¿Qué pasa cuando la vida te roba todo, incluso el amor que creías eterno? ¿Y si el destino te obliga a reescribir una historia con el único hombre que te ha roto el corazón?
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CAPITULO 16
Habían pasado tres meses desde el regreso de Ana a la mansión. Tres meses de convivencia tensa. El embarazo, aunque declarado de alto riesgo, se desarrollaba favorablemente, y la Dra. Herrera había confirmado que el bebé estaba sano. Daniel había cumplido a rajatabla el pacto, durmiendo en el cuarto de invitados y actuando solo como cuidador.
Ana, sin embargo, sentía el peso de la mentira. Había esquivado las llamadas de Francisco, inventado excusas para no ver a su padre, y sentía cómo su independencia se diluía ante la necesidad biológica de protección.
Ese sábado, el sol brillaba sobre el jardín. Daniel había convencido a Ana para que pasara la tarde en la piscina. Ana, con un traje de baño holgado, estaba sentada bajo la sombrilla, leyendo un informe. Daniel, en shorts, no se había quitado la camiseta; su misión era el cuidado, no el ocio.
Daniel regresó de la cocina con una bandeja: un vaso de agua con limón y menta (la única bebida que Ana toleraba últimamente), una toalla fresca y, lo más importante, el protector solar.
Se arrodilló junto a su silla, sin invadir su espacio, pero con una cercanía íntima.
"El sol está fuerte, Jefa," bromeó Daniel, tomando el protector. "Necesitas esto en los hombros."
Ana no protestó. Observó en silencio cómo Daniel aplicaba la loción en sus hombros y brazos. No era un toque lujurioso o forzado; era meticuloso y suave. La misma concentración que aplicaba a un contrato de millones, ahora la ponía en su bienestar.
Ella se dio cuenta: el Daniel que había regresado no estaba compitiendo con su éxito o su ambición; estaba compitiendo solo por el
derecho a servirla.
Ana lo observó mientras él, sin buscar nada a cambio, recogía un juguete de Martín que flotaba en el agua. La imagen de Daniel, fuerte y protector, realizando tareas domésticas sin un atisbo de orgullo, le golpeó el corazón.
Este es el hombre del que me enamoré. Pensó Ana. No el Presidente; el compañero.
La armadura de acero se sentía oxidada y pesada. La gratitud que había sentido se transformó en algo más cálido, más peligroso: amor. Un amor que ella había creído muerto, pero que Daniel, con su humilde devoción, había resucitado lentamente. Quería extender la mano, tocar su mejilla, y decirle que regresara al dormitorio principal. Pero se contuvo. Si se rendía ahora, la victoria de la independencia sería vacía.
Daniel, al sentir su mirada fija, se giró.
"¿Está todo bien, Ana? ¿Necesitas algo más? ¿Estás cómoda?"
Ana sonrió, una sonrisa genuina, no forzada. "Estoy bien, Daniel. Gracias." Era la primera vez en meses que le daba una gratitud tan honesta.
Daniel se sentó en el borde de la piscina. El momento era propicio. Su corazón latía con la esperanza que esa sonrisa le había dado.
"Ana, ya han pasado tres meses. Hemos superado el riesgo inicial. El bebé es fuerte," dijo Daniel, con voz suave. "Pero la situación es insostenible. Martín cree que hemos vuelto, pero le estamos mintiendo. Y tu padre... está preocupado. Cree que estás enferma de nuevo y me está matando no poder apoyarse en él."
Daniel se giró completamente hacia ella, su mirada seria.
"Es hora de decirles la verdad, Ana. No sobre nuestra relación, sino sobre el bebé. Necesitamos que Martín sepa que va a tener un hermano y que tu padre sepa que su hija está luchando por dos vidas, no por una. Necesitas el amor de tu familia, no solo mi cuidado obsesivo."
Ana sintió la verdad de sus palabras. La mentira la estaba aislando. Era hora de dejar de luchar sola. Y al mirar a Daniel, entendió que él no estaba pidiendo permiso para ser su esposo, sino para ser un padre orgulloso, un hijo de su suegro, y para poner fin a la soledad de su hijo.
"Tienes razón, Daniel," asintió Ana, sintiendo un nudo en la garganta. "Es hora de decírselo a Martín y a mi padre. Pero solo la verdad sobre el embarazo. Nuestra relación... eso seguirá siendo solo entre tú y yo."
Daniel asintió, su rostro iluminado por la victoria. Sabía que cada paso hacia la familia era un paso hacia la reconquista de su esposa.
El domingo por la mañana, Daniel y Ana reunieron a Martín en la sala. La noticia del divorcio nunca había sido explícita para el niño, por lo que la noticia de la mudanza fue confusa.
"Martín," comenzó Ana, suavemente, con Daniel a su lado. "Mamá y Papá tienen algo importante que contarte. Recuerdas que he estado en el hospital para cuidarme mucho, ¿verdad?"
Martín, de nueve años, asintió, mirando la barriga de su madre con curiosidad.
"Pues hay un motivo muy grande por el que me estoy cuidando tanto. Dentro de mi barriga, hay un bebé. ¡Vas a tener un hermanito o hermanita!" anunció Ana.
La reacción de Martín fue instantánea y explosiva. Saltó a los brazos de su madre y luego a los de su padre. "¡Voy a ser el hermano mayor! ¿Va a jugar conmigo?" Su inocencia cortó la tensión, llenando el salón de una alegría pura y contagiosa.