Mariana siempre fue una joven independiente, determinada y llena de sueños. Trabajaba en una cafetería durante el día y estudiaba arquitectura por las noches, y se las arreglaba sola en una rutina dura, viviendo con sus tíos desde que sus padres se mudaron al extranjero.
Sin embargo, su mundo se derrumba cuando decide revelar un secreto que había guardado por años: los constantes abusos que sufría por parte de su propio tío. Al intentar protegerse, es expulsada de la casa y, ese mismo día, pierde su trabajo al reaccionar ante un acoso.
Sola, hambrienta y desesperada por las calles de Río de Janeiro, se desmaya en los brazos de Gabriel Ferraz, un millonario reservado que, por un capricho del destino, estaba buscando una madre subrogada. Al ver en Mariana a la mujer perfecta para ese papel —y notar la desesperación en sus ojos—, le hace una propuesta audaz.
Sin hogar, sin trabajo y sin salida, Mariana acepta… sin imaginar que, al decir “sí”, estaba a punto de cambiar para siempre su propia vida —y la de él también.
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Capítulo 8
Capítulo 8 – Señales Que No Sabemos Nombrar
El sol ya entraba por las rendijas de la cortina cuando Mariana abrió los ojos.
Aún era temprano, y por un momento, ella pensó que estaba soñando.
Pero no — el peso suave del brazo de Gabriel en su cintura, el calor de su cuerpo junto al suyo, todo era real.
Ella giró el rostro despacio, y lo vio durmiendo tranquilo. El cabello levemente revuelto, la expresión serena. Había algo de desprotegido en él que ella aún no había visto antes. Allí, sin corbata, sin postura, sin el control acostumbrado, él parecía… solo un hombre.
Mariana lo observó por algunos instantes, hasta que él se movió y abrió los ojos lentamente.
— Buenos días — él murmuró, con la voz ronca de la mañana.
— Buenos días — ella respondió, bajito.
Ellos quedaron algunos segundos en silencio. No era un silencio incómodo — era íntimo, lleno de significados no dichos.
— ¿Dormiste bien? — él preguntó, acariciando levemente el brazo de ella.
— Dormí… Como hacía mucho tiempo no dormía.
Él sonrió.
— Qué bueno. Yo también.
Se levantaron sin mucha prisa. Gabriel se puso una camiseta blanca y fue a preparar café. Mariana lo observaba desde la cocina, vistiendo solo una camisa de él, holgada de más en su cuerpo, pero que la hacía sentirse extrañamente segura.
Él preparó tostadas, huevos revueltos y café fuerte. Cuando ella se sentó a la mesa, él la sirvió con naturalidad, como si ya hicieran aquello todos los días.
— ¿Hoy tienes algún plan? — él preguntó.
— No… creo que voy a intentar reorganizar mis cosas. Aún estoy digiriendo todo.
Él asintió.
Ella lo miró con dulzura, y por un instante, Gabriel sintió algo en el estómago. Como si fuera… nerviosismo.
Pero no podía ser.
Ellos tenían un acuerdo.
Y él siempre fue excelente en mantener las reglas.
Siempre.
—
Mientras tanto… en la casa de los Ferraz
En la casa principal, Luísa estaba tomando café en la terraza mientras Gustavo leía el periódico. La TV pasaba una nota sobre la empresa de los Ferraz — y, claro, sobre Gabriel.
— Él anda extraño, ¿no? — Gustavo comentó.
— ¿Extraño cómo?
— Más calmo. Más distraído. ¿Crees que es por causa de Mariana?
Luísa sonrió, mordiendo una tostada.
— Creo que él está encantado. Y ni siquiera lo ha notado aún.
— ¿Encantado? ¿Gabriel?
— Sí. El hombre que vive haciendo contratos fríos con cláusulas sobre sentimientos ahora duerme abrazado con la chica que él contrató. Me parece encantamiento.
— Eso va a dar problema.
— Tal vez. Pero tal vez sea la mejor cosa que ya le ha sucedido.
Del otro lado de la sala, el abuelo de los Ferraz, sentado en su sillón favorito, comentó sin quitar los ojos de la taza:
— Cuando el hombre comienza a mirar a la barriga… es porque el corazón ya fue antes.
Los dos se voltearon, sorprendidos.
— ¿El señor está diciendo que Gabriel va a… — Luísa comenzó.
— Estoy diciendo que ese contrato ahí va a tener más cláusula emocional que financiera. Y si no tiene cuidado… va a salir lastimado.
—
De Vuelta al Apartamento
Mariana estaba acostada en el sofá, con un libro abierto en el regazo, pero sin conseguir concentrarse.
Gabriel ya había salido para el trabajo, después de dejarla con un beso leve en la frente. Pero algo en la forma en que él la miró antes de irse la conmovió. Aquello no parecía solo cuidado. ¿Era… afecto?
Ella no podía permitirse creer en eso.
El contrato era claro.
Y ella sabía demasiado sobre desilusiones.
Pero algo en ella comenzaba a querer más.
A querer ser mirada de aquella forma… sin que fuese solo por causa del bebé.