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Maneras de Reconquistarte

Maneras de Reconquistarte

Status: Terminada
Genre:CEO / Aventura de una noche / Embarazo no planeado / Embarazada fugitiva / Reencuentro / Romance de oficina / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:20
Nilai: 5
nombre de autor: Melissa Ortiz

Alexandre Monteiro es un empresario brillante e influyente en el mundo de la tecnología, conocido tanto por su mente afilada como por mantener el corazón blindado contra cualquier tipo de afecto. Pero todo cambia con la llegada de Clara Amorim, la nueva directora de creación, quien despierta en él emociones que jamás creyó ser capaz de sentir.

Lo que comenzó como una sola noche de entrega se transforma en algo imposible de contener. Cada encuentro entre ellos parece un reencuentro, como si sus cuerpos y almas se pertenecieran desde mucho antes de conocerse. Sin oficializar nunca nada más allá del deseo, se pierden el uno en el otro, noche tras noche, hasta que el destino decide entrelazar sus caminos de forma definitiva.

Clara queda embarazada.
Pero Alexandre es estéril.

Consumido por la desconfianza, él cree que ella pudo haber planeado el llamado “golpe del embarazo”. Pero pronto se da cuenta de que sus acusaciones no solo hirieron a Clara, sino también todo lo verdadero que existía entre ellos.

NovelToon tiene autorización de Melissa Ortiz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 3

...Alexandre Monteiro:...

Me desperté con un ruido procedente del cuarto de baño. Giré la cara, confusa, y vi en el reloj de la mesilla de noche que aún eran las seis de la mañana. Pasé la mano por la cama y me di cuenta de que Clara no estaba.

La puerta entreabierta reveló la escena que me hizo ponerme en pie de un salto: estaba arrodillada junto al jarrón, inclinada mientras vertía toda la cena de la noche anterior.

Me apresuré a entrar, arrodillándome a su lado, y le aparté con cuidado el pelo de su pálido rostro.

- Fuera... - consiguió decir, con voz débil y entrecortada. - Vete de aquí, Alexandre.

- No voy a salir -respondí en voz baja, con firmeza.

Cerró la tapa y se sonrojó, antes de sentarse en ella, sosteniendo una toalla húmeda contra la cara. Le temblaban los hombros de cansancio.

- ¿Qué te pasa, Clara? - pregunté, manteniendo la paciencia que ella siempre despertaba en mí, incluso en los momentos más difíciles.

- Yo... hoy tengo una cita. - Se levantó despacio, apoyando la mano en la pared, y fue al lavabo a cepillarse los dientes.

Me limité a observar a aquella mujer testaruda, cuidando de sí misma como si no necesitara a nadie. Cuando terminó, salió del baño sin mirarme. Respiré hondo y me fui a duchar. Menos mal que siempre dejaba la ropa allí.

Me puse un traje -sin corbata, porque la odiaba- y la encontré sentada en el tocador, aplicándose tranquilamente la base de maquillaje en la cara. Llevaba un vestido largo verde que resaltaba su pelo castaño cayéndole sobre los hombros. Por un momento, me quedé mirándola. Hermosa, incluso después de una noche difícil.

- Te dejaré en la clínica de tu médico -dije, alisándome la chaqueta.

- ¿No te ralentizará?

Negué con la cabeza.

- Gracias. - Su voz salió suave.

Esperé a que terminara de maquillarse y recogí su bolso. Bajamos juntos en el silencioso ascensor que nos llevó al vestíbulo. Abrí la puerta del BMW y esperé a que se acomodara antes de rodear el coche y sentarme en el asiento del conductor.

Tecleó la dirección de la clínica en el GPS y puso música suave, que llenó el silencio. Conduje por las ya concurridas calles de Florianópolis, prestando atención a cada señal, hasta que aparqué delante de la clínica de la Dra. Estela Figueiredo.

- Avísame cuando te vayas. Enviaré a Rubens a recogerte.

- Cogeré un Uber.

- Avísame, Clara -repetí, en un tono que dejaba claro que no era una petición.

Asintió con la cabeza, respiró hondo y salió del coche. La observé mientras caminaba hacia la entrada de la clínica. Sólo cuando la vi entrar respiré hondo y salí en dirección a la empresa.

En cuanto puse un pie en la planta del Presidente, Betina, mi secretaria, apareció en el pasillo con su ipad en la mano y ese talante práctico de quien siempre lo sabe todo antes que yo.

- Buenos días, Sr. Monteiro. Ya he organizado su agenda para hoy. Luíza está casi aquí también. Su avión aterrizará aquí en el edificio.

- ¿Pero no iba a venir mañana? - pregunté, entrando en el ascensor con ella.

- Sí, pero en Suiza no pudieron encontrar la pieza que faltaba para el concierto de Kocki. Así que decidió adelantarla.

Kocki era nuestro mini-robot asistente, creado por Luíza y desarrollado con Clara. Ayudaba a personas con discapacidad visual, uno de nuestros proyectos más importantes.

El ascensor se abrió a la terraza y subimos juntos hasta la zona de aterrizaje. Me quedé allí, con el viento frío golpeándome la cara, esperando a que el avión de mi hermana tocara tierra.

En cuanto vimos acercarse el reactor, nos alejamos unos metros por el ruido ensordecedor de las turbinas. El viento me alborotó el pelo y levantó el dobladillo del vestido de Betina, que sujetaba con cuidado los papeles contra el pecho.

El avión tocó tierra con la precisión que siempre impresiona, típica de Luíza. Esperé a que se abriera la puerta y se colocaran las escaleras. Ella emergió al final de los escalones con la misma postura impecable de siempre: la espalda recta, la barbilla levantada, el pelo oscuro recogido en un moño firme, como si nada en el mundo pudiera derribarla.

Sólo llevaba un maletín de cuero negro y su teléfono móvil en la otra mano. Cuando sus ojos se cruzaron con los míos, allí no había calidez ni anhelo. Sólo esa gélida profesionalidad que cultivaba como una coraza.

Me acerqué a ella cuando empezaba a descender.

- Luíza", saludé, asintiendo brevemente.

- Alexandre", respondió secamente, antes de pisar el cemento. Sus tacones resonaron en la terraza mientras caminaba hacia mí. - Tenemos que hablar de Kocki ahora mismo. Suiza no puede cumplir el calendario sin la pieza de recambio.

- Ya he hecho que comprueben proveedores alternativos en Canadá", dije, manteniendo la calma. Estaba acostumbrado a tratar así con ella. - Pero quiero que nos reunamos con Clara antes de decidir nuevas entregas.

Arqueó una ceja en un gesto que era casi una sonrisa, o lo más cerca que Luíza estuvo nunca de mostrar emoción.

- ¿Clara? ¿Estará disponible hoy?

- Ve -mentí sin pensar. Todavía no sabía si ella estaría allí. Pero algo me decía que si no estaba, intentaría aplazar el mundo entero hasta que ella volviera.

- Bien. - Comprobó su reloj. - Quiero esta reunión en dos horas a más tardar. Voy a bajar a revisar los informes. Y, Alexandre... - me miró por encima del hombro-, si vas a asumir nuevos plazos, que sea con garantías. No tengo tiempo que perder con promesas vagas.

- Lo sé - respiré hondo. - Yo tampoco.

Se limitó a asentir y se dirigió al ascensor sin mirar atrás. Betina me dirigió una mirada de complicidad, como si comprendiera que trabajar con Luíza era un ejercicio diario de paciencia.

Y mientras la veía desaparecer por los pasillos, pensé en la ironía: mi hermana, fría como una cuchilla; Clara, caliente como el verano. Y yo, atrapada en medio, intentando mantener todo bajo control, aunque mi corazón me decía que esta vez nada estaba bajo control.

...[...]...

Hacia el mediodía, salí con Cibele para comer juntos. En cuanto Alice me vio, corrió hacia mí con los brazos extendidos, saltando a mis brazos. Aún llevaba el uniforme del colegio, el pelo recogido de cualquier manera y la sonrisa más sincera que he visto nunca.

- Te estás poniendo pesada, ¿lo sabías? - bromeé, besándole la sien e inhalando ese dulce aroma que era solo suyo.

- ¡Me estoy poniendo fuerte! - dijo riendo. - Tío Alex, ¿nos traes chocolate?

- Si tu madre nos deja, compraremos toda la fábrica sólo para ti -respondí con una sonrisa conspiradora.

Cibele me lanzó su habitual mirada torcida, llena de insinuaciones. Alice y yo nos reímos juntas.

No quería que mi sobrina creciera sintiéndose limitada por lo que podía o no podía tener. A su edad, yo soñaba con una simple tableta de chocolate. Pero claro, todo en exceso enferma.

- Puedes comer algo después de comer", autorizó Cibele, poniendo su típica cara de madre sensata.

Caminamos hasta el coche. Cibele colocó a Alicia en el asiento del coche con la delicadeza de quien ya lo hace automáticamente, y yo me acomodé en el asiento del conductor. Esperé a que Cibele se sentara en el asiento del copiloto y arranqué el coche.

Pero antes de que pudiera empezar, Alice se revolvió en el asiento trasero.

- ¡Tía Lulu! ¡Tía Lulu! - señaló por la ventana, emocionada.

Seguí su dedito y vi a Luíza cruzando el aparcamiento hacia su Porsche al otro lado de la carretera.

A mi lado, sentí que el cuerpo de Cibele se ponía rígido. El nombre de Luíza seguía siendo una herida abierta entre las dos. Mi hermana nunca fue hostil con Alicia, pero tampoco se empeñó en acercarse. Trataba a su sobrina como a una extraña, lo que siempre me molestó, y a Cibele le dolió aún más.

- ¿Podemos hablar con ella, tío Alex? - insistió Alice esperanzada.

- Princesa... - intervino cariñosamente Cibele, dándose la vuelta- Tía Lu está cansada, amor. ¿Por qué no la dejamos descansar hoy?

Alice hizo un mohín, un poco frustrada, pero asintió.

- VALE...

Luíza subió al coche, se ajustó las gafas de sol y se marchó como si nada de lo que la rodeaba importara.

Esperé a que se fuera y la seguí, con esa sensación persistente de que, por mucho que lo intentara, algunos puentes dentro de nuestra familia aún parecían inalcanzables.

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