Abril es obligada a casarse con León Andrade, el hombre al que su difunto padre le debía una suma imposible. Lo que ella no sabe es que su matrimonio es la llave de un fideicomiso millonario… y también de un secreto que León ha protegido durante años.
Entre choques, sarcasmos y una química peligrosa, lo que empezó como una obligación se convierte en algo que ninguno puede controlar.
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Capitulo 20
León
Después de verla llorar sentí algo raro en el estómago. Algo entre culpa, necesidad de protegerla y, evidentemente, una estupidez emocional que jamás admitiré en voz alta. Era parte del acuerdo con el viejo Perdomo, sí, pero también… no sé. Había algo en Abril que me revolvía el cerebro como licuadora sin tapa.
Y justo cuando por fin había logrado que dejara de llorar, la desgraciada me quitó la botella como si fuera suya.
—¿Me quitaste el agua? —le dije, medio ofendido, medio impresionado.
—Era mía —respondió, y se lo tomó directo, sin pestañear. Esa mujer podía ser un peligro.
Mi mente iba demasiado rápido. Una parte de mí decía “bésala”, otra decía “ni loco”, y entre esas dos había una tercera que gritaba “vale mierda que sea ocho años menor, solo hazlo”, pero la cuarta me recordaba que esto era un matrimonio por contrato, no una telenovela barata.
Pero ya era muy tarde. Nuestras caras estaban demasiado cerca. Sentía su respiración… y algo en mí hizo clic. Puse mis manos en su rostro y la besé.
Y ella me respondió el beso. Con fuerza. Con necesidad. Con hambre.
La tomé de la cintura y la jalé hasta acomodarla sobre mis piernas. Su cuerpo encajó contra el mío como si el universo hubiera dicho “pa' eso era la huevonada del matrimonio”. Sus manos se enredaron en mi pelo, las mías recorrieron su espalda, y por primera vez en semanas tal vez años dejé de pensar.
Solo sentía.
Mi celular vibró. Lo ignoré. Vibró otra vez. Lo volví a ignorar.
—No contestes —susurró ella contra mi boca.
Como si pudiera.
Entonces…
PUM PUM PUM.
Un golpe en la ventana hizo que los dos brincáramos como si nos hubieran pillado robando un banco.
Abril pegó un grito que, honestamente, casi me hace infartar.
Ella se puso roja. Yo sentí cómo mi cuerpo todavía reaccionaba a los besos de Abril, lo cual era… incómodo considerando las circunstancias.
—Tranquila —le dije rápido—. No se puede ver nada hacia adentro.
Mentí. O bueno, eso esperaba.
Porque la madre de Abril tenía literalmente la cara pegada al vidrio. La señora parecía esos gatos que se aplastan contra las ventanas cuando quieren entrar.
Ayudé a Abril a pasar al asiento del lado para disimular. Ella respiraba como si hubiera corrido una maratón cuesta arriba.
Nos bajamos de la camioneta y saludé a la mamá de Abril. Su cara era una combinación entre confusión, miedo, y quiero matar a alguien.
Revisé mi celular por fin.
—Abril —dije bajo—, el abogado viene hoy a las seis con los documentos. Necesito la dirección para que llegue aquí.
La madre de Abril —cuyo nombre honestamente nunca recuerdo— frunció el ceño.
—¿Qué documentos? ¿Qué está pasando?
Abril tragó saliva.
—Papá hizo un negocio con Germán Barreneche…
—¿Qué hizo un negocio con quién? —la señora casi gritó.
—Eso no es lo peor —susurró Abril, y su voz se quebró—. El puto viejo dijo que debía casarme con él para cumplir con el pago.
Su madre la abrazó como si acabara de enterarse que su hija tenía que casarse con un pirata somalí. Yo… simplemente me quedé ahí, intentando no pensar en el beso y en sí había sido un puto error.
Entramos a la casa. Ellas hablaban en voz baja, diciendo cosas como “cómo pudo” y “ese hombre está loco”. Yo solo escuchaba a medias.
Mi cerebro estaba dividido en dos:
Parte racional: “Esto es un desastre”.
Parte no racional: “¿Y si la vuelvo a besar?”
Otra parte más honesta: “Marica, ¿qué mierda estás pensando?”
La madre de Abril nos dejó solos en la sala. Y ahí empezó esa cosa rara entre nosotros… silencio pesado con tensión incluida.
—No podemos volver a hacer eso —dijo Abril de golpe, sin mirarme.
—Concuerdo, no es una buena idea — dije teniendo una batalla interna
—Ni siquiera sabemos convivir —refunfuñó.
—Tampoco sabemos… besar mal —solté sin querer.
Me lanzó una almohada.
Y discutimos. Poquísimo, pero discutimos. Sobre reglas, límites, convivencia, la terapia, el acuerdo. Cada uno hablaba como si buscara no decir lo que realmente pensaba. Porque ambos sabíamos que lo que acababa de pasar complicaba todo. Mucho.
A las seis llegó mi abogado. Entró cargado de carpetas como si fuera a demandar a medio país.
—Señor Andrade —dijo mientras dejaba los documentos en la mesa—. Yo le indicaré qué puede revelar y qué no, según los acuerdos firmados con el señor Perdomo.
Asentí. Abril rodó los ojos. La mamá de Abril se sentó a su lado como si esperara que yo sacara un machete.
—Necesito que ambos firmen aquí, aquí, y aquí —dijo mi abogado marcando hojas con una eficacia casi militar—. Este es el acuerdo de confidencialidad, sobre la reunión que se va a tratar.
Abril levantó una ceja.
Yo intenté no reír, al ver la cara que hacía, diciendome que era un hijo de perra por hacerla firmar un documento como ese.
Abril me pateó por debajo de la mesa.
Mientras firmábamos, solo podía pensar una cosa:
El beso no había sido un error.
Pero sí podía convertirse en uno enorme…
si volvíamos a dejar que pasara.
O si volvíamos a quedarnos solos en una camioneta.
O si Abril volvía a mirarme así…
Carajo.