Alexandre Monteiro es un empresario brillante e influyente en el mundo de la tecnología, conocido tanto por su mente afilada como por mantener el corazón blindado contra cualquier tipo de afecto. Pero todo cambia con la llegada de Clara Amorim, la nueva directora de creación, quien despierta en él emociones que jamás creyó ser capaz de sentir.
Lo que comenzó como una sola noche de entrega se transforma en algo imposible de contener. Cada encuentro entre ellos parece un reencuentro, como si sus cuerpos y almas se pertenecieran desde mucho antes de conocerse. Sin oficializar nunca nada más allá del deseo, se pierden el uno en el otro, noche tras noche, hasta que el destino decide entrelazar sus caminos de forma definitiva.
Clara queda embarazada.
Pero Alexandre es estéril.
Consumido por la desconfianza, él cree que ella pudo haber planeado el llamado “golpe del embarazo”. Pero pronto se da cuenta de que sus acusaciones no solo hirieron a Clara, sino también todo lo verdadero que existía entre ellos.
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Capítulo 14
...Clara Amorim...
^^^Florianópolis, Santa Catarina^^^
Aparqué frente a la clínica obstétrica con el corazón latiendo con fuerza. Era mi primer examen prenatal y, aunque ya sabía del embarazo, ahora todo empezaría a hacerse real.
Conducir hasta Florianópolis llevó poco más de una hora, pero prefería hacerme los seguimientos por aquí mismo. Mi ginecóloga me había indicado una de las mejores especialistas de la zona: la doctora Maya Franklin.
Mi madre no pudo acompañarme, estaba sobrecargada con una enorme demanda de encargos en la confitería, y se disculpó incontables veces. Pero estaba bien. Respiré hondo, me identifiqué en la recepción y pronto me pidieron que esperara.
Minutos después, llamaron mi nombre. Entré en la sala y fui acogida por un ambiente acogedor y sereno: tonos suaves en las paredes, una gran ventana que iba del suelo al techo dejando entrar la luz natural, juguetes coloridos organizados en una estantería, y certificados elegantemente enmarcados en la pared.
—¡Hola, Clara! ¿Cómo estás? —preguntó la doctora con una sonrisa cálida y un ligero acento extranjero que la hacía aún más cautivadora.
—Hola, doctora. Estoy bien, un poco ansiosa —respondí, devolviéndole la sonrisa.
—La ansiedad es natural. ¿Vamos a ver cómo está ese bebé? —dijo mientras se ponía los guantes.
Era rubia, de piel muy clara y ojos expresivos. Deduje que no era brasileña por su forma de hablar, pero transmitía una tranquilidad contagiosa.
Me ayudó a tumbarme en la camilla y, tras levantar ligeramente mi blusa, esparció el gel frío sobre mi vientre, que ya exhibía un leve volumen de los casi dos meses de gestación.
—Veamos qué tenemos aquí... —murmuró, concentrada, deslizando el transductor sobre mi piel.
Segundos después, el sonido que lo cambió todo: tum-tum, tum-tum. El corazón de mi bebé. Mis ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente.
—Vaya... —sonrió ella—. Aquí está: un bebé pequeñito, pero con un latido fuerte y un desarrollo excelente para la edad gestacional. Está sano y se está desarrollando muy bien.
Puse la mano sobre mi pecho, intentando contener la emoción.
—Él... o ella... está ahí de verdad.
—Sí, lo está. Y muy bien instalado, por cierto.
Sonreí entre lágrimas. Era surrealista la sensación de estar generando una vida.
Mientras miraba la pantalla del monitor, ese pequeño ser, tan minúsculo y al mismo tiempo tan inmenso, me trajo una paz que no sabía que aún podía sentir.
El sonido de su corazón latiendo fuerte parecía una respuesta de Dios de que, esta vez, todo saldría bien. Limpié discretamente las lágrimas que se escapaban cuando respiré hondo.
—Doctora... —mi voz salió temblorosa—. Ya perdí un bebé una vez, por aborto espontáneo. ¿Qué puedo hacer... para evitar que eso vuelva a suceder?
La doctora Maya levantó los ojos de la pantalla y posó una de sus manos enguantadas sobre mi brazo, con un cariño tan genuino que me desarmó.
—Oh, Clara... —dijo, en un tono calmado, con aquel acento británico suave que parecía un abrazo—. Lo siento mucho por eso, de verdad. Pero quiero que sepas que cada gestación es única, y nada indica que esto vaya a repetirse, ¿de acuerdo?
Asentí en silencio, intentando creer.
—Lo más importante ahora es que continúes tus seguimientos con regularidad, te alimentes de forma saludable y evites el esfuerzo físico exagerado. Hidrátate bastante e intenta descansar siempre que puedas —su tono era tan seguro que parecía imposible no confiar.
Ella miró la pantalla, luego volvió a mirarme con una sonrisa gentil.
—Estaré aquí en todas las etapas, Clara. No estás sola en esto, ¿sí? Cualquier alteración, cualquier síntoma diferente, cualquier temor, puedes llamarme a cualquier hora del día o de la noche.
—Gracias... —susurré, sintiendo otro nudo en la garganta.
—Vamos a acompañar todo de cerca y a cuidar muy bien de vosotros dos. Este bebé tiene un corazoncito fuerte y está creciendo exactamente como esperamos. Y eso ya es una gran señal.
Nunca había conocido a alguien que transmitiera tanta serenidad solo con la voz.
Espero que finalmente consiguiera creer que sería capaz de traer a mi hijo al mundo.
—¿Puede darme una foto de la ecografía? —pregunté con la voz aún embargada.
—Claro que sí —la sonrisa gentil de la doctora se amplió—. Me encanta eternizar esos momentos, ¿sabes? Son únicos.
Ella me entregó un pañuelo de papel para limpiar el gel mientras tecleaba algunas cosas en el ordenador y ajustaba la impresora. En el instante en que me pasaba el pañuelo por el vientre, la puerta se abrió con fuerza y una niña entró corriendo, con el pelo ondeando, ojos enormes y curiosos.
—¡Tía Maya! —gritó, con una emoción que no cabía en su pecho—. ¡No me dejaban verte!
La reconocí al instante. Alice. La hija de Cibele. La sobrina de Alexandre. Mi corazón se aceleró tanto que necesité respirar hondo para no demostrar nada.
—¡Alice! —Cibele apareció justo detrás, visiblemente avergonzada—. ¡No puedes entrar así, jovencita! —Levantó la mirada hasta mí y dudó, alternando entre mi rostro y mi vientre aún medio descubierto. Sentí que mi rostro se calentaba como si se hubiera prendido fuego.
—Oh... eh... disculpa —balbuceó ella—. Se echó a correr. Yo... no pude impedirlo. Fue mucha imprudencia por mi parte no sujetarla.
—Está bien, Cibele —la doctora Maya mantuvo el tono calmado, acomodando a la pequeña a su lado—. Solo es una niña curiosa, no hay ningún problema.
Cibele parecía querer meter la cabeza en un agujero de tanta vergüenza.
—Lo siento mucho de verdad... no volverá a suceder —dijo antes de salir con su hija de la mano, meneando la cabeza en reprobación.
Me abroché el botón del pantalón, intentando fingir que no me estaba muriendo de nervios.
—Debería haber cerrado la puerta con llave... —comentó Maya con un suspiro, en un tono divertido, para aliviar la vergüenza—. Nunca se sabe cuándo estaré atendiendo de forma... más íntima.
Solté una risa nerviosa y cogí la imagen que acababa de imprimir.
—Aquí está tu foto —dijo, entregándomela con delicadeza—. Mira a ese pequeñín... tan fuerte y tan guapo.
—Gracias —murmuré, sujetando la ecografía con cuidado, como si fuera la cosa más frágil del mundo.
—Listo —ella tecleó algo en la ficha y sonrió otra vez—. ¿Agendamos tu regreso? Así lo mantenemos todo en orden.
—Sí, por favor.
Ella consultó el sistema y programó la nueva consulta.
—Te veo en tres semanas, Clara —dijo con aquella voz suave que me transmitía tranquilidad.
—Hasta entonces.
Nos despedimos y salí de la sala con la foto de la ecografía guardada como un tesoro. En el exterior, encontré a Cibele sentada en uno de los cómodos sillones de la recepción mientras Alice veía algo en el iPad con unos enormes auriculares que casi le cubrían el rostro pequeño.
En cuanto me vio, Cibele levantó sus ojos verdes y se levantó, ajustando la correa del bolso en su hombro. Si Alexandre aún no sabía que yo estaba en Florianópolis, probablemente no tardaría mucho en saberlo.
—Clara —dijo en un tono suave—. ¿Cómo estás?
—Muy bien... ¿y tú? —sonreí levemente.
—Bien —asintió. Estuvimos unos segundos en silencio, ese tipo de pausa que parece pesar en los hombros—. La doctora Maya es una obstetra maravillosa. Cuidó de Alice desde el principio. Estoy segura de que estás en muy buenas manos.
—Qué bueno saberlo... —dije, intentando mantenerme firme—. Eso me tranquiliza.
Nunca tuve problemas con Cibele. Al contrario: siempre conversábamos muy bien. Con Luíza es que... bueno, difícilmente alguien se llevaba bien con ella.
—¿Alice está bien? —pregunté, lanzando una mirada cariñosa a la niña que sonreía a la pantalla.
—Ah, sí... solo una virosis molesta —Cibele suspiró—. Llegué de Canadá de madrugada y vine directo para acá hoy temprano. Pero ella ya está reaccionando.
—Me alegro. Espero que se le pase pronto.
—Gracias —ella me devolvió la sonrisa y luego me miró con una expresión medio evaluativa—. Clara... tu proyecto está trayendo un éxito enorme para la empresa —dijo en un tono gentil, pero firme—. Clientes de todo el mundo quieren comprar. ¿No piensas en recoger esos créditos personalmente? Todo el mundo quiere conocerte. Yo misma estuve en Canadá por eso, y dentro de dos semanas voy a París, para la presentación oficial del Tonix en el país...
Desvié la mirada, respirando hondo.
—No lo sé, Cibele.
—Sé que todo se ha vuelto... complicado —continuó con cuidado—. Pero nadie allí olvidó que fuiste tú quien lo creó. Y... bueno, todo el mundo habla de ti todo el tiempo. Fue imposible dar otra versión, porque tu nombre está ligado a cada detalle.
Moví la cabeza despacio.
—Yo solo... no estoy segura de si quiero ese tipo de exposición ahora.
—Entiendo —dijo, y parecía sincera—. Pero piénsalo con cariño. Trabajaste duro. No dejes que... que cualquier situación personal borre eso. Mereces tener tu reconocimiento de frente, si quieres.
—Lo pensaré.
Cibele asintió. En ese momento, Alice levantó los ojos del iPad y me saludó con una sonrisita tímida. Yo le devolví la sonrisa.
—Si necesitas algo... cualquier cosa, puedes llamarme, Clara —dijo Cibele antes de volverse hacia su hija—. Quiero que estés bien. Y que sepas que siempre tendrás las puertas abiertas allí.
—Gracias.
Ella me dio una última mirada comprensiva y se fue con Alice. Me quedé parada allí por un instante, mirando el pasillo que conducía hacia afuera. Parte de mí quería seguir adelante sin mirar atrás. Pero otra parte... quería todo de vuelta.