoy aquí. Siempre.

—Yo solo... —cerré los ojos, sintiendo la voz quebrarse. —Yo solo no quiero volver a aquel ático. A pesar de que soy yo quien paga el alquiler, parece que todo allí me recuerda a él. Voy a pasar por allí solo para recoger mis cosas y listo. Después quiero desaparecer por unos días.

—Haz eso. Aléjate. Organiza tu corazón y tu cabeza. Y si él quiere buscarte, que sea con respeto. —dijo firme. —No estás sola, Clara.

Por un instante, me permití creer que ella tenía razón. Que iba a estar bien. Que este bebé iba a enseñarme a recomenzar, de un modo u otro.

...[...]...

El sábado amaneció grisáceo, como si hasta el cielo entendiera que yo no estaba bien. Me bañé sin prisa, me puse un pantalón negro y una blusa de tejido de punto color crema. Me sujeté el cabello en un moño flojo, me puse un corrector para esconder los ojos hinchados. Y respiré hondo.

Yo necesitaba ser práctica. Objetiva. No podía permitirme flaquear.

Cuando llegué al edificio de Monteiro Tech, pasé directo por la recepción. Algunas personas me lanzaron miradas curiosas, tal vez porque no había aparecido ayer, tal vez porque estaban extrañando la expresión en mi rostro. Pero nadie preguntó nada. Menos mal.

Esperé el ascensor sola. Cuando la puerta se abrió en el piso de Recursos Humanos, sentí el corazón dispararse, como si él supiera que aquel sería mi punto final. Caminé por el corredor iluminado hasta la sala de Recursos Humanos, sujetando firme mi bolso y mi decisión.

La asistente administrativa, Isadora, me recibió con gentileza.

—Buenos días, Clara. ¿Todo bien?

—Buenos días. —respondí, intentando sonreír. —Necesito formalizar mi desvinculación. Traje mi carta de renuncia por escrito.

—Oh... —pareció sorprendida. —¿Estás segura?

—Absolutamente. —extendí el sobre.

Ella asintió, tomó el papel y comenzó a digitar algunos datos en el sistema. Mientras tanto, mi mirada vagó por el corredor. La oficina de él quedaba en el último piso. Si Alexandre estaba allí, no hacía diferencia. Yo no pretendía buscarlo.

Firmé los papeles en silencio. Entregué la credencial, junto con mi tarjeta de acceso a los pisos restringidos y la llave de repuesto del laboratorio de creación. La sensación fue extraña, como si me estuviera despidiendo no solo de un trabajo, sino de una parte entera de mi vida.

—¿Te gustaría pasar por el departamento financiero para arreglar tus pagos pendientes? —Isadora preguntó, en un tono cordial.

—Sí, por favor. Quiero dejar todo organizado hoy mismo.

—Claro. Ya hago el encaminamiento. —digitó algunas líneas más. —Débora del departamento financiero te llamará en instantes.

Asentí y me senté en uno de los sillones de la recepción de Recursos Humanos. Me quedé mirando por la ventana el movimiento de los coches allá abajo. Pensando en lo mucho que este lugar me enseñó. En lo mucho que había creído que finalmente estaba construyendo algo sólido.

Pero no todo era concreto. Algunas cosas, me di cuenta ahora, eran solo castillos de arena.

Cuando Débora me llamó, finalicé todo en menos de media hora. Firmé los últimos documentos, combiné la fecha para recibir el restante de los pagos debidos y devolví mi credencial de visitante.

Salí de allí ligera y, al mismo tiempo, con un vacío difícil de explicar.

En el camino hasta el ascensor, mantuve la mirada firme, ignorando cualquier posibilidad de cruzarme con él. Cuando por fin llegué a la planta baja, sentí el corazón desacelerar.

Era eso. Se acabó.

Yo ya no formaba parte de aquella empresa. Ya no formaba parte de la vida de él. Y, por más que doliera, yo sabía que necesitaba seguir adelante.

Conduje hasta mi ático para arreglar mis cosas y tomar la carretera. En el camino, respiré hondo y marqué el número de mi madre. Doña Mirian atendió al primer toque, con aquella voz que siempre tuvo el poder de calmarme.

Mirian: Hola, hija mía.

Oír su tono suave trajo un alivio que hizo que mi pecho doliera de añoranza.

—Mamá... —hablé, sintiendo el llanto subir por la garganta. Me contuve. No podía derrumbarme en el tráfico. —¿Puedo pasar un tiempo allí con ustedes?

Hubo un silencio breve, como si ella quisiera estar segura de que estaba oyendo bien.

Mirian: Claro que puedes, mi amor. Eres nuestra hija. Te lo dije tantas veces... Vas a llegar lejos en la vida, si haces todo bien. Vas a amar el lugar donde estés. Pero solo ten certeza de una cosa: donde quiera que vayas, siempre podrás volver a casa.

Una lágrima testaruda rodó por mi mejilla.

—Gracias, mamá. Llego allí en algunas horas.

Mirian: Dios bendiga tu viaje, hija. Te estamos esperando.

Corté antes de que mi voz entregara todo lo que yo estaba sintiendo.

Cuando estacioné en el garaje, respiré hondo para recomponerme. Saludé al portero con un “buenas tardes” que salió más débil de lo que me gustaría. Entré en el ascensor y encaré mi reflejo en el espejo de acero cepillado. Parecía exhausta, pero determinada.

Así que la puerta se abrió en mi piso, fui directo adentro. Sin pensar mucho, tomé mi maleta más grande en el vestidor y comencé a guardar algunas ropas y objetos personales. Cada prenda que doblaba parecía cargar el peso de todo lo que estaba dejando atrás.

Pero yo necesitaba irme. Necesitaba respirar. Necesitaba recordar quién era yo antes de todo esto. Hoy, más que nunca, yo necesitaba volver a casa.

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