Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
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CAPITULO 18: Guerra fría de suegra y nuera
Una nueva semana comenzaba y Abril, muy concentrada en revisar documentos, levantó la vista justo a tiempo para ver entrar a su suegra Aurora, a su cuñada Lorena y a Catalina, que intentaba aparentar un aire de “alta sociedad”, pero que, a los ojos de Abril, resultaba casi cómico.
Por respeto, Abril las saludó con cortesía, pero las tres la ignoraron por completo y siguieron de largo hasta la oficina de Alfonso, sin siquiera molestarse en tocar la puerta.
—Viejas brujas… me da vergüenza recordar que yo también era así —susurró Abril para sí misma, encogiéndose de hombros antes de volver a sus papeles.
Al final, que Alfonso lidiara con ellas.
Dentro de la oficina, Alfonso las recibió con una mirada severa. No le gustaba que interrumpieran sin motivo, y menos cuando ya había desayunado con ellas esa misma mañana en compañía de su abuela.
—¿Qué las trae por aquí? —preguntó con frialdad.
Catalina, fingiendo humildad, se adelantó y dejó un pequeño pastel de chocolate sobre su escritorio.
—Solo pasábamos por aquí y quisimos traerte este postre —dijo con voz suave, casi melosa.
Alfonso frunció el ceño, incómodo.
—Si eso es todo, las invito a retirarse. Tengo demasiado trabajo y debo salir del país por negocios.
Aurora, con una falsa sonrisa, se apresuró a responder:
—Está bien, hijo, disculpa la interrupción. Vámonos, muchachas.
El objetivo estaba cumplido: molestar a Abril y dejar la “ofrenda” en manos de Alfonso. Para Aurora, cada pequeño gesto de Catalina era un paso más en su plan de separar a su hijo de esa “trepadora”.
A los pocos minutos, Abril escuchó la puerta abrirse. Fingiendo indiferencia, dejó los documentos a un lado y comenzó a retocarse el maquillaje.
Fue entonces cuando Lorena, con los ojos chispeando furia, se plantó delante de su escritorio.
—¿Así justificas tu sueldo? Aquí se viene a trabajar, no a pintarse la cara.
Abril esbozó una sonrisa altiva y contestó con voz refinada y burlona:
—Pues según tú propias palabras: yo no estoy aquí para llenar papeles, sino para estar siempre producida y bonita… para que no se aburra mi novio.
La mirada de incredulidad de las tres fue tan evidente que Abril apenas pudo contener la risa.
Aurora, sin soportar más, tomó del brazo a su hija.
—Vamos, Lore, no desperdiciemos nuestro tiempo con esta mujercita.
Y así salieron, echando humo, mientras Abril soltaba una carcajada satisfecha. Había logrado lo que quería: provocarlas. “Si mi suegra quiere guerra, guerra tendrá”, pensó, volviendo a acomodarse en su asiento.
Un rato después, curiosa por la visita, Abril entró a la oficina de Alfonso. Sus ojos se posaron de inmediato sobre el pastel de chocolate. El brillo en su mirada delató su tentación.
Alfonso, que ya sabía leer cada uno de sus gestos, sonrió.
—Si lo quieres, es todo tuyo, mi amor.
Abril no esperó otra palabra: abrió el empaque y llevó una gran cucharada a su boca, disfrutando el sabor.
Fue entonces cuando Alfonso, sin pensar, comentó:
—Me lo trajo Catalina.
Abril casi se atragantó. Dejó el tenedor de golpe y corrió al baño, donde expulsó el bocado con horror antes de arrojar el resto del pastel a la basura. Regresó con la boca enjuagada, el ceño fruncido y un puchero adorable que contrastaba con su enojo.
—¿¡Por qué no me lo dijiste antes!? ¿Y si tenía alguna porquería o… hechicería para enamorarte? ¡Te prohíbo comer cualquier postre que no venga de tu abuela! —sentenció con firmeza, apuntándole con un dedo.
Alfonso tuvo que contener la risa; si la dejaba ver que le parecía graciosa, sabía que la molestaría aún más. Se levantó y la atrajo hacia sí, besando sus mejillas en un intento de apaciguarla.
—Está bien, pequeña, no volverá a pasar. No quiero verte enojada… recuerda que estaremos lejos por una semana, y te voy a extrañar demasiado.
El enojo se disolvió en el calor de ese abrazo. Abril se colgó de su cuello y respondió con una sonrisa traviesa:
—Yo también te voy a extrañar, mi amor… pero recuerda: ¡nada de mujeres, eh!
Alfonso asintió, divertido por la seriedad de su advertencia.
—Prometido. Y cuando regrese, te tendré una sorpresa.
Ella, sin imaginar la magnitud de lo que planeaba Alfonso, lo besó con dulzura.
—Yo también tengo una sorpresa para ti… así que compórtate en tu viaje y regresa pronto.
Alfonso la miró intensamente, pensando que en pocos días le pediría ser su esposa. Abril, en cambio, soñaba con presentarlo ante sus padres, decidida a gritarle al mundo que el hombre más deseado de la ciudad ahora le pertenecía a ella.
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En una elegante cafetería del centro, un hombre de cabello canoso y traje discreto esperaba con la serenidad propia de alguien acostumbrado a moverse en las sombras. Frente a él, sobre la mesa, reposaba un maletín de cuero.
Aurora apareció minutos después, intentando pasar desapercibida bajo un pañuelo de seda que cubría su cabeza y unas enormes gafas oscuras que ocultaban su mirada severa.
Caminó con porte altivo y se dejó caer en la silla frente al hombre, sin molestarse en saludar.
—Habla rápido, no tengo mucho tiempo —ordenó con tono seco.
El detective, sin inmutarse, metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó un sobre abultado. Lo deslizó con calma hasta el lado de la mujer.
—Abril Arias. Diecinueve años, huérfana. Actualmente vive en un departamento de lujo. Sus rutinas son sencillas: trabajo, salidas con su hijo Alfonso y regreso a su residencia. Nada más, salvo un detalle... —hizo una pausa breve, calculada—. Antes de ayer estuvo en la mansión de la familia Ganoza, acompañada del heredero, Dereck Ganoza. Permaneció unas tres horas antes de salir.
Aurora abrió el sobre con rapidez y empezó a examinar las fotografías. La primera mostraba a Abril entrando sonriente al lugar; la siguiente, conversando con Dereck; y otra, despidiéndose con familiaridad.
Su expresión se endureció, el odio destilaba de cada línea de su rostro. Arrugó con fuerza la foto entre sus dedos hasta hacerla una bola de papel.
—¡Maldita! —escupió entre dientes—. Se atreve a jugar con los sentimientos de mi hijo.
Levantó la vista hacia el detective, sacó otro sobre —esta vez más grueso— de su bolso y lo empujó hacia él.
—Siga espiándola. Esta semana Alfonso no está en la ciudad, viajó por negocios. Esa mujerzuela creerá que puede hacer lo que se le antoje. Cuando el gato no está, las ratas salen… —sonrió con veneno—. Y yo pienso poner suficientes ratoneras para atraparla.
El hombre asintió, acostumbrado a clientes con sed de venganza.
Aurora se levantó de inmediato, recogiendo con elegancia el pañuelo que cubría su cabello. Salió del café con pasos firmes, aunque por dentro hervía de ira.
En su mente, la imagen era clara: arrancar a Abril de la vida de Alfonso, aunque tuviera que destrozarla en público. Pero sabía que actuar sin pruebas solo lograría que su hijo se alejara aún más de ella. Tenía que ser paciente, astuta y letal.
Y así, con la furia contenida en cada fibra de su cuerpo, juró que Abril Arias pagaría caro por atreverse a poner en riesgo el futuro de los Brescia.