Dayana, una loba nómada, se ve involucrada con un Alfa peligroso. Sin embargo un pequeño bribón hace temblar a la manadas del mundo. Daya desconcertada quiere huir, pero termina en... situaciones interesantes...
NovelToon tiene autorización de Adriánex Avila para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Cap. 14 ¿A qué te refieres, Omega?
La furia en Dayana era un volcán a punto de entrar en erupción. La sangre le golpeaba en los oídos, ahogando cualquier resto de prudencia que le quedara. Miró a Lycas, y esta vez no bajó la vista. El fuego dorado de su ira chocó contra el hielo gris de su mirada.
—Lycas —su voz surgió como un silbido cargado de veneno, forzada a través de los dientes apretados—. ¿Qué quieres hacer? ¡Ya me tienes a mí! ¡Al niño! ¿Por qué tienes que meterlos también a ellos? ¡Déjalos ir! ¡No puedes hacer esto! ¡Solo déjalos ir!
Cada palabra era un latigazo, un desafío directo a su autoridad en frente de los demás. La habitación pareció contener la respiración.
Lycas, en lugar de enfurecerse, levantó una ceja con una calma exasperante. La miró como si estuviera contemplando una criatura particularmente irritante e ilógica.
—¿A qué te refieres, Omega? —preguntó, y su tono tenía un deje de burla deliberada, como si sus demandas fueran tan absurdas que ni siquiera merecían ser tomadas en serio.
La condescendencia encendió aún más la mecha de Dayana.
—¡Sabes a lo que me refiero! —casi gritó, avanzando un paso, desafiando la distancia que él imponía.
—¿Qué quieres con ellos? ¡Déjalos ir! ¡Solo te estoy pidiendo esto! ¡Ya estoy aquí! ¡El niño también! ¡No entiendo cuál es el problema!
Fue entonces cuando Lycas hizo algo que la dejó sin aliento, esbozó una media sonrisa. No era una sonrisa cálida o alegre. Era una curva fría y calculadora en sus labios, un gesto tan inesperado y aterrador como la calma en el ojo de un huracán. Dayana nunca había visto algo así en él.
—Escúchame bien, Dayana —dijo, su voz era peligrosamente suave, cada palabra una losa de hielo.
—Para empezar, lo que yo quiera hacer o no, no es de tu incumbencia. Ellos vinieron aquí por su voluntad.
—Hizo una pausa, dejando que la mentira by omission pesara en el aire—. Ahora son parte de la manada. Te guste o no.
Dayana abrió la boca para protestar, pero él alzó una mano, cortándola de forma tan abrupta y autoritaria que las palabras murieron en su garganta.
—Así que o lo tomas o lo dejas —continuó, su media sonrisa desapareció, remplazada por una severidad absoluta.
—Ya sabes qué es lo que pasa cuando un miembro de una manada quiere irse sin permiso. Conoces las consecuencias. Aunque seas nómada, sé que sabes cuáles son las reglas. —sus ojos grises se clavaron en los de ella, sin piedad.
—Un desertor debe morir. Así que… compórtate.
Con un movimiento final y despectivo, se ajustó los puños de su camisa, un gesto de normalidad obsceno en medio de la tensión. Luego, dio media vuelta y salió de la habitación, dejando la puerta abierta como una burla, como si dijera que no había nada que ella pudiera hacer para cambiarlo.
Dayana se quedó paralizada en el centro de la habitación. La furia se había evaporado, remplazada por un frío glacial que le recorrió la espina dorsal.
Era un hecho.
No era una amenaza vacía. Era la ley. La ley ancestral de las manadas de lobos. La traición—y desertar era la mayor traición—se pagaba con la muerte. No había juicio, solo ejecución.
Lycas no solo los había atrapado. Les había tendido una trampa mortal. Caterina y Miguel ahora llevaban la marca de los Colmillos Plateados, no por honor, sino como un grillete invisible. Si intentaban huir, serían cazados. Y serían ejecutados.
Dayana miró a sus amigos. A Caterina, pálida y consumida por la culpa y el miedo. A Miguel, que aún miraba alrededor con una confusión que rayaba en lo patético, sin entender que su declaración de lealtad lo había firmado, una sentencia de muerte suspendida.
Él no solo tenía su cuerpo y el de su hijo. Ahora tenía su silencio y su sumisión, garantizados por la vida de sus mejores amigos. La jaula, de repente, se había vuelto mucho, mucho más pequeña.
La frustración y la angustia hervían en el pecho de Dayana como un líquido corrosivo. Se dejó caer pesadamente en el borde de una de las camas, enterrando el rostro en sus manos. El aire le quemaba los pulmones. Ese hombre... ese maldito Alfa... era un arquitecto del control, un maestro de la manipulación que convertía cada gesto de lealtad en un eslabón de su cadena.
Caterina se acercó, sus pasos titubeantes. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—Dayana, lo siento, amiga. Es mi… es mi culpa —susurró, su voz quebrada por el llanto.
—Yo solo quería estar a tu lado y saber que estés bien. Ese Alfa… Dios, ese Alfa es realmente peligroso. No por nada esta es la manada más poderosa de este lado del mundo. Estaba preocupada, y dije tonterías, y… fue así como acepté esto. Y ya sabes, Miguel… él, él solo quería cuidarme.
La explicación, cargada de buena intención y pánico, fue la chispa que encendió la mecha de la rabia impotente de Dayana. Se levantó de un salto. Su mirada, antes abatida, ahora ardía con un fuego dorado de furia pura. Agarró la almohada más cercana y, con un grito ahogado de indignación, se lanzó sobre Miguel, golpeándolo una y otra vez con toda su fuerza.
—¡Es tu culpa, tonto! —gritaba, cada golpe de almohada acentuando sus palabras.
—¡Cómo la dejaste hacer algo así! ¡Se supone que debías asustarte y rogar para que ella se vaya contigo! ¡Cómo dejaste que se meta en este problema!
Miguel, sorprendido al principio, no opuso resistencia. Se dejó golpear con los blandos impactos, su expresión era de sorpresa más que de dolor. Cuando Dayana se detuvo, jadeante y con los ojos brillando de lágrimas de rabia, él se arregló la camisa con una calma exasperante.
—Dayana —dijo, su voz era tranquila, terriblemente lógica en medio del caos
—No creas que no lo había pensado. —sus ojos, sinceros y un poco tristes, se encontraron con los de ella.
—Pero sé que ella ya estaría mortificada si no sabe si estás bien. La conoces. —Hizo un gesto hacia Caterina, que los observaba con la boca abierta
—De todas formas, si ella dice algo, yo solo puedo apoyarla. Eso es lo que hace la gente que quiere a otra gente.
Su mirada se suavizó al dirigirse a Caterina, llena de una devoción tan simple y absoluta que cortó la respiración a Dayana. No era valentía. Era amor. Un amor tan ciego, tan terco y tan humano que los había metido en la boca del lobo literalmente.
Dayana sintió que las fuerzas la abandonaban. Quería lanzarse de un puente. Dejó caer la almohada al suelo, desinflada como ella misma. No podía creerlo. En medio de este infierno de poder lobuno, de traiciones y leyes sangrientas, sus dos amigos, esos dos tontos maravillosos, habían seguido el único instinto que conocían: el de no abandonarse mutuamente. Y a ella.
—Dioses… —murmuró, desplomándose de nuevo en la cama, esta vez con un suspiro que venía de lo más profundo de su alma.
—Están locos. Los dos están completamente locos.
Pero por primera vez desde que había entrado en esa habitación, una parte de ella, muy en el fondo, se sintió… menos sola. Estaban atrapados. Estaban condenados. Pero estaban juntos. Y contra la fría lógica de Lycas, esa tal vez era la única arma que tenían.
pienso que de poder rechazarlo lo puede hacer ,pero temo por la vida de su loba Akira y por la misma Dayanna porque tal vez no resista al rechazo pero siento que si ella es una loba de rango superior puede resistir cualquier cosa de parte de Lycas....