"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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Volviendo a clases
El lunes llegó, y Dahna tenía que ir a la Universidad de Amara, aunque su mente estaba enfocada en cumplir su misión: encontrar a un humano con un alma sin perdón, un ser tan despreciable que mereciera ser enviado directamente al infierno, para recibir el castigo que correspondía a una escoria como esa. No era un trabajo que le disgustara, de hecho, le daba un retorcido placer la idea de hacer pagar a alguien que lo mereciera.
Se levantó con pereza y se dirigió a la ducha. El agua fría ayudó a despejar su mente, enfriando su piel hasta el punto en que casi podía sentir la dureza del mundo humano contrastando con el calor de su origen infernal. Al salir de la ducha, envuelta en una toalla, se encontró con la pequeña figura que la esperaba al pie de la cama, con una sonrisa que casi dolía de tan pura.
Era la dulce hermanita de Amara, que corrió para abrazarla mientras decía con entusiasmo:
—Buenos días, hermana. Casi ya no hablamos, pero espero que cuando vuelvas a casa pases tiempo conmigo.
Dahna se mantuvo rígida ante el contacto, detestando cada segundo de ese abrazo. Si algo odiaba eran esas muestras de afecto que jamás vería en el infierno, un lugar donde la ternura no tenía cabida. Desde pequeña había sido criada para ser la mejor, para liderar, no para soportar emociones humanas tan débiles como el cariño. Sin embargo, mantuvo el control, separando a la pequeña con suavidad mientras esbozaba una mueca antes de que la niña saliera corriendo de la habitación.
Se puso uno de sus nuevos vestidos negros, con un corte que delineaba su figura a la perfección, dejó caer su cabello largo y oscuro sobre los hombros, y aplicó un maquillaje que resaltaba la frialdad de su mirada.
"ja ja ja, no puede ser, mis poderes en el mundo humano son increíbles, no hice si no un solo movimiento y parezco toda una deidad, acabo de realzar la belleza de esta joven ¿y de que manera?"
Dahna se miraba en el espejo, estaba feliz con el resultado de haber usado su poder.
Cuando bajó, la esperaba Carmen, su madrastra, quien la observó con un desprecio mal disimulado. Dahna le devolvió la mirada, repasándola con una ceja alzada, y soltó una risa irónica.
—¿Qué te causa gracia, muchachita? —espetó Carmen, con los dientes apretados.
—Nada que puedas entender, querida. —Dahna respondió con una sonrisa arrogante, antes de salir de la casa, dejando a la mujer con la palabra en la boca.
Fuera de la casa, Dahna caminó por la calle central, decidida a tomar un taxi en lugar de usar el transporte público, al menos hasta que comprara su propio auto. Mientras caminaba, sus pensamientos se centraban en cómo organizar su vida en el mundo humano, en completar sus deberes y encontrar un abogado para acceder a la fortuna de Amara. Pero sus cavilaciones fueron interrumpidas cuando aquel gato negro apareció de nuevo frente a ella. Dahna torció los ojos y le dijo con voz irritada:
—¿Tanta falta te hago?
El gato soltó un bufido y respondió:
—No seas ilusa. Solo vine a burlarme de tu desgracia.
Dahna lo observó por un momento, y antes de que el felino pudiera marcharse, ella lo levantó del cuello, dejando salir una risa baja.
—No lo puedo creer... ¿En serio que tu dueño no descansa? Mira que enviarte a vigilarme.
El gato trató de zafarse de su agarre, pero Dahna lo lanzó a un lado y le advirtió:
—Salel no me envió a vigilar a nadie —protestó el gato.
Dahna soltó una carcajada fría.
—Claro, mi querido Balal, te recuerdo que los demonios inferiores, e incluso algunos de alto rango, no pueden ocultar el tono violeta que dejamos al mentir. Lo puedo ver a kilómetros en ti.
Miró su reloj y continuó su camino sin darle más importancia.
—Si vas a seguirme, por lo menos hazlo sin que te vea. Eres molesto y desagradable.
Dahna tomó un taxi, pero se bajó antes de llegar a la universidad. Compró un café en una tienda cercana y luego se dirigió al edificio. A medida que avanzaba por los pasillos, algunos estudiantes volteaban a mirarla. Dahna, con su rostro inmutable y su andar elegante, atraía miradas, aunque su expresión de pocos amigos mantenía a muchos a distancia. Al llegar al salón, todos los presentes la observaron al ingresar.
Dahna recorrió el salón con la mirada antes de elegir su lugar, ignorando el asiento habitual de Amara, que estaba al fondo y lejos de todos, señal inequívoca de que era la rechazada del grupo. En cambio, Dahna se sentó en la tercera fila, junto a la ventana, sin mostrar el más mínimo interés por los murmullos a su alrededor.
Pronto, Cassandra y su séquito entraron en el salón. Al ver a la recién llegada ocupando su asiento, la autoproclamada abeja reina se acercó con intención de imponer su dominio. Con una sonrisa arrogante, Cassandra le dijo:
—Debes ser nueva y por eso no lo sabes, pero ese es mi lugar.
Dahna la miró de arriba a abajo con una expresión despectiva, mientras sus recuerdos de Amara le indicaban exactamente quién era esa rubia insufrible frente a ella. Sabía que Cassandra no era más que un alma descarriada, una chica que buscaba afecto verdadero detrás de su máscara de dureza. Con una sonrisa fría, Dahna respondió:
—Que yo sepa, nadie compra lugares en esta universidad. ¿O es que eres la dueña?
Cassandra se inclinó hacia Dahna, tratando de intimidarla, esperando que la nueva se asustara. Pero Dahna mantuvo su sonrisa escalofriante.
—Yo soy quien manda aquí. Si no quieres terminar huyendo como una estúpida, mejor haces lo que te pido —amenazó Cassandra.
Dahna se acomodó en su asiento, sin perder la compostura, mientras los demás observaban la escena con expectativa. La joven la miró con desdén y respondió, dejando que su tono cortante llenara el aire:
—Si no quieres conocer el infierno antes de tiempo, deberías buscar otro lugar donde sentarte y no estar chingando.
El silencio en el salón fue absoluto, seguido por un murmullo entre los estudiantes, sorprendidos por la valentía de Dahna. Muchos sentían lástima por ella, convencidos de que se había ganado a la peor enemiga posible en Cassandra. Sin embargo, antes de que la rubia pudiera replicar, el profesor entró al aula, mandando a todos a sus lugares.
Javier, un joven atractivo que había sido el centro de las atenciones de Amara, también cruzó el salón en ese momento. Al ver a Dahna ocupando el lugar de Cassandra, frunció el ceño, intrigado por la joven desconocida que ahora se encontraba allí. Cuando Dahna levantó la vista, su mirada se encontró con la de Javier, y un destello de desprecio cruzó sus ojos. Javier no entendió el motivo de aquella hostilidad, pero algo en su interior se inquietó.
El profesor, sorprendido al ver una cara nueva a mitad de semestre, se acercó a Dahna y le preguntó con seriedad:
—¿Eres de esta clase?
Dahna soltó un suspiro de impaciencia y le respondió con irritación:
—Por supuesto que sí.
El profesor le pidió su nombre y apellido para verificar su registro. Con desgana, Dahna le entregó la tarjeta de identificación de la universidad. Al leer el nombre, el profesor levantó la mirada, asombrado.
—Me disculpo, señorita Amara Deveraux —dijo, alzando la voz para que todos en el salón lo escucharan.
El murmullo aumentó en el aula, y Javier, al escuchar ese nombre, quedó paralizado. Miró a Dahna, reconociendo de inmediato el apellido y comprendiendo que la joven que se encontraba frente a él no era una desconocida, sino Amara, la misma a quien había humillado y despreciado. Pero lo que no entendía era el profundo desprecio que ahora veía en los ojos de la nueva Amara. ¿Donde estaba esa mirada de amor que siempre le dirigia?