Santiago es el director ejecutivo de su propia empresa. Un ceo frío y calculador.
Alva es una joven que siempre ha tenido todo en la vida, el amor de sus padre, estatus y riquezas es a lo que Santiago considera hija de papi.
Que ocurrirá cuando las circunstancias los llevan a casarse por un contrato de dos años,por azares del destino se ven en un enredo de odio, amor, y obsesión. Dos personas totalmente distintas unidos por un mismo fin.
⚠️ esta novela no es para todo publico tiene escenas +18 explícitas, lenguaje inapropiado si no es de tu agrado solo pasa de largo.
NovelToon tiene autorización de Frida Escobar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La verdad.
Ana agarra mi mano con suavidad, como si supiera que estoy a punto de quebrarme.
—Santiago no habla en serio… —dice Jacobo, incómodo, mientras su hermano le lanza una mirada fría y se levanta, caminando directamente hacia mí.
—Vete a tu casa —me ordena Santiago, dándome la espalda con un desprecio que me hiela.
Lila, mi amiga, sujeta mi otra mano. Me pongo aún más nerviosa.
—Gracias por la invitación, pero mejor regresamos a nuestra mesa —dice con firmeza, intentando protegerme, pero Ana no aparta la mirada de Santiago. Él ya volvió a sentarse, impasible, mientras una rubia le sirve bebida como si todo fuera normal.
Me giro para salir, sintiéndome fuera de lugar, humillada. Pero entonces escucho la voz de Jacobo a mis espaldas:
—Mi hermano solo bromea. Es feo llegar a esa edad, uno se vuelve más cruel. Yo las invité, quédense…
En ese momento, un alboroto estalla abajo. Me asomo por la baranda del segundo piso y mi corazón da un vuelco. Es mi padre. Está discutiendo con el dueño del bar.
—Te dije que te fueras a tu casa. ¿Tiene que venir tu papi por ti? —me lanza Santiago con una sonrisa burlona, sus labios se mueven, pero no logro procesar lo que dice.
Veo a mi padre subir las escaleras con el rostro desencajado. Llega hasta donde estoy y su mirada fulmina a Santiago.
—Aléjate de mi hija —le dice con los dientes apretados.
Me siento atrapada entre ambos. Yo, confundida, nerviosa como si hubiese hecho algo malo. Santiago… tranquilo, fumando como si todo fuera un espectáculo sin importancia.
—Señor Beltrán, puede llevarse a su hija. Respete mi bar —dice el mismo sujeto que estuvo con Santiago en el restaurante.
—Andando —ordena mi padre, y me arden los ojos. No por rabia, sino por la vergüenza. Me hace sentir como una niña incapaz de moverse sola.
—Sal, ahora te alcanzo —le digo, con una voz firme que ni yo sabía que tenía.
Él me mira, sorprendido, quizá por la forma en que le hablé.
—Alva… vamos —insiste, tendiéndome la mano.
Mis amigas caminan hacia la salida para no hacer más grande la escena. Paso junto a mi padre sin tocarlo siquiera.
—Te quiero alejado de ella —le dice a Santiago, y no escucho más.
Bajo las escaleras casi corriendo, como si de pronto necesitara escapar del mundo entero. Las personas abren paso. Me miran. Murmuran. No escucho. No oigo nada.
—¡Alva, espera! —me llaman mis amigas, pero solo les lanzo las llaves de mi coche.
—Llévenselo ustedes, por favor.
Corro. Corro sin rumbo, alejándome de todo lo que me asfixia. Llego a un parque oscuro, solitario. Me siento en una banca helada y meto la mano en mi bolso buscando mi celular, pero recuerdo que Ana lo guardó.
Me recuesto abrazándome a mí misma. El frío de la noche se mete por mi ropa y me hace temblar, pero ni eso duele tanto como la vergüenza.
Una hora. Dos. Tres. Y sigo ahí, mirando las estrellas que no me dicen nada.
Cuando ya no puedo más, salgo a la calle y pido un taxi. El conductor apenas me mira. Me deja frente a mi casa.
Al bajar, mi padre corre hacia mí.
—¿Dónde estabas? ¡Tengo a mis hombres buscándote por toda la ciudad! Estaba muerto del susto.
Me separo de él sin decir nada. Mi madre también sale, angustiada.
—Qué bueno que estás bien, mi amor —me dice abrazándome, y esta vez no me aparto.
Entramos juntas. Una vez en la sala, subo a mi habitación y cierro con seguro. Me encierro. Me baño. Me pongo la pijama y me siento frente a la laptop.
Abro los mensajes de mis amigas.
—Alva, discúlpame. Me siento terrible. Qué bueno que estás bien, tu papá ya nos avisó. Te buscamos… vamos llegando a casa.
—Lo siento mucho.
—No te preocupes. Ya quisiera yo que mi papá me buscara así. Mañana te vas y no sé cuándo volveremos a verte…
Cierro la laptop al escuchar voces abajo. Me asomo por las escaleras.
—Está arriba, pero aún no le digo —dice mi padre.
—Ella no va a querer —responde otra voz que reconozco al instante. Patricio.
—Eso sería en último caso… pero sería de mentira.
—¿Qué sería de mentira? —pregunto, dejándome ver.
Ambos se giran, sorprendidos. Bajo lentamente las escaleras, sintiéndome traicionada incluso antes de saber la verdad.
—Patricio, déjame a solas con mi hija —le pide mi padre. Él asiente y se va sin mirarme siquiera.
—¿Crees que soy una tonta sensible?
—Claro que no…
—Sí. Me tratas así… o al menos así me haces sentir.
—No fue mi intención. Sabes que eres nuestro milagro. Tu madre y yo luchamos tanto por tenerte… cuando supe que venías en camino, fui el hombre más afortunado del mundo.
—¿Y entonces? ¿Me vas a decir qué está pasando?
—La señora… mi socia, la que tú dices abuela… es la abuela de Santiago Rinaldi.
—¿Mi abuela es la que está enferma? ¿Por qué no me dijiste? ¡Hay que ir a verla!
—Hay otra cosa. La empresa tuvo muchos problemas. Ya no somos socios. Ya no quiero que la veas más.
—¿Hay algo más, verdad?
—Patricio… pidió tu mano. Y le dije que lo hablaría contigo.
—¿A qué viene eso ahora? ¡Siempre me lo ha insinuado y jamás le he dado pie a nada! Se lo he dicho: lo quiero como un hermano. ¡Solo eso!
—Ya estuvo bien, Alva. Esto no es una discusión. Solo se firmarán los documentos. Él aceptó. Incluso, no se verán. Tú te irás al extranjero.
—No te reconozco, papá.
—Lo entenderás con el tiempo.
—Soy mayor de edad. Y digo que no. Me hiciste desistir de la carrera que quería estudiar, pero esto… esto es diferente. Y esta vez digo ¡no! Esta vez, ¡las cosas no serán como tú quieres!
—Mañana, antes de irnos, iremos al registro.
Me dice pasando a mi lado. Yo me quedo ahí, helada, con las lágrimas desbordando. Escucho que llaman a la puerta. Cuando abro… retrocedo al ver a Santiago.
—¡Largo de mi casa! —grita mi padre, furioso.
Santiago le entrega una carpeta.
—Cumpla con lo que prometió.
Mi padre me agarra del brazo, como si temiera que escapara, y en ese instante entiendo algo: hay un trato entre ellos.
Y lo que se cruzan con la mirada… no puede significar nada bueno.