Mónica es una joven de veintidós años, fuerte y decidida. Tiene una pequeña de cuatro años por la cual lucha día a día.
Leonardo es un exitoso empresario de unos cuarenta y cinco años. Diferentes circunstancias llevan a Mónica y Leonardo a pasar tiempo juntos y comienzan a sentirse atraídos uno por el otro.
Esta es una historia sobre un amor inesperado, segundas oportunidades, y la aceptación de lo que el corazón realmente desea.
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Revelaciones y promesas
La tormenta afuera seguía golpeando la casa con truenos y relámpagos, pero dentro de la habitación, un silencio sereno reinaba. Diego, con su habitual calma y seguridad, estaba recostado junto a Mónica, su brazo fuerte envuelto alrededor de su cintura, mientras su mano descansaba suavemente sobre su vientre. Mónica, aunque había logrado dormirse después del susto, comenzó a despertar, pero esta vez no por el eco de los truenos, sino por una sensación cálida y protectora que no había sentido antes.
Sus ojos se entreabrieron y lo primero que notó fue la gran mano sobre su barriga. Movió la suya hasta tocarla, sintiendo la conexión de dos personas que amaban y protegían al mismo ser, el bebé que crecía dentro de ella. Diego dormía tranquilo a su lado, y su calidez la reconfortaba. Sabía que él siempre había estado allí para ella, y esta vez no era la excepción.
Con cuidado, Mónica quitó la mano de Diego y se dio vuelta para mirarlo. Al verlo dormir, quedó fascinada por la tranquilidad en su rostro. Diego era un hombre de complexión fuerte, alto y de hombros anchos. Su piel, ligeramente bronceada por el sol, contrastaba con el cabello oscuro y desordenado que caía sobre su frente. Siempre había sido una figura imponente, no solo por su físico, sino por la manera en que irradiaba una mezcla de protección y confianza. Pero en ese momento, mientras dormía, se veía vulnerable, con una leve sonrisa en los labios.
Mónica no pudo evitar sonreír al verlo tan relajado. Aunque sabía que no quería interrumpir su sueño, algo dentro de ella la impulsó a tocarle suavemente el hombro.
-Diego…- susurró, esperando no asustarlo.
Diego abrió los ojos lentamente, y al verla, le regaló una sonrisa cálida, de esas que siempre lograban tranquilizarla.
-¿Estás bien?- le preguntó con voz suave, apenas despertando, mientras acariciaba su brazo con ternura.
Mónica asintió, aunque sus ojos reflejaban cierta inquietud. Diego, siempre perceptivo, notó su mirada distante.
-¿Aún piensas en lo que pasó antes?- le preguntó, refiriéndose a la pesadilla que había tenido.
Mónica bajó la mirada un momento, jugando con los pliegues de la sábana entre sus dedos.
-Sí… un poco- respondió ella, con un suspiro.
Diego se incorporó ligeramente, apoyándose sobre su codo para mirarla de frente. Sabía que había más detrás de ese miedo, y no quería dejarla enfrentar eso sola.
-¿Quieres hablar de eso?- insistió él con amabilidad- Tal vez si me cuentas por qué temes tanto que Ryan te encuentre, podría ayudarte a sentirte mejor.
Mónica dudó por un momento. Hasta ese punto, solo les había contado a los chicos que Ryan no quería hacerse cargo de su hijo, pero nunca había entrado en detalles. Sin embargo, algo en la mirada sincera de Diego la hizo sentir que podía confiar en él más de lo que ya lo hacía.
-Está bien…- murmuró, tomando aire antes de comenzar- Ryan me pidió que terminara con el embarazo… también me amenazó. Dijo que si no lo hacía, se aseguraría de que me arrepintiera de haberlo desafiado.
La voz de Mónica se quebró un poco al recordar las palabras de Ryan, pero Diego la escuchaba con atención, sin interrumpir.
-Cuando decidí mantener al bebé, lo enfrenté… y me fui. Sabía que no podía estar cerca de él, pero siempre he tenido miedo de que me encuentre. No solo por mí, sino por el bebé.
Diego se mantuvo en silencio unos segundos, dejando que Mónica terminara de hablar. Luego, sin decir una palabra, la abrazó con fuerza, envolviéndola en su calor protector. Le besó suavemente la frente, y le susurró:
-Te prometo, Mónica… nunca dejaré que Ryan te haga daño. A ti ni a tu bebé. Siempre los voy a cuidar.
Mónica sintió un alivio indescriptible al escuchar esas palabras, pero también sabía que había algo más que debía decir. Había una inquietud dentro de ella, algo que no podía dejar pasar.
-Diego…- comenzó, nerviosa- quiero que sepas algo. Yo te aprecio muchísimo, y te veo como un hermano. Pero no quiero que las cosas entre nosotros se malinterpreten o se confundan.
Al decirlo, sintió que su rostro se ponía caliente de la vergüenza. Diego, por su parte, se quedó en silencio por un momento, pero de repente, comenzó a reír. Su risa era contagiosa, aunque intentaba contenerse para no despertar a los demás.
Mónica lo miró con el ceño fruncido, claramente confundida.
-¿Por qué te ríes?- preguntó ella, sin comprender.
Diego, aún sonriendo, se acomodó mejor en la cama antes de responder.
-¿De verdad no te has dado cuenta?- le preguntó, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
-¿Darme cuenta de qué?- replicó Mónica, cada vez más confundida.
Diego tomó un respiro y, con una expresión llena de ternura, confesó:
-Soy gay, Mónica. Siempre lo he sido.
Los ojos de Mónica se abrieron de par en par. La noticia la tomó completamente por sorpresa. Observó a Diego por un momento, como si tratara de procesar lo que acababa de escuchar. Poco a poco, los pequeños detalles comenzaron a aparecer en su mente. Recordaba cómo Diego nunca había mostrado interés en salir con chicas, a pesar de que era un hombre atractivo y muy guapo. Su piel bronceada y ese cabello rebelde que siempre parecía desordenado de forma perfecta hacían que muchas chicas en la universidad lo miraran con interés. Pero él nunca respondía a esas miradas.
-Ahora que lo dices…- murmuró Mónica, con una sonrisa divertida- Todo tiene más sentido.
Diego soltó otra carcajada, esta vez más suave, mientras se inclinaba hacia ella y le daba otro beso en la frente.
-No tienes de qué preocuparte, Mónica. Yo también te veo como una hermana. Y nada va a cambiar eso.
Mónica lo miró a los ojos, con una mezcla de alivio y gratitud. Sabía que podía contar con él de la manera más pura y desinteresada. No había confusión ni malentendidos. Solo había cariño, apoyo y una profunda conexión fraternal entre ellos.
-Gracias, Diego- dijo ella en un susurro- No sé qué haría sin ti.
-No tienes que agradecerme nada- respondió él- Somos familia, y siempre lo seremos.
Ambos se quedaron en silencio por unos minutos, escuchando el golpeteo de la lluvia contra las ventanas. Afuera, la tormenta comenzaba a amainar, pero dentro de la habitación, la calma ya había llegado. Mónica se recostó de nuevo, esta vez sintiéndose más tranquila y protegida que nunca. La presencia de Diego a su lado le recordaba que, sin importar lo que pasara, siempre tendría una familia en él y en todos los que vivían en aquella casa.
Justo antes de que el sueño la venciera nuevamente, Mónica sintió una pequeña patada dentro de su vientre. Sonrió en la oscuridad, consciente de que su bebé también se sentía seguro.
Diego la observó por un momento, notando la paz que se había asentado en su rostro. Luego, cerró los ojos y dejó que el sueño lo envolviera, satisfecho de que, por esa noche, el miedo de Mónica había sido sustituido por la certeza de que no estaba sola.