Cuando la familia de Saya es tomada como rehén por los soldados del despiadado Alfa Kadir, el destino parece sellado. Sin embargo, en medio del caos, aparece Savir, el Alfa supremo de la manada Luna Dagda, un lobo temido en todas las regiones por su fuerza implacable y su corazón helado desde la muerte de su compañera.
Como pago por su vida, el padre de Saya promete entregarle a su hija mayor en matrimonio... sin imaginar que esa hija ya ha sido prometida a otro.
La deuda debe saldarse, y la única opción es Saya.
Obligada a ocupar el lugar de su hermana, Saya es entregada al Alfa como una novia de reemplazo, condenada a compartir lecho y manada con un lobo al que teme... y que no tiene intención alguna de amar.
Savir ha jurado lealtad eterna a su compañera fallecida. Para él, Saya no es más que una sombra, una sustituta.
Pero hay un secreto que el destino no tardará en revelar: la sangre de Saya lleva la marca. Ella es su verdadera pareja destinada.
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Capítulo: Mereces un castigo
Dieciocho años atrás:
«La oscuridad solo se rompía por la luz de una gran luna llena.
Savir estaba en el bosque, rezaba una rara oración, estaba de rodillas.
—«Alma de lobo que busca a su gemela,
Canta una triste canción.
Luna llena, sangre y odio en el corazón.
Tierra, fuego, agua y viento; carne, huesos, devastación.
Solo una vez haz mi deseo realidad.
Ven, Bákala, ven, Bákala.
Ven a la tumba de piel y dolor de este lobo.
Ven Bákala, Ven Bákala.
Te rezó tu oración.
Dan-Dra, Dra-dan»
Entonces, escuchó esos pasos, cerró los ojos. Nadie podía verlo sin que él lo quisiera, sus pasos eran tan fuertes, sonaban extraños.
Muchas veces él escuchó la leyenda de Bákala.
Los cachorros de la manada creían que era prohibido andar por los ríos, el bosque, o la playa, a altas horas de la noche, no fuese que Bákala se los llevara, pero eso no funcionaba así, debías llamarlo, solo así él vendría a ti.
Decían que era un demonio que ayudaba a los hombres lobos a cumplir sus deseos fervientes, aquellos que eran imposibles ante la Diosa Luna.
Savir no abrió los ojos, llevaba en cada palma de las manos un zafiro, anudado con tierra mojada en un pañuelo.
Había un medallón dorado en el piso frente a él.
Era la ofrenda. Sintió esa respiración y supo que era el momento.
—Mi deseo es tener la fuerza de un millón de lobos que me ayuden a derrotar a mi enemigo, el rey Alfa Kadir; quiero justicia, carne y sangre, muerte y devastación para mi enemigo, quiero que me devuelvas a mi compañera, quiero que Maeve viva, que vuelva a mí, como sea, pero que regrese a mis brazos. A cambio, toma ese medallón dorado, y te entrego el alma del hijo de rey Alfa Kadir I, no amo nada más en el mundo, Bákala. Puedes leer mi alma de lobo, no tengo nada que amar, pero dijeron que odiar es amar. Odio a Kadir y a toda su sangre, eso incluye a su querido primogénito, príncipe Yan Aram, quédate con su alma.
Sintió ese aliento caliente y asqueroso como sangre molida sobre su rostro, contuvo las ganas de vomitar, y de pronto, un viento golpeó su rostro, abrió los ojos, él no estaba, tampoco el medallón. Bákala aceptó su ofrenda y su deseo.»
***
Alfa Savir volvió a la realidad, corrió hacia Saya, la abrazó y lanzó una moneda de oro hacia donde ella apuntó, cubrió los ojos de Saya y los suyos, abrazándola fuerte contra su pecho.
Ella aún gritaba.
—Tranquila —murmuró.
Un viento los golpeó.
—¿Alfa?
Savir abrió los ojos, cargó a Saya y miró hacia todos lados. Nadie estaba ahí, solo los guardias.
Observó a Saya, estaba desvanecida en sus brazos.
—¡Volveremos al castillo!
***
El guardia real y los dos guardias de la puerta principal perdieron su cabeza, Byron lo ordenó.
El hombre recibió a su guardia principal en la puerta.
—¿Y ya volvió el Alfa?
—Sí, señor.
—¿Preguntó por mí?
—No, señor.
—El Alfa acaba de volver con Lady Saya en sus brazos.
—¿Qué? —exclamó el hombre confuso—. ¿La encontró?
El hombre bajó la voz
—Dicen que el Alfa la buscó por todo el bosque, hasta hallarla, y la trajo en sus brazos, dicen que es la nueva Luna, y que el Alfa Savir la ama como alguna vez amo a…
Los ojos de Byron brillaron de rabia.
El lobo bajó la mirada.
—Lo siento, Beta Byron.
—¿Lo sientes? ¿Qué ibas a decir?
—Yo…
—¡Vete!
El lobo se fue.
Cuando Byron cerró la puerta, esa loba estaba en su cama.
—¡No cumpliste! Esa hembra volvió. ¡Tienes que matarla!
Byron puso su mano en la boca.
—¡Cállate! —exclamó.
Kendra estaba ante él, desnuda, mientras el lobo parecía molesto, y nervioso.
***
Saya abrió los ojos, por un instante no supo dónde estaba, hasta que reconoció el techo, enderezó la postura, entonces miró al hombre frente a ella.
Tenía los codos sobre los muslos, el rostro recargado en sus manos, observándola.
Sus ojos se encontraron, parecía tan severo como si un león al acecho.
—¿Cómo estás?
Ella se levantó asustada, su respiración se aceleró.
—¡Mataste a mi familia! —Saya se lanzó sobre él, la fiera parecía cambiar de personaje, y se lanzó como si lo cazara.
Él recibió la primera bofetada, luego detuvo sus manos; ella luchaba, hasta que arañó con fuerza su rostro.
Ella lo soltó asustada, temía un buen golpe por lo que hizo.
Savir tocó su rostro, y miró en sus dedos la sangre.
—¿Ya estás satisfecha o quieren más sangre y carne?
Saya retrocedió con lágrimas en los ojos.
—¡Mataste a mi familia! ¿Por qué?
Savir se empezó a reír.
Ella quiso volver a golpearla, cuando él la sujetó del cuello con fuerza, esta vez casi dejándola sin aire.
—¡Yo no he matado a nadie! Si lo hubiera hecho, te hubiese traído sus cabezas para que los vieras.
Ella chilló y Alfa Savir la soltó, ella cayó de rodillas, y él lamentó lo que hizo.
Las lágrimas de esa loba lo ponían nervioso igual que su olor.
—No hice eso, no maté a nadie, al contrario, fui a comprar las tierras. Tu padre hizo eso, ¿por qué iba a matarlo? ¿Por qué eres una sustituta? Tu hermana no significaba nada para mí, como tú tampoco.
Ella le miró con ojos tristes, él notó las marcas en su cuello, se arrepintió de lo que hizo, se acercó a ella, poniéndose de cuclillas.
—¿Por qué hablaste de Bákala?
Saya se estremeció al instante.
—¿Quién te contó sobre él? Dime, ¿Cómo lo conoces?
—Yo… es solo una leyenda, un demonio que cuentan que existe en los pantanos y los bosques de noche.
—Nadie ha visto a Bákala.
—Yo sí, yo lo he visto, no es la primera vez.
—¡Mientes! —gritó.
Ella bajó la mirada, no quiso decir nada, recordó a su madre diciéndole que ella era como un pez y que su boca la llevaría a la muerte.
—¿Por qué te escapaste?
La pregunta la asustó.
—¡Me dijeron que mató a mis padres!
Alfa Savir se acercó a ella, su mano se puso en su nuca, la levantó del suelo.
—¿Y tú les has creído? ¿Esta será mi Luna, la nueva compañera, una estúpida que desconfía de su Alfa? —exclamó con la voz severa.
Ella sollozó.
—¿Cómo sé que mis padres están vivos?
El hombre sonrió.
—Te lo demostraré.
Él la soltó. Saya se sintió sin fuerza.
Ella dio la vuelta, Savir la observó con ojos feroces.
—¿A dónde crees que vas?
Saya se detuvo.
—Yo… ¿Puedo ir a mi habitación?
Savir se acercó peligroso a ella, su mirada bajó a sus labios.
—¿Crees que te irás sin recibir tu castigo?