La puerta chirrió al abrirse, revelando a Serena y a la enfermera Sabrina Santos.
—Arthur, hijo —anunció Serena—, ha llegado tu nueva enfermera. Por favor, sé amable esta vez.
Una sonrisa cínica curvó los labios de Arthur. Sabrina era la duodécima enfermera en cuatro meses, desde el accidente que lo dejó ciego y con movilidad reducida.
Los pasos de las dos mujeres rompieron el silencio de la habitación semioscura. Acostado en la cama, Arthur apretó los puños bajo la sábana. Otra intrusa más. Otro par de ojos recordándole la oscuridad que lo atrapaba.
—Puedes irte, madre —su voz ronca cortó el aire, cargada de impaciencia—. No necesito a nadie aquí.
Serena suspiró, un sonido cansado que se había vuelto frecuente.
—Arthur, querido, necesitas cuidados. Sabrina es muy experta y viene con excelentes recomendaciones. Dale una oportunidad, por favor.
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Capítulo 18
Sabrina vaciló por un momento, la respiración atrapada en la garganta. La petición de Arthur era inesperada, íntima, y le hizo sentir una ola de emociones. No era la primera vez que alguien quería tocarla, pero la manera en que él lo pidió, con aquella curiosidad genuina en su voz, era diferente. Era una petición de conexión, de una forma que iba más allá de las palabras y de la visión.
Ella pensó en las implicaciones. ¿Era apropiado? ¿Profesional? El protocolo dictaba límites claros entre enfermero y paciente, pero lo que estaba sucediendo entre ellos parecía trascender esos límites. No era un toque de seducción, sino de búsqueda, de intento de llenar la brecha que su ceguera creaba. Y, de alguna forma, Sabrina sintió que rechazarlo sería como cerrar una puerta que, para Arthur, representaba una chance de reconectarse con el mundo.
Lentamente, ella extendió la mano y tocó la de él, que estaba apoyada en la silla de ruedas.
— Señor Maldonado… — Su voz era casi un susurro. — Si el señor cree que eso puede ayudar…
Él no esperó por una permiso explícito. Así que sintió el toque de ella, Arthur levantó la mano, hesitante al principio, y después con más firmeza. Sabrina no se movió, permitiendo que él la guiara. Sus dedos, callosos y fuertes, pero al mismo tiempo delicados, rozaron la mejilla de ella, trazando suavemente la línea de la mandíbula, subiendo por la sien y contorneando la ceja. Los ojos de Arthur estaban cerrados, la expresión en su rostro una mezcla de concentración y algo que parecía ser admiración.
Ella sintió un leve temblor en los dedos de él mientras él exploraba las características de su rostro, como si estuviera pintando un retrato en su mente. Sabrina contuvo la respiración, consciente de cada milímetro de contacto. No había malicia, apenas una curiosidad palpable, una búsqueda silenciosa por una imagen que la oscuridad le negaba.
Los dedos de Arthur pararon en la punta de la nariz de ella, después descendieron hacia los labios. Un escalofrío recorrió a Sabrina, y ella cerró los ojos por un instante. Era un toque demorado, casi reverente.
— Usted… usted tiene una sonrisa linda, enfermera, — Arthur murmuró, la voz ronca, casi imperceptible. — Yo consigo… consigo sentir.
Él retiró la mano lentamente, y Sabrina abrió los ojos, encontrando los de él, aún cerrados. El silencio entre ellos era diferente ahora, cargado de una nueva intimidad, de una vulnerabilidad compartida. La pérgola, el jardín, el canto de los pájaros… todo pareció disolverse en segundo plano.
— Ahora podemos ir para el cuarto, señor Maldonado, — Sabrina dijo, su voz un poco embargada, pero intentando sonar profesional.
Arthur abrió los ojos, y aún que no pudiendo ver, parecían fijarse en un punto distante. Una leve sonrisa, una sonrisa diferente de las anteriores, surgió en sus labios. Una sonrisa que parecía tener una nueva capa de significado.
— Sí, enfermera. Vamos.
Sabrina regresó al lado de Arthur. Ella cambió las sábanas de la cama de él y colocó fundas nuevas y limpias en las almohadas.
-- Puedo escuchar su respiración agitada -- dijo Arthur después de observar atentamente a través de la audición las cosas que Sabrina estaba haciendo.
-- A veces pienso que usted puede ver, -- argumentó Sabrina sonriente.
-- Bien que yo quería que eso fuese verdad. Por lo menos podría ver su rostro y cuidaría de muchas cosas... ¿Usted es bonita, enfermera? Ya me enteré que no es una señora de cincuenta años. Su voz es gruesa, pensé que fuese una mujer más vieja..
Sabrina paró por un segundo y cruzó los brazos instantáneamente.
-- ¿Y cómo descubrió que soy una mujer más joven? Bueno . No diría tan joven, pero aún no he llegado a la carrera de los treinta. Creo que usted anda vigilándome, ¿no es así señor Maldonado?
Arthur soltó una carcajada fuerte.
-- Está imaginando cosas, enfermera. ¿Está pensando que estoy interesado en ti? Yo no soy hombre para enamorarse. No se tome muy en serio mis bromas.. Yo sólo quiero tornar esa situación menos incómoda para nosotros.
Sabrina se quedó quieta por un momento. Ella pensara que estaba involucrándose demasiado con un paciente.. Ella no quería admitir, pero las palabras de él causaron una tristeza en su corazón.
-- Yo también estoy bromeando, -- fingió ella intentando respirar normalmente sin que él notase.
Arthur también quedó callado por un instante.. Para él, era difícil admitir que estaba apegándose a ella mucho más de lo que quería o imaginaba.
-- La cama está lista, voy a ayudarle a acostarse.
Sabrina extendió la mano para ayudar a Arthur a levantarse de la silla de ruedas. Él la sujetó con firmeza, y ella sintió la fuerza en sus brazos, a pesar de la fragilidad que la ceguera le imponía. Él era pesado, pero ella lo ayudó a voltearse y a sentarse en el borde de la cama. El silencio en el cuarto era casi tangible, llenado apenas por el sonido suave de la respiración de ambos.
-- Listo, señor Maldonado. Despacio, ahora. Levante las piernas, ella instruyó, su voz controlada, pero un poco más suave de lo habitual.
Arthur obedeció, balanceando las piernas y colocándolas sobre el colchón. Sabrina lo ayudó a acomodarse, tirando de las sábanas para cubrirlo. Mientras lo hacía, sus dedos rozaron los de él nuevamente. Un pequeño escalofrío la recorrió, y ella intentó ignorarlo.
-- Gracias, enfermera, Arthur dijo, su voz baja. - Usted es… muy gentil.
Sabrina no respondió inmediatamente. Ella estaba doblando la punta de la sábana, intentando dar un nudo en el torbellino de emociones dentro de ella. La proximidad, el toque, las palabras de él… todo estaba desequilibrándola de una forma que ella no esperaba. Ella era una profesional, una enfermera, y debería mantener una distancia. Pero con Arthur, parecía imposible.
-- Es mi trabajo, señor Maldonado, ella finalmente respondió, un poco abrupta. Ella intentaba recomponerse.
Arthur permaneció en silencio por un momento, como si estuviera procesando el cambio en su tono de voz. -- Sí, yo sé. Pero no todo el mundo es tan… dedicado.
Él hizo una pausa. -- ¿Puedo pedirle una cosa más?
Sabrina hesitó. -- Depende de lo que sea, señor Maldonado.
-- ¿Puede… puede leer para mí? Cualquier cosa. Un libro, un periódico… Lo que usted tenga a mano.
Era un pedido simple, pero con una profundidad que la tocó. Él no quería apenas que ella estuviese allí por deber, sino por su presencia, por su voz. Era una forma de llenar el vacío que la ceguera dejaba.
Ella miró alrededor. En la mesita de noche, había un libro que ella había comenzado a leer en sus momentos libres. Era una novela de época, algo leve. Ella lo agarró y miró para la capa.
-- Es una novela, señor Maldonado. No sé si es de su agrado.
-- Cualquier cosa, enfermera. Oír su voz será suficiente.
Sabrina se sentó en el sillón al lado de la cama. Ella abrió el libro en una página aleatoria y comenzó a leer, su voz fluyendo suavemente por el cuarto. El ambiente se llenó con las palabras de la historia, y el sonido de la respiración de Arthur quedó más regular, indicando que él estaba relajado. Ella observó su rostro, la expresión tranquila, los ojos aún cerrados. Él parecía en paz, y eso, de alguna forma, la confortó.
Ella leyó por un largo tiempo, hasta que cuando ella paró de leer, Arthur no dijo nada. Parecía haber dormido. Sabrina observó su rostro por más algunos instantes, un sentimiento complejo creciendo en su pecho. ¿Era cariño? ¿Simpatía? Una conexión que iba más allá de la relación enfermero-paciente. Ella no conseguía dar un nombre a eso, pero sabía que era algo significativo.
Ella se levantó despacio, arreglando el libro en la mesita de noche. Antes de salir, ella cubrió a Arthur con más cuidado mirando su rostro bonito.
-- Duerma bien, señor Maldonado, ella susurró, aún sabiendo que él probablemente no la oiría.
Sabrina salió del cuarto, cerrando la puerta suavemente atrás de sí..