Siempre pensé que mi destino lo elegiría yo. Desde que era niña había sido un espíritu libre con sueños y anhelos que marcaban mi futuro, hasta el día que conocí a Marcelo Villavicencio y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Él era el peligro envuelto en deseo, la tentación que sabía que me destruiría, y el misterio más grande: ¿Por qué me había elegido a ella, la única mujer que no estaba dispuesta a rendirse? Ahora, mí única batalla era impedir que esa obligación impuesta se convirtiera en un amor real.
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Capitulo XI Ellos solitos se juntan
Punto de vista de Luis Vega
El matrimonio de la estúpida de Diana con el imbécil de Villavicencio había caído del cielo. No entendía cómo un hombre tan poderoso como él se había fijado precisamente en la hija de esa perdida de Olivia Betancourt, una mujer desvergonzada, capaz de las peores bajezas con tal de salirse con la suya.
A mí, por ejemplo, me engañó haciendo que creyera que esa bastarda de Diana era mi hija. Lo que ella no sabía era que, tiempo después, había mandado hacer una prueba de paternidad. El resultado había confirmado lo que ya pensaba: esa niña no era mi sangre. Todo lo contrario a mi esposa, Laura; ella demostró que Fabiana sí era mi legítima hija y, por ende, la única que merecía mi amor. Aunque le di mi apellido a Diana, nunca pude decir abiertamente que no era mi hija. Si admitía mi infidelidad y mostraba a Fabiana como mi verdadera hija, perdería todo lo que había conseguido con esfuerzo, pues la verdadera dueña de la mitad de mi "fortuna" era la madre de Diana, y no yo, como siempre le hice creer. Por eso odiaba a Diana: su existencia era un recordatorio constante de mi trampa y mi debilidad.
—¿Qué piensas obtener con ese absurdo matrimonio? —Laura preguntó, mientras se desmaquillaba con una calma escalofriante, viéndome a través del espejo del tocador.
—Es obvio lo que quiero, querida —respondí, sirviéndome un trago—. Con ese matrimonio, Diana asegurará quedarse con la mitad de todo lo que tiene Marcelo Villavicencio. Y si es inteligente, le dará un hijo: heredero de la fortuna Villavicencio. Y si todo sale como espero, nosotros tendremos la custodia del pequeño, y así, la oportunidad de manejar su fortuna. Ya lo hicimos una vez con Diana, ahora lo podemos repetir a gran escala.
Laura sonrió, la luz del tocador resaltando el brillo malévolo en sus ojos.
—Eres realmente asombroso, Luis. Es un plan perfecto, sin falla alguna. Ahora solo tenemos que esperar a que esos dos tengan un hijo... para deshacernos de ellos.
Por eso amaba a Laura. Ella era tan maquiavélica como yo, y mucho más despiadada.
—No será necesario deshacernos de Diana de inmediato —corregí, bebiendo el whisky lentamente—. Ella es útil por ahora. Mi preocupación es Villavicencio. Ese hombre es demasiado inteligente y, si llega a descubrir el secreto de Diana, no solo perderemos el plan, sino que vendrá por mí. Pero por ahora, la estúpida está en la cama del enemigo, y eso es una victoria.
—Nuestro secreto está bien oculto, nunca nadie lo sabrá, así que olvídate de eso. Por ahora disfrutemos de nuestra victoria y futuro brillante.
Laura caminó hacia mí de manera seductora. Ella era un volcán a punto de erupción, y ese fuego me encendía rápidamente. La noche terminó llena de pasión, la misma que habíamos tenido en los quince años que llevábamos de matrimonio y el mismo tiempo que teníamos enterrado nuestro mayor secreto.
Punto de vista de Sergio
Las páginas de los diarios estaban llenas de fotografías de Diana y el imbécil de Marcelo Villavicencio tomados de las manos de manera muy íntima. El título principal era: "Al fin llegó la indicada a la vida del hombre más cotizado del país".
Me enfureció que todo el tiempo que invertí tratando de llevar a la cama a la mojigata de Diana se había perdido. Nunca pude conseguir que ella se entregara a mí y ahora, de la nada, se había metido en la cama del hombre más poderoso del país. Pero eso no me iba a detener. Ella tenía que ser mía, costara lo que costara.
Sabía que ella no amaba a Villavicencio. Era imposible. Diana era demasiado terca y, después de lo que le hice, su odio por los hombres debía ser absoluto. Algo había pasado entre ellos para que se casaran de manera tan abrupta, y ese era el primer paso a dar: conocer la verdad detrás de ese falso matrimonio.
Mi oportunidad no tardaría en llegar. El arrogante de Villavicencio la creería suya, pero yo sabía que ese matrimonio era una bomba de tiempo.
Por ahora, me conformaría con Fabiana, la verdadera heredera de la familia Vega. Supe por una fuente confiable que ella era quien pasaría a ser dueña de la fortuna Vega, pues el viejo Luis dejaría todo el patrimonio familiar a su nombre. Eso me daba una ruta de acceso doble: si Diana fracasaba, Fabiana me aseguraría la riqueza.
Saqué mi móvil, sintiendo el mismo ardor de la mañana en mi pecho. El odio que sentía por Villavicencio era un motor. Marqué el número de Fabiana.
—Fabiana, ¿estás sola? —pregunté, mi voz forzadamente tranquila. Necesitaba que ella, la hermana celosa y despechada, confirmara mis sospechas.
—Sí, Sergio. Sigo en shock por lo de Diana. ¿Puedes venir? Necesito desahogarme.
—Voy en camino. Pero antes, quiero que me cuentes exactamente qué pasó anoche en tu casa. Y necesito saber dónde están. Diana no está con ese imbécil por amor, Fabiana. Y tú y yo vamos a probarlo.
Colgué. El juego acababa de comenzar. Villavicencio podía tener la fortuna, pero yo tenía el secreto y la ambición. Diana sería mía.
Fabiana llegó rápidamente a mi apartamento, ella siempre había sido tan fácil, siempre disponible para mí.
—¿Estás celoso? — pregunto apenas paso el umbral.
—No, solo que ese matrimonio es irreal. Diana estaba loca por mí. Ahora cuéntame que paso exactamente anoche en tu casa.
Fabiana paso a la sala sirviéndose una copa de vino, se veía tan relajada que me desesperaba.
—Villavicencio llegó con la propuesta de matrimonio con el fin de terminar la guerra entre ambas familias. — dijo mientras tomaba de su copa.
—¡Lo sabía! Diana solo aceptó para ayudar a tu padre.
—No fue del todo así, realmente mi padre la obligó a aceptar. Igual que importan esos dos tarados, mejor aprovechemos la noche.
Fabiana me había dado una pista de lo que estaba pasando realmente con esos dos, por lo que aún tenía esperanzas de reconquistar a Diana y no iba a volver a arruinarlo, al menos no hasta que ella cayera redondita a mis pies, lograría que me viera como su salvador.