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VEINTICUATRO (BL)

VEINTICUATRO (BL)

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Posesivo / Romance oscuro / Mi novio es un famoso
Popularitas:2.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Daemin

Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?

NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capítulo 1: Conociendo al Diablo

El piso vibraba.

El aire olía a caucho quemado y a gasolina.

Y lo único que rompía el silencio eran los motores encendiéndose uno tras otro, como si despertaran monstruos en fila.

Cada uno con hambre. Con rabia. Con ganas de correr.

En medio de una vieja zona industrial al borde de la ciudad, los autos se alineaban frente a una pista improvisada. Gente por todos lados, gritando, bebiendo, apostando. Olor a goma quemada, gasolina, sudor y fritanga callejera. Un ambiente desordenado pero vivo. Tan vivo que parecía respirar.

—¿Seguro que es aquí? —preguntó Alex, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Lo estoy viendo —respondió Nathan, sin despegar la mirada del coche gris que acababa de estacionarse frente a la línea de salida.

Llevaba un abrigo oscuro, elegante, fuera de lugar entre sudaderas, cadenas y gorras. A su lado, Alex —su asistente personal, amigo de confianza desde hace años— parecía aún más incómodo, como si esperara que en cualquier momento los reconocieran y alguien intentara robarles o sacarle fotos al CEO de la empresa automotriz más poderosa del país.

—¿Vinimos solo a ver, o estás planeando fichar a alguien? —preguntó Alex, intentando sonar relajado.

Nathan entrecerró los ojos, como si ni él mismo supiera responder eso.

En la pista, el chico del coche gris azulado bajaba con paso despreocupado. Camiseta negra sin mangas, pantalones sueltos y zapatillas viejas. El cabello despeinado, sonrisa torcida. Dylan Seo. El nombre retumbaba en los pasillos del mundo ilegal como si ya fuera leyenda. Joven, rápido, impredecible.

Y no estaba solo.

—¡Bro, vamos tarde como siempre! —reclamó uno de sus amigos, un tipo bajito con cabello teñido de rojo.

—Cállate, que si no llego me reemplazan con uno de esos de TikTok —respondió Dylan, acomodándose los guantes mientras se reía.

—¿Otra carrera sin practicar, hermano? —preguntó el más alto, con cara de dormido y un vaso de café en la mano.

—La práctica está sobrevalorada —soltó Dylan, caminando hacia su auto sin mirar atrás.

Eran un grupo raro, pero encajaban. Como piezas mal cortadas que de alguna forma formaban un todo. Se entendían sin hablar demasiado.

El auto del contrincante rugió desde el otro lado. Un tipo alto, musculoso, tatuado hasta el cuello, que bajó de su Dodge como si fuera la estrella de una mala película. Miró a Dylan de arriba abajo.

—¿Otra vez tú, mocoso?

—Qué aburrido ser tu pesadilla —contestó Dylan, sin perder la sonrisa.

Nathan no pudo evitar soltar una mínima curva en los labios. Era la reacción involuntaria de alguien que llevaba demasiados años sin ver algo que lo sorprendiera.

—¿Ese es Dylan Lee? —murmuró Alex.

—Sí. —Nathan habló bajo, pero claro—. Él es lo que vine a ver.

—¡Apuestas cerradas! ¡Motores encendidos! —gritó uno de los organizadores desde un micrófono portátil, elevando el volumen entre la multitud.

—Tres...

—Dos...

—¡UNO!

La pista explotó en ruido.

Los dos autos salieron disparados como flechas. Dylan tomó la delantera en menos de cinco segundos. Sus manos se movían rápido, pero precisas. No temblaban. El auto viraba con agresividad, sin titubeos.

No corría. Volaba.

Detrás de él, el Dodge se esforzaba por alcanzarlo. La diferencia estaba en cada curva, en cada frenada perfecta que Dylan hacía sin miedo, como si no hubiera opción de perder.

Nathan lo observaba con una mezcla de fascinación.

Alex lo notó.

—Estás muy callado. ¿Te gustó lo que viste?

—Tú,qué creés—murmuró Nathan, con los ojos fijos en la pista.

El rugido de los motores bajó.

Dylan cruzó la meta con una ventaja tan clara que ni siquiera hubo emoción en el final. Solo frenó, bajó el vidrio, y se quedó mirando cómo el otro tipo maldecía desde el volante.

—Otra vez lo reventó —dijo alguien—. No tiene rival ese cabrón.

Dylan no respondía. Solo apagó el motor y se bajó del auto, rodeado enseguida por sus tres amigos.

—La curva estuvo asquerosamente buena —dijo el más bajo, todavía con la cámara en la mano—. ¡La tengo grabada!

—Yo solo quiero decir que deberías dejar que los demás ganen alguna vez. Por autoestima. —El alto, con su café medio derramado, le palmeó la espalda.

Dylan solo sonrió.

—Si quieren autoestima, cómprenla por Amazon.

Mientras hablaban, nadie notó que, del otro lado, Nathan se quitaba el abrigo. Se arremangó la camisa, entregó las llaves de su camioneta a Alex, y se dirigió directo hacia uno de los autos de respaldo que había mandado traer esa misma noche. Negro, discreto, con motor silencioso y diseño modificado para competir… aunque nadie lo supiera.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Alex, acercándose con cara de “esto es una mala idea”.

—Lo que vine a hacer.

—Nathan, si alguien te reconoce…

—No lo harán.

Abrió la puerta del auto y se sentó como si lo hiciera cada noche. Porque, de hecho, lo hacía.

Solo que nadie lo sabía.

En la pista, el organizador miró la lista en su tablet, levantó la cabeza buscando entre los nuevos.

—¿Nathan...?

—Llamame número veinticuatro —respondió Nathan, desde dentro del coche.

—Ok… siguiente ronda: ¡Dylan Lee contra el corredor veinticuatro!

Dylan levantó la cabeza.

—¿Quién?

—Ni idea —dijo uno de sus amigos—. ¿Ese tipo de allá?

Se giraron.

Vieron al auto negro. Ventanas polarizadas. Nadie lo reconocía. Pero sí lo notaban. Porque el auto no era común. Y el tipo tampoco.

—Qué raro. Ni siquiera muestra la cara —dijo Dylan en voz baja.

—¿Será otro ricachón aburrido?

—No sé, pero ojalá no maneje como viste —bromeó.

Los dos autos se alinearon.

Dylan miró de reojo al conductor. Pero los vidrios seguían oscuros. asique no podía verle el rostro.

—¿Listos?

El semáforo improvisado cambió de rojo a amarillo.

Dylan sonrió.

—Veamos qué tan bueno eres, Riquillo.

Verde.

Los dos salieron disparados.

Dylan tomó la ventaja al principio, como siempre. Pero al llegar a la primera curva, algo le molestó.

El otro auto... seguía ahí.

No solo seguía ahí. Lo estaba midiendo. Aguantando.

Control absoluto. Ningún error. Ni uno.

Dylan frunció el ceño.

No estaba acostumbrado a eso.

El auto negro no buscaba rebasarlo a lo loco. Esperaba. Elegía. Cada metro lo leía, lo analizaba. Era como correr contra alguien que ya había estudiado su forma de conducir.

Nathan no tenía expresión. Solo los ojos atentos, calculando distancias, reflejos, zonas de frenado. No buscaba lucirse. Buscaba precisión.

Y la encontró.

En la penúltima curva, lo rebasó por fuera. Silencioso. Letal. Como si hubiera estado esperándolo todo el tiempo.

Dylan aceleró. Intentó recuperar el control. Pero ya era tarde.

Cuando cruzaron la meta, Dylan frenó tan de golpe que el auto chirrió como si se quejara.

Se sacó el casco de un tirón, lo dejó caer en el asiento y bajó al instante.

La sangre le hervía. El corazón a mil. Y la rabia en la garganta.

Miró el auto negro que acababa de ganarle.

Estaba ahí, estacionado como si nada.

Impasible. Callado. Intocable.

—¿Quién carajos es ese? —soltó, sin despegar los ojos del vehículo.

Y justo en ese momento, la puerta del auto negro se abrió. Nathan bajó con una calma que rayaba en burla. Tenía el cabello algo despeinado, los guantes colgando en una mano, la camisa medio abierta y esa sonrisa desvergonzada... Tranquila, segura, como si él no hubiera corrido… sino jugado.

Caminó unos pasos hacia el frente, estirando los hombros. Lo miró.

Dylan no se aguantó.

—¿Tú quién mierda te crees?

Nathan frenó. Lo vio de arriba abajo.

Y sonrió más.

—¿No te lo dejé claro?

El comentario le pegó directo al ego.

Dylan dio un paso más.

—Ganaste por nada. Te crees mucho, pero—

—¿“Por nada”? —lo interrumpió Nathan, alzando una ceja como si le hablara un niño—. Entonces corre mejor.

Dylan se quedó callado por un segundo. No porque no tuviera qué decir…

Sino porque el descaro fue tan directo que le descolocó el cerebro.

Y ahí se acercó.

No mucho. Solo lo suficiente para que Dylan sintiera el peso de su presencia.

—No te pongas tan tenso, campeón —le dijo, con voz tranquila—. A cualquiera le puede pasar.

Dylan alzó la ceja, ya listo para responderle algo, pero Nathan no terminó ahí.

Se inclinó un poco, lo suficiente como para quedar a pocos centímetros de su cara.

—Aprende a perder.

La frase le cayó como un ladrillazo.

Dylan se quedó en silencio. No porque no tuviera palabras, sino porque el nivel de descaro era tan alto que le trabó el cerebro.

Nathan sonrió de lado, giró lentamente y empezó a alejarse. Como si no acabara de dejarlo masticando su propio ego.

—Nos vemos en la próxima, campeón.

Y siguió caminando.

Como si no lo acabara de dejar masticando el polvo.

1
Mel Martinez
por favor no me digas que se complica la cosa no
Mel Martinez
que capitulo
Mel Martinez
me encanta esta novela espectacular bien escrita y entendible te felicito
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