Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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6: Bajo la superficie
Han pasado algunas semanas. Semanas de acercamiento entre la señora Handford y yo. Darle mi número de celular fue casi como abrirle las puertas de mi casa. Pronto comenzó a seguirme en cada una de mis redes sociales, lo cual me pareció demasiado inusual. Nuestros encuentros en la calle eran cada vez más frecuentes, forzando conversaciones casuales cada vez que nos veíamos. Además, constantemente recibía mensajes suyos contándome cosas triviales o preguntándome sobre temas que a mi parecer eran irrelevantes. Parecía estar esforzándose demasiado en ser mi amiga, pues las conversaciones son cada vez más personales y sus preguntas cada vez más extrañas.
Sin embargo, la inusual amistad que ha surgido entre nosotras me ha ayudado a dejar de verla como una amenaza. A pesar de que su comportamiento a veces me provoca demasiadas preguntas, no parece ser la mujer intimidante y peligrosa que antes creía que era. Parece ser una mujer solitaria que lo único que necesita es una amiga, especialmente para enfrentar el duelo por la pérdida de los hombres que se habían convertido en su única compañía. Gracias a eso, mis sesiones con la doctora Catlett han comenzado a disminuir, aunque aún tengo dos sesiones más pendientes.
Por otro lado, Elizabeth Handford no es la única persona nueva en mi lista de amigos. Las clases privadas con Henry Cowan terminaron hace casi un mes. Al parecer mis explicaciones le fueron de mucha ayuda, pues llegó un día a mi casa a agradecerme por las buenas notas que había obtenido al terminar el semestre. Teniendo en cuenta que ahora estamos de vacaciones, Henry me invitó a salir un par de veces, por lo que nos hemos hecho muy buenos amigos. Incluso viene a visitarme de vez en cuando.
Las cosas parecen estar tranquilas en el vecindario, y ahora que faltan un par de semanas para regresar a la universidad, mis preocupaciones al respecto se han esfumado, y eso ha contribuido a mi buen humor. Ahora me dispongo a salir de mi casa para visitar a la señora Handford, que me ha enviado un mensaje de texto en la mañana pidiendo mi ayuda para algo personal. Me dijo que fuera a su casa al mediodía para hablar sobre el tema, por lo que eso es justo lo que planeo hacer. Se me ha hecho un poco tarde, pues ya es la una, pero no creo que se moleste por un poco de demora. Salgo de mi casa sosteniendo en mis manos una bandeja cubierta dentro de la cual se encuentra una porción de postre de limón; el único postre que sé preparar sin que la cocina termine hecha un desastre.
Cierro la puerta detrás de mí y después comienzo a caminar hacia la casa del frente. Es un día soleado, por lo que he decidido vestir una camiseta de mangas cortas y un pantalón de mezclilla que me llega más arriba de las rodillas. Mis zapatos bajos pisan accidentalmente un charco de agua sucia que hay en el pavimento, pero le resto importancia, pues decido que nada arruinará mi buen humor. Mi cabello recogido en una coleta alta me ayuda a soportar el calor, y cuando me acerco a la puerta de la señora Handford me limpio una pequeña gota de sudor que resbala por mi frente.
Levanto mi mano derecha, lista para golpear la puerta, pero entonces ésta se abre de repente, dejándome con el brazo levantado. Doy dos pasos hacia atrás cuando veo un enorme hombre comenzar a salir de la casa. Es tan alto que sólo le faltan un par de centímetros para chocar con el marco de la puerta sobre él. Su cabello negro está perfectamente peinado hacia atrás, y viste un elegante traje color azul oscuro. Su mano derecha sostiene un portafolio pequeño, por lo que supongo que se dirige a su trabajo, o tal vez acaba de salir de él. Su muñeca derecha está adornada por un reloj que a simple vista parece ser bastante costoso. Mi mirada regresa a su rostro, analizando sus facciones definidas, su perfecta mandíbula, sus profundos ojos grises. Noto que entre su oreja izquierda y su mandíbula hay una cicatriz horizontal, similar a la de un corte, aunque parece ser bastante antigua. El agradable aroma a perfume que desprende al salir de la casa me hace inhalar hondo.
–Disculpe –dice él con una amable sonrisa luego de que nuestros cuerpos estuvieran a punto de chocar. Yo retrocedo dos pasos más y me hago a un lado, cediéndole el paso.
–Buenas tardes –murmuro, mirando hacia el suelo. Siento que si lo miro a los ojos comenzaré a tartamudear.
–¿Necesitas a Elizabeth?
–Eh… Sí. Ella me pidió que viniera.
–¿Con quién hablas? –pregunta la señora Handford, que viene caminando desde el fondo del pasillo. Al llegar abre la puerta por completo, encontrándose conmigo y dejando salir una resplandeciente sonrisa–. Oh, Grace, al fin llegas. Te presento a Joe.
–Joe Perlman –dice él, extendiendo su enorme mano hacia mí. La estrecho rápidamente, alejándome de inmediato–. Un placer.
–Soy Grace Hudson.
–Es mi vecina del frente, todo un encanto –dice la mayor poniendo una de sus manos sobre mi hombro. Yo asiento con una sonrisa.
–Bueno, me gustaría quedarme a hablar pero se me hace tarde –se acerca a la señora Handford y le da un largo beso en la mejilla. Después se gira hacia mí y vuelve a hablar–. Y de nuevo, es un placer conocerte.
Baja el umbral y después camina hacia el elegante auto negro que está estacionado a un costado de la casa. Ni siquiera noté el vehículo al llegar.
–Es guapo. ¿Verdad? –pregunta ella en cuanto el motor del auto se pone en marcha. Yo la miro sintiendo mi propio rostro sonrojarse.
–Sí, creo…
–Tiene cinco años más que yo, y aún así se ve más joven. Es todo un caballero –suelta un suspiro mientras ambas vemos cómo el vehículo comienza a alejarse por la carretera hasta que cruza hacia la avenida–. Es sobre él de quien quería hablarte. Necesito tu ayuda, Grace.
–¿Mi ayuda? ¿Para qué?
No responde sino que se hace a un lado, invitándome a entrar. Me acerco lentamente y después cruzo la entrada principal, ingresando por primera vez a la casa de Elizabeth Handford. Por dentro se ve mucho más impresionante que por fuera; incluso me atrevería a decir que es una de las casas más bonitas del pueblo. Las paredes, el techo, el suelo, todo perfectamente limpio y reluciente, como si se tratara de una casa nueva. Los cristales de las ventanas brillan bajo la luz del sol, sin una sola mancha. El recibidor contiene algunos muebles antiguos, y cuando digo antiguos no me refiero a su estado sino a su estilo, pues de cualquier manera parecieran recién comprados. Doy lentos pasos sobre la alfombra debajo de mí, sintiendo un agradable aroma dulce ingresar por mis fosas nasales. La señora Handford toma el postre que he llevado para ella, y después de agradecerme cierra la puerta detrás de mí.
–Siéntate –dice con tono amable. Yo asentí y caminé hasta un pequeño sofá negro, cuya comodidad nunca podría comparar con la de los muebles de mi casa–. Te traeré algo de comer.
–Ah, no tiene que… –antes de terminar mi frase, la señora Handford ya se había alejado por el pasillo para dirigirse a la que supongo es la cocina. Permanezco en silencio unos minutos hasta que regresa con un pequeño platillo de porcelana fina. Sobre él hay una copa de lo que parece ser vino, y junto a éste algunas rodajas de pan cubierto de queso y salmón–. Muchas gracias, señora Handford.
Recibo el platillo con una sonrisa.
–¿Qué dijimos de las formalidades, Grace?
–Lo siento –dije mientras le daba un bocado a una de las rodajas, saboreando con placer–. Están increíbles.
–Me alegra que te gusten… Amo hacer ese tipo de recetas. ¿Hay alguna en específico que te guste?
–Bueno… Me gustan mucho los postres de limón, como pudo ver –respondo con timidez, a lo que ambas reímos–. Es el único postre que sé hacer, pero podría comerlo todo un día sin cansarme.
–Qué coincidencia, también me encantan –la señora Handford… Liz, camina hacia una esquina y comienza a quitarse un abrigo blanco de tela delgada que cubría su torso. Al retirarlo de su cuerpo lo cuelga en un perchero que se encuentra en la entrada. Cuando veo su cuerpo detenidamente, con una blusa negra que deja al descubierto parte de su espalda, noto extrañas marcas de quemaduras en su piel, entre sus hombros y cerca del cuello. Retiro la mirada abruptamente cuando ella se gira para verme–. Es un abrigo muy incómodo, me da comezón en la piel cada vez que lo uso.
–¿Y por qué usaba un abrigo en un día tan caluroso?
–Quería verme bien para el señor Perlman –responde con una sonrisa pícara, mientras camina hacia el sillón que se encuentra junto al sofá que ocupo en ese momento. Dejo cuidadosamente el platillo en una mesa de cristal que está frente a mí–. ¿Qué te pareció?
–Me encantó. Espero aprender a cocinar así un día.
–Me refiero a Joe. ¿No es atractivo?
–Ah, sí…
Internamente sólo deseo que esta mujer de cuarenta años no quiera hablar conmigo sobre sus intereses románticos.
–Sé lo que piensas, Grace –dice ella con una extraña expresión de decepción–. Acabo de perder a mi segundo esposo y ya tengo a un nuevo hombre visitándome. Debes creer que soy una zorra.
–No, señora Han… Liz, lo siento. No pienso eso en absoluto.
–Pues las demás personas del pueblo lo harán. No me sorprendería.
–Yo pienso que cada quien es libre de amar. No hay motivo para juzgarla.
–Mi último esposo era malo, Grace. Cuando empezó nuestra relación pensé que era el hombre indicado, pero no fue así. Meses después de casarnos comenzó a tratarme de formas que me hicieron comprender el error que había cometido. Él estaba enfermo, y no sólo mentalmente, sino que estaba mal de salud. No pude dejarlo. Mantuvo su enfermedad en secreto, y no tenía familia además de su hermana que vivía en quién sabe dónde. Yo debía cuidar de él hasta que su enfermedad lo consumiera por completo… Pero supongo que no lo cuidé bien, porque tomó todas esas pastillas sin que me diera cuenta –su mirada permaneció sobre mí en todo momento, observando fijamente mis ojos. Meses atrás no hubiera creído ninguna de las palabras que salían de la boca de esa mujer, pero ahora, por algún motivo, siento que no hay mentira alguna en su historia–. Supongo que la suerte nunca está de mi lado. Mi esposo anterior a ése murió porque se resbaló en el baño. ¿Qué clase de muerte es ésa? –una risa de frustración escapa de sus labios–. Supongo que los hombres que se acercan a mí sólo se condenan a sí mismos.
–¿Cómo era su primer esposo? –desvío la mirada al hacer la pregunta, tomando nuevamente el platillo que dejé sobre la mesa–. El anterior al último… ¿Era bueno?
–Bueno para hacer nada, si a eso te refieres –contesta mientras mira hacia el suelo, como si recordara el pasado… O como si intentara inventarlo–. Se pasaba todo el tiempo tirado en su cama, durmiendo o viendo televisión. Era dueño de una gran empresa familiar, y no tenía que hacer nada más que recibir llamadas y cobrar cheques. La vida perfecta, si me lo preguntas, pero si yo tuviera ese trabajo lo aprovecharía más de lo que él lo hizo. En fin, no era un mal esposo, sólo… Se convirtió en un hombre aburrido, sin aspiraciones, y yo soy una mujer que busca algo más que eso. Busco algo que le dé emoción a mi vida. Quiero a alguien con quien pueda compartir el resto de mi vida. Quiero…
–A Joe Perlman –interrumpo con descaro, para después comer la última rodaja de pan relleno. Liz sonríe y asiente.
–A Joe Perlman –repite en voz baja.
–Pues me parece un hombre agradable, muy elegante. Si me lo pregunta, son tal para cual. ¿Se conocen desde hace mucho?
–Lo conocí dos meses antes de que mi esposo muriera. Fue en una reunión de empresas importantes, y honestamente no me interesaba en lo absoluto estar ahí. Sólo fui porque mi esposo quería que lo acompañara. Entonces ambos lo conocimos. Desde que él murió, Joe se ha puesto en contacto conmigo, y finalmente ha comenzado a visitarme cada vez más seguido. Estoy segura de que quiere hacer formal esta relación, pero no sé si estoy lista para eso.
–No lo sabrá si no se arriesga –susurro sin estar muy segura de mis palabras.
Quiero creerle. Quiero creer que realmente Elizabeth Handford no es el monstruo que mi imaginación me ha hecho creer, pero cuando habla de involucrarse románticamente con alguien más, mi mente sólo logra traer de regreso los recuerdos de aquellos dos hombres que perdieron la vida al vivir bajo el mismo techo que ella. No puedo evitar pensar también en la desconocida que vi morir en su jardín luego de recibir múltiples puñaladas en su cuello. Me gustaría estar equivocada en cuanto a mis sospechas, pero una parte de mí quiere advertirle a Joe Perlman que se aleje de esa mujer lo más rápido que sea posible.
–Pues creo que tienes razón –contesta con una gran sonrisa emocionada–. Y es por eso que te pedí que vinieras. Necesito tu ayuda.
–¿De qué se trata?
–Joe me invitó hoy a cenar a su casa, por eso vino. Vive a un poco menos de una hora de aquí. Quiere que conozca a su hija, es la única familiar que tiene.
–¿Y la madre quién es?
–Se divorciaron cuando la niña era pequeña. Esa mujer simplemente los abandonó. Lo importante es que tengo el camino libre. Creo que el primer paso para formalizar esta relación es ganarme el cariño de su hija. Quiero llevarle un regalo, pero no se me ocurre qué podría ser. Tú estás más cerca de su edad que yo, así que pensé que podrías darme una idea.
–¿Qué edad tiene?
–No lo sé exactamente. Joe me dijo que se graduará este año de la escuela, así que debe tener alrededor de dieciocho. ¿Crees que puedas ayudarme?
–Bueno, no la conocemos… No podemos adivinar qué le gusta.
–Pensaba ir al centro comercial, ahí hay muchas opciones –Liz se levanta de su asiento y después me mira dubitativa–. Si no tienes nada más importante qué hacer hoy, pensé que tal vez podrías acompañarme. Así me ayudarás a elegir.
Acabo de entrar a su casa, y ahora iremos de compras juntas. Creo que nunca en los últimos tres años me había imaginado siendo amiga de esta mujer.
–Pues me parece bien –respondo mientras intento forzar una sonrisa. Liz aplaude con emoción y después se gira para caminar hacia las escaleras.
–Perfecto, me daré una ducha. Joe me tomó por sorpresa y no pude darme un baño antes. Te prometo que no tardaré. Si quieres puedes ir a tu casa y cambiarte, aunque me parece que estás bien así.
–No te preocupes, esperaré aquí.
Liz continúa su camino y finalmente la pierdo de vista cuando termina de subir los escalones. Casi al instante, siento como si un interruptor dentro de mí hubiese sido presionado; el interruptor de la curiosidad, que la activa inmediatamente. Estoy dentro de la casa de Elizabeth Handford, la mujer que sospecho podría ser una asesina serial. En este momento cuento con un par de minutos antes de que regrese. Sería un desperdicio no echar un vistazo y verificar que no haya nada sospechoso en el lugar. No puedo subir al segundo piso, pues correría el riesgo de encontrarme con ella. Mi búsqueda debe enfocarse únicamente en esta parte de la casa.
Me levanto cuidadosamente, sujetando el platillo que he dejado sobre la mesa. Camino con lentitud hacia la gran ventana que se encuentra junto a la entrada. Desde aquí puedo ver mi casa, y también la ventana desde la cual he estado espiando a la mujer en el piso de arriba. Continúo caminando, esta vez en dirección al pasillo que parece llevar hacia la cocina. En medio del corredor hay una puerta, en uno de los muros, pero decido que es más importante llegar al final del pasillo. Me encuentro con la cocina, pequeña pero bastante elegante e igual de hermosa que el resto de la casa. A la izquierda hay una puerta que lleva al jardín, y nada más. Dejo el plato en la cocina y regreso por el pasillo nuevamente, tomando ahora la valentía para abrir aquella puerta blanca que está en medio del paso. Giro la perilla con rapidez, temiendo que el tiempo se agote. Abro la puerta, encontrándome con una oscuridad que me da escalofríos. Lo único que pude ver fue un par de escalones que llevan hacia abajo, pero el resto de las escaleras desaparecen entre las penumbras. Comienza dentro de mí un debate moral, intentando decidir cuál debería ser mi próximo movimiento.
Si entro al sótano y Liz se entera, sabrá que sé cosas sobre ella y que estoy intentando reunir evidencia para demostrar mis sospechas. Pero si me voy y no veo lo que hay allí abajo, me quedaré con este sentimiento de incertidumbre y perderé la única oportunidad de reunir información importante.
De cualquier manera, suponiendo que ella se enterara… ¿Qué es lo peor que podría pasar? Se molestaría y dejaríamos de ser amigas. Honestamente no me parece la gran cosa. Excepto si decide sacarme del camino, de la misma manera que lo hizo con la mujer del jardín. Sacudo mi cabeza ante esas ideas, y con pulso tembloroso, saco mi celular del bolsillo de mi pantalón y enciendo la linterna, iluminando los demás escalones que conducen al sótano. Intentando tardar poco tiempo, comienzo a bajar las escaleras, dejando la puerta abierta por si debo salir corriendo en cualquier momento.
Los escalones son de madera desgastada, y crujen bajo mi peso. Al llegar al final, iluminé con mi celular todo lo que me rodeaba. El sótano es más grande de lo que esperaba. El aire aquí abajo es frío, y al avanzar escucho mis propios pasos hacer eco. Observo en un rincón algunos estantes con cajas y objetos cubiertos por sábanas. Cada cosa que hay allí está cubierta por telarañas y polvo. Me acerco al estante y aproximo mis manos a las sábanas, observando debajo de ellas qué clase de objetos se ocultan. Veo algunos aparatos viejos, como lámparas, repisas, algunos cuadros. No parece haber nada inusual.
Decido comenzar a buscar en las cajas. Algunas están selladas, otras contienen objetos irrelevantes y están cubiertos de telarañas. Me desagradan los insectos por lo que busco sin mucho esfuerzo, dedicándome únicamente a echar un rápido vistazo al contenido de cada caja. Finalmente, llego hasta la última que se encuentra en el estante. La caja de cartón se encuentra cerrada, pero no sellada. Al abrirla ilumino su interior, encontrándome con algo que definitivamente podría identificar como una pista.
Es un uniforme. Parece un uniforme de escuela, y le pertenece a una mujer. La camisa es blanca, de mangas cortas, con un chaleco negro y una falda gris. En la camisa veo una imagen, en el lado izquierdo y a la altura del corazón.
–Escuela Norwood Crest –susurro para mí misma, observando la imagen de un escudo decorado con los colores verde y rojo. Sujeto con ambas manos el uniforme, sin soltar el celular, y posteriormente comienzo a sacarlo de la caja. En cuanto la camisa blanca está completamente fuera, puedo ver con detalle su tela desgastada, sucia, y lo más impresionante, algunas manchas rojas que ya se encuentran secas. Parece que aquel uniforme es de hace muchos años, y esas manchas… Parecen ser sangre. Dejo caer nuevamente la camisa sobre la caja, y entonces levanto la mirada, encontrándome con un par de ojos marrones que me observan detrás del estante.
Dejo salir un grito ahogado y retrocedo de golpe, tropezando en cuanto mis piernas se enredaron entre sí. Caigo hacia atrás, golpeando con fuerza mi cabeza y dejando caer mi celular. Mi visión se torna borrosa, pero durante un par de segundos veo a la persona que se encuentra tras el estante, oculta entre la oscuridad. La linterna del celular ahora ilumina en otra dirección, por lo que no puedo ver mucho. Comienzo a retroceder con debilidad, y siento que algo cae de uno de los bolsillos de mis pantalones cortos. No le doy importancia, estiro mi mano hacia el celular, y después apunto su luz hacia la persona que se mueve entre los objetos cubiertos de polvo. En cuanto la linterna enfoca aquella silueta desconocida, ésta corre hacia el fondo del sótano, adentrándose aún más en la oscuridad. Mi vista finalmente se aclara de nuevo, y comienzo a levantarme del piso. No pude ver si se trataba de un hombre o una mujer, pero no me interesa. Necesito salir de aquí ahora mismo.
Comienzo a correr hacia las escaleras a toda prisa, y cuando estoy a punto de subir, uno de los escalones se parte bajo mis pies, provocando que tropiece y caiga hacia el frente. Es entonces cuando escucho, en el piso de arriba, cómo Elizabeth comienza a bajar las escaleras que llevan al primer piso. Su ducha ha terminado, y ahora está a punto de descubrirme. Intento sacar mis pies del agujero que se ha formado con el escalón roto, y en el proceso apago accidentalmente la luz de mi celular. El sótano termina siendo iluminado únicamente por la escasa luz que ingresa por el pasillo, y que llega únicamente hasta los primeros tres escalones. Miro hacia atrás con desesperación, y al ver aquella silueta acercarse con pasos lentos me obligo a mí misma a contener un grito de horror. Estiro mis manos hacia el frente, sujeto los escalones y uso toda mi fuerza para arrastrar mi cuerpo hacia arriba, sacando mis piernas del agujero y recuperando la compostura. Me pongo de pie, subo los escalones restantes y finalmente salgo del sótano, cerrando la puerta de golpe.
Mi respiración sigue agitada y mi mano temblorosa sujeta la manija de la puerta cuando la señora Handford aparece al inicio del pasillo. La veo de reojo pero no giro mi rostro hasta estar segura de que puedo disimular mis nervios. Tomo una larga respiración, y después giro lentamente mi cuerpo. La mirada en el rostro de Liz es seria, inexpresiva. Parece asustada al verme junto a la puerta. Tiene miedo de que haya entrado, o peor aún, que haya descubierto lo que oculta.
–Lo siento –dije con una sonrisa, ocultando mi mano temblorosa tras mi espalda–. Estaba buscando el baño.
No dice nada, sino que me continúa observando con aquel rostro serio y escalofriante. Me veo obligada a complementar mi explicación.
–En mi casa el baño está ubicado justo en este mismo pasillo. Pensé que todas las casas del vecindario estaban distribuidas de la misma manera.
Sigue en silencio. Me mira fijamente a los ojos, y después su mirada viaja a mis manos. Posteriormente mira mi cuello, donde estoy segura de que puede ver la tensión que me mantiene petrificada frente a ella. De repente, sonríe. Una sonrisa de oreja a oreja que me causa mucho más pánico.
–Hay dos baños en la casa –responde, mostrando su larga hilera de dientes brillantes–. Pero ambos están en el piso de arriba.
–Me doy cuenta –contesto, notando que mi voz ha salido rota, como si estuviera a punto de llorar. En realidad, creo que estoy a punto de hacerlo.
–Si quieres puedes subir y usarlo.
–Puedo aguantar –digo cortante. Nos miramos fijamente a los ojos durante algunos segundos más, sintiendo la tensión en el ambiente, hasta que por fin dos palabras salen de mi boca–. ¿Nos vamos?
Liz asiente, y juntas comenzamos a caminar hacia la salida.