Oliver Hayes acaba de ser despedido. Con una madre enferma y deudas que lo ahogan, traza un plan para sobrevivir mientras encuentra un nuevo empleo.
Cuando una aplicación le sugiere un puesto disponible, no puede creer su suerte: el trabajo consiste en ser el asistente personal de Xavier Belmont, el hombre que ha sido su amor secreto durante años.
Decidido a aprovechar la oportunidad —y a estar cerca de él—, Oliver acude a la entrevista sin imaginar que aquel empleo esconde condiciones inesperadas... y que poner su corazón en juego podría ser el precio más alto a pagar.
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📌 Relación entre hombres
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Capítulo 05. Lo he admirado.
En la sala de espera del último piso del imponente edificio de cristal de Imperium Media Group, Oliver Hayes se encontraba sentado con la espalda recta, los hombros firmes y las piernas juntas, sobre las cuales descansaba su portafolio de piel color café. Sus manos entrelazadas reposaban sobre él, otorgándole un aire serio y profesional, aunque la manera en que apretaba los dedos delataba su nerviosismo.
Había elegido su mejor traje para la ocasión, un azul oscuro que contrastaba con la blancura impecable de su camisa. Su corbata estaba perfectamente alineada, su cabello meticulosamente peinado y sus zapatos relucían como si fueran nuevos. Sabía que la primera impresión lo era todo, y no estaba dispuesto a fallar en este detalle.
A pesar de su porte compuesto, su ansiedad se manifestaba en pequeños gestos incontrolables. Mordía la parte interna de su mejilla y tamborileaba los pies en el suelo en un ritmo irregular. No podía evitarlo.
Frente a él, cinco personas esperaban con la misma tensión en el rostro, y detrás, al menos una decena más aguardaban su turno. Todos estaban impecablemente vestidos, con posturas firmes y rostros que reflejaban la mezcla de determinación y miedo que Oliver sentía. No era el único nervioso.
Sabía que las probabilidades no estaban a su favor. Aunque su desempeño académico había sido excelente, su educación solo había sido posible gracias a una beca del setenta por ciento. Había sido el mejor de su clase, sí, pero en un mundo donde las conexiones lo eran todo, sus méritos podrían no ser suficientes. Había aprendido por experiencia propia que muchas puertas solo se abrían si se tenía el apellido correcto o el contacto adecuado.
Por momentos, la idea de levantarse y marcharse cruzó por su mente. ¿Realmente tenía sentido intentarlo? Pero luego, recordó el verdadero motivo por el cual estaba ahí.
Xavier Belmont.
El hombre que, durante años, había sido el protagonista de sus más secretas ilusiones. El CEO inalcanzable, el Zeus de los negocios y las relaciones, el hombre que, hasta hacía unas semanas, parecía existir solo en pantallas y fotografías lejanas. Y ahora, Oliver tenía la oportunidad de estar frente a él. Quizás no conseguiría el trabajo, pero al menos podría verlo en persona una vez más.
El tiempo transcurría lento. Algunas entrevistas duraban media hora, otras apenas cinco o tres minutos. El Imperium Media Group era conocido por sus estándares inalcanzables. Solo los mejores, los más brillantes y, muchas veces, los más arrogantes lograban ser parte de la empresa.
Oliver sintió un nudo en el estómago cuando la joven secretaria, una mujer alta, de facciones perfectamente simétricas y un porte elegante, pronunció su nombre con voz clara:
—Oliver Hayes.
Se levantó de inmediato, sin poder evitar que su corazón se acelerara.
—Soy yo —respondió con rapidez.
—Sígame.
La mujer se giró con la elegancia de quien está acostumbrada a moverse bajo miradas ajenas. Su largo cabello oscuro ondeó en el aire con la sutileza de la seda, y Oliver no pudo evitar notar que cada persona que había visto en esa empresa parecía sacada de una revista de modelos. Incluso el personal de limpieza parecía más atractivo que el promedio.
«Si la belleza es un requisito aquí, estoy jodido» pensó con una mezcla de humor y resignación.
El pasillo por el que lo guiaban estaba revestido de cristal y acero, con luces estratégicamente colocadas para darle un aire moderno y sofisticado. Cada paso que daba sentía que lo acercaba más a un destino incierto.
Finalmente, llegaron a la última puerta, una estructura imponente de color negro con una perilla de plata brillante. Oliver tragó en seco.
Su corazón latía con fuerza.
La secretaria golpeó un par de veces con los nudillos, y, tras unos segundos de silencio, una voz profunda y masculina resonó desde el otro lado.
—Adelante.
Oliver sintió que sus piernas fallaban.
Después de tantos años sin verlo en persona, después de limitarse a observarlo desde lejos, a seguir su carrera y admirarlo en silencio… finalmente, estaría cara a cara con el hombre que, sin saberlo, había sido su amor no correspondido.
La secretaria abrió la puerta con precisión y se apartó a un lado, haciendo un leve ademán con la mano.
—Oliver Hayes, señor —anunció.
El momento había llegado.
Oliver inhaló hondo, enderezó los hombros y, con paso firme, cruzó la puerta.
La oficina tenía un estilo minimalista y elegante. En el centro, destacaba un gran escritorio de madera oscura. Tras él, un hombre de cabello platinado, cejas perfectamente delineadas y piel de un tono perlado trabajaba concentrado en su portátil. Sus ojos ámbar, fríos y distantes, poseían un brillo hipnótico que resultaba imposible ignorar.
Oliver sintió que el aire le abandonaba los pulmones. La garganta se le cerraba lentamente. Años habían pasado desde la última vez que lo había visto en persona, pero allí estaba, justo frente a él: Xavier Belmont.
Su mente retrocedió al pasado. Se vio a sí mismo como aquel estudiante nerd, el chico de las gafas gruesas, blanco fácil para las burlas. Recordó con vívida claridad cómo unos bravucones lo rodeaban y le gritaban “cuatro ojos” mientras verían una soda sobre él. Pero lo que su memoria más atesoraba era a Xavier, entonces con un aire juvenil, quitándose la chaqueta y dejándosela a él con indiferencia, como si aquel gesto no hubiera significado nada… cuando para Oliver lo fue todo.
El corazón le dio un vuelco cuando la mirada hipnótica de Xavier se posó sobre él.
—¿Vas a quedarte ahí parado? —preguntó con voz profunda y grave, haciendo que Oliver casi olvidara cómo respirar. Había soñado con esa voz tantas veces, susurrándole palabras dulces, acariciando su oído en sus fantasías más secretas.
—Oh… lo siento —balbuceó al fin, avanzando con torpeza hacia el escritorio. Se quedó de pie, incapaz de apartar la vista del rostro que había idealizado durante años.
—Si no vas a hablar, será mejor que te vayas —añadió Xavier, sin emoción, devolviéndolo bruscamente a la realidad.
Oliver sintió el rubor subirle hasta las orejas.
«Lo estoy arruinando», pensó con desesperación.
—Lo siento… yo…
—Vete —repitió Xavier, bajando la mirada mientras cerraba una carpeta y la arrojaba a un lado, junto a una pila de otras similares.
«Los currículums», se dijo Oliver con angustia.
Apretó el labio inferior con fuerza. Habían sido años admirándolo desde lejos. Años observándolo en silencio, idealizándolo, queriéndolo. Y ahora que por fin tenía la oportunidad de estar cerca de él, lo estaba desperdiciando.
Pero no iba a dejar que eso sucediera.
Inspiró profundamente y dio un paso al frente.
—Soy Oliver Hayes. Me gradué en la Universidad Nort Word como el mejor de mi clase. He trabajado como asistente en diferentes ámbitos y, sin querer parecer arrogante, soy muy bueno en lo que hago —dijo con firmeza, tratando de controlar el temblor de su voz—. Y además… lo he admirado durante muchos años, señor —confesó al fin, mirando a Xavier con sinceridad—. No solo por lo que representa, sino por lo que es capaz de hacer. Sé que no está donde está solo por su apellido, como muchos creen. Usted ha construido y mantenido este imperio con inteligencia y visión.
Dio un paso más, acortando la distancia entre ellos.
—Si me permite quedarme a su lado, le prometo que no se arrepentirá.
El silencio se volvió pesado. Oliver no sabía si habían pasado segundos o minutos hasta que Xavier finalmente alzó la mirada y lo contempló con detenimiento.
—¿Qué estás dispuesto a hacer para quedarte con el trabajo?
La pregunta cayó como un balde de agua fría.
Oliver sintió un nudo en el estómago. Había algo extraño en el tono, algo que no sabía cómo interpretar. Pero lo que sí sabía era que su respuesta definiría todo.