Solo Elena Mirel puede ser la asistente de Maximiliano Kade Deveron. Uno de los hombres más poderosos a nivel internacional.
Visionario, frío. Muchos le temen. Otros lo idolatran. Pero solo ella puede entender su ritmo de trabajo.
Pero la traición del novio de Elena hace que Maximiliano descubra que Elena le interesa más de lo que él se pueda imaginar.
Acompáñame a descubrir que pasará con este par.
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Sin perder su porte
La noche caían sobre la ciudad con una elegancia particular. Cómo. Si supiera que aquel evento empresarial merecía oscuridad impecable y un brillo selecto. El cielo estaba despejado, las luces de los edificios se reflejaban sobre los ventanales del. Gran hotel Saint Laurent, un lugar reservado únicamente, para las reuniones que podían definir el rumbo de los mercados internacionales.
Adentro los empleados caminaban con precisión, ajustando detalles en las mesas, encendiendo velas discretas, revisando el orden de los asientos. Era una cena donde solo asistirían aquellos que tenían poder, influencia y visión. Y en el centro de aquella esfera de importancia estaría: Maximiliano Kade Deveron, presidente de Deveron Industries, y a su lado su mano derecha Elena Mirel.
Esa misma noche después del trabajo, asistieron a una cena. Elena apenas tuvo tiempo, para ir a su departamento darse una ducha y vestirse elegante como siempre, mientras el chófer de Maximiliano la esperaba, para llevarla al hotel, donde Maximiliano la estaría esperando.
Elena avanzó por el pasillo de lobby con la misma gracia y determinación con la que se movía dentro de la empresa. Su vestido negro de seda se ajustaba su figura con una elegancia sin esfuerzo, acompañado de un peinado recogido que dejaba el descubierto su cuello estilizado y su mirada segura. Caminaba con paso firme, aunque su mente era un espacio cuidadosamente ordenado donde las emociones no tenían permiso, para interferir.
Maximiliano la esperaba frente a la entrada del salón principal, enmarcado por dos columnas de mármol blanco. Soporte impecable: traje oscuro perfectamente entallado, camisa blanca que resaltaba el tono de su piel. Y esa aura magnética que lo diferenciaba del resto. Por lo que lo hacía particularmente irresistible no eran sus rasgos marcados ni su mirada intensa, sino la seguridad silenciosa con la que habitaba cualquier espacio.
Cuando Elena se acercó, comentó Maximiliano en voz baja y firme. -- Los socios de la firma Tresson están aquí. --
-- Perfecto. -- Respondió Elena con naturalidad. -- Ya revisé los contratos de camino. Todo está listo. --
Maximiliano asintió, satisfecho. Era su dinámica: la entendía con una sola frase, un gesto, una mirada. Por eso ella era la única persona en la empresa que podía caminar a su lado sin quedarse atrás.
Entraron juntos al salón iluminado por arañas de cristal suspendidas como constelaciones pequeñas. Las mesas redondas estaban rodeadas por empresarios, directivos, y figuras clave del mundo financiero. El murmullo de conversaciones estratégicas envolvía el ambiente como un manto de poder.
Maximiliano saludó a su círculo inmediato con una sonrisa diplomática. Elena se ocupó de los detalles, como siempre: la ubicación de los invitados, el orden de presentaciones, los tiempos de intervención. Era un engranaje perfecto entre ambos.
Pero entonces, justo cuando ella se disponía a revisar el orden del programa, algo la detuvo. Un gesto, una silueta conocida. Giro lentamente el rostro.
Y allí estaba. Él.
Su novio.
Conviviendo en la misma cena, pero no en la mesa que él había mencionado. Y no solo eso. Estaba acompañado de una mujer que no era ella. Una mujer de vestido de poca imaginación, risa exagerada y mano apoyada con demasiada familiaridad en su antebrazo.
Elena no parpadeó.
No tensó la mandíbula.
No cambió su postura.
Simplemente, observó durante un segundo preciso, calculado, como quién identifica un dato irrelevante antes de archivarlo mentalmente.
Luego desvió la mirada con la misma serenidad con la que alguien cierra un libro, ya que ha terminado de leerlo.
--¿Todo bien? -- preguntó Maximiliano, captando aquel micro gesto que nadie más hubiera notado.
Elena sonrío. La sonrisa exacta, impecable. -- Perfecto. -- respondió Elena. -- continuemos. --
No añadió nada más.
No lo necesitaba.
La cena dio comienzo entre conversaciones medidas y discursos estratégicos. Maximiliano tomó su lugar principal en la mesa central, Elena a su derecha. A su alrededor. El brillo de las copas de cristal y el tintinear de los cubiertos marcaban el ritmo de aquella sinfonía de negocios y poder.
Elena escuchaba, observaba, anotaba mentalmente cifras, propuestas, movimientos corporativos. Era una maestra en separar lo emocional de lo profesional. Nada en su rostro la delataba que había visto algo. otra mujer en su lugar habría sido motivo de lágrimas, rabia o drama. Ella no era de esas. Era control, inteligencia. Y temple.
Maximiliano hablaba con la seguridad del líder que era, pero su ojos regresaban hacia Elena cada tanto, como si buscará rastrear algo más profundo. Pero Elena mantenía la compostura con la serenidad de un lago sin viento.
Hasta que llegó el brindis.
Los invitados levantaron sus copas. Maximiliano se puso de pie, imponiendo presencia sin necesitad de elevar la voz.
-- Quiero agradecerles a todo por estar aquí está noche. -- comenzó. -- Lo que estamos a punto de construir no es solo un acuerdo comercial; es un puente hacia el futuro que definirá el mercado tecnológico. --
Las palabras fluyeron con esa naturalidad autoridad que le era innata. Los presentes escucharon atentos. Algunos inspirados, otros cautelosos. Elena sabía que esa mezcla era perfecta, para una negociación exitosa.
Cuando maximiliano alzó su copa, todos lo imitaron.
Incluido el novio de Elena, metros de distancia.
Incluida la mujer que tenía la audacia de tocarle el brazo.
Elena no aparto la vista de su copa de cristal. No miro en su dirección.
No le dió el gusto.
Brindo sin alterar su respiración.
Después del discurso, los invitados comenzaron a circular, a mezclarse, a intercambiar ideas en pequeños grupos. Elena se movió con elegancia entre ellos, asegurándose que cada pieza del rompecabezas social encajara donde debía. Tomaba notas mentales, respondía preguntas, hacia ajustes.
A su paso, recibía miradas de admiración: por su belleza, por su aura carismática, por su impecable eficiencia con la que manejaba cada detalle.
Maximiliano, mientras conversaba con dos empresarios, no dejaba de observarla con discreción. Había aprendido a leer mejor que nadie , aunque ella rara vez permitía que alguien cruzará su muralla interna de su mente. Pero está vez ... había una leve tención en sus pasos. Mínima, casi imperceptible.
Cuando maximiliano termino su conversación, se acercó a Elena con la excusa perfecta.
-- Necesito que me acompañes a revisar la proyección del acuerdo con Tresson. --
-- Claro. -- Respondió Elena sin dudar.
Julián
no está enamorada ni tampoco necesita esa acuerdo matrimonial 🤔🤨
1ro....2do.....3ro....tú, entonces que se enrede en las patas de los caballos