Mrs. Handford

Mrs. Handford

1: Secreto en la oscuridad

En cuanto escuché las sirenas de las patrullas que se aproximaban desde el otro extremo de la calle, una voz interior me susurró las escalofriantes palabras que de alguna manera tuvieron un acierto aterrador. “La señora Handford” pensé de inmediato. Comprobé que mis sospechas eran correctas cuando me dirigí a una de las enormes ventanas de la sala principal de mi hogar. Las cortinas blancas, casi traslúcidas, se mecían de un lado a otro a causa de la ligera corriente de viento que ingresaba desde el exterior; un viento frío que acompañaba la noche y que me puso de punta los vellos de los brazos. Para mi fortuna, las luces del primer piso de la casa estaban apagadas, por lo que pude acercarme con cautela y hacer levemente a un lado una de las cortinas, asomando la mitad de mi rostro por la pequeña abertura que se formó entre la tela. Fue así como obtuve una vista completa de la casa de la señora Handford.

Una patrulla se estacionó frente a la acera, en medio de su casa y la mía. La primera persona en bajar del vehículo fue una mujer, que iba en el asiento del copiloto. Era delgada, bastante alta, y después de salir del auto cerró de un portazo y comenzó a caminar a través del sendero marcado entre el césped recién cortado de la señora Handford. La mujer de uniforme azul oscuro llegó hasta el pórtico de entrada, levantó su mano y dio tres suaves golpes a la puerta, al mismo tiempo que su compañero salía también de la patrulla; un hombre un poco más bajo que ella pero con un cuerpo mucho más robusto. Cuando la puerta de la casa se abrió, ambos oficiales de policía ya se encontraban frente a ella.

Finalmente apareció la señora Handford al otro lado de la puerta. Esta vez pude observar una versión de ella que nunca antes había visto. Siempre había sido una mujer muy elegante, con un aspecto reluciente que dejaba en evidencia la cantidad de dinero que poseía y sus habilidades para mantenerse hermosa sin importar el día. Hoy es la primera vez, en los tres años que llevo viviendo aquí, que la veo con una apariencia tan demacrada y tan… Falsa.

Su cabello siempre está impecable, pero ahora se encuentra totalmente desaliñado, su rostro tiene manchas de maquillaje, especialmente en la zona de los ojos, que se encuentran rojos e inundados en lágrimas. Al ver a los policías, comienza a decirles algo de forma histérica, tartamudeando, y a pesar de que no puedo escuchar qué es lo que dice, sé que es algo malo, pues ambos policías ingresan a la casa rápidamente, dejando a la triste señora Handford parada en la puerta, como si estuviera en estado de shock. Sin embargo, en cuanto los policías suben las escaleras para dirigirse al segundo piso, puedo ver desde mi ventana cómo la expresión de esa mujer cambia completamente. Se limpia las lágrimas, pone los ojos en blanco, como si aquella situación en lugar de ser triste, fuera tediosa para ella. Se acomoda rápidamente el cabello, y después cierra la puerta, dejándome confundida entre las penumbras de mi propio hogar.

Pasados aproximadamente diez minutos, un nuevo vehículo se estaciona frente a la casa de la señora Handford, pero esta vez se trata de una enorme ambulancia, cuyas intermitentes luces rojas y blancas iluminan el interior de mi hogar. Por un momento me preocupa la pequeña posibilidad de que alguien me vea aquí, junto a la ventana, husmeando en asuntos que claramente no son de mi incumbencia. Aunque sé que está mal, llevo un poco más de cinco minutos sentada en el sofá que acabo de deslizar sobre el suelo para lograr posicionarlo frente a la ventana, entre la oscuridad del salón pero al mismo tiempo cerca del cristal para obtener una vista directa de la casa de enfrente. No quiero perderme ningún detalle de la situación al otro lado de la acera, pues sé perfectamente que algo muy malo acaba de pasar.

Pasan los minutos nuevamente, pero ahora no soy la única vecina chismosa que espía desde su hogar, pues logro ver a varias personas que se han reunido en la calle para presenciar la intrigante escena ante ellos. Un paramédico sale a toda prisa de la casa, corre hasta la ambulancia, abre las puertas traseras y posteriormente saca una camilla con la ayuda de una de sus compañeras, que había permanecido en el interior del vehículo. La incertidumbre comienza a incrementarse, y los murmullos de los vecinos son cada vez más fuertes. Algo está sucediendo en ese lugar, y teniendo en cuenta que la señora Handford fue quien recibió a los policías y paramédicos, puedo deducir con facilidad que el principal afectado es su esposo. Algo malo acaba de pasarle a ese hombre.

Tal como me temía, mis sospechas eran ciertas. No pasó mucho tiempo hasta que vi, desde mi sofá, cómo los paramédicos salían de la casa acompañados de la camilla, pero esta vez ya no estaba vacía. Me levanté abruptamente de mi lugar al ver que sobre la camilla se encontraba un cuerpo, cubierto completamente con una sábana blanca. Permanezco paralizada junto a las cortinas mientras observo cómo cargan la camilla y comienzan a subirla en la ambulancia. Tras los paramédicos salen los policías que habían llegado a la escena un rato antes, y finalmente, la señora Handford aparece en la entrada de la casa, con una mirada inexpresiva y ojos hinchados. La mujer de uniforme azul le dice unas últimas palabras, le pone una mano en el hombro como muestra de apoyo, y después comienza a caminar hacia la patrulla acompañada del hombre robusto que había llegado con ella. La patrulla de policía se marcha, al mismo tiempo que la ambulancia cierra sus puertas con el cadáver del esposo de la señora Handford en su interior. Es entonces cuando me doy cuenta de que ni siquiera sé su nombre. Ese hombre vivió frente a mi casa durante dos años, y nunca supe cómo se llamaba. Sólo conozco el nombre de su esposa; esa misteriosa mujer que me provoca tanta angustia sólo con verla. Desde la primera vez que escuché su nombre, se quedó grabado en mi cabeza hasta el punto de recordarlo tantos años después, cuando nunca he tenido una conversación con ella cara a cara. La señora Handford acaba de perder a su esposo, y aunque no parezca la gran cosa, me preocupa. Me preocupa el extraño deja vu que siento en este momento. No es la primera vez que hay policías en su casa. No es la primera vez que una ambulancia llega en medio de la noche.

No es la primera vez que un cadáver sale de su hogar.

Cuando las luces azules y rojas finalmente han dejado de iluminar las calles y los vecinos han regresado a sus casas, puedo ver cómo la señora Handford comienza a cerrar la puerta de su hogar, no sin antes mirar fijamente hacia mi ventana. Su mirada se encuentra con la mía durante unos segundos, y aunque estoy parada en medio de la oscuridad, sé que ha notado mi presencia. Lo sé por la tenebrosa sonrisa ladeada que adorna sus labios al momento de desaparecer tras la puerta.

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