Ivette Mora es una madre de dos hijos que prefiere pasar su vida sola, el maltrato y desamor que sufrió con el padre de sus hijos dejó huellas en lo más profundo de su ser, en una jugada del destino se cruza con Gustavo Martínez y viven una historia de amor plena. Pero un error hará perder la confianza, allí empezará la difícil tarea de reconquistar a su amor o dejar que todo se pierda.
Una historia de amores y desencuentros.
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Gustavo entra a sala de procedimiento con Ivette.
Al día siguiente Gustavo revisó sus horarios y días de trabajo, el tenía horarios rotativos y le cambiaban los días y supo que el lunes veintidós le tocaba trabajar, como tenía una buena relación laboral con sus compañeros y jefe le pidió cambiar el día con otro colega para poder asistir al procedimiento de Ivette.
No tenía claro el horario solo el día así que buscó el teléfono de la clínica y llamó por teléfono averiguó el horario, y ese día estuvo allí media hora antes. Diez treinta de la mañana marcaba su reloj cuando entró a la clínica, se sentó y esperó minutos después llegó Ivette quien pasó directo al mesón para confirmar su asistencia.
—Bien día — dijo con una voz mucho más fuerte que la que el había escuchado antes.
—Buen día! ¿En que puedo ayudarle?
—Tengo hora a las once.
—Dígame su nombre
—Ivette Mora.
— ¿vino acompañada? Preguntó la recepcionista. Es que el doctor dejó aquí en su ficha que sola no puede hacer el procedimiento de hoy.
—¿Por que?
— Es que el tratamiento hoy será un poco más invasivo que las sesiones anteriores, ya que los resultados de sus exámenes marcan que qué se ha detenido el crecimiento de sus células malas, pero no han retrocedido.
Ivette tuvo una ligera respuesta — si vengo acompañada, pero llegará en un ratito más.
—Perfecto, si puede avísele que cuando llegue nos avise, mientras le confirmo entonces la sesión, en un ratito la llamará el asistente.
Minutos más tarde vino una asistente y llamó a alta voz —Ivette Mora.
Ella respiró hondo, se paró de su asiento y caminó hacia el pasillo.
—¿vino acompañada? se escuchó en el pasillo nuevamente la misma pregunta.
—Si respondió ella.
Pasaron dos horas, Gustavo seguía allí, pensaba, será que ahora si viene con alguien; sin embargo, nadie se acercó al mesón a anunciarse. Y pasó otra hora más de pronto una asistente en el pasillo preguntó —¿Familiar de Ivette Mora?
Si pensarlo el respondió —Yo, yo soy su acompañante.
—pase por aquí por favor. Lo guió y le hizo lavar las manos y colocar una túnica sobre su ropa y una mascarilla en su boca, sus zapatos también fueron cubiertos con un protector, todo perfectamente sanitizado. Mientras caminaba por ese pasillo podía escuchar en las distintas salas de atención personas, los olores allí eran nauseabundos, el pensaba en Ivette como estaría, el pasillo para él parecía ser más largo que lo que realmente era, hasta que llegó a destino. La asistente abrió la puerta y él pudo ver a Ivette más vulnerable que nunca, estaba acostada en una camilla, vestía una túnica celeste y parecía estar entre dormida, su apariencia pálida, respiraba cansada, abrió un poco sus ojos queriendo identificar a la persona que entró.
— le daré las indicaciones a seguir por lo menos los siguientes tres días—Dijo la asistente. Ella estará con vómito, sangrado, dolores de estómago bla bla bla... Seguía hablando la asistente y el escuchaba atentamente sin quitar la vista de Ivette.
Sentía ganas de cuidarla, le provocaba ternura y también mucha pena verla así, se acercó y pasó su mano acariciando su cabeza, en el guante quedó un mechón de cabello.
La asistente preguntó — ¿Qué es usted de la paciente?
Respondió —Su pareja
A la vez Ivette dijo —mi hermano.
La asistente miró a Ivette y le dijo —quedaste tan mal hoy que no reconoces a tu pareja, — dibujando una sonrisa.
—Soy su pareja —Reiteró él.
—Ahora los dejaré un momento solos, ella estará por lo menos una hora más en observación y luego se va a casa. —dijo la asistente. — mientras, puede quedarse aquí acompañándola. Salió de la sala después de decir eso.
Él se sentó al lado de la camilla de ella, mirándola fijamente, le parecía una mujer hermosa aún estando allí demacrada. Ella abrió un poco sus ojos alzando la mirada, sus ojos se encontraron, Gustavo pensó... Esos ojos marrones que me tienen sin dormir, ella veía los ojos verdes de él sin tener claro quien estaba allí.
—¿Quien eres? Preguntó casi murmurando.
—YO SOY EL AMOR DE TU VIDA — dijo él.