Obligada A Amarte

Punto de vista de Marcelo

La primera vez que vi a Diana Vega en la entrada de mi edificio, me sorprendió. Ocurrió en medio de una tormenta, la noche en que la vi temblando, empapada y mirando mi torre de cristal con una mezcla de desafío y humillación. No era solo la mujer más hermosa que jamás había visto —cabello castaño pegado al rostro, ojos color miel ardiendo—, era la encarnación perfecta de la derrota, y eso, lo reconozco, me interesó profundamente.

En ese momento, solo era una extraña que se atrevió a contaminar la acera de mi imperio. Le pedí a Leonardo, mi chofer y mano derecha, que investigara a la joven que había invadido mis pensamientos. Necesitaba saber quién era el dueño de tanta intensidad emocional.

Sin embargo, la respuesta que obtuve no fue la que esperaba.

—Señor, se trata de Diana Vega —me informó Leonardo—. La hija menor de la familia Vega.

Diana Vega. El nombre resonó como un disparo en mi oficina. Era la hija de mi mayor enemigo, Luis Vega, el hombre que destruyó a mi familia y cuya sombra intento borrar del mapa corporativo desde hace años.

En lugar de desechar la idea, sentí un escalofrío ante una nueva y peligrosa posibilidad. La mujer que había despertado mi primer interés genuino en años no solo era intocable, sino que se convertía en la herramienta perfecta para mi venganza.

Ella no era un obstáculo; era una bendición envuelta en problemas ajenos que podía explotar.

Al día siguiente, cuando llegué a mi empresa, la vi sentada en una de las jardineras. Una extraña idea pasó por mi cabeza: "Había venido ella a buscar trabajo". Deseché el pensamiento; siendo la hija de Luis Vega, me costaba creer que se rebajaría a buscar empleo en mi dominio.

Bajé del auto y caminé a su lado, ignorando su presencia. Debía mantener la distancia; era un peligro andante. Cuando entré en la empresa, pedí información sobre Diana. Mi pedido llegó en menos de lo que esperaba y, para mi asombro, mi primera impresión era la correcta: había ido a buscar empleo.

Me pareció un verdadero descaro que mi peor enemigo enviara a su propia hija a buscar información, por lo que di la orden de que su currículum, que ya estaba en Recursos Humanos, fuera retirado y puesto directamente en mi escritorio. Necesitaba saberlo todo sobre la mujer que iba a usar para mi propia vendetta. Y cuando leí el expediente completo —con la traición de su prometido, la infidelidad con su hermanastra y el maltrato de su padre—, mi plan se cristalizó por completo.

No la quería como administradora. La quería cerca, a mi lado. La quería sumisa a mis reglas, pero con esa furia rebelde de los Vega ardiendo solo para mí. Quería usarla para destruir a Luis y, al mismo tiempo, probar mi poder absoluto sobre la única mujer que había capturado mi atención en años.

La contraté, le di el dinero y le ofrecí la libertad, no por piedad, sino para comprar su lealtad y su desesperación. Diana Vega era mi inversión más arriesgada, y ahora, era mía.

En su primer día de trabajo, mostró tener mucha habilidad en el ámbito laboral. La vi interrumpir a Ramos en el restaurante, y sentí el mismo deseo posesivo que tuve al verla en la lluvia. Cuando esa "simple secretaria" demostró su valor, supe que había acertado. Ella no era la oveja negra de los Vega; era un lobo esperando ser liberado.

—Mi inversión en usted ha sido cuantiosa. Espero que rinda frutos —le había dicho en el auto. Pero lo que no le dije era la verdad: la inversión ya estaba dando frutos, y el primero era el placer de saber que esa mujer rebelde, inteligente y hermosa ahora dependía enteramente de mis órdenes.

Solo faltaba el último paso: asegurar que su pasado quedara totalmente atrás. Tenía que ir a la mansión Vega y cortar el lazo. Y lo haría personalmente. Esta noche, la arrancaría de las manos de Luis Vega.

Esperé a que Diana fuera por sus cosas a la mansión Vega. Sabía que era mi oportunidad de reclamar mis derechos sobre ella y obligar a su padre a entregármela.

—Es un gusto tenerlo por aquí, señor Villavicencio —la hipocresía resonaba en la voz de Luis Vega.

—No es una visita. Vengo a hablar de negocios contigo —dije con frialdad.

—¿Qué negocio será ese que obliga al inalcanzable y muy ocupado Marcelo Villavicencio a venir hasta mi humilde casa? —sus palabras, llenas de sarcasmo, eran un guante lanzado.

—Iré directo al punto, para nadie es un secreto que somos enemigos. —La cara de Luis mostró sorpresa ante mi sinceridad.

—No, las cosas no son así —intentó explicar, aunque lo detuve con un gesto.

—Somos adultos y sabemos cómo son las cosas. En fin, he venido aquí para terminar esa absurda rencilla con la unión de las dos familias por medio del matrimonio.

La reacción de Luis ante mi propuesta no se hizo esperar.

—¡No te daré a mi amada Fabiana en matrimonio! Ella es la luz de mi vida y nunca la ataría a un ser tan despreciable como tú.

Él pensaba que me ofendería con sus palabras, pero no fue así, pues yo sabía que tenía la razón; yo era un hombre sin sentimientos que no sabía amar. Sin embargo, lo que más me impresionó fue que defendiera tanto a una hija que no llevaba su sangre. Pensé que cuando le dijera que se trataba de Diana, su hija de sangre, la negación sería mucho más rotunda.

—No hablo de tu hija mayor, sino de la menor: Diana. Con la unión de nuestras familias, dejaríamos de lado la idea de destruirnos mutuamente. Así tú recuperarías tu paz y yo ganaría una esposa.

Era obvio que Luis no creía en mis palabras y mucho menos entregaría a su "amada" hija biológica a mí. Sin embargo, lo que pasó después me dejó mucho más impresionado.

—Si se trata de Diana, entonces acepto el trato —dijo sin titubear, sin una pizca de dolor—. Pero todo quedará por escrito. Tú no intentarás seguir destruyendo mi negocio.

Sus palabras me causaron asco. Ese hombre era capaz de sacrificar a su propia hija, pero nunca a la hija de otro hombre. Algo no cuadraba en todo esto y debía averiguar qué era.

Miré hacia el umbral de la puerta que daba a las escaleras principales de la mansión y vi el rostro de Diana quebrarse. Ella había escuchado toda nuestra conversación. El plan había cambiado. Ya no necesitaba obligarla. Luis Vega acababa de entregarme el arma definitiva.

Ahora solo faltaba que ella aceptara. Sería precisamente la hija biológica de Luis Vega quien lo destruiría, y no yo.