Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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Las Consecuencias de la Sombra
Los rumores, como el agua sucia, se filtran por las grietas más profundas. Los dos guardias corruptos, humillados y asustados, no se quedaron callados. En las tabernas de los barrios bajos, entre sus compañeros de moral cuestionable, comenzó a circular una historia distorsionada.
"No es ninguna santa, la tal Dama Blanca", murmuraban entre tragos. "La vimos... usó magia oscura. Algo que no es natural. Congeló a Jarek en su sitio sin tocarlo. Sus ojos... brillaban de una manera rara."
La historia se exageraba con cada repetición. La "Dama Blanca" ya no era solo una bienhechora misteriosa; para algunos, se estaba convirtiendo en una figura siniestra, una bruja que usaba artes prohibidas. Este rumor no llegaba a oídos de la nobleza, pero empezaba a envenenar la misma base de apoyo que Irina tanto había trabajado por construir: la gente común.
Irina, por su parte, se enfrentaba a una paradoja desgarradora. Su acto de valentía había salvado a una familia, pero el método había sembrado miedo. En su siguiente visita a los barrios marginales, notó la diferencia. Algunas personas la recibían con la misma gratitud de siempre, pero otras evitaban su mirada, hacían la señal para ahuyentar el mal o cerraban sus puertas con un poco más de fuerza.
Una anciana a la que solía llevar ungüentos se atrevió a preguntar, con voz temblorosa: "Mi Dama... ¿es cierto que... que hace tratos con sombras?"
Irina sintió un frío en el corazón. "Yo solo hago tratos con hierbas y conocimiento, abuela. Para ayudar."
Pero la duda estaba ahí. Se dio cuenta de que el poder, sin importar su intención, podía ser aterrador. Y que para ganarse la confianza del pueblo, no solo necesitaba ser bondadosa, sino también parecer inalterablemente humana y pura. Cualquier sombra de misterio podía ser torcida en su contra.
El duque Viktor, con su red de informantes, no tardó en enterarse de los rumores y del incidente. Esta vez, no hubo un casi-infarto, sino una conversación seria y preocupada en su biblioteca.
"Irina, lo que hiciste fue noble", comenzó, con el ceño fruncido. "Pero fue imprudente. Esos hombres son alimañas, pero son alimañas con lengua. Has dado un arma a quienes podrían querer hacerte daño." Se acercó y bajó la voz. "Esa magia... la que no es de los libros 'normales'... debe permanecer en la sombra. Es tu último recurso, no tu primera opción. Si el Consejo Real o la Iglesia llegaran a sospechar..."
No necesitó terminar la frase. Irina lo entendió perfectamente. Ser etiquetada como usuaria de magia prohibida podría costarle no solo su título y su libertad, sino también la credibilidad de todas sus reformas.
La consecuencia más profunda, sin embargo, fue interna. Irina comprendió que no podía seguir siendo solo "la Dama Blanca", la filántropa que trabajaba desde las sombras. Necesitaba una plataforma diferente, una desde la que pudiera combatir la corrupción abiertamente y con autoridad.
Los rumores, como serpientes venenosas, se deslizaron más allá de los barrios bajos. Llegaron a oídos de cortesanos envidiosos, de nobles tradicionales que siempre habían visto con recelo a la "niña prodigio", y finalmente, al propio Rey. La corte, que antes susurraba admiración, ahora lo hacía con duda y un deje de miedo.
Irina lo sentía. Notaba las miradas que la seguían, más largas y escrutadoras. Oía cómo las conversaciones se apagaban cuando ella se acercaba. La palabra "bruja" nunca se decía en voz alta frente a ella, pero flotaba en el aire, un fantasma silencioso que empañaba todo lo que había construido.
Esa noche, Irina se encerró en sus aposentos. Se quitó la capa blanca, que ahora le parecía una burla, y la dejó caer al suelo. Se miró en el espejo: la misma niña de cabello blanco y ojos azules. Pero ya no se veía a la heroína, a la Protectora. Solo veía el reflejo de la villana de la historia original.
Cayó de rodillas frente a la cama, enterrando el rostro en las sábanas. Un sollozo se escapó de su pecho, ahogado y desgarrador.
"Estúpida... soy tan estúpida", murmuró contra la tela. "Creí que podía cambiarlo. Creí que si ayudaba, si era buena, si salvaba a todos... el final sería diferente."
Las lágrimas fluyeron libremente, cargadas de una frustración acumulada de dos vidas.
"Construí hospitales,escuelas... di todo de mí. Y aún así... aún así me ven como una monstruosidad."
La voz del libro resonó en su mente: "...la villana Irina Sokolov, consumida por la envidia y la maldad..."
"¿Es esto?" preguntó en un susurro quebrado a la habitación vacía. "¿Es una trampa? No importa lo que haga... no importa cuánto me esfuerce por ser buena... ¿el destino siempre me empujará a ser la villana? ¿Siempre seré la bruja, la malvada, la que todos quieren ver caer?"
Por un momento, la desesperación fue tan profunda que la tentación de rendirse la envolvió. Era más fácil. Dejar de luchar. Dejar de intentar ser algo que, quizás, nunca estaba destinada a ser. Si el mundo insistía en verla como una villana, ¿por qué no simplemente... convertirse en una? Sería menos doloroso que seguir golpeándose contra un muro de incomprensión.
"Tal vez... tal vez Alexander tenía razón en esa otra vida", pensó, con amargura. "Tal vez merezco esa espada."
Justo cuando la oscuridad parecía consumirla, su mirada, nublada por las lágrimas, cayó sobre dos objetos en su mesita de noche.
Uno era la pequeña y tosca rana de madera tallada que Elías le había regalado. Un símbolo de risas genuinas, de amistad desinteresada, de alguien que la veía solo como Irina.
El otro, un dibujo arrugado que un niño de su escuela le había dado. Era un garabato de una figura con una capa blanca y un sol gigante sobre la cabeza. Debajo, con letras torpes, decía: "Gracias Dama Blanca por el pan".
Un nuevo sollozo la sacudió, pero este era diferente. No era de desesperación, sino de un doloroso y profundo amor.
¿Villana?
Las lágrimas siguieron cayendo, pero ahora limpiaban, no nublaban. Miró otra vez el dibujo. Esa era su verdad. Esa era la huella que estaba dejando en el mundo, mucho más real que los rumores de unos cobardes.
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, con una determinación renovada que nacía de la misma profundidad de su dolor.
"Que digan lo que quieran", susurró para sí, su voz aún temblorosa pero firme. "Que me llamen bruja. Que me teman. No voy a detenerme."
Se levantó, enderezando los hombros. Sus ojos, enrojecidos, ahora brillaban con una luz fría y decidida.
"Si mi bondad les parece brujería, entonces que sea la bruja más bondadosa que este reino haya visto jamás. Y si el destino quiere hacerme la villana... entonces lucharé contra el destino también."
La crisis había pasado. La duda se había transformado en una resolución de acero. Irina Sokolov ya no luchaba solo por sobrevivir o por ser amada. Ahora luchaba por definir su propio legado, sin importar las etiquetas que el mundo quisiera ponerle.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭