Ella siempre supo que no encajaba en esa mansión. No era querida, no era esperada, y cada día se lo recordaban. Criada entre lujos que no le pertenecían, sobrevivió a las humillaciones de su madre y a la indiferencia de su hermanastra. Pero nada la preparó para el día en que su madre decidió venderla… como si fuera una propiedad más. Él no creía en el amor. Sólo en el control, el poder y los acuerdos. Hasta que la compró. Por capricho. Por venganza. O tal vez por algo que ni él mismo entendía. Ahora ella pertenece a él. Y él… jamás permitirá que escape.
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El trato
Capítulo 8
Thalía no volvió esa noche.
Cuando Amelia regresó por la mañana, con su mochila a la espalda y una sonrisa tímida, fue como si el aire volviera a entrar a la casa. La niña preguntó por Thalía de inmediato, pero Adrián solo dijo que se había quedado en casa de una amiga. No tenía idea si Joshua era su amigo, su amante, o ambos.
El pensamiento lo irritó más de lo que habría querido admitir.
Por la tarde, cuando Thalía finalmente cruzó la puerta, traía el rostro frío, neutral. Ni rastro de temor ni de debilidad. Solo una firmeza que lo desarmó más que cualquier palabra.
—¿Podemos hablar? —preguntó él, apoyado en el pasamanos de la escalera.
Thalía se detuvo, pero no se giró hacia él.
—¿Sobre qué?
—Sobre anoche —dijo, con la voz más baja—. Me… equivoqué.
Ella giró despacio, con la ceja alzada.
—¿Eso fue una disculpa?
—No soy bueno con eso —admitió, bajando los ojos—. Pero no quise hacerte daño. No… no soy ese tipo de hombre.
Thalía cruzó los brazos, sin moverse.
—Pero lo fuiste.
Adrián apretó la mandíbula.
—No sé qué me pasó. Te vi con ese otro hombre, actuando como si nada, como si pudieras hacer lo que quieras… Y recordé que te vas a casar conmigo, que estás aquí por mi culpa, y sentí que…
—¿Que tenías derecho sobre mí? —interrumpió ella, con la voz afilada.
Él la miró, en silencio.
—¿Eso sientes, Adrián? Claro, como soy una cosa que compraste, que puedes controlar, tocar, humillar… cuando se te dé la gana.
—No —dijo, seco—. No es eso.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
El silencio cayó como una losa entre ellos. Adrián quería decir muchas cosas. Que no había dormido, que su cabeza era un caos, que su padre lo presionaba, que estaba harto de fingir. Pero ninguna de esas excusas era suficiente.
Así que solo dijo lo único que podía.
—Porque eras fácil de controlar.
Thalía lo miró, herida. Él lo sintió.
—No querías amor. No querías complicaciones. Solo a alguien que no se interpusiera en tu vida perfecta, en tus mujeres, en tus negocios…
—Exacto —murmuró él.
Ella dio un paso hacia él.
—Entonces no tienes derecho a pedirme nada. Ni disculpas vacías, ni explicaciones, ni respeto. Porque eso… —tocó su pecho con un dedo— eso no se impone. Se gana.
Y sin esperar respuesta, subió las escaleras.
En el estudio, su padre lo esperaba para revisar el contrato de la boda.
—No pareces muy entusiasmado —comentó, revisando los papeles.
—¿Qué pasaría si cancelamos todo? —preguntó Adrián, sin mirarlo.
—¿Y qué le dirías a la prensa, al consejo, a la junta de inversores? ¿Que dejaste a la hija ilegítima de una familia “respetable” porque no supiste controlarla?
Adrián bajó la cabeza.
—Controlarla —repitió Adrián en voz baja, con amargura, apretando los puños sobre los apoyabrazos del sillón.
El padre levantó la mirada por encima de los lentes, con ese gesto frío y calculador que había perfeccionado durante años en el mundo empresarial.
—No empieces con sentimentalismos, Adrián. Tú elegiste a esa chica. Tú firmaste el acuerdo. Nadie te obligó.
—La elegí porque pensé que sería fácil —confesó él, con la voz más baja, como si cada palabra le pesara—. Porque no tenía a nadie, porque no se quejaba, porque… no creí que me importara.
—Perfecto —respondió su padre, dejando caer el bolígrafo sobre el contrato—. Entonces que no te importe ahora. Solo firma lo que falta y asegúrate de que el matrimonio se vea real ante los medios. Nadie espera que dures toda la vida con ella. Solo que cumplas.
—¿Y si ella se va? —preguntó de pronto Adrián, con un matiz de inquietud que no pudo esconder—. ¿Y si no firma?
Su padre se inclinó hacia él, serio, casi molesto.
—Entonces asegúrate de que no lo haga. Hazle entender su lugar. Ya no es la mucama, ni la hija olvidada de Irene. Ahora llevará tu apellido. Y eso, aunque no lo merezca, la protege… y la compromete.
Adrián lo miró fijamente. Había algo en su pecho que se removía con violencia, un conflicto que se había negado a enfrentar.
—No es solo un papel, padre. Es una persona.
—¡Entonces trátala como lo que es! —exclamó el hombre, golpeando la mesa con la palma abierta—. Una pieza más en este juego. Si tú no puedes jugar, te saco del tablero. ¿Lo entiendes? No estoy invirtiendo millones para que al final termines con nada. Tú solo eres útil si cumples tu rol. Y ese contrato garantiza tu permanencia.
Adrián se puso de pie de golpe, mirando el contrato como si fuera una condena.
—¿Y si no quiero pertenecer a esto?
Su padre se rió, seco.
—Siempre has pertenecido. Desde el día en que nació esa niña fuera del matrimonio y su madre murió… Desde entonces cargas una mancha. Y esta boda es lo único que puede limpiarla. Ahora firma.
Adrián cerró los ojos por un instante, tragando el orgullo, la rabia, la culpa. Luego tomó la pluma. Y firmó.
Adrián salió del estudio con la mandíbula apretada. El sabor de aquella conversación con su padre aún le quemaba en la lengua. Controlarla. Como si Thalía fuera una pieza más del ajedrez familiar que podía moverse a conveniencia de los demás. Y lo peor de todo… es que él también lo había pensado así.
Subió las escaleras con paso firme, pero no agresivo. Por primera vez en semanas, no sentía la necesidad de cerrar puertas de un portazo o refugiarse en una copa de whisky. Ahora tenía un objetivo claro: mantener a Thalía en la jugada.
No podía permitirse perder esa ficha.
La encontró en la biblioteca, sentada frente a la ventana con un libro entre las manos. Aunque sus ojos se movían por las líneas, su mente parecía en otro lugar. No lo notó hasta que él aclaró la garganta.
—¿Ese libro es interesante o solo finges leer para evitarme?
Thalía levantó la mirada, sorprendida de verlo allí.
—¿Tú qué crees?
Adrián soltó una sonrisa ladeada, como si la ligera ironía en su voz no lo ofendiera en absoluto. Se acercó con calma, como si no acabara de pasar una noche infernal, como si el recuerdo de su último encuentro no flotara aún como humo denso entre ellos.
—He estado pensando… —dijo, sentándose en el sillón frente a ella.
—¿Eso no es peligroso para ti?
—Más de lo que crees.
Hubo un silencio tenso. Ella cerró el libro con lentitud, evaluándolo.
—¿Qué quieres, Adrián?
—Hablar.
—¿De verdad? ¿Conmigo? ¿O es que tu secretaria favorita no está disponible?
Adrián chasqueó la lengua, cansado de esa dinámica.
—Lo merezco, lo sé. Pero no vine a discutir. Quiero… intentarlo.
Thalía se rió por lo bajo, sin pizca de alegría.
—¿Intentar qué? ¿Ser un buen esposo? ¿Un buen hombre? Ya me dejaste claro que yo no soy tu tipo, que no te intereso, que solo me quieres como adorno en tu maldita vitrina familiar.
—Y tú dejaste claro que te gusta provocar.
—¿Provocar? —repitió ella, incrédula—. Lo único que he hecho es intentar sobrevivir en esta casa, Adrián. ¿Sabes lo que es sentirse invisible y, al mismo tiempo, juzgada por cada paso que das?
Él se inclinó hacia adelante, los codos sobre las rodillas.
—Tienes razón. He sido un imbécil. No vine a negar eso. Pero hay algo que no puedo permitir que pase: que esta boda se cancele.
Thalía parpadeó, confundida por su franqueza.
—¿Y por qué te importa tanto? ¿Tu orgullo? ¿El dinero de papá?
—Porque todo esto… ya no se trata solo de mí.
Ella lo miró, expectante.
—La empresa. Amelia. Incluso tú. Ya no estoy solo en esta ecuación, y tengo que manejarlo mejor. Así que quiero que hagamos las cosas bien. Aunque sea de cara al mundo.
—¿“Bien”? —repitió ella—. ¿Eso significa que dejarás de traer mujeres a esta casa? Si te vas a encontrar con ellas, que sea en otra parte.
Adrián dudó. Se sintió ligeramente avergonzado.
—Sí. Ya terminé con eso. No quiero darte más motivos para incomodarte. Sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero…
—No —lo interrumpió—. No tienes derecho. Pero si de verdad vas a cambiar, no lo hagas por mí. Hazlo por Amelia. Ella te necesita más que yo.
Él asintió.
—¿Podemos empezar de cero?
—No existe el cero, Adrián. No después de todo esto. Pero… si quieres ser decente, adelante. Solo no esperes nada de mí. Estoy aprendiendo a no esperar nada de nadie.
Adrián la observó, y por un segundo, vio algo distinto. No a la chica sumisa que había elegido por conveniencia, sino a una mujer rota, cansada, pero entera. Más fuerte de lo que había querido admitir.
—Entonces empecemos desde el punto en el que estamos. Ni tú finges que me amas, ni yo pretendo que esto es una historia de cuento. Pero podemos llegar a algún tipo de paz. ¿Te parece?
Ella dudó, pero finalmente asintió con suavidad.
—Veremos cuánto dura tu paz, Muñoz.
Él sonrió con esa arrogancia que nunca abandonaba del todo su rostro.
—Te sorprenderías.
La tensión entre ellos no se sentía como una bomba a punto de explotar, sino como un cable eléctrico chispeando… inestable, sí, pero con algo que podía llegar a encenderse.
Un fuego distinto.
Uno peligroso.
Uno que, de jugarse mal, podía quemarlos a ambos.
Tiago ya eres grande para dejarte envolver como niño creo q los padres q te dio la vida te han enseñado valores ojalá no te corrompas con esa persona q dice ser tu padre , Thalía y Joshua hicieron mal al no decirte la verdad por cuidar tu ntegidad , ahora quien sabe lo. Q te espera al lado de este demonio